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Capítulo 5.

Layla Adams

Termino de atusarme el pelo tras aplicarme un poco de espuma para mantener los rizos en las puntas, y acto seguido me pongo los tacones color plata, que combinan con mi sutil vestido rojo.

Desciendo las escaleras de mi chalet y cojo mi bolso plata, a juego con los zapatos. Avanzo hasta el exterior donde me espera un taxi y me acomodo en el asiento del copiloto. El taxista me observa de arriba a abajo y procuro taparme. No soporto a los hombres babosos.

Minutos después, estaciona frente a una de las discotecas más famosas de la ciudad: Watergate. Es un club a orillas del río Spree con una gran reputación berlinense, en el que se puede disfrutar de grandes espectáculos lumínicos y cuando hace buen tiempo, de una gran terraza flotante a merced del río.

Me bajo del vehículo tras pagar y contoneo las caderas hasta llegar a la puerta de entrada. Una vez allí, un portero bastante alto y corpulento pero verdaderamente atractivo, me observa de pies a cabeza.

—Señorita Adams, un gusto verla de nuevo —dice con una amplia sonrisa pícara.

—Gracias —contesto coqueta— ¿puedo pasar?

—Claro, para la más bella de Alemania siempre hay un pase especial.

—Le agradezco el halago, es usted todo un caballero —añado sonriendo.

Me cede el paso tras quitar la cuerda roja que tiene tras él y sonrío al pasar. Me adentro entre la multitud hasta llegar a la barra y allí me siento en una de las butacas. Rápidamente se aproxima un camarero joven a atenderme y sonrío dulce.

—¿Qué te pongo, preciosa?

—Un vodka con hielo, guapo.

Mientras espero a que me sirva, observo a mi alrededor y la mayoría de hombres posan sus miradas sobre mi figura. Vuelvo a girarme hacia la barra cuando escucho la voz del camarero y le sonrío con picardía.

—Cualquier cosa que necesite, puede contar conmigo, bella dama. Estoy a su entera disposición.

—Bueno saberlo —digo dándole un suave trago a mi copa.

La coloco sobre la barra y con mis dedos acaricio el contorno circular. Varios hombres tocan mi hombro o deslizan sus manos por mi cintura para pedirme un baile, pero les indico que espero a alguien, a pesar de ser mentira. Ninguno es lo suficientemente atractivo para mí, salvo el camarero. Moreno de ojos claros. Un bombón en toda regla.

—Señorita Adams, ¿qué hace usted en un lugar como este? —la voz ronca que desprende dichas palabras me recuerda a quien menos debería: al novato.

Me pongo en pie y giro sobre mis talones para observarle. Y efectivamente, es él. Luce una amplia sonrisa junto a unos jeans ceñidos a sus piernas y una camisa de botones. Muerdo mi labio inconscientemente pero despierto del encantamiento al instante. Bebo de mi copa bajo su atenta mirada y este se acomoda en la butaca de al lado.

—Un whisky doble, por favor —le pide al mismo camarero que me ha atendido anteriormente.

Este último me guiña el ojo y el novato se percata de ello con rapidez. Me observa por el rabillo del ojo mientras doy leves sorbos a mi vodka.

—Está jodidamente hermosa con ese vestido —añade mordiéndose el labio, queriendo provocarme.

—No eres el único que me lo dice —mascullo seria.

—Todo hombre con buen gusto se fijaría en usted. Su belleza salta a la vista —halaga de nuevo.

—Gracias, pero aquí y en Pekín sigo siendo su jefa, así que le pido que me trate como tal.

Él suelta una carcajada y ruedo los ojos cruzándome de brazos.

—No estamos trabajando, Adams. Déjese llevar.

Muerdo mi labio nerviosa y me acerco a él con picardía. Me coloco entre sus piernas y deslizo mis uñas suavemente por su cuello. Acerco mis labios a él y rozo su piel sutilmente, consiguiendo que su respiración se agite. Coloca sus manos en mi cintura pero viajan velozmente hasta mi trasero.

—No tolero que me den órdenes —murmuro en su oído, mordiendo el lóbulo.

—¿Por qué no dejamos el trabajo a un lado y nos dejamos de tonterías? Nada de órdenes, tan sólo dejémonos llevar por el deseo.

En este momento, mis cinco sentidos se nublan. Agarro su brazo con fuerza y tiro de él hacia el baño de mujeres. Sus labios se unen a los míos con ferocidad mientras que nuestras manos buscan el contacto, piel con piel.

Nos adentramos en uno de los habitáculos mientras la lujuria se intensifica cada segundo que pasa. Sus manos viajan de golpe hasta mis piernas y las palpa con gusto mientras las desliza de abajo a arriba. Las introduce bajo el vestido y muerdo mi labio cuando sus dedos rozan la fina tela que cubre mi intimidad. Juega con ella calentándome y de un fugaz movimiento, introduce sus dedos en mí haciendo que un leve gemido se escape de mis labios.

Me besa con fuerza y posesión mientras que mis manos viajan por su torso casi al descubierto, pues he desabotonado su camisa. La excitación crece cuando sus dedos rozan mi clítoris y juega con él avasallándome. Desciende sus manos por mis piernas y me indica que coloque una de ellas sobre su hombro, tras deshacerse de mi fino tanga negro.

Rápidamente, sus labios chocan con mi sexo y su lengua se abre paso entre mis labios inferiores. Busca mi clítoris y lo succiona produciéndome un placer extremo. Coloco mi mano sobre su cabeza y le impulso a seguir con su juego, que se acrecenta con mayor intensidad hasta que llego al climax.

—Dios nena, estás deliciosa —halaga poniéndose en pie.

Sus labios impactan con los míos mientras que mis manos bajan hasta su miembro. Desabrocho el pantalón e introduzco mi mano en su bóxer, buscando lo que necesito. Asciendo y desciendo la mano sobre su miembro, y él cierra los ojos soltando leves gemidos que atrapo con mis labios.

—Joder...

Me detengo y sonrío con picardía. Lo aparto de mi cuerpo y recojo mi tanga del suelo. Agarro su mano y lo coloco en ella.

—Todo un placer, Oviedo.

Salgo escopetada del baño bajo los improperios de Jesús y río a carcajadas. Me pide que vuelva para concluir lo que he empezado pero huyo del local antes de que acuda en mi busca. Al salir, veo al joven de antes acercarse a mí con decisión.

—¿Te llevo? —pregunta dulce.

—Te lo agradecería, un loco me persigue.

Extiende su mano y la sostengo hasta llegar al coche. Me abre la puerta como todo un caballero y me acomodo en el asiento. Por el camino no hablamos, tan sólo nos miramos con efusividad. Al llegar a casa, se lo agradezco con un suave y fugaz beso en la mejilla, y me adentro en mi hogar mientras recuerdo la cara de póker de Jesús cuando le he dejado a medias.

—Ningún hombre me llevará a la cama si tan sólo pretende usarme. Si ellos quieren jugar, les daré juego —sentencio en voz baja.

Ya tenéis un capítulo salseante. ¿Cuánto tardará Layla en entregarse a un hombre?🔥👅

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