Capítulo 11: El viaje
-¿Por qué están tan callados? Espero que no se estén peleando.
-No, señor Miguel. No es nada de eso.
Lucas mira directo a mí y yo agacho la vista sin saber qué decir.
-Jeremías no se siente muy bien. Es todo. No nos retes que no estamos haciendo nada malo.
Escuchar su voz firme hace que me tiemblen las piernas.
-Lucas, vaya y ponga ropa de abrigo, que en quince minutos salimos.
Tomo un poco de aire y vuelvo a la silla de mimbre.
-¿Mi padre?
-Se quedó hablando con los muchachos en la entrada. Ya no llueve -explica.
No lo había notado.
Después de un rato, Lucas viene con una valija bastante gastada y vieja. El párroco Miguel, comienza a acomodar sus cosas, tiene un maletín de cuero color negro, donde guarda pequeñas botellas con agua bendita, la biblia. Y, antes guardar el rosario; besa el crucifijo. Miro a Lucas y trago con dificultad.
La culpa me tiene sobre las cuerdas y agacho mi mirada, lleno de vergüenza. Él me observa y niega con la cabeza en forma de reproche. Creo que descifró mis pensamientos.
-¿Tenés todo lo que necesitas? -le pregunta Lucas a Miguel.
-No, me falta la ropa. Anda llevando las cosas al auto, hijo.
-Jeremías, ¿me podrías ayudar? Por favor -pide Lucas.
Asiento con la cabeza, nervioso.
Salimos en silencio por un pasillo angosto; bastante sucio y descuidado. No es el mismo lugar por donde entramos con mi padre.
-Va a estar todo -susurra, tocándome el rostro. Miro hacia mis zapatos de charol húmedos por la lluvia, mi pelo tapa mi cara-. Mirame.
Deja la valija en el suelo, agarra mi mentón con el dedo índice y el pulgar.
-No hicimos nada malo -susurra, y sus ojos me atraviesan llegando a mi alma pecadora.
Trago con dificultad, y su cercanía afecta mis sentidos.
Me besa suave, como si ese beso fuese un consuelo. Y yo pecador, quiero más. Me aferro a él y abro la boca recibiendo su lengua. Lleva sus manos a mis cabellos y tira suave de ellos.
Escucho risas de unos críos y nos separamos agitados. Acomodamos nuestra ropa y nos dirigimos al auto.
Una vez en la entrada, veo a mi padre fumando un cigarro en la vereda con los hombres que nos cruzamos hoy. El conventillo está lleno de charcos y se ven a pequeños niños saltando y jugando con el agua. Deduzco que esas fueron las risas que escuchamos.
-Papá, ¿está todo bien?
-Sí, hijo. Estaba conversando con los señores.
Mi padre me comenta, que ellos se quedaron sin trabajo y prometió que cuando vuelva los iba a recibir en la finca.
El señor Miguel aparece con una gran valija y su maletín negro.
-Creo que ya está todo -dice, Miguel.
-Es hora de irnos -expresa mi padre nervioso.
Nos subimos al auto me siento en la parte de atrás y Lucas abre la puerta y se sienta a mi lado. El señor Miguel, habla con mi padre él trata de tranquilizarlo.
-Todo va a estar bien, hay que tener fe -comenta, Miguel en un tono esperanzador muy propio de él.
Lucas está en silencio, son pocos los centímetros los que nos separan, pero de igual manera lo siento lejos, distante.
Mira hacia la ventanilla y en ningún momento me mira a mí. Creo que es lo más apropiado.
Suspiro con fuerza y me acurruco en el asiento.
Me despierto y veo a Lucas apoyado en mi regazo, tiene la boca entreabierta, sus rulos tapan su rostro. Me saboreo al ver su boca, sabiendo que hace muy poco tiempo estuvo la mía. Tiene un perfil hermoso. Lucas es perfecto en lo largo y ancho de la palabra.
-¿Dónde estamos? -Pregunta adormilado, mientras se incorpora.
No hay nadie en el auto y está a punto de anochecer.
-Es una estación de servicio, habrán ido a buscar algo de comida. El viaje es un viaje largo.
-¿Faltará mucho?
-Un par de horas más.
-Estaba muy cómodo durmiendo -dice, y hace esa sonrisa característica de él.
-¿Sí?
Asiente con la cabeza y se acerca a mí. Sus labios están muy cerca de los míos. Y miro para todos lados y no hay nadie, no se escucha nada inclusive.
