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Lo primero que voy a aclarar
es que no te quería de esa forma.
Te lo dije, no sé amar estando rota.
Tampoco eras mi tipo.
A mí me gustan los deportistas
y tus ilusiones eran ser un artista.
Basas tus palabras en la suposición más banal que puede haber
y en lo que tu ego te hizo ver.
Te repito nuevamente lo que deseaba de ti,
espero que no lo vayas a sustituir
con esas palabras obscenas que me dedicas al verme partir.
Quería que fueras tu mejor versión,
ayudarte a ser el chico ideal
y convertirte en lo que yo no podría ser.
Te quería dar las oportunidades
que a mí se me negarían por ser mujer.
¿Acaso no querías lo mismo?
Por eso me hablabas de sueños inalcanzables,
de metas fugaces
y del miedo a caer en un abismo.
«Si tuvieras los medios,
¿no apoyarías a un amigo?»
¿Esa era mi única funcionalidad?
¿En eso basaste tu amistad?
La insistencia tenía que ser natural.
Si jugabas bien, lo podrías obtener.
Creo que después de todo,
sí te interesan los juegos.
Ahí la que se equivocó fui yo.
¿No me jactaba de amar el fútbol?
Pues la jugada no pude descifrar
y el marcador se inclinó a tu favor.
Hoy sigues hablando de mí.
Me acusas de no haber estado para ti.
Hablas de perdón y acerca de Dios,
pero eres incapaz de seguir tu propia oración.
Yo ni siquiera recuerdo la forma correcta de escribir tu nombre,
así que créeme, no pierdo mi tiempo
formulando maldiciones.
Y esto quizá sea un golpe bajo,
pero ¿cuántos no me has dado?
¿Te has parado a pensar que lo sucedido
no es más que el precio que pagas
por el daño infligido?
A mí en la vida no me ha ido tan mal,
me esforcé por mantener un bajo perfil
y no destaco ni sobresalgo.
Eso te va mejor a ti.
Tú querías tu foto en un panorámico
y tu nombre en letras brillantes.
Planeabas ser el nuevo Bon Jovi
y tus covers eran especiales.
«Tengo talento,
pero no dinero».
Bueno, pues yo tengo miedo.
He desperdiciado el potencial
y el talento del que todos hablaban.
La verdad es que me gusta estar lejos de las cámaras.
Tú, por el contrario, las amas.
Sigues sonriendo ante los micrófonos
y usas el mismo gesto que te enseñé en el espejo de mi cartera un lunes por la mañana.
En esos días todavía nos creíamos «amigos»
e hicimos un par de promesas huecas
que ninguno de los dos cumplimos.
Por cierto, ¿aún sigues contando que te bloqueé?
Te recuerdo que fuiste tú quien me eliminó de sus contactos,
así que deja de cortar el árbol.
Soy experta en menospreciarme,
así que en eso no vas a ganarme.
Llévale tu actitud infantil a alguien más.
Yo no soy maestra de preescolar.
Llevo cinco años sin pensarte
o hablar de ti,
te enterré y hoy vuelvo a desempolvarte
con un único objetivo.
Te guste o no
tengo derecho a defenderme
y tienes suerte de que sea mujer
o tal vez ese sea mi fuerte,
¿estás dispuesto a pegarme?
Te advierto que tengo un bate de metal,
unas cuchillas oxidadas
y algunas palas.
También se cavar.
Me gusta la jardinería,
fue una buena manera de controlar mis dolencias.
Pero esas no son las cosas que te interesan.
Solo te fijas en mis pasos cuando necesitas un favor.
Quieres saber por dónde voy,
a quién le habló de nuestra antigua conexión.
Pero a nadie le digo que alguna vez coincidimos.
Eso te lo dejó a ti.
Eres el amo del relato.
¿Todavía soy la idiota ofrecida?
¿O ya me cambiaste el nombre?
Déjame recordarte que esa idiota
te abrazó cuando nadie te escuchaba.
Fui yo la que sujetó tus manos mientras temblaban
y te puse donde deseabas.
Nadie sabía tu nombre hasta que te puse a mi lado en la radio.
Nadie habría puesto a un tartamudo tras el micrófono.
Nadie con mi trayectoria te habría tendido la mano.
Solo yo con mi complejo salvador
y el fantasma de mi hermano asomándose tras tus ojos.
Tonto, ¿no?
Si algo le gana a mi amor por los deportistas,
son los chicos dañados, rotos y abandonados.
Mi cariño por ti era pura compasión.
Ahora ni siquiera siento repulsión.
No me provocas nada,
pero a veces tu nombre aparece junto a la palabra «venganza».
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