12
ELIZABETH AYDIN (ÜLKER)
La ropa empieza a estorbarme de alguna forma a pesar de ser muy delgada.
«Que me la quite»
—Te amo —me dice varias veces entre besos y eso solo me hace sentir más segura de mi decisión.
—También te amo Ahmed, más que a nada en el mundo, lo hago...
Como si hubiera leído mis pensamientos de hace rato, empieza a desabotonar mi camisa de dormir y mientras lo hace contengo la respiración pues su mirada no se despega de la mía hasta que termina. No niego que cuando termina me da un poco de vergüenza el que se separe de mí y me vea por mucho tiempo, como si buscara algo en mí, como si no quisiera perderse de algo.
—Eres perfecta ¿Lo sabías? —solo asiento pues no se bien que responder ante esas palabras. —¿Quieres ayudarme? —señala su camisa y vuelvo a asentir.
Vuelve a su posición, encima de mí, pero ahora no me besa, solo me mira mientras mis manos temblorosas van al primer botón de su camisa. Cuando termino después de lo que para mí fueron horas desabrochando unos simples botones, toma mis manos y las aprisiona a cada lado de mi cabeza sin hacer mucha fuerza.
Los besos ya no solo van a mis labios, ahora empieza a dejar un camino de ellos desde la comisura de mi boca hasta mis pechos donde se detiene un momento a desabrochar el brasier. Cuando retira esa prenda que solo estorbaba, vuelve a dejar besos más húmedos en ambos pechos y termina con cada uno con una pequeña mordedura en el pezón, nada fuerte, pero si provoca estragos en mi cordura y pudor que hace rato había olvidado que los tenía.
Cuando sus besos comienzan a bajar por mi vientre, mis manos al no saber que hacer o donde posicionarse, van directo a mis pechos y tratan de imitar los suaves pellizcos que hizo Ahmed con su boca. Detengo mi acción de inmediato cuando una de las manos de Ahmed toman de lleno uno de mis pechos y los comienza a amasar sin dejar de besar en donde ahora se encuentra, mis caderas.
Las mariposas que antes sentía en mi estomago cuando me besaba, migran y se comienzan a arremolinarse en mi vientre bajo causando gran expectativa por lo que está a punto de pasar si Ahmed sigue haciendo eso con sus manos y sus labios. Mi cuerpo está listo o eso pienso yo al sentirlo tan sensible ante cada caricia y atención que recibe.
—Tu pantalón Sultana, estorba ¿Puedo...? —asiento sin siquiera dejarlo terminar pues a mí también me estorba.
No tarda en hacerlo y en segundo estoy casi expuesta completamente ante él pues solo me falta una prenda que estoy segura desaparecerá muy pronto. Él también se quita el suyo y por un instante contengo el aire para no soltar un pequeño jadeo que de seguro me dejaría expuesta ante él. Y por más que trato, mis ojos no dejan de ver en una sola dirección.
—Sabes que en cualquier momento podemos parar Sultana, no tienes que apresurarte cariño.
—Quiero hacerlo, te quiero a ti. —digo casi desesperada y eso lo hace sonreír satisfecho.
—En ese caso...
Vuelve a apoderarse de mis labios, pero ahora su cuerpo se junta más al mío y puedo sentir todo de él, desde el calor que emana, hasta su miembro que por alguna razón siento que no para de crecer a pesar de tener una tela encima que lo debería contener.
Su mano ya no se limita a quedarse en mis caderas pues empieza a bajar hasta llegar a la pequeña prenda que cubre mi sexo. Mi respiración comienza a volverse más rápida cuando sus dedos empiezan a hacer pequeños círculos por encima de la tela.
«Te amo tanto Ahmed Ülker» es lo único que se repite en mi mente mientras él comienza a retirar la última prenda que quedaba en mí.
El sonido de alguien discutiendo a lo lejos me hace despertar de inmediato. No lo niego, quiero matar a la persona que está armando el escándalo, pues siento que no he dormido mucho tiempo desde la última vez que hice el amor con Ahmed en la madrugada.
Reviso a mi lado y no veo a Ahmed en ningún lugar. Mi intento de levantarme de la cama se queda a medias por el dolor que ahora siento en mi entrepierna. No lo niego, al principio fue algo doloroso también, pero también fue placentero, cosa que no pasa ahora pues el dolor es lo único que predomina.
—Ahmed —llamo, pensando que está en el closet o el baño, pero nadie responde.
Agradezco internamente que las voces de las personas discutiendo se detengan de inmediato.
Cuando estoy a punto de gritar otra vez, la puerta de la habitación es abierta dejando entrar a un Ahmed enfadado que cierra con seguro la puerta. Por un momento pienso que está enfadado conmigo, pero cuando me regala una sonrisa me quita de inmediato esa duda.
—¿Qué pasó? ¿Quién estaba discutien...?
—¡Ahmed abre la puerta! —puedo diferenciar que es la voz de su abuelo— ¡Necesito verla con mis propios ojos porque no te creo!
—¿Por qué está gritando el abuelo?
—Tu padre les contó de la carta que dejó tu hermano ayer —lo había olvidado—. A pesar de que tu hermano ya aclaró las cosas, mi abuelo no me cree y quiere verte.
—Déjalo pasar si eso lo calma, yo no tengo problema alguno.
—¿Segura que lo dejo pasar? —me señala y solo ahí me doy cuenta a lo que se refiere.
Estoy solo cubierta por una sábana y es obvio que no dejaré que nadie me vea así —a excepción de Ahmed, claro—.
—¡Abuelo! —grito y los golpes en la puerta se detienen— estoy bien, solo que ahora mismo no puedo salir, deme unos minutos y estaré con usted.
—¿Segura mi niña? ¿Estás bien? —su voz me demuestra que está preocupado y eso me llena el corazón al saber que alguien que no es de mi familia se preocupe tanto por mí.
—Si abuelo, pronto estaré con usted en su estudio, para seguir con las lecciones de turco.
Eso lo calma y tras hacerme prometer que iré donde él, se va al fin. Ahmed se acerca cauteloso a mí y cuando está lo suficientemente cerca, las imágenes de lo que hicimos todo la noche y madrugada regresan a mí, provocándome vergüenza por todas las cosas que hice y dije durante mis arranques de placer.
—¿Estas bien? —pregunta y asiento con algo de duda pues no se si es muy normal que me siga doliendo en la entrepierna.
—Si, solo que..., me duele un poco ahí... —señalo con timidez mi entrepierna y trato de no verlo a los ojos mientras se sienta a mi lado.
—Es algo normal el que te duela la primera vez Sultana —toma mi mentón haciéndome levantar la cabeza—, pero si es algo insoportable puedo llamar a la doctora, tu solo debes pedirlo y lo que quieras lo tendrás ese momento.
—Está bien —niego—, solo necesito tomar un baño, pero gracias.
—¿Te puedo ayudar? —antes, me hubiera negado pues la sola idea de que me vea desnuda me aterraba, pero ahora no me importa en absoluto, de hecho, me agrada la idea.
Me levanta en brazos y me lleva directo a la bañera donde me acuesta en la tina y con la pequeña manguera comienza a ayudarme a lavar mi cuerpo. Al terminar me envuelve en una bata y me ayuda a llegar hasta el vestidor donde sin pedírselo, saca un conjunto de ropa que jamás había visto —como la mayoría de la ropa que está aquí—, solo cuando está por acercarse al cajón de mi ropa interior, lo detengo.
—Eso..., eso puedo hacerlo yo —regresa a verme extrañado—, gracias, pero ¿podrías dejarme sola para cambiarme?
—Claro, hasta eso iré a bañarme —lo veo dudar antes de salir del vestidor—, pero antes... —viene hacia mí y tomando mis mejillas entre sus manos, levanta mi rostro para besarme.
Cuando se separa nuestras respiraciones vuelven a agitarse, como ayer.
«Ya cálmate, Elizabeth, no puedes hacerlo a cada rato.»
—Ahora si mi Sultana, termina de vestirte que yo no me demoro. —sale casi corriendo.
No tardé tanto en vestirme y hasta tuve tiempo de salir al balcón para apreciar la preciosa mañana que hacía. Ni siquiera me había percatado de cuánto tiempo había estado contemplando el paisaje hasta que unos brazos me envolvieron por detrás. Tampoco hizo falta que batalle mucho en darme cuenta quien era, pues su cuerpo ya lo reconocía y sus manos ni se diga.
—Mi abuelo debe estar volviéndose loco al ver que no bajas ¿vamos? —asiento y giro sobre mis talones para tenerlo frente a frente.
—Pero antes, quiero saber qué pasará con mi hermano ¿le harás algo? —asiente— ¿Podrías dejarlo así? Te juro que él jamás volverá a...
—No jures en su nombre porque no sabes cómo actuará en un futuro —quiero explicarle que él no es así, pero antes de que salga una palabra de mi boca, su dedo ya está sobre mis labios haciéndome callar— y antes de que intentes convencerme de dejarlo pasar, quiero decirte que cualquier estrategia no funcionará.
—Está bien —acepto, pues sé que nada de lo que diga ahora lo hará cambiar de opinión—, solo no seas tan duro con él.
—Vamos. —me preocupa que no haya respondido a mi pedido, pero decido no decir más.
Al llegar al comedor, todos están con un semblante sombrío hasta que nos ven llegar que es cuando se levantan y se acercan casi corriendo hacia mí. A Ahmed ni siquiera lo miran e incluso lo apartan para abrazarme, empezando por el señor Faruk y la madre de Ahmed.
Antes, me hubiera dado un ataque de pánico —como lo llamó mi psicólogo— si me abrazaban como lo hacen ahora, pero ahora mismo me siento tan feliz de recibir tanto amor por ellos, que no me molesta en absoluto.
—¿Estas bien hija? —habla el señor Faruk y asiento a pesar de que no me ven porque me tienen aprisionada entre sus brazos— Nos enteramos recién de lo que pasó ayer —ahora es la madre de Ahmed la que suena muy preocupada—. De no ser porque Ahmed apareció en la mañana y nos dijo que estabas en casa, ahora mismo estaría la Interpol buscándote por cielo, mar y tierra.
—¿Interpol? —no se de lo que habla, pero supongo que es como la policía— Ya no importa, ahora saben que estoy aquí, gracias por preocuparse.
Cuando me sueltan, son apartados y casi se cae la madre de Ahmed de no ser porque este la logró atrapar en el aire. El abuelo ni siquiera regresa a pedirle disculpas ya que viene directo hacia mí y me abraza como si no lo hubiera visto hace mucho tiempo.
—De ahora en adelante, habrá más seguridad muchachita, no dejaré que nadie entre o salga de la mansión sin mi autorización y peor, que se acerquen a ti —se aparta un poco para verme—, pensé que no te volvería a ver muchachita revoltosa, pero estás aquí. —vuelve a abrazarme por un momento antes de separarse y limpiarse lo que creo son lágrimas.
—Perdón —los miro a todos apenada—, no quería que se preocuparan tanto por mí.
—Ya pasó hija, ya pasó —trata de calmar la situación el señor Faruk—. Pero debes saber que eso no volverá a suceder, ya contratamos más personal de seguridad que esté pendiente de ti las 24 horas del día.
—¿Cuándo hicieron eso? —al fin habla Ahmed, el cual se ve sorprendido— ¿Y por qué yo no estoy enterado del nuevo personal de seguridad que asistirá a MI esposa?
—Prometida —corrige el abuelo y por el tono de voz hasta parece molesto con Ahmed— y no estás enterado de nada porque eso corre por mi cuenta. Por cierto, para que no haya problemas de celos —mira directo a Ahmed—, el personal será conformado solo de mujeres, las mejores, claro.
—¿Eso...es necesario abuelo? —pregunto con algo de miedo pues no quisiera que se enoje conmigo también.
—Si mi niña, es necesario —su voz cambia automáticamente a una más suave—, ya estoy muy viejo para tener sustos como los que tuve en la mañana. Tú, ahora, te cases o no con Ahmed, ya eres parte de mi familia y no dejaré que nada te pase.
—¿Cómo que "te cases o no con Ahmed"? —Ahmed se posiciona a mi lado y suena casi ofendido— Ella se casará conmigo, el anillo ya está en su dedo así que la sentencia ya está hecha.
Todos reímos hasta que escuchamos un carraspeo a nuestro lado. En la entrada al comedor están mi padre y hermano, este último ni siquiera me mira, pareciera como si sus zapatos fueran más interesantes como para contemplarlos como lo hace.
—Buenos días..., otra vez. —dice mi papá algo avergonzado.
Todos responden y empiezan a acercarse. Ahmed y el abuelo se posicionan frente a mí, como si estuvieran protegiéndome de ellos.
—¿Puedo hablar con mi hija? —las cabezas de las dos personas que están frente a mi niegan de inmediato— Hija...
—Si papá, hablemos —rodeo a Ahmed y me acerco a mi padre—, también quiero hablar con George.
—No —suelta Ahmed desde atrás y regreso a verlo.
—Hablaremos en la sala —niega— ¿necesito tu permiso?
—Claro que no hija —interviene el señor Faruk—, no necesitas el permiso de nadie, ve y habla con ellos.
Noto como el abuelo y Ahmed lo acribillan con la mirada, pero eso no me detiene para ir a la sala donde al fin podré dejar en claro algunas cosas.
—Perdón —es lo primero que dice George apenas nos sentamos—, mis intenciones nunca fueron malas —lentamente levanta su rostro hasta conectar su mirada con la mía—, me dejé llevar por lo que esa mujer dijo de Ahmed, no quería que sufrieras como en Vakirust
—¿Qué fue lo que te dijo? ¿Por qué le creíste? No lo entiendo..., de verdad que no lo hago, ni siquiera sé cómo se conocieron.
