La torre
Afuera de la residencia del señor Dracma, Oscar y Oya estaban cuidando a sus caballos, cepillando sus crines y trenzándolas para evitar que se ensuciaran. Al ver la puerta de la casa abrirse, los dos esperaron ver al enano emerger de sus interiores, cargando los vasos de limonada que les había prometido ir a buscar. Pero esto no fue lo único que trajo consigo de su ida a su residencia. Acompañándolo con pasos cortos y disparejos estaba Agatha, envuelta en gasas y curaciones.
De inmediato, Oscar se apartó de su corcel y corrió hacia ella, para abrazarla. Había estado extremadamente preocupado por su bienestar durante los últimos días, y dicho temor no se resumía apenas al posible quiebre del acuerdo que tenían. De verdad se importaba por la muchacha y no quería que falleciera a una edad tan temprana, luego de una aventura tan corta.
Oya se aproximó al dúo luego de acariciar a su caballo y también saludó a Agatha con la cordialidad y calidez que se merecía. Dracma, al entregarles sus vasos de limonada, se excusó de la conversación y se metió de nuevo adentro de su hogar, a seguir trabajando en sus pociones y elixires.
—¿Y entonces? —Agatha indagó, rascándose el cuero cabelludo y sacudiéndose la espesa melena—. ¿Qué pasó con el poblado al final de cuentas?
El dúo a su frente se tomó su tiempo en compartir con ella todas las noticias de las que se había perdido en su coma temporario, haciéndola sentarse sobre el pasto y reposar sus piernas mientras ellos hablaban.
Primero que todo, Niko se había convertido en el nuevo alcalde. Segundo, el cuerpo de Midas fue retirado de la mano congelada del troll, luego de horas de trabajo duro por parte de los enanos —que sabían como trabajar con minerales mejor que nadie, y lograron extraerlo de su cápsula de oro sólido sin dañar sus restos en el proceso—. Tercero, Vigario no había vuelto a atacar a Payraud, asumiendo que no tan solo el mandatario había muerto, sino también los forasteros que habían matado a su quimera. Cuarto, mientras Oscar exploraba los alrededores del poblado, había logrado encontrar a la torre donde la princesa Lily estaba siendo protegida.
—No me acerqué demasiado al lugar, porque está al otro lado del lago de Salmacis y porque estaba solo, sin armas ni otros medios de defensa, pero al menos ahora sé exactamente dónde está ubicada —el capitán informó, con una sonrisa orgullosa—. Y una vez te recuperes, podremos ir los dos allá, a derrotar al dragón y salvar a la princesa.
—¿Los dos?
—Sí, yo he estado pensando... —Él se rascó el cuello—. Después de lo que pasó con el troll, no quiero que vayas a enfrentar a ese dragón a solas. Es demasiado peligroso.
—Será más peligroso si vienes conmigo.
—Agatha...
—Ya oíste los rumores. El dragón no ataca a mujeres, solo a hombres. Estaré bien —la princesa comentó, con una sonrisa llena de confianza, que no hizo mucho para calmarlo—. Además, te necesitaré por aquí. Alguien tiene que planear el resto de nuevo viaje mientras yo estoy ocupada en la torre.
—Hablando de su viaje... —Oya cruzó los brazos—. ¿De verdad irán al puerto de Possadar?
—Esa es la idea —Agatha dijo.
—¿Puedo acompañarlos? Ustedes han defendido a mi pueblo, salvado a mi gente de tanto una quimera como un troll, y aunque no lograron salvar a mi esposo del último, sigo en deuda con ambos.
—No tienes deuda alguna...
—Ya la intenté convencer de eso, pero ella no me cree —Oscar comentó, un poco frustrado.
—Por favor... —Oya dio un paso adelante y los encaró con una expresión ligeramente angustiada—. Con Vigario a sueltas, no me sentiría bien si los dejara irse a la capital a solas. Es demasiado riesgoso. Y aunque no soy tan poderosa como mi marido, si tengo poderes mágicos propios. Puedo ayudarlos en su travesía, si llegan a herirse de nuevo y necesitan de una curación rápida y eficaz.
Agatha miró al capitán a su lado, preguntándole sin usar una sola palabra si de veras era sabio confiar en aquella mujer. Pero Oscar, con su expresión relajada, casi resignada, le hizo saber que no se sentía receloso por su presencia. Si ella quería ir, podía ir. No la detendría.
—De acuerdo... —Agatha suspiró—. Si quieres acompañarnos, pues entonces... hazlo —Se encogió de hombros—. ¿Por qué no?
Y así, un nuevo miembro se había sumado a su peligrosa y larga expedición. La misteriosa esposa del fallecido alcalde de Payraud, Oya.
---
Tres días después de despertarse y tener esta conversación con el dúo, Agatha se subió a su caballo, cargando sus provisiones y armas, vistiendo su armadura, y sintiéndose preparada para la acción. Sí, seguía un poco moreteada por la caída que había sufrido. Sí, sus niveles de energía no estaban muy elevados. Pero cuanto menos tiempo gastara rescatando a la princesa Lily y llevándola a Cerally, más tendría de sobra para buscar a su hermano.
Tenía que encontrar a Nathan, esa era su prioridad. Y si para lograrlo debía batallar contra un dragón estando tan débil como actualmente estaba, pues... haría el esfuerzo. Él se lo merecía.
Así que comenzó su viaje con el mentón en alto y la mente decidida. Y luego de un día y medio cabalgando por pastos secos, entre árboles titánicos, terrenos irregulares, secos y mojados, atravesando cualquier obstáculo con maestría, ella al fin alcanzó el Lago de Salmacis.
Y efectivamente, al otro lado de su resplandeciente superficie, iluminada por la luz de las estrellas y de la luna, encontró la infame torre donde la princesa Lily de Cerally había estado aprisionada, por años.
—Al fin... —suspiró, bajándose de su corcel y acercándose más al agua, para poder ver mejor a la imponente y legendaria construcción—, llegué.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro