Te hablaría de mí,
de lo que he hecho
y los libros que leí
durante este tiempo.

Pero sabes bien porqué no puedo hacerlo.
La desconfianza y el recelo
es lo único que queda
de aquella amistad turbulenta.

Tampoco quiero escuchar de ti.
Ahora tienes la edad que tenía cuando te conocí
y una herida parecida,
¿ves la salida?

Yo te recuerdo a ti,
emergiendo de algún lugar que no vi,
caminando entre el frío decembrino
y ofreciéndome tus brazos para hundirme ahí.

A pesar de todo, te lo agradezco.
Me estaba ahogando,
los pulmones me ardían
y las alturas no me asustaban.
Estaba lista para decirle adiós a la vida.

A eso le siguieron tus chistes,
tus cuentos o secretos,
después tus sueños
y por último,
un cuchillo atravesando mi pecho.

Literalmente no podrías hacerlo,
te crees demasiado bueno.
Pero figurativamente, yo te di todos los medios
y tú los usaste a tu antojo.

Si no hubiera estado tan rota,
habría podido verlo.
Pero eras mi salvador,
el que me hizo reír en un momento de desesperación.
Así que no importaba lo que dijeras,
yo te creería ciegamente,
si negabas cualquier afrenta.

Te creí y aún no sé si de verdad me arrepentí.
O si, el enojo no le hubiera cegado, tal vez te habría perdonado.

La pandemia  obligó a miles de millones de personas,
a quedarse en casa para guardar las distancias.
A veces me preguntó que habría sido de mí
durante ese tiempo
si el mundo no se hubiera detenido. 
De una forma u otra siento que me salvó
de caer en las manos de un potencial manipulador.
¿Eso fuiste, eres o serás?
Hace cinco años que dejé de buscar tu verdad.