—Cuando llegué a mi habitación después de la cena, ella estaba ahí, se sorprendió al verme y cuando le dije que era tu hermano empezó a decirme muchas cosas de Ahmed y su pasado —no entiendo qué tiene que ver eso, pero lo dejo continuar—. Me dijo que ella no quería que otra mujer sufra lo que ella ha sufrido por Ahmed, fui un idiota, lo sé, no debí creer lo que dijo, pero mi estúpido instinto de hermano protector me pidió que te sacara de aquí lo más rápido posible, pues no iba a permitir que otra vez te vuelvas la esclava de una familia —regresa a ver a mi padre que agacha la cabeza avergonzado—, como lo eras en nuestra familia.
—¿A dónde pensabas llevarme?
—A la casa de esa mujer —ríe irónico—, ella me prometió que nos ayudaría a escapar incluso del país pues sabía que Ahmed te buscaría y te encontraría fácilmente si nos quedábamos en Turquía.
—Pero ¿por qué no me dijiste hijo? —interviene por primera vez mi padre— ¿por qué dejar solo una carta de despedida?
—No lo sé, tal vez no quería que arruines las cosas como lo hacías antes con mi madre —se a dónde va esto y no quiero que peleen por algo que ya pasó—. Lo siento, pero aún no puedo confiar en tu juicio de "padre" cuando toda su vida —me señala— ha sido un infierno gracias a ti y tu falta de valor para frenar los abusos que te obligaba mi madre a hacerlos contra tu propia hija de sangre.
Por las palabras que dice, entiendo que él sabía la verdad sobre nuestra familia. No me sorprende pues según mis cuentas, mi padre y yo llegamos a su vida cuando él era un niño, por lo que de seguro siempre supo que mi padre no era su padre.
—Tienes razón, pero, aun así, no tenías derecho de llevártela como lo hiciste —lo reprende y George solo asiente dándole la razón— ¿Sabes el problema en el que nos has metido con la familia de Ahmed? Por Alá, ahora ni siquiera puedo verlos a los ojos de lo avergonzado que estoy.
—De eso no se preocupen —digo—, yo me encargaré de ellos.
—Pero hija ¿viste al abuelo de Ahmed? Ese hombre quiere matar a George, no podemos quedarnos aquí.
—No, ustedes no irán a ningún lado —me levanto—, denme unas horas para arreglar lo que sea que piense el abuelo de ustedes.
Salgo de la sala y voy directo al despacho del abuelo. Sé que está ahí pues la música que siempre suele poner en el tocadiscos está sonando más fuerte que nunca. Al entrar al despacho, puedo notar que el abuelo está con el ceño fruncido mirando a la nada.
—Abuelo —toco la puerta a pesar de que esta está abierta.
Su semblante cambia drásticamente y se le ilumina el rostro. Baja el volumen de la canción y se levanta para llegar a mí.
—¿Lista para la lección de turco?
—No abuelo, primero quiero hablar contigo. —asiente y le indico el sillón para que se siente.
Comienzo contándole todo lo que pasó la noche anterior pues es lo primero que me pide para quedarse más tranquilo. Cuando llego a la parte de la conversación que tuve con mi padre y hermano hace unos minutos, se muestra reacio a seguir escuchando, pero lo hace. Le explico todo lo que mi hermano me dijo y trato de justificarlo, pues de alguna manera sé que él no lo hizo con malas intenciones, él solo trataba de ser un buen hermano.
—Esa muchacha —es lo primero que dice cuando termino—, jamás me agradó como amiga de Ahmed, pero aun así la soportaba solo porque pensé que mi nieto la quería —me mira apenado—. Pero no es así, él te ama a ti hija, no me hagas caso.
—Lo sé, no dudo que me ame.
—Bueno, en ese caso, creo que tu hermano fue un idiota y víctima a la vez de la situación.
—Si abuelo, pero ya te dije que él lo hizo porque pensó que ustedes me iban a tratar como lo hacían en mi anterior hogar.
—Está bien, está bien, ya deja de justificarlo —rueda los ojos—, pueden quedarse aquí el tiempo que quieran, pero..., si pasa una situación similar a la de ayer, con o sin tu permiso, tendré que pedirles que se vayan de aquí pues no pienso dejar que tu corras peligro.
—Gracias abuelo, eso no pasará. —me levanto y voy directo a abrazarlo.
—Ahora si señorita, nada de holgazanear, empezamos con las clases de turco que mucha falta te hacen.
Después de separarnos voy directo al pequeño escritorio que tengo asignado para recibir mis lecciones de turco. Así pasamos casi todo el día y la verdad es que ni siquiera sentía las horas pasar. Me sentía tan afortunada de tener a tantas personas preocupadas por mi ahora, cuando antes la única persona que se preocupaba por mí era mi hermano hasta cuando se iba al servicio militar.
«Soy tan afortunada, no quiero que esta felicidad acabe.»
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GRACIAS POR LEERME, TEN UNA LINDA MAÑANA, TARDE, NOCHE O MADRUGADA, DEPENDIENDO DE CUANDO ME LEAS
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