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ELIZABETH ÜLKER

«Despierta..., debes despertar.»

Estoy a punto de abrir los ojos, cuando recuerdo mi pequeño ritual. Solía hacerlo para tener buena suerte todas las mañanas, pero lo dejé de hacer desde que Baadir y Ahmed aparecieron en mi vida pues creí que ya tenía suficiente suerte con conocerlos.

Fui una tonta.

—Hoy todo va a salir bien, soy valiente y capaz de todo. —lo repito tres veces en un susurro.

Cuando termino, al fin abro los ojos y recuerdo donde estoy. El cuarto es muy amplio, de hecho, es más grande que mi antigua casa en Vakirust. Supongo que la casa le pertenece a toda la familia de Ahmed y ahora tendré que averiguar por mi cuenta cuántas personas viven aquí para prepararles el desayuno.

Regreso mi vista a un lado y noto a Ahmed dormido plácidamente por lo que decido no molestarlo. Me levanto de la cama despacio y me pongo los zapatos para dirigirme a buscar un baño. Cuando lo encuentro hago mis necesidades y me aseo con lo que puedo encontrar a la mano.

Salgo de la habitación y bajo para encontrar la cocina, la cual no se me hace nada difícil encontrarla pues escucho una pequeña bulla en el lugar. Cuando entro, noto que hay algunas señoras y dos muchachas preparando el desayuno.

«¿Serán las esposas de los familiares de Ahmed?»

Supongo que aquí, cada esposa prepara el desayuno para sus esposos o hijos si es que tienen.

—Buenos días —digo nerviosa pero sus caras me dan a entender que no me entienden nada.

—Usted..., ¿ser nueva? —trata de decir una y asiento.

Señalo el desayuno que una muchacha está preparando, pero no me entienden, hasta que otra chica se acerca con un aparato similar al que suele llevar Ahmed y me lo pone casi en la boca.

—Hablar —dice.

«¿Le hablo al aparato?»

—Tengo que preparar el desayuno para Ahmed —digo despacio y cuando termino, del aparato sale una voz, pero en otro idioma.

«¿Hay alguien ahí dentro?»

La chica le habla al aparato y me lo acerca a la oreja. Vuelve a sonar la voz anterior pero ahora entiendo lo que dice.

—Si te mandó el señor, debes hacerlo —asiento—. Le gusta tomar café y huevos revueltos.

Me muestran donde está cada cosa y lo preparo rápidamente pues ya estoy acostumbrada a hacer el desayuno para muchas personas. Cuando termino, acomodo el desayuno en una bandeja para llevárselo a Ahmed, pero soy detenida por una de las chicas, que me quita la bandeja de las manos y se lo lleva de la cocina.

Estoy a punto de replicar, cuando aparece la muchacha del aparato y me lo vuelve a poner en la oreja.

—Tú, tienes que empezar a limpiar la sala.

Me entrega una escoba, un trapeador y varios utensilios y botellas con líquidos. No tengo tiempo de responder cuando ya me estan sacando de la cocina en dirección a la sala donde ayer estuvimos reunidos.

Las dos mujeres que me trajeron se limitan a señalarme toda la sala y se van de vuelta a la cocina.

«Bueno, manos a la obra.»

Cojo un pequeño trapo y empiezo a limpiar los polvos del lugar. La sala es enorme por lo que me tardo casi veinte minutos en limpiar muy bien cada rincón de polvo. Cuando estoy casi a la mitad de la sala barriendo, escucho como algo se cae que me hace pegar un salto para atrás. Alzo mi vista buscando la cosa que boté, pero lo que veo es al abuelo de Ahmed parado en las escaleras que llevan al segundo piso.

Recuerdo las duras palabras que me dijo ayer y para no hacerlo enojar más, empiezo a barrer más rápido.

«Por lo menos no dirá que soy una inútil.»

—Pero —alzo mi vista y empieza a acercarse a mí— ¿Qué haces mucha... Elizabeth? —dice enojado.

«¿Estoy limpiando mal?»

—Y-yo... —me alejo cuando está a unos pasos de mí. Me da miedo—, perdón, volveré a limpiar si no le parece que está limpio.

Cojo nuevamente el trapo que usé para los polvos y de manera minuciosa empiezo a pasarlo por un jarrón que había olvidado limpiar antes.

«Tal vez se enojó por eso.»

No termino de limpiarlo cuando noto por el rabillo del ojo como se acerca el abuelo de Ahmed. Soy tan torpe que dejo caer el jarrón cuando trato de huir. Él, intercala su mirada entre el jarrón y yo, su cara no me muestra nada y me preocupa. Me apresuro a agacharme para recoger los pedazos del jarrón, pero de inmediato siento como me toman del brazo para levantarme.

—¿Acaso eres ton...? —cierra los ojos— ¿Te lastimaste? —los abre.

Miro mis manos y noto algo de sangre en la palma de mi mano derecha, no es nada grave, solo un pequeño rasguño. Trato de ocultar la mano para que el abuelo no piense que en realidad soy una estúpida, pero ya es muy tarde cuando reacciono. Jala mi mano y la levanta para inspeccionar.

—¡¿Qué le hiciste papá?! —escucho la voz de otro hombre.

Levanto la vista y noto que es el padre de Ahmed, el cual se acerca casi corriendo y asustado a mi lado. Me empiezo a sentir incómoda con ellos a mi alrededor y siento que me falta el aire. No quiero que se acerquen más, pero ellos están a mi alrededor y me aterra la sola idea de que algo me vuelva a ocurrir. No puedo correr, mis pies no reaccionan, pero quiero desaparecer y que me suelten la mano.

«No me toquen..., no me toquen.»

—No me toquen —me doy cuenta de que lo he dicho en voz alta.

Ambos me sueltan al instante y al fin puedo correr al otro extremo de la sala, casi debajo de las escaleras. Desde su posición ambos me miran y se miran entre ellos.

—No queremos hacerte daño —dice el padre de Ahmed.

—Necesitas que te revise un médico antes de que Ahmed...

—¿Qué pasa aquí? —escucho la voz de Ahmed encima de mi cabeza y volteo para verlo.

Su mirada se intercala entre su padre y abuelo que se encuentran al otro extremo y yo. Recuerdo la herida en la mano y la pongo tras de mí muy rápido, lo cual delata que escondo algo.

—¿Qué escondes? —baja y se acerca en mi dirección.

Yo retrocedo despacio y cuando me topo con una pared tras de mí, sé que es mi fin.

«Se va a enojar, me va a castigar. Debí limpiar más rápido.»

—N-nada, buenos días. —sonrío para que no sospeche.

—Buenos días, muéstrame tus manos —niego.

—No es nada, por cierto ¿Ya tomaste tu ...?

—Por favor, muéstrame tus manos.

Esta vez no se ve nada contento. Estira su mano y espera que ponga mis manos encima. Dudo un momento, pero al final sé que tengo que hacerlo o no se irá. Saco mis manos hechas puño y mostrándole el dorso.

—Abre tus manos y dales la vuelta.

—No creo que sea necesario, ya viste que...

—Por. Fa. Vor. —remarca cada sílaba y esa es mi señal para hacer lo que dice.

Cuando mis palmas con la herida quedan visibles, noto que su semblante cambia. Ahora si se ve enojado. De inmediato se gira hacia su padre y abuelo que han permanecido inmóviles todo este tiempo. Pero antes siquiera de que él les diga algo, ambos hablan señalándose el uno al otro.

—Yo no hice nada, fue él. —dicen al mismo tiempo.

—Déjense de tonterías ¿Qué le hicieron? —habla entre dientes.

—Nada, no me hicieron nada Ahmed, fue mi culpa, yo...

—Fue mi culpa —me interrumpe el abuelo—. Se asustó cuando me acerqué a ella y se le cayó el jarrón de tu abuela —señala las piezas rotas del jarrón.

«Oh no, era el jarrón de su abuela. Ahora si estoy muerta.»

