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Mira lo que encontré:
Sigilosamente, como el Zorro que El Principito domesticó,
apareciste ante mí sin que me percatara de tus pisadas.
Yo era la presa perfecta sentada en aquella grada.
Desmenucemos pieza a pieza esos fantasmas.
Estaba leyendo ese libro
y tú dijiste que éramos amigos.
Pero hablo de cazadores y presas.
Los sabíamos que estaba desesperada.
Quizá, con la distancia, logremos erradicar cada palabra pronunciada.
Probablemente el olvido reducirá a cenizas nuestro destino,
pero somos tan obstinados que sería una vileza para nosotros permitirlo.
¿Por qué creí que seríamos extraordinarios?
Solo fuimos dos tontos jugando a ser inmortales
y siempre estuvimos destinados a ser fugaces.
Llevaba un control minucioso de mi vida,
pero he dejado este registro con una exánime salida.
No hay largas entradas en próximas páginas difuminadas,
tampoco un contador de lecciones, segundos y palabras.
Abandoné mi diario, mis novelas e intentos de poemas.
Pensé que, en lugar de escribirlo, podía vivirlo.
Podríamos haber sido un bestseller,
pero acabamos en el fondo del basurero.
Puedes echarte a llorar en pleno domingo
o viendo una película de Quentin Tarantino.
Quizás una Maruchan podría acompañarte,
por ende, cada vez que las vea, he de recordarte.
¿Puedes evocar las paradas en el Oxxo o las dudas sobre la impresora?
Mi racionalidad y lógica todavía me siguen gritando: ¡Traidora!
Intenté ir a los Seven Eleven,
pero siempre vuelvo a los sitios de rojo y amarillo.
Hasta me dieron una tarjeta de puntos.
Los canjearía por ver de nuevo a aquel par de chiquillos.
A veces recuerdo que en el fondo nos tuvimos cariño
y es extraño saber que ahora jamás podremos volver a ser amigos.
Buena suerte, niño.
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