Al cabo de un momento aparecen mi padre y el señor Miguel.
-¿Durmieron bien? -Pregunta mi padre.
-Sí, gracias -dice Lucas.
-No los queríamos despertar estaban tan dormidos. Fuimos a comprar algunas cosas y a cargar nafta. Mañana a primera hora ya estaríamos llegando. Les recomiendo que saquen sus abrigos, una vez que pasamos La Pampa, la temperatura baja muchísimo -explica mi padre.
Arranca el auto y seguimos con nuestro viaje.
Mi padre y Miguel hablan enfáticamente sobre la idea de abrir una sociedad de fomento. Donde los niños sobre todo los del conventillo puedan practicar algún deporte, tener clases de algún instrumento o hacer teatro. A mi padre se lo ve muy entusiasmado y me tranquilizo un poco en que, por el momento, se haya olvidado de por qué estamos viajando.
Lucas pone su mano sobre mi regazo. Solo hace eso y es todo el contacto del que no me siento incómodo.
Volteo mi cara a su rostro y me dedica una sonrisa.
-Todo va a salir bien -Leo sus labios.
-Eso espero.
Y mi voz ni se escucha.
Por qué su mano me sienta tan bien en mi pierna, su temperatura. Su aliento cerca. Es como si estuviese siendo consolado de alguna manera, como si Dios siempre supo de mi martirio diario, y ahora, me recompensa por su falta.
Amanece en la provincia de Mendoza, llegamos al pequeño pueblo.
La temperatura bajó considerablemente.
Nos recibe los cinco perros de la abuela. Y mi padre ingresa a la gran finca.
Nos detenemos en la entrada y la abuela nos espera ansiosa.
-Ernesto, gracias por venir tan pronto.
Mi padre la toma en los brazos y consuela a mi abuela. Ella trata de mantener la compostura, pero muere en el intento. Mi abuela siempre fue una mujer muy recatada, es evidente que toda la situación la sobrepasa.
-¿Cómo está él? -susurra mi padre separándose de ella.
-La enfermedad no le da tregua -dice acongojada. Limpia su nariz con un pañuelo de puntillas.
- Vení, Jeremías. Salude a su abuela.
-¿Y el resto de la familia, Ernesto?
-Gregoria se quedó con la pequeña, es mucho viaje y Juan Cruz se está preparando para la universidad -justifica mi padre.
Me acerco a ella y me abraza con fuerza luego de unos minutos entrelazados me separa e inspecciona mi rostro.
-Estás igual a tu padre -dice, con orgullo y congoja.
-Gracias, abuela ¿Puedo ver al abuelo?
-Ahora está descansando hace varias noches que no duerme bien. Vamos entren, porque no toman algo caliente y se dan un baño, el viaje habrá sido muy largo -propone.
Me volteo y observo a Lucas y a Miguel que están un poco más alejados de nosotros. Lucas tiene las manos en los bolsillos, muy serio mirando con fastidio hacia un costado.
¿Qué le sucede?
El señor Miguel le da un gran abrazo a mi abuela, y le hace la señal de la cruz en su frente.
-Gracias por venir, Miguel.
-No hace falta dar las gracias, Eva. Para mí es un honor, lamento las circunstancias que me trajeron hasta aquí.
Entramos a la gran finca y nos acomodamos en la sala principal.
Mi abuela con ayuda de Elvira nos prepara el desayuno. Lucas desde que llegó está algo distante.
La mesa se llena de tostadas, mermeladas, café con leche y a infancia.
La melancolía me abraza.
Mi padre y el señor Miguel toman mates en compañía de la abuela.
-Jeremías, mostrale al muchacho donde va a dormir -dice ella.
Creo que quieren quedarse solos los tres. Los entiendo.
Nos paramos de nuestros asientos y Lucas me mira fijo, pasa su mano por el mentón y retiene una sonrisa.
-Por acá -balbuceo.
Se limpia la boca con la servilleta y sonríe pícaro. Su cara toma por fin algo de humor. Dirijo a Lucas hacia la planta alta de la estancia.
-Si me disculpan -dice educado.
Subimos las escaleras y me dedica su sonrisa. La que tanto me desarma, niego mentalmente.
-Vos vas a dormir en este cuarto -ordeno, señalando el cuarto de la derecha-. Es un poco más pequeño que el de los demás, pero la vista es preciosa. Se ve todos los viñedos y además tiene un pequeño balcón.
-¿Y sí quiero dormir en otra habitación? ¿Lo puedo hacer?