—Perdón, yo no sabía lo valioso que era para usted —empiezo, pero el abuelo levanta la mano haciéndome callar.

—Te lo pagaré abuelo, sé que para ti ese jarrón es invaluable por ser de la abuela, pero...

—Tienes razón, es invaluable —lo interrumpe—. Pero creo que ahora estamos a mano.

—¿Qué? ¿De qué hablas abuelo?

—Ayer yo hice llorar a tu esposa, fui un idiota —me mira apenado—. Y ahora ella ha roto un jarrón que apreciaba mucho. Supongo que debiste sentirte tan impotente o incluso más de lo que me siento yo ahora porque han roto algo muy valioso para mí.

—Bueno, supongo que no podría comparar un jarrón con los sentimientos de mi esposa, pero creo que entiendo tu punto.

—En ese caso —se acerca a nosotros sin dejar de mirarme—. Quiero disculparme contigo Elizabeth, me comporté como un imbécil ayer. Debes saber que no suelo comportarme así, pero pasaron tantas cosas a la vez que reaccioné mal, aun así, eso no es excusa para haberte tratado de tal forma, por lo que te pido perdón y créeme que no volverá a ocurrir.

Me toma por sorpresa su disculpa, no esperaba que lo haga y por lo que veo en la cara de Ahmed, él no lo obligó, se ve desconcertado al igual que su padre. Ni siquiera sé que responderle. Ahmed me mira esperando una respuesta para su abuelo.

—¿Está bien? —digo casi en un susurro, pues no sé si es lo que espera de mí.

—¿Está bien? —repite el abuelo.

—Es decir..., ¿gracias? No-no, no sé qué decir.

—No tienes que decir nada Sul... —se detiene Ahmed antes de terminar—. Basta con que se haya disculpado. Ahora, quisiera saber ¿Qué haces con eso? —señala todos los utensilios que se encuentran regados por la sala, incluso la escoba se ha caído.

—Yo, tenía que limpiar, una señora de la cocina me lo dio —levanto la escoba—. Ahora termino, no te preocupes.

Me quita la escoba y grita algo en turco que no entiendo, no a mí, pero si da algo de miedo. Todas las señoras y muchachas que me ayudaron en la mañana vienen corriendo y se colocan en una fila frente a nosotros.

—Onun kim olduğunu biliyor musun? (¿Ustedes saben quién es ella?) —empieza Ahmed señalándome.

«No entiendo nada ¿hice algo mal?»

—Yeni çalışan. (La nueva empleada) —dice la chica del aparato.

—O benim karım, hizmetçi değil. Anlaşıldı? (Ella es mi esposa, no la sirvienta. ¿Entendieron?) —todas asienten y bajan la cabeza.

—¿Qué les dijiste Ahmed? —digo bajito.

—Que tú eres mi esposa, no pueden darte órdenes y no tienes que limpiar, para eso están ellas. —las señala.

—Pero puedo hacerlo, no soy una inútil.

—Yo sé que no lo eres, pero ese es el trabajo de ellas. Además, esta tampoco es nuestra casa, es la de mi padre.

«¿Tiene una casa para él solo?»

Manda a retirar a las mujeres que ahora se ven un tanto apenadas conmigo. Y ahora más que nunca quiero aprender el idioma para evitar estos malentendidos.

Veo a la señorita Anastasia bajar por las escaleras, se ve radiante y alegre, contrario a como estaba ayer.

—Buenos días con todos. —dice cuando llega a mi lado.

Me da un abrazo y antes de que pueda saludarla, me empieza a hablar en español.

—¿Estás bien? —asiento, no tan segura al sentir la pequeña herida en la mano— No tienes que mentirme, sabes que eres como mi hija, si quieres podemos irnos de aquí y empezar una nueva vida en ...

—Sabes que puedo entenderte ¿Verdad? —interrumpe el padre de Ahmed— Creo que has olvidado que me enseñaste.

Mi profesora no sabe que decir, se ha quedado tan impresionada como yo.

