Capítulo 4.
Jesús Oviedo
Me doy una ducha para evadirme de las cargas musculares que posee mi cuerpo y cierro los ojos. Aparece en mi mente la imagen de Layla cuando la acorralé en su despacho y la tenté de una manera indescriptible. Provoqué al demonio y quién sabe lo que pueda ocurrir a partir de ahora.
—Serás mía, hermosa —sentencio con firmeza.
Envuelvo mi cuerpo en una toalla y seco mi castaño y húmedo cabello con el secador. Acto seguido, me visto y me dirijo a la cocina para tomar algo. Me preparo un café bien cargado y por mi mente navegan diversas ideas. ¿Por qué no sorprenderla de otro modo?
Cuando termino de desayunar, cojo las llaves del coche y emprendo el rumbo hacia la oficina. Hoy me toca realizar una diversidad de tareas. En primer lugar, hacer informes detallados sobre los crímenes. En segundo lugar, asistir a la escena del crimen transcurrido la pasada noche. Y en tercer lugar, sorprender a la mujer más hermosa de toda Alemania.
Entro por la puerta principal y todas las miradas se posan en mí. Las secretarias de los altos cargos babean conmigo, me coquetean pero las ignoro. Solamente tengo ojos para ella. Para Layla Adams.
Me acerco a Yamyla y con un gesto seductor, apoyo mis brazos sobre su mesa consiguiendo que alce la cabeza y tartamudee nerviosa:
—¿Desea algo el novato de turno? —pregunta haciéndose la valiente.
—¿Ha llegado ya tu jefa? —añado sin preámbulos.
—Aún no.
—Avísame cuando se presente en la oficina.
Ella asiente y le guiño el ojo, logrando por su parte una sonrisa tímida. Deambulo por el edificio hasta entrar en mi sala de trabajo.
—Buenos días, Oviedo —saluda Will— ¿a qué hora te fuiste anoche?
—Buenos días, Bennet —contesto formalmente— tarde. ¿Por qué lo preguntas?
Frunzo el ceño haciéndome el sueco y comienza a reír a carcajadas. Le obligo a acallar su incontrolable y eufórica risa, y su mirada se clava en mí muy seriamente.
—Se rumorea que has intentado flirtear con la jefa, y no lo dudo. He observado tu interés en ella.
—¿Me vigila, señor Bennet? —cuestiono serio mientras me cruzo de brazos.
—He escuchado cómo le preguntabas a la becaria por ella.
Río ante su respuesta y llevo mi mano a su hombro como sinónimo de que no le dé importancia. Le indico que nos pongamos manos a la obra y comenzamos a trabajar en los informes.
Horas más tarde...
Varios toques en la puerta me advierten de la presencia de alguien y observo el rostro de Yamyla a través de la fina abertura que deja tras abrirla.
—¿Ocurre algo, señorita Thompson? —musita mi compañero bruscamente.
—La señorita Adams requiere la presencia del joven Oviedo en su despacho.
Ambos nos miramos y me dispongo a ir justo cuando me levanto. Yamyla me pide rapidez y salgo de mi zona para adentrarme, tras varios toques, en su oficina.
—Señorita Adams, ¿qué se le ofrece?
—¿Qué significa esto, Oviedo? —pregunta enfurecida refiriéndose al ramo de flores que le he enviado, junto con una pequeña carta.
—¿No le ha gustado? —digo retándola.
—¿Acaso cree que un niñato como usted puede llegar a interesarme como para querer —baja la vista a la carta— volver a repetir lo de anoche?
—Admita que se altera cuando me tiene cerca, Adams —sentencio aproximándome a ella— admita que me desea tanto como yo a usted.
Ya encontrándome a escasos centímetros de ella, la mesa que nos separa supone un gran impedimento. La desafío con la mirada y sujeta mi corbata con brusquedad, atrayéndome hacia ella.
—Lamento decirle que no admito nada. Lo de anoche no me gustó en absoluto, es más, me enfureció que un imbécil como usted se propasase conmigo de esa manera. ¿No teme que le eche?
—¿Por qué habría de temer, preciosa?
—Porque ahora mismo podría echarle a la calle sin remordimientos.
—Hágalo —murmuro observando sus finos y rosados labios.
El silencio nos abruma y el ambiente se tensa considerablemente. Subo la vista hasta sus ojos y observo cómo están clavados sobre mis gruesos labios. Los muerdo tentando a este demonio tan ardiente que tengo delante, y bajo la vista nuevamente hacia los suyos.
Impulsivamente, sus dientes atrapan mi labio inferior con fuerza y posesión, y mis manos viajan hasta sus caderas, consiguiendo fundir nuestros labios en un cálido y feroz beso.
—Hágalo. Écheme si es capaz.
Vuelve a morder mi labio y me atrae aún más a ella mediante la corbata. Me hace rodear la mesa para, seguidamente, sentarla sobre ella y pegarla a mi cuerpo con rudeza.
—No puede resistirse mucho más tiempo, muñeca —susurro en su cuello— va a caer.
—¿Cómo está tan seguro, Oviedo? —pregunta soltando un leve gemido que atrapa al morder su labio.
—Sus reacciones lo dicen todo. Es impulsiva, al mismo tiempo que ardiente. Es seria, pero a la vez un demonio salvaje. Me desea, Adams. ¿Por qué no se deja llevar?
Une nuestros labios de nuevo apretando su entrepierna con la mía, y suelto un jadeo ante su sutileza. De repente, muerde mi labio