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De compras

Después de ir con Niko al banco e intercambiar su lingote por una bolsa de coronas —la moneda estándar de los siete reinos—, Oscar y Agatha se fueron solos a una tienda de pociones y le vendieron la cabeza de la Quimera al alquimista al otro lado del mesón, aumentando considerablemente su fortuna. Usaron parte de su efectivo para guardar el caballo de la princesa en la casa de postas local, y para comprar un corcel nuevo para el capitán.

—¡¿Viste?! ¡Te dije que podríamos solucionarlo todo! —Agatha sonrió y le dio un empujoncito a su amigo mientras salían del establo—. Pero, ¿y ahora qué? ¿Qué harás con tus riquezas?

—Nuestras riquezas, quieres decir —Oscar la corrigió, comenzando a caminar por la acera—. Ya tengo algunas ideas en mente —la abrazó de lado, mientras seguían moviéndose—. Una de ellas incluye comprarnos unas ropas nuevas y caras.

—¿Para qué?

—Necesitaremos atuendos para cuando vayamos a visitar el Rey de Cerally, claro.

—¿El Rey? —La muchacha alzó una ceja—. ¿En qué momento iremos a ver al Rey?

El capitán la miró por un instante y respondió:

—Cambié de opinión respecto al destino de la princesa Lily.

—¿De qué hablas?

—Pues, se supone que la tengo que llevar al príncipe César, para que él la enamore y le rompa la maldición, ya sabes...

—Sí.

—Pero no creo que él es el indicado.

—¿Lo dices porque él te robó el caballo? —Agatha soltó una risa que solo era parcialmente cómica.

—Lo digo porque se fue sin intentar ayudarnos. No se importó por nuestras vidas. Nos dejó a merced de la Quimera. Nos puso en peligro.

—¿Y entonces qué harás? ¿Cuál es el punto de rescatar a la princesa ahora?

—Tu hermano.

—¿Huh?

—Nathan — Oscar respondió, con una seguridad que tomó a la chica desprevenida—. Por lo que me has contado él es amable, considerado, inteligente, y tiene un carácter noble. Además, si tiene tan solo la mitad de la valentía que tú, ya es un buen candidato para romper a la maldición a la princesa.

—Me halagas Oz, pero... ¿qué exactamente propones? —Agatha indagó, alzando una ceja.

—Sacar a la princesa de la torre y llevarla ante el Rey de Cerally. Con su rescate realizado y parte de la profecía completada, pedir la ayuda del Rey en cuestión para encontrar a Nathan. Y entonces, una vez los dos estén sanos y salvos, rogarle a los astros para que se enamoren... ¿No me dijiste que ese era su plan inicial? ¿Salvarla y desposarla con el permiso de su padre?

—Lo era.

—Pues entonces. Hay que seguirlo. Porque de veras no quiero tener que entregar a la princesa a mi príncipe; él es un patán.

—Bueno... sí —la pelirroja concedió, entendiendo dicha acusación mejor que nadie, considerando lo bien que conocía a César.

—Y es por eso que quiero atuendos nuevos. Y hablando de ello... —Oscar se detuvo al frente de una boutique—. Mira esa casaca azul de ahí. Se vería excelente en ti.

—¿En mí?

—Claro; el azul es parte de la bandera de tu reino, ¿no?

—Sí...

—Entonces vamos de compras.

—Oz, es una casaca para hombres.

—¿Y? ¿No me dijiste que detestas los vestidos?

—Lo hago, pero si vamos a ver al Rey de Cerally...

—Aquí no son tan conservadores como en tu reino, Ags. Puedes usar lo que quieras usar y nadie estará ni ahí.

—Pero...

—¡Vamos! ¡Venciste a una Quimera hoy! ¿Y le tienes miedo a una tienda de ropa? —él exclamó, entusiasmado.

—¡Ya, ya! —la joven se rio de su comportamiento alocado—. ¡Me convenciste! Nos vamos de compras.

Oscar, soltando un grito celebratorio, agarró a Agatha del brazo y la llevó adentro. Ya que ella aún se sentía bastante insegura por lo que estaban haciendo, decidió subirle los ánimos probando una cantidad absurda de trajes pomposos, llamativos, de colores chillones y cortes ridículos. Cada nuevo traje la hizo ser más y más incapaz de contener sus carcajadas, y al final tuvo que ocultar su rostro detrás de sus manos, para esconder también su cómica expresión de desdén y vergüenza.

Eventualmente, el capitán decidió tenerle piedad y detuvo su sufrimiento. Se probó un traje digno de su título, con un corte adecuado para su silueta. Era rojizo, poseía charreteras doradas sobre los hombros, y solapas de igual color.

—¡Ese es! —Agatha exclamó, aliviada—. ¡No quiero ver a nada más! ¡Ese vas a escoger!

—¿De verdad me veo tan bien así?

—¡Como un noble! ¡Sí! —ella insistió, genuinamente impresionada por lo bien que se veía su amigo.

—Okay, me lo llevo... —Caminó al probador—. Ahora es tu turno —Añadió al cerrar la cortina, y la muchacha de pronto se volvió a sentir igual de nerviosa que a algunos minutos atrás.

En su mente, ella se recordó de las incontables veces en las que su madre la había regañado por no usar las faldas y vestidos esperados de las mujeres de Primus. En especial se acordó de la ocasión en que la reina le había dado una "paliza educativa", con la esperanza de que ella "corrigiera sus gustos desvirtuados". Nathan se había metido en la discusión y la había salvado del cinturón de su madre, pero no llegó a tiempo de evitar que Agatha se llevara algunos azotes en los brazos y piernas.

—¿Ags? — Oscar, quien al parecer le había estado hablando por los últimos tres minutos sin lograr llamar su atención, puso una mano sobre su hombro y la hizo dar un pequeño salto hacia atrás—. ¿Estás bien?

—Sí... —Ella se levantó—. Tú s-siéntate, yo... —Sacudió la cabeza—. Iré a ver qué me queda o no bien.

—Te dejé una sugerencia del sastre adentro del probador. Creo que te gustará.

—Gracias —La chica le dio una sonrisa entristecida, unas palmaditas en el brazo, y se marchó con apuro al vestidor.

El capitán, preocupado, se acomodó en el sillón y frunció el ceño, sin entender por qué de pronto ella se veía tan devastada. Decidió no hacerle preguntas al respecto en todo caso, para no empeorar su malestar. Lo que sí hizo fue esperar a que ella abriera la cortina y le mostrara su nuevo atuendo, que consistía en una casaca militar azul, similar a una levita, con detalles en plata. Y al verla le entregó una expresión alegre, entusiasmada, y soltó un silbido altísimo.

—¡Cuánto estilo, Agatha de Primus!

Ella se rio, abochornada por su cumplido, y giró sobre sus talones para enseñarle el resto de sus prendas.

—¿De verdad crees que me veo bien?

—¡Fantástica! ¡Quisiera que mi traje me quedara así de bien, wow!

—¿Me lo llevo entonces? —la joven metió sus manos en los bolsillos de su pantalón.

—¡Definitivamente, sí!

Ella extendió un poco su sonrisa, volviéndose aún más roja, y se giró hacia el espejo más cercano. Al ver su reflejo, se convenció.

Lo compraría.


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Nota de la autora:

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