—¿Podrían hablar en inglés? —dice Ahmed irritado— Papá ¿Qué le dijo Anastasia a Elizabeth?

El padre de Ahmed me mira y dice.

—Tu madre le dijo...Le dijo que esperaba hablar con ella más tarde, que tienen mucho de qué hablar, si, eso le dijo.

—Bueno, vamos a desayunar —dice tranquilo.

Yo no estoy nada tranquila con la mentira de su padre. Ahmed no está bien con su madre y si se entera lo que me dijo podría enojarse más, pero tampoco quiero mentirle.

Vamos directo al comedor y nos sentamos para recibir el desayuno. Ahmed me dice que se preocupó cuando no me vio en la mañana y por eso no tomó el desayuno que preparé. No hablamos más allá de eso pues todos permanecen callados mientras comen lo cual me aburre demasiado. Quisiera ahora mismo ponerme mis audífonos y perderme en la música mientras comemos, pero eso ya no es posible.

Soy la primera en terminar y cuando noto que Ahmed ya ha terminado me acerco a su oreja.

—Yo..., Ahmed ¿Podemos ir arriba?

—Claro Sultana, vamos —se levanta y me ofrece su mano— Nos retiramos, bajaremos después.

—Hijo, cuando bajes ve directo al despacho, tu madre y yo te estaremos esperando —ahora su mirada recae en mí—. Hija, espero que te sientas en casa, discúlpame por lo que pasó ayer en el aeropuerto.

Solo asiento y de inmediato Ahmed me toma de la mano para llevarme escaleras arriba. Ya en la habitación me siento más nerviosa, pues no sé cómo vaya a reaccionar.

—Ahora sí, dime Sultana ¿Qué te tiene tan preocupada? —me hace sentar en la cama y se agacha a mi altura— Todo el desayuno pasaste distraída ¿Qué pasa? ¿No quieres estar aquí? ¿Mi abuelo o mi padre te hicieron algo más? ¿Quieres irte? —las últimas preguntas las dice tan rápido que ni siquiera alcanzo a contestarlas.

—Espera, espera, no pasa nada de eso, solo que...

—Solo que... ¿Qué?

—Quiero decirte la verdad, sobre lo que tu madre me dijo. No quiero mentirte, pero tampoco quiero que te enojes con tu madre.

—¿Qué te dijo Anastasia? —Ahora ya no se ve tan comprensivo como antes, su expresión ha cambiado.

«¿Se enojó?»

—Me dijo... —empiezo a jugar con las puntas de mi cabello tratando de no verlo a los ojos—, me dijo que, si no estaba bien aquí, podríamos irnos a...

No me deja terminar y se levanta de inmediato. Lo veo cerrar los ojos y cuando los abre, se acerca un poco. No se ve enojado, ni feliz, lo cual me preocupa, se ve como el Ahmed que conocí la primera vez, tan impasible y desinteresado de todo.

—¿Te quieres ir con ella? ¿Me quieres dejar? —niego de inmediato y lo veo soltar un gran suspiro — Menos mal, no lo hubiera soportado Sultana. Ahora, dime ¿Eso es todo? porque ahora mismo tengo cosas que hablar con Anastasia y mi padre

—No te enojes con ella —tomo su mano—. Por favor, hazlo por mí.

Me mira por un momento antes de responder.

—Ya regreso, creo que me demoraré un poco, así que, si quieres puedes salir a explorar un poco la casa, solo trata de no perderte, pero si lo haces solo grita mi nombre. —no me deja responder cuando me deja un casto beso en la frente antes de marcharse.

Siento que ha pasado una eternidad desde que Ahmed se fue, por lo que decido salir al fin de la habitación. Antes de salir tomo la misma chaqueta que me prestó ayer ¿Asil?, sí, creo que se llamaba así. La casa es en verdad enorme porque después de haber pasado apenas tres pasillos, me he perdido. No me siento en peligro ni nada parecido por lo que decido no gritar y seguir explorando.

