El Capitán Oscar
Abandonar Primus por la noche pudo haber sido su única forma de huir del castillo sin que los guardias de sus padres la atraparan, pero sin duda alguna no fue la opción más segura de todas.
Lobos corrían bajo la nieve que caía en el bosque de Sneachtaheim, rugidos de animales aún más peligrosos se oían en la distancia, las temperaturas no paraban de bajar y el cruce por la blanca y seca vegetación del área era difícil.
Agatha debería haber usado algunas de las monedas que Mark le había dado para hospedarse en Mainburh —la ciudad más grande del Reino de Primus, que estaba básicamente pegada a las murallas del castillo—, pero ella decidió que hacerlo sería muy arriesgado. Por eso, cabalgó hacia el bosque de Sneachtaheim, que era parte de la "Freiesland" o "Tierra Libre".
Este término se ocupaba para describir a ciertas florestas, pantanos, desiertos y cadenas montañosas que separaban a los siete reinos. Se llamaba así porque era un espacio dónde las criaturas mágicas, racionales e irracionales, podían ser libres de vivir en paz, lejos de los humanos.
La Tierra Libre fue creada como un concepto después de la Gran Guerra Mágica —un conflicto de los siete reinos con el temible hechicero Vigario de Candorra—.
Él solía ser un partidario de la lucha de las criaturas mágicas por su libertad y dignidad, pero en algún momento de la historia, por motivos que Agatha desconocía, había traicionado a las mismas y declarado la guerra en contra de todas las monarquías, queriendo que los brujos (en aquella época considerados parte de una raza inferior a la humana) se convirtieran en los líderes de todo el continente, gobernando a cualquier ser y entidad con amplios poderes.
Vigario era el mismo hechicero que había asesinado a la madre de la princesa Lily de Cerally, y puesto una maldición sobre la joven, quien en la época aún era un bebé recién nacido. Él fue derrotado aquella mismísima noche por otra hechicera, Valeriana de Ambrosios, pero los detalles del conflicto nunca fueron compartidos por la familia real.
Lo único que se sabía era que la princesa ahora estaba viviendo en una torre, protegida por la bruja en cuestión y un supuesto dragón, y que la única manera de romper su maldición era con un "beso de amor verdadero".
Según una profecía que existía al respecto de Lily, solo el caballero que lograra vencer a todas las pruebas dispuestas por el Rey de Cerally lograría ser el indicado para curarla.
Pero, en fin. Agatha no entendía muy bien de esas cosas. Y tampoco era como si le importara mucho averiguarlo. Romper a la maldición era una labor del sexo opuesto, ella solo tenía que ir a encontrar al torpe de su hermano, y esperar que siguiera vivo, para que él lo hiciera en su lugar.
Y para lograr esto, no podía morir de hipotermia. Así que tenía que encontrar refugio, y rápido. Porque, aunque apreciara la tienda de campaña regala por Mark, dudaba que la misma sería capaz de resistir a los kilos de nieve que caían sobre su cabeza.
Por eso, sacó un mapa y decidió irse al pueblo libre más cercano: El Álfarstadt —o ciudad de los Elfos—.
La urbe estaba construida alrededor de un tiránico árbol de Hyperbois, cuyas ramas eran capaces de cortar las nubes. Las casas y negocios estaban conectadas por escaleras y plataformas, y serpenteaban por su tronco hasta llegar a la copa.
Todo estaba iluminado por cristales y hongos bioluminiscentes. En medio a la oscuridad terrorífica del bosque, era un enorme rayo de esperanza para los viajeros.
Así que se aproximó a la escalera de entrada a la ciudad, vio a un elfo bajando por los peldaños. El ser era altísimo, de unos dos metros y medio de altura, poseía una piel rosada, cabellos largos, gruesos y verdes, con increíbles trenzados, los ojos negros y las orejas puntiagudas.
Agatha reconoció al sujeto que bajaba en cuestión por su ropa; un uniforme militar celeste, con detalles en fucsia, que llamaba la atención por su combinación de colores extraña.
Solo el König del Álfarstadt —el Rey de los elfos—, lo usaba.
—Agatha de Primus. Es un honor que nos venga a visitar. La estaba esperando.
—¿Y cómo sabe usted que venía aquí? —ella indagó con cierta desconfianza.
—Soy un elfo, y los elfos lo sabemos todo —él comentó, pero al ver que la joven solo se ponía más nerviosa, hizo un gesto con su mano y se rio—. Es una broma, su alteza. Existen espejos de observación en el bosque. Mis guardias me avisaron que usted estaba cruzando la nieve a solas, y me indicaron que tal vez podría venir aquí. Por lo que bajé de mi palacio a recibirla.
—Ah. Eso... hace más sentido.
—Asumo que debe tener hambre y frío, así que la invito a que pase al Schutz, nuestro hotel para viajeros. La estadía es gratuita, no se preocupe.
—Muchas gracias —ella intentó relajar su postura.
—Déjeme adivinar. Me preguntará sobre su hermano.
—Sí, de hecho. Pero ¿cómo?...
