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18

ELIZABETH AYDIN

Habían pasado solo tres meses desde mi llegada a Turquía y ahora estaba a punto de casarme, otra vez. La gran diferencia, es que ahora todo será planeado y podré casarme como siempre soñé desde niña.

Todos los elementos de una boda ya estaban tachados de mi lista. Mi vestido blanco, las flores favoritas de Ahmed, la música, la comida que me encantó y sobre todo, mis hermosos bebés. Habían cumplido ya 2 meses dentro de mi y cada día sentía que podía llegar a amarlos más.

En este tiempo, ya nos mudamos al fin a nuestra casa, pues queríamos ir adecuándonos al lugar antes de que llegaran los bebés. Yo he estado preparando cada centímetro de la casa para evitar futuros accidentes y Ahmed ni se diga, no para de buscar en internet más cosas para volverla más segura para mi.

Cosas malas también pasaron estos meses, empezando por Baadir, el cual no ha dejado de enviar regalos y cartas, cosas que Ahmed ha desechado incluso antes de que pasen por la puerta de la casa. Ah decir verdad, a mi ya no me molesta ni me afecta nada que tenga que ver con él, por eso dejo que Ahmed haga lo que crea conveniente con esas cosas.

Por último, está Mariam, la cual no ha parado de intentar entrar al conjunto donde vivimos a pesar de la orden de restricción que tiene Ahmed contra ella. Yo no la he visto ni quiero hacerlo, pues me da algo de temor que trate de hacer algo contra mi o mis bebés ahora que sé que poco o nada le importa si la atrapan o no.

—Llegamos. —dice Ahmed sacándome de mis pensamientos.

—Me da algo de miedo.

—¿Por qué? ¿Te sientes bien? —se preocupa de inmediato.

—No, nada de eso —tomo su mano tratando de calmarlo—. Solo que no me gustan los hospitales, cuando venimos casi siempre escucho a alguien llorando por la muerte de un familiar y me da miedo recibir malas noticias como esas.

—Por eso estamos aquí cariño —ahora él es quien trata de calmarme—. Tenemos que monitorear a estos dos torbellinos —coloca su mano en mi vientre que ya está un poco abultado—, así sabremos si están bien, como debe de ser.

—Tienes razón ¿vamos?

La doctora nos dijo que hoy podríamos llegar a ver que son mis bebés y por esa misma razón...

—Ya me estaba volviendo más viejo esperando a que llegaran ¿Por qué tardaron tanto? —Era el abuelo quien nos recibió en la puerta del hospital, junto a los demás. No faltaba nadie e incluso estaba el director del hospital que conocimos la primera vez.

Desde que se enteraron que hoy podríamos conocer el sexo de los bebés, decidieron subirse todos a sus autos para seguirnos a pesar de decirles que no hacía falta, pues de todos modos se los contaríamos al regreso, pero nada de eso los hizo entrar en razón.

—Tuvimos que detenernos por unos antojos de mi Sultana —regresan a verme y levanto los hombros restando importancia a sus miradas acusadoras.

Desde la vez que confirmamos el embarazo, Ahmed no me ha negado ningún antojo, a pesar de que estos me suelen quitar el apetito para las demás comidas. Pienso que me he vuelto algo consentida por todos pues ahora nadie me puede negar nada y si pido algo, de inmediato lo tengo en mis manos.

—Bueno, ya entremos, que entre menos tiempo estemos aquí, mejor. —me adelanto por el camino que ya conozco a la perfección.

Ahmed llega a mi lado y toma mi mano para avanzar. Noto que los demás se detienen en la sala de espera mientras nosotros entramos directo al consultorio de la doctora la cual nos recibe amablemente, como siempre.

Como siempre, comienza con las preguntas de rutina, me pesa, me mide, me toma la presión y cuando al fin termina, me invita a subirme a la camilla para al fin ponerme ese aparato en el vientre.

—Muy bien, aquí están, ahora se nota que ya tienen la forma de bebés y pueden distinguirlos —nos señala la pantalla, pero yo solo veo manchas—. ¿Quieren saber los sexos de los bebés?

—Si. —respondemos al mismo tiempo.

—A ver, entonces... —comienza a aplastar ciertos botones en ese aparato hasta que se detiene al fin—. Bueno, este bebé se dejó ver muy rápido, parece que le gusta ser el centro de atención porque no deja que veamos al otro bebé.

—Entonces ¿Qué es doctora? —digo impaciente.

—Este bebé es un niño —señala la pantalla.

Ahmed besa mi frente y reparo en su expresión, se ve tan feliz y emocionado, que hasta parece que va a llorar. A mi me ganan las lágrimas y comienzo a llorar de felicidad.

«Un niño, será un hermoso niño.»

—¿Y el otro bebé doctora? —dice algo desesperado.

—Estoy tratando de verlo de otros ángulos pero como les dije, el otro bebé no me deja, lo está tapando y me es imposible ver que es.

—¿Eso es bueno o malo? —la preocupación llega a mi como una oleada.

—No es malo, para nada. Solo no sabrán el sexo del otro bebé hasta el próximo control. Sin embargo, noto que hay algo más. —su mirada preocupada y su semblante más serio me comienzan a preocupar.

—¿Qué cosa doctora? ¿Está todo bien? —Ahmed me roba las preguntas.

—Primero necesito que te levantes —termina de retirar el gel que me había puesto en el vientre— y vengan por favor, deben sentarse.

La seguimos hasta su escritorio. Mi corazón ha empezado a latir más fuerte y siento que se me va a salir por la boca. No me gusta para nada el cambio drástico de la doctora pues presiento que serán malas noticias.

—Bueno, al revisar el eco y tomando en cuenta las medidas estándar de acuerdo a la edad gestacional que tiene, el bebé que no se deja ver completamente es más pequeño que el otro.

—¿Y eso por qué sucede? ¿Estamos haciendo algo mal? —Ahmed hace las preguntas que yo no puedo porque las lágrimas que antes brotaban por felicidad, ahora lo hacen por miedo al saber que algo anda mal.

—Esto suele suceder en algunos embarazos múltiples, podría tratarse del síndrome de transfusión feto-fetal, donde uno de los fetos no recibe los nutrientes necesarios provocando que no se desarrolle como debería y en algún punto podría..., podría perderlo.

—No, no, no, debe ser un error, nosotros hemos hecho todo bien, los medicamentos, suplementos, todo, hemos hecho todo bien, ellos deben estar sanos. —Ahmed parece molesto y eso me preocupa aún más pues siento que tengo en parte la culpa.

—Cálmese señor Ülker, aún no es un diagnóstico final, de hecho es una sospecha pues como les dije, el bebé no se deja ver del todo y puede que sí haya un error —eso me alivia un poco—. Sin embargo, no puedo dejar pasar el hecho de que la señora esté bajando de peso, eso también puede poner en riesgo a los bebés, sobre todo ahora que estamos en el tercer trimestre que es el más riesgoso.

—¿Bajando de peso? pero yo siento que he subido de peso doctora, míreme. —me levanto para que me examine y se de cuenta que yo no soy el problema.

—Lo entiendo señora, pero eso no funciona así —me siento otra vez. Estoy molesta, muy molesta—. De hecho, usted ha bajado dos kilogramos desde su último chequeo y eso no debería pasar.

—¿Cree que se debe a los vómitos doctora? —dice Ahmed más calmado.

—No lo creo. Por lo que me dijo la señora al principio, sus vómitos se presentan una o dos veces a la semana por lo que eso no puede ser la causa.

—¿Entonces?

—Tal vez sea la alimentación. Hay embarazos que por ceder a los antojos se llenan de alimentos que no aportan ningún valor nutricional y algunos cuerpos reaccionan de esta forma a esa mala alimentación. Sin embargo, le tendré que hacer exámenes de sangre para descartar cualquiera de las patologías que suelen debutar en el embarazo.

—Entiendo doctora, ya se cual es el problema y le aseguro que en el siguiente chequeo todo estará bien —dice Ahmed decidido—. Y por favor, hágale todos los exámenes que sean necesarios.