Paso por una puerta y me doy cuenta de que he salido a un patio enorme. Tienen muchas rosas y árboles frutales plantados, así mismo tiene una gran pileta y varios banquillos alrededor de todo el patio, se ve casi como un pequeño parque. Pero lo que me llama en realidad la atención es el pequeño maullido que escucho.

«La gata del padre de Ahmed»

—Pissy-pissy-pissy —comienzo a llamarla.

Me agacho en varias bancas y reviso entre los rosales, pero no la encuentro. No deja de maullar y cada vez el sonido empieza a ser más fuerte y preocupante.

—Pissy-pissy-pi..., ¡Te encontré! —la tomo de un pequeño hueco.

Se ve agitada, incluso respira con gran dificultad abriendo su pequeña boca. Su gran abdomen me hace recordar lo que dijo Ahmed, la gata está preñada.

—¿Estás bien bebé hermosa? —trato de tomarla en otra posición, pero sigue maullando y su abdomen empieza a contraerse y relajarse cada cierto tiempo.

«Como si tuviera contraccio...»

—¡Vas a parir! —la tomo con mucho cuidado ahora que he caído en cuenta que tiene contracciones.

—¿Ya va a parir la gata? —escucho la voz tras de mí.

Es el abuelo de Ahmed, está tan tranquilo apoyado contra la pared.

—Si ¿Deberíamos llamar a alguien señor? —digo preocupada.

No quisiera que muera la pobre gata, al menos no en mis manos, porque también podría morir yo. Lo que más amo en la vida son los gatos y si le pasa algo, no podría soportarlo.

—Déjala, ella puede parir sola. —dice.

—Está sufriendo, deberíamos hacer algo —digo enojada, pero me calmo al instante al recordar con quién hablo—. Por favor, no podemos dejarla sufrir.

Me mira por unos segundos antes de dar media vuelta y entrar a la casa.

«Genial, ahora me deja sola.»

—No te preocupes cariño —acaricio a la gatita—, yo te ayudaré. El abuelo de Ahmed creo que no te quiere mucho, pero no importa porque yo...

—Si la quiero —escucho a mi lado y me hace pegar un pequeño salto del susto—. Es la hija de mi gata que murió hace mucho, prácticamente es como mi nieta.

Noto que en sus manos tiene varias mantas y se ha sacado la chaqueta para subirse las mangas de la camisa.

—¿Me va a ayudar?

—Claro ¿No me ves? —se mete entre los rosales.

En el mismo hueco de donde saqué a la gata, él empieza a colocar las mantas de manera que queda casi como una cama.

—¿Qué hace?

—Moon, así se llama, ella ya va a parir y necesita un buen lugar donde hacerlo. De hecho, yo salí por eso, pero tú me ganaste tomándola.

—Pero ¿Lo hará sola? ¿No morirá?

—No, todo está controlado, ya llamé al veterinario y está en camino, pero me pidió que haga esto en caso de que el parto se adelante —se levanta cuando termina—. Vamos Elizabeth, déjala ahí, es peor si la tienes entre tus brazos.

Hago lo que dice y de manera cuidadosa dejo a Moon en el lugar. Empieza a maullar más fuerte y de manera casi dolorosa que me parte el alma. No quiero verla sufrir, pero tampoco puedo dejarla sola.

Empiezo a acariciarla y paran un poco los maullidos.

—Vas a tener bebés, tendrás unos bebés hermosos como tú. Tienes que ser fuerte, una mami fuerte. —le hablo como si me entendiera.

—¿Te gustan muchos los gatos? —se agacha a mi lado, pero a una distancia prudente que no me molesta.

—Me encantan, los amo, siempre quise tener uno, pero..., nunca pude.

No dice más, solo asiente y nos sumimos en el silencio. Pasa no más de quince minutos cuando noto como Moon empieza a lamerse la vulva. El abuelo de Ahmed se levanta y saca el pequeño aparato que según recuerdo se llama celular. Empieza a hablar en turco y está algo preocupado, lo noto por sus facciones.

Cuando termina se vuelve a agachar a mi lado.

—El veterinario se demorará ¿Quieres ayudarme? Ayudaremos a Moon a parir —asiento—. Bien, primero debemos llevarla a algún lugar de la casa que sea cálido y aislado, no puede parir aquí.

La toma en brazos y voy tras él con las mantas que había colocado antes. Subimos casi al tercer piso y nos adentramos en una habitación, está toda afelpada y podría jurar que es la habitación de la gata pues incluso hay una pequeña cama y varios juguetes.

La deja en la pequeña cama y me pide las mantas. Las coloca alrededor y cuando termina se queda en esa posición, acariciando a la gata. No pasa mucho cuando noto que Moon elimina un líquido rojo de su vulva.

—¿Qué le pasa? ¿Por qué hay sangre? —digo preocupada.

—Mira.

Es la primera vez que veo el nacimiento de una nueva vida y es hermoso. Un pequeño gato plomo sale primero, después de diez minutos le sigue uno casi amarillo igual a su madre y por último salen dos gatos completamente blancos. Toda la hora que pasé viendo el parto estuve rezando por Moon que para mi sorpresa no luce cansada ni nada parecido, de hecho, se dedica a limpiar a sus bebés.

El abuelo no dijo nada al igual que yo en toda la hora de parto, pero cuando entendemos que ha terminado de parir Moon, nos vemos. Tengo ganas de llorar de felicidad, pero también tengo ganas de abrazar a alguien. Descarto la idea de abalanzarme sobre el abuelo de Ahmed porque me da miedo y entiendo que me odia.

—Yo..., emmm ¿Felicidades? —digo nerviosa.

—Gracias por tu ayuda Elizabeth.

—Pero no hice nada, no hay nada que agra...

—Estuviste a mi lado, estaba preocupado por Moon y tu sola presencia me ayudó a calmarme, te abrazaría, pero entiendo que no debo hacerlo, aun así, te agradezco.

De su bolsillo saca un chupete y me lo extiende. Es de los que me gusta así que lo tomo de inmediato.

—Gracias, me encantan —levanto el chupete.

Está a punto de decir algo cuando la puerta de la habitación es abierta con brusquedad lo cual me asusta y hace que corra tras el abuelo de Ahmed. Me escondo tras él y cierro los ojos lo más fuerte que puedo.

«Que no me hagan daño, que no me hagan daño, por favor...»

—Aquí estás —escucho la voz de Ahmed y abro los ojos.

Me levanto y corro a él que me recibe con los brazos abiertos. Un hombre casi de la misma edad de Ahmed pasa por nuestro lado y se dirige a Moon, el padre de Ahmed también lo hace. Todos permanecemos callados hasta que el hombre desconocido habla.

—Moon está bien, tuvo un parto normal y todo está en orden. Solo debe tomar ciertas vitaminas que les mandaré por correo o pueden pasar al consultorio a recogerlas.

El padre y abuelo de Ahmed sueltan un gran suspiro.

—¿Y los gatitos están bien? —digo.

—Si, también están bien señorita... —me analiza de pies a cabeza—. Perdón, no la había visto por aquí ¿Usted es?

—Es mi esposa, gracias por su ayuda ya puede retirarse. —responde al instante Ahmed mientras me aprisiona más fuerte entre sus brazos.

El hombre tarda en asentir y cuando pasa por nuestro lado me mira de una forma extraña. Lo hace como Baadir me miraba.

—¿Estás bien? —pregunta Ahmed y asiento— Pensé que te perdiste, te busqué por todos lados antes que ese..., el veterinario llegara y ahí pensé en que tal vez estarías aquí. No me equivoqué.

—Ayudé a tu abuelo, mira —le muestro el chupete—. Hasta recibí un regalo.

Me separo cuando alguien se aclara la garganta. Regreso a ver y es el abuelo junto al padre de Ahmed.

—Gracias Elizabeth —empieza el padre—. De no ser por ti mi padre no hubiera podido ayudar a Moon.

—No es nada.

—En compensación quisiera regalarte un gatito, claro, si es que tú lo quieres también.

«¡Si quiero, si quiero...!»

Antes de responder regreso a ver a Ahmed el cual no me deja ni formular la pregunta cuando ya me responde.

—Si tú lo quieres puedes tenerlo, no tienes que pedirme permiso.

—Pero no puedo aceptarlo si a ti no te gusta, él o la gatita debe ser querido por ambos. Como si fuera nuestro hijo.

No sé qué estaba pasando por mi cabeza cuando dije lo último. El abuelo empieza a toser y el padre de Ahmed empieza a reír al ver la cara de su hijo, el cual se ha quedado sin habla y con la boca casi abierta.

Siento mi rostro quemar de la vergüenza. No digo más y me acerco a Moon para no ver los rostros de los tres hombres que no paran de seguirme con la mirada.

Empiezo a acariciar a Moon y esta empieza a lamer mi mano.

—Lo quiero —escucho la voz de Ahmed, pero no regreso a verlo. Ahora mismo quisiera desaparecer—. Quiero lo que tú quieras Sultana.

—Está bien —digo en un susurro.

—¿Cuál te llevarás Elizabeth? —dice el abuelo alegre mientras se acerca— ¿Cuántos quieres? ¿Uno, dos, tres...?

—Ya abuelo, deja de molestarla.

—Quisiera llevarme a los cuatro —respondo para que no se peleen—, pero me da miedo no poder con uno solo, así que, si me lo permiten, quisiera llevarme al plomo.

—Tu podrás con los cuatro, niña y si no puedes hacerlo aquí estoy yo para ayudarte —dice contento el abuelo—. Así que tu solo dame un número y...

—Papá, ya basta, la estás abrumado y ni siquiera entiende de lo que estás hablando.

—¿Yo? ¿Abrumándola? —dice sarcástico y me da ganas de reír— Pero si yo solo estoy hablando de gatitos ¿De qué más hablaría?

—Ya basta —dice Ahmed acercándose a mi lado—. Vámonos Sultana —me extiende su mano.

La tomo y me pongo de pie. Me lleva de vuelta a la habitación y cuando cierra la puerta, me abraza tomándome por sorpresa.

—Perdona a mi abuelo, a veces es un tanto..., molesto.

—No hay nada que perdonar, no me trató mal y en la mañana se disculpó.

—No hablo de eso, no lo entiendes ahora, pero créeme cuando te digo que es molesto.

—Está bien —me separo—. Por cierto ¿Dónde está mi ropa? Necesito bañarme y cambiarme.

Me señala las maletas y me indica el baño que ya conocí en la mañana. No demoro mucho y voy directo a tomar un baño. Decido colocarme un vestido café que es lo suficientemente enorme para taparme y cálido a la vez. Nunca me lo puse estando en Vakirust, pues fue un regalo de mi hermano la primera vez que regresó de su entrenamiento militar.

Me pregunto si George ya sabrá que me he casado y que ahora mismo estoy en Turquía. Tal vez esté molesto conmigo pues me dijo que no me casara, que lo tenía que esperar, pero no lo hice.

Cuando salgo del baño termino de colocarme el hiyab frente al espejo enorme de la habitación. No me gusta para nada esta prenda, de hecho, me estorba demasiado, pero ahora tengo que llevarla, no debo faltarle el respeto a mi esposo.

Ahmed no se ha dado cuenta que he salido del baño pues sigue sumido en ese pequeño aparato de sus manos. Me acerco cuidadosamente y cuando al fin estoy frente a él, levanta su mirada.

—¿Un hiyab? —es lo primero que dice.

—¿No te gusta? ¿Me queda mal?

—No, no es eso, lo que pasa es que no lo entiendo, pensé que no lo usabas.

—No lo usaba, pero creí que ahora que me he casado contigo, debería llevarlo puesto por respeto a ti.

—Nada de eso —se levanta y acuna mi rostro en sus manos—, no lo hagas por mí, yo no tengo ningún problema con que no lo lleves, aquí las cosas han cambiado y las mujeres no están obligadas a llevarlo.

