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La Quimera - Parte 3

Oscar ayudó a Agatha a levantarse del suelo, así que logró recuperar suficiente coraje para moverse. Ella enseguida se sacudió el cabello y procedió a limpiarse la armadura, mientras el capitán se aproximaba a los restos de la quimera.

Él movió a la cabeza de león con la punta de su pie, ojeándola con una expresión indescifrable. Agatha, notando como su temor era reemplazado por una emoción que ella asumió era luto, se acercó a su colega, preocupada.

—¿Qué sucede, Oz? —lo llamó por un apodo que le había dado a unos pocos días atrás, mientras abandonaban el reino de Primus.

—Yo... —Él sacudió la cabeza—. Tengo que agradecerte... me salvaste de morir.

—No es necesario...

—Pero lo es —El capitán tragó saliva y la miró—. Y no solo por eso —Dio un paso hacia ella—. Sino por el hecho de que vengaste a mis padres.

La joven, confundida, inclinó a su cabeza a un lado.

—¿Tus padres?

—Ellos murieron en la guerra mágica, durante un ataque de Vigario a mi pueblo... —Oscar confesó, con lágrimas en los ojos y el labio inferior temblando—. Nuestra casa fue incendiada por una de sus quimeras, a las que él tenía como mascotas en la época. Yo tenía seis años.

—Por todos los dioses, eso es... terrible —Agatha arrugó su entrecejo, sintiéndose genuinamente mal por el capitán—. Lo siento por tu pérdida... ¡Y lo siento tanto por ti! Ningún niño jamás debe pasar por algo así.

El militar no se aguantó. En un gesto que la sorprendió tanto como le partió el corazón, él la abrazó, interrumpiendo su discurso antes de que empezara.

—Gracias —murmuró, con voz fina y húmeda—. Al menos ahora su memoria puede descansar... —Se apartó de la princesa luego de algunos segundos. 

—No hice nada que tú no hubieras hecho por mí... Aunque me alegra poder haberles traído justicia, al fin —Agatha le sonrió con cariño, recibiendo una mueca gentil y amistosa como respuesta.

Oscar también le dio unas palmaditas en el brazo y ambos decidieron, en silencio, terminar a aquella parte de la conversación por ahí. Era demasiado sentimental y dolorosa para tenerla de pie ahí, bajo un sol abrasador, sintiéndose agotados y deshidratados.

El capitán entonces, secándose las lágrimas que se escaparon de sus párpados con el reverso de su mano, caminó de vuelta hasta los restos de la quimera y se detuvo al frente de su cabeza cortada, volviendo a moverla con su pie para observarla.

La muchacha lo siguió con pasos lentos, recogió su espada del suelo y la devolvió a su vaina. Luego cruzó sus bazos e indagó:

—Y ahora... ¿qué hacemos con su cuerpo?

—¿Huh?

—Si Vigario realmente ha vuelto del umbral de la muerte, como los rumores lo afirman, no podemos dejar que descubra que una de sus mascotas fue ejecutada, o nos cazará a los dos por todos los reinos.

—Bueno... Si nos llevamos la cabeza con nosotros, solo parecerá un león muerto —Oscar la miró, buscando su aprobación.

Agatha, ampliando su sonrisa al ver que él tenía razón, asintió.

—Recógela.

El muchacho lo hizo con el entusiasmo de un niño pequeño agarrando a un juguete caro. Deslizó una mano debajo del cráneo y usó la otra para empuñar la melena ensangrentada, levantando la cabeza con una expresión orgullosa.

—Creo que deberíamos vender esto... Oí que los cuernos de quimera valen una fortuna en el mercado nigromante. Podríamos volvernos ricos con esta belleza.

—Tú haz lo que quieras con la cabeza, Oz. Es toda tuya. Pero antes de ir a cualquier mercado, tenemos que hacer una parada en Payraud y asegurarnos de que todos estén bien en la ciudad. Puede que esa criatura haya hecho algún daño por allá.

—Realmente eres una mujer de principios, Agatha. ¿Escoger el bienestar ajeno antes de riquezas propias? —él preguntó con un tono cómico—. ¿Segura de que eres una mera guerrera y no un Paladín?

—Aún me falta el aire de grandeza y el engreimiento necesario para ser uno —La joven sacudió la cabeza y se giró hacia la dirección del camino en donde habían dejado a sus caballos.

Los dos comenzaron a caminar y a alejarse de la caravana incendiada. Pero no se demoraron mucho en percibir que algo había cambiado desde su separación con los animales.

Porque si bien el corcel de Agatha seguía en el mismo lugar donde ella lo había dejado, esperando a su dueña con disciplinada obediencia, lo mismo no podía ser dicho del de Oscar.

—¡¿Dónde diablos pudo haberse ido ese maldito caballo?! ¡Estamos en el medio de la nada! ¡Y él siempre aguarda mi regreso! ¡Esto no hace sentido!

—Fue César —ella llegó a la conclusión con rapidez, teniendo que corregirse al segundo: — Digo, el príncipe César. Yo le dije que viniera aquí, recogiera una de mis pociones de sanación y la tomara mientras nos esperaba. Él sin duda debe haber entrado en pánico y robado tu caballo para escapar.

—¿Se habrá llevado tus provisiones también?

La muchacha, al llegar a su caballo, revisó su bolso.

—No, mis cosas siguen adentro. Solo se tomó la poción de cura, por suerte.

—Pero se llevó mis cosas.

—Sí...

Oscar gruñó, airado.

—¡Maldito mangurrián*!

—¡Tranquilo, hombre!... Lo encontraremos. No hay muchos lugares a los que puede haberse ido. Como tú mismo señalaste, estamos en el medio de la nada —ella gesticuló a sus alrededores—. La ciudad más cercana es Payraud. A lo mejor él fue allá a buscar ayuda. De verdad no tenía esperanzas en nosotros y creía que la quimera nos mataría.

El capitán bufó.

—Dale... puede que tengas razón. Eso es lógico. Pero, aun así... ¡era mi caballo!

—Lo sé...

—¡¿Ahora cómo se supone que llevemos esto?! — Sacudió a la cabeza cortada que sostenía.

Agatha, compadeciéndose de su frustración, guardó el broche de su hermano en la alforja derecha de su caballo y se quitó su capa azulada, para luego envolver al cráneo con la misma.

—Dame eso.

—¿Qué haces?

—Resuelvo otro problema —respondió y guardó al bulto en su bolso encantado, luego de forcejear un poco la cabeza para que pasara por su borde—. ¿Ves? Todo listo. Ya no tienes por qué entrar en pánico. Ahora vamos a Payraud, tú la vendes por un buen precio en el mercado nigromante, y te consigues un caballo nuevo. Eso es todo.

—Quiero matar a mi príncipe —Oscar se volvió a quejar—. Pero gracias... de nuevo.

Agatha soltó una risa corta y le dio unas palmaditas en el brazo, antes de subirse a su caballo y acomodarse en el sillín.

—¿Vienes? —le extendió su mano al capitán, quien con un exhalo cansado, asintió y la tomó, sentándose detrás de la princesa en el corcel—. Tranquilo, Oz... Vamos a recuperar tus cosas. Y piensa por el lado positivo, ¡al menos muerto no estás!

—Quisiera estarlo. Tengo arena hasta en mis ojos.

La princesa volvió a reírse y sacudió la cabeza. 

—Idiota.


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Nota de la autora: Lo mismo de los capítulos anteriores... Paneles viejos abajo...


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