—Yo también espero que todo salga bien y sobre todo esperemos que la siguiente vez el otro bebé se deje ver para solucionar a tiempo cualquier problema, así que por el momento, sigan con los mismo suplementos y ...

Al salir del consultorio las sonrisas que tienen todos en sus rostros, se borran al verme. Supongo que mis ojos me delataron y para evitar sus preguntas voy directo al estacionamiento sin esperar a nadie. Me subo al auto y mientras espero que Ahmed llegue, abro el último paquete de galletas que le hice comprar en el camino.

Cuando estoy a punto de tomar la tercera galleta, Ahmed entra y su mirada se dirige de inmediato a las galletas. En un movimiento rápido me quita de las manos el paquete y se las da al guardaespaldas de adelante.

—Bótalas.

—Pero son mis galletas, no me las puedes... —regresa a verme y a pesar de que no me dice nada, entiendo que está molesto por lo que prefiero quedarme callada.

Tras unos minutos de viaje, al fin me dice algo.

—Ya les dije a todos lo que pasó, así que no te preocupes, no harán más preguntas. —regresa su vista a la ventana.

El resto del camino no dijo nada y tampoco regresó a verme. Eso me hacía sentir más culpable. Solo deseaba llegar a casa y dormir para no llorar.

—¿Y esa gente? —mientras me bajaba del auto pude notar como unos entraban y otros salían con unas fundas de basura de nuestra casa.

Ahmed se dirigió a la casa sin responderme, así que lo seguí de cerca. Entramos a la cocina y noté como una mujer abría la repisa donde Ahmed solía poner mis galletas favoritas para que estén a mi alcance y comenzó a meter todas las cajas en la bolsa de basura.

—¿Qué haces? son mías —me acerqué y le quité la bolsa.

—Lo siento señora, yo solo estaba cumpliendo órdenes, pero creo que me equivoqué.

—No se equivocó —Ahmed me quitó la funda de las manos y se la entregó—. Deben sacar de esta casa toda comida chatarra antes de las doce, así que continúe.

—Pero ¿qué haces? —golpee su hombro para ganar su atención— son mías y se me antojaron, no puedes quitármelas.

—Puedo y lo estoy haciendo. Vamos, necesitamos hablar —parecía calmado mientras salía de la cocina.

Entramos a su despacho y cuando se dio vuelta pude notar que seguía molesto.

—Se acabó Elizabeth —dijo en un tono duro. Sin embargo, lo que me alarmó de que algo iba mal fue como me llamó—. De ahora en adelante comerás solo lo que prepare la nueva chef que contraté y no comerás nada de galletas, helados o cualquier comida chatarra.

—No puedes hacer eso, son mis antojos y...

—¿Acaso..., acaso no escuchaste lo que dijo la doctora? —parecía estar conteniéndose para no gritarme.

—Si, pero creo que se equivocó, yo he subido de peso y...

—¡Basta Elizabeth! —noté arrepentimiento en su rostro después de haberme gritado— Lo siento, pero tu no sabes más que la doctora y haremos todo lo que dijo, al pie de la letra. ¿O acaso quieres que uno de los bebés mue-...muera?

—No, claro que no, pero no deberías ser tan drástico, podríamos...

—No, este tema no está a discusión, harás lo que dije por el bien tuyo y el de mis hijos ¿entiendes?

Por alguna razón, sus palabras me hacían enojar más de lo que debería, pues parecía que me estaba diciendo indirectamente que todo el problema era mi culpa, solo por querer comer unas simples galletas.

«¿Me lo estará sacando en cara?»

—¿Sabes qué? Haz lo que quieras, pero si no me das mis galletas, no te volveré a dirigir la palabra —sabía que estaba siendo algo infantil, pero no quería perder en esta discusión y sabía que Ahmed no resistiría a mi indiferencia.

Tras un momento de silencio y de su mirada amenazante sobre mi, al fin respondió.

—Está bien... —«lo sabía, yo gané»—, haz lo que desees, solo no descuides tu alimentación porque tendrás a todo el personal vigilándote para que sigas la dieta correctamente.

No esperaba para nada esa respuesta, fue tanta la sorpresa que no me di cuenta de que Ahmed se había marchado, dejándome sola en su despacho.

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