—Los elfos podemos leer mentes, su alteza. Y eso sí no es una broma.
La joven ya sabía de este detalle, pero recordarlo la hizo sentirse nuevamente incómoda.
—Pues entonces... ¿Lo han visto por aquí?
—Sí, hace meses. Pero no sabemos dónde él está ahora. Lo único que me acuerdo es que dijo que iría al rescate de la princesa Lily de Cerally.
—¿Y tiene usted idea de cuál ruta siguió para llegar a la torre en donde ella vive?
—Bueno, los rumores dicen que la torre se ubica cerca de un lago, de un bosque y una ciudad. Así que pienso que puede estar entre el área de la villa Sauvignon y el lago de Salmacis. Para llegar allá, tendría que atravesar el reino de Candorra y hacer unas paradas en unos cuantos pueblos más, en un viaje de más o menos dos semanas. Para economizar tiempo, supongo que él habría escogido la Ruta del Hombre Muerto. Pero no lo sé. Él no me dijo nada y tampoco tenía una decisión firme en su mente cuando salió de aquí.
—Entiendo —ella suspiró, frustrada—. Y gracias por la información, se aprecia.
—De nada, su alteza. Ahora déjeme encargarme de llevar a su caballo a nuestro establo, y usted vaya a descansar al Schutz. Tendrá un viaje largo por delante.
—Muchísimas gracias, König —ella le hizo una reverencia educada y le entregó las riendas del animal, luego de hacerle un poco de cariño a su pelaje.
El Rey, con una sonrisa amable, se apartó de Agatha y desapareció en unas construcciones a su derecha. A solas, ella miró a las escaleras y respiró hondo.
—Okay... — Se frotó las manos—. Hagámoslo.
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El desplazo hasta el Schutz, el hotel para viajeros, fue largo. Ella tuvo que detenerse varias veces para recuperar su aliento y descansar sus piernas, porque la estructura estaba ubicada en una parte bastante alta de la ciudad vertical. En su camino vio a más elfos, trabajando y conversando pese a la tardía hora de la madrugada, e incluso se chocó con algunos humanos, que bebían o conversaban entre ellos, envueltos en cobijas de lana para soportar el viento polar.
La mayor parte de los últimos eran soldados y mercaderes —no tan solo de Primus como de los reinos vecinos—, que estaban apenas de paso por ahí.
Por suerte, Agatha no reconoció a ninguno, y ninguno la reconoció a ella. Usando su capa azulada, la armadura regalada por Mark, y con una bufanda ocultando su rostro, logró pasar desapercibida por los militares y meterse al Schutz.
En la planta baja del hotel existía un bar, cuyo dueño era un forastero que se había asentado en el Álfarstadt unos años después de la guerra mágica; un fauno llamado Alfrey. El hombre desde aquellas épocas trabajaba en la barra, sirviéndole cervezas, vinos, destilados y pócimas a los visitantes, por un puñado de coronas.
El hospedaje en el Álfarstadt era gratuito, sí, y era ofrecido por el propio Rey de los elfos. Pero todo lo demás, como en una sociedad común y corriente, tenía un precio.
Agatha ya traía comida consigo, por lo que su plan inmediato era encontrar a un espacio seguro dónde dormir, lejos del bar.
Pero al llegar a la puerta, escuchó una conversación que la hizo querer quedarse en la planta baja:
—Es noble su deseo de ir al sur y rescatar a la princesa, capitán. Pero debo insistirle que no lo haga. Vigario, el hechicero nigromante, fue avistado en Candorra. Vivo.
—¿No que la bruja Valeriana lo había matado?
—Al parecer los rumores se equivocaron —el fauno le dijo a un hombre de cabellera y patillas color castaña, que estaba sentado a su frente.
El desconocido sostenía una cerveza a medio beber en su mano. Tenía al cuerpo cubierto por una armadura un poco desgastada y vieja. Pero fueron los múltiples detalles en dorado de la misma que permitieron a Agatha identificar de dónde provenía el sujeto; Calavaris. Los calavarianos adoraban al oro.
—No sería la primera vez que se equivocan.
—Es cierto. Pero el avistamiento de Vigario no fue un rumor como cualquier otro —Alfrey se inclinó adelante—. Él dejó varios muertos a su paso. Fue visto. Y además destrozó a una tienda de pociones, llevándose el libro de recetas. Para qué, solo los Dioses sabrán decirlo. Pero, insisto, su reaparación es preocupante. Él está planeando algo. Y le recuerdo que fue ese infeliz quien mató a la madre de la princesa Lily, la Reina de Cerally.
—Sí, lo sé... —el capitán bebió un sorbo de su cerveza.
—Pues si lo sabe, regrese a su reino mientras aún puede. Yo he sobrevivido a la Gran Guerra Mágica, capitán. Sé de lo que hablo cuando digo que Vigario es un ser sin piedad. Tortura a inocentes con una sonrisa en el rostro. Mata a personas por placer. Es un monstruo.
—Lo tengo claro, Alfrey... mis padres fueron asesinados por él —el militar afirmó, con una mueca triste—. Pero soy un soldado más. Cumplo órdenes, y no puedo volver atrás. Me aterra la travesía, pero debo cumplir mi misión, o seré rebajado. Aunque muera en el intento debo vencer al supuesto dragón, rescatar a la princesa de la torre... y llevarla de vuelta a Calavaris para que el príncipe César pueda cortejarla.
—Tu plan solo tiene una gran falla, muchacho. Valeriana de Ambrosios, la bruja que protege a la princesa desde el día de la muerte de su madre, no deja que hombres se acerquen a la torre. ¿Por qué crees que puso a su dragón ahí para cuidarla?
—¿El dragón existe?
—Oh, sí... Yo ya lo vi, durante la Gran Guerra.
—¿Y cómo era?
—Un animal enorme, de alas moradas, con dagas por dientes, que escupía un fuego azul capaz de incinerar a caravanas enteras de soldados.
El capitán, viéndose asustado, cerró los ojos y ocultó su rostro detrás de su mano.
—Voy a morir.
—Tal vez no — Agatha decidió anunciar su presencia en ese entonces, caminando hacia los hombres con la espalda recta y el pecho inflado.
—¿Y tú quién eres? —el militar preguntó con una mezcla de desinterés y desanimo.
—Alguien que tiene una propuesta por hacerle, y que le interesará bastante —ella se sentó en el taburete al frente del capitán y sacó unas monedas del bolsillo de su pantalón. Enseguida, miró al fauno—. ¿Qué puedo conseguirme con esto?
—Vino azul, whiskey de fuego, elixir de mandrágora...
—El elixir, por favor.
—A la orden —Alfrey recogió las coronas y se volteó a prepararle a la recién llegada su pedido.
—Pues bien... ¿Qué "propuesta" me quieres hacer? —el capitán indagó, bebiendo más cerveza.
—Corríjame si me equivoco, pero usted necesita rescatar a la princesa Lily de la torre, ¿cierto?
—Sí...
—Pero le tiene miedo al dragón.
—¿Quién no le tendría?
—Yo —Agatha sonrió y el soltó una risa incrédula, luego de ojearla con una expresión confundida.
—Excelente, ya no me basta estar en la miseria, ahora tengo que convivir con gente demente...
—No estoy loca, y hablo en serio.
—¿Y por qué me ayudarías con eso?
—Pues, ahí entra la propuesta —Ella se inclinó adelante—. Mi hermano fue uno de los caballeros enviados a rescatar a la princesa Lily. Uno de los que jamás volvió. Yo tengo el presentimiento de que él sigue vivo, porque nunca recuperamos su cuerpo, así que quiero ir a encontrarlo. Pero sé que no podré hacerlo sola. Necesito de apoyo en mi misión. Así que... —Se encogió de hombros—. Podríamos aliarnos. Yo te ayudo a rescatar a la princesa y tú me ayudas a hallar a mi hermano.
—¿Y cómo estás segura de que podrías hacer todo eso? ¿Encontrar a tu hermano, confrontar al dragón?...
—Porque ya serví al ejército de Primus por años y estoy casi volviéndome una de sus generales. Hablo siete idiomas. Sé luchar con espadas, hachas, dagas, manoplas, alabardas, mazas, arcos y flechas, ballestas... He estudiado a fondo el catálogo de Criaturas Mágicas de Wilfred Wolfrane y tengo una especialización en zoología. Soy apta para la tarea.
—Además, es una mujer —Alfrey señaló mientras le entregaba a ella su vaso—. Dicen que el dragón de Valeriana no ataca a mujeres.
—Porque debe ser hembra —Agatha señaló—. Ciertas especies de dragones solo atacan a algunos géneros en particular. Los Ruadhmisos, por ejemplo, son el caso contrario. Solo matan a mujeres.
—¿Y por qué?
—Los eruditos dicen que puede ser porque detectan a las feromonas humanas como amenazas para su bienestar. Pero no se sabe aún con certeza si eso es cierto o no, es solo una teoría —la muchacha respondió sin ni siquiera pensarlo.
—Yo no tenía idea de eso —El capitán abrió los ojos y alzó las cejas—. ¿Sabes si dice la verdad, Alfrey?
—Lo hace —el fauno sonrió—. Los dragones se guían por el olfato. Y creo que deberías aceptar su oferta. Dado su nivel de conocimiento, ella tiene más probabilidades de sobrevivir al dragón que tú.
El de cabellos castaños movió sus ojos del barman a la desconocida que tenía al lado un par de veces. Bebió más cerveza, mientras contemplaba sus opciones. Pasó unos segundos en silencio, con una expresión agobiada en la cara. Hasta que finalmente dijo:
—De acuerdo —Suspiró—. Acepto su propuesta.
La joven, entusiasmada y feliz por su logro, golpeó al aire con su puño antes de agarrar a su vaso y ofrecerle al capitán un brindis.
—Un placer. Me llamo Agatha.
El muchacho a su frente, chocando su cerveza con el elixir, asintió.
—Yo soy Oscar. Oscar de Calavaris. Y el placer es mío.
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