—Entonces ¿Puedo quitármelo? —asiente y lo hago de inmediato.

«Gracias a Dios porque no lo soportaba.»

—Ahora vamos, tenemos que comprarte ropa más cálida, no puedes usar los vestidos que compré porque morirás de frío.

Bajamos cogidos de la mano y en la sala vemos al abuelo junto al padre de Ahmed sentados hablando.

—¿A dónde van? —dice el padre.

—Vamos a comprarle algo de ropa. El invierno ha empezado y no puedo dejar que muera de frío.

—Entiendo, por cierto...

—¡Ahmed! —grita una mujer tras nosotros y antes de que pueda siquiera verla bien, ella ya está encima de él, en su espalda.

Ahmed suelta mi mano y se balancea un poco. La mujer empieza a dejar pequeños besos en su cabeza y mejillas cuando alcanza. Se ve tan feliz en su espalda.

—Ya bájate, Mariam, me harás caer.

—Está bien, está bien gruñón. —se baja, pero no pierde el tiempo cuando corre nuevamente a sus brazos.

—Suéltame, sabes que no me gusta que... —se libera y aparta un poco.

—Ay por favor, ha pasado tanto tiempo desde la última vez que nos vimos y aun así no me dejas abrazarte Acaso... ¿No me quieres?

«¿La quieres?»

—Claro que sí, eres como mi her...

—Yo también te quiero Ahmed —está a punto de abalanzarse nuevamente cuando Ahmed pone su mano en la frente de ella para retenerla.

—Mariam, estás haciendo una escenita que no me gusta para nada, sobre todo frente a mi esposa. —Ahmed quita la mano de su frente.

La mujer regresa a verme y ahora si puedo detallarla bien. Es hermosa, no lo niego, es más alta que yo, su cabello es perfecto y toda su cara lo es también a pesar de que siento que tiene algo encima. Parece una muñeca, como las que Issadora solía tener.

—¿Esposa? —dice consternada.

Ahmed toma otra vez mi mano acercándome a él.

—Sí, te presento a mi esposa, se llama...

—Es una broma —dice ella—, claro que lo es —se acerca al abuelo de Ahmed—. Escucha a tu nieto Murat, dice que tiene esposa.

Empieza a reír a carcajadas, pero se detiene cuando ve que nadie más lo hace.

—Es verdad Mariam, ahora mi nieto tiene esposa y se llama Elizabeth Ülker ¿No es hermosa? —dice orgulloso. Me sorprende que lo haga.

«Tal vez ya no me odia tanto.»

—¿Cómo? ¿Cuándo? ¿Por qué ella? —dice rápido la chica. Casi se queda sin aire.

—Nos casamos en Vakirust —empieza Ahmed—. Y es ella porque..., es ella, no hay explicación que pueda darte ahora, lo único que debes saber es que ahora soy feliz.

Levanta nuestras manos entrelazadas y besa mis nudillos.

—¡Oh! Entiendo. —baja la mirada y se ve algo molesta.

—Ahora déjame presentarte. Mariam, ella es Elizabeth, mi esposa. Elizabeth, ella es mi mejor amiga Mariam.

Ahora la recuerdo, es la misma chica de la foto que encontré en la maleta. Creo que no tengo nada de qué preocuparme pues Ahmed me dijo que era como su hermana.

Estiro mi mano esperando que Mariam la tome, pero no lo hace.

—Yo..., creo que debo irme —dice mirando a Ahmed—. Recordé que debo hacer algo.

Sale casi corriendo del lugar y antes de poder preguntarle a Ahmed que pasa, el abuelo habla.

—¿Puedo ir con ustedes? Necesito comprar algo.

Ahmed se ve algo consternado mientras su mirada no se aparta del lugar por donde salió Mariam.

—Claro, puede acompañarnos —digo al notar que Ahmed no va a responder.

«¿Qué le pasa a Ahmed?»

«¿Será que...? No, estoy pensando demasiado, Mariam es solo su amiga.»

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