-Sí, tenés esta -apunto a la habitación de la izquierda-. Pero te recomiendo esta es mucho más linda.
-No entendiste. ¿Y si quiero dormir acompañado?
¡Oh!
Contengo la respiración.
Toca mi mano y yo observo como sus dedos se entrelazan a los míos.
-No creo que sea lo más apropiado.
-Podría tocar tu puerta cuando todos estén dormidos -propone, como una sonrisa en el rostro-. No me gusta dormir solo, Jeremías.
-Quizá podemos hacer una excepción.
-Tu padre dice que podemos ser buenos amigos, Jeremías.
-Sos un mentiroso -río por lo bajo.
Miguel dice otra cosa muy diferente, es más creo que no me quiere cerca de él.
-¿Me vas a decir que te pasó en la cara?
Niega con la cabeza.
-Elijo esta habitación, Jeremías -dice, alejándose de mí y yendo al pasillo.
-¿Por qué no?
Voy detrás de él como un perro faldero.
-Porque no.
Parece un chiquillo, eso significa solo una cosa. Él no confía en mí.
-Lo entiendo. Le voy a decir a Elvira que te prepare el cuarto, Lucas.
Bajo las escaleras a toda prisa y me cruzo a mi padre.
-¡Ey! ¿Qué pasa?
Me agarra de los hombros.
Lucas.
-Nada, papá.
-Todo va a estar bien, hijo.
Sus palabras me hacen sentir más culpable, no puedo mirarlo a los ojos.
-Lo sé. Gracias, papá.
Voy hacia el auto y saco mi valija. Desearía que no esté acá, todo sería mucho más fácil.
Uno de los hijos del capataz viene ayudarme.
- No hace falta.
- Jeremías, ¿verdad?
-Sí, ¿y el tuyo?
-Me llamo José, soy el hijo de Raúl. Cualquier cosa que necesite, patrón. Me avisa.
-No me llames así, solo Jeremías o Jere. Cómo más te guste. -Saca su boina en señal de respeto y me alejo de él.
Voy a mi cuarto y lo encuentro a Lucas sentado en la cama.
-Pensé que esté iba a ser mi cuarto -digo con un tono poco servicial.
- Dijiste que el otro era más lindo. Así que me decidí por este.
-Como quieras.
Intenta agarrarme.
-Por favor, no, Lucas.
Me retiro hacia mi cuarto.
Saco la ropa de la valija y la pongo en la cama. Suspiro hondo y decido darme una ducha. El agua caliente siempre ayuda.
Llego al baño y la puerta esta entreabierta, levanto la vista, miro hacia dentro del baño. Y observo a Lucas, desvistiéndose. Saca su suéter de lana. Observo hacia los lados sabiendo que lo estoy haciendo no es debido.
Comienza a cantar una que me suena conocida, creo que es un tango.
-Verás que todo es mentira, verás que nada es amor. Qué al mundo ya nada le importa.... -canta.
Desabrocha su camisa, la saca y deja al descubierto su piel morena.
Se baja el cierre y aparta sus pantalones haciendo pequeños saltos hasta salir de ellos.
Sé que está mal observarlo, pero no puedo dejar de hacerlo.
Quita sus calzoncillos y deja al descubierto su desnudez, y yo como un buen pecador, deseo lo prohibido; lo deseo a él. Me saboreo al apreciar su cuerpo, estoy plantado en la puerta hipnotizado e inmóvil, admirando su cuerpo desnudo, se me seca la boca y trago con dificultad. Siento un hormigueo en todo el cuerpo que se aloja y crece en mi miembro.
Agarro el picaporte e ingreso.
Él se queda inmóvil ante mi cercanía. Trabo la puerta y me quedo de espaldas a él, evaluando mi próxima acción.
-No sé qué hago acá, en verdad. Pero por alguna razón no me puedo alejar -confieso-. ¿Qué debería hacer?
Siento su aliento en mi nuca y apoya su cuerpo al mío.
Da pequeños besos en mi nuca, levantando mis cabellos. Se eriza cada folículo del cuerpo, nublándome la vista y la razón.
Apoyo mis manos a la madera sin siquiera poder moverme.
-Deberías hacer lo que quieras. ¿Qué querés ahora?
Siento su erección en mis muslos.
No contesto a su pregunta y contorneo más mi cuerpo a él y a su erección creciente. Mi carne quema y mi sangre se consume en mi interior.
Lame mi cuello y gimo en respuesta a su toque, aferrándome al marco de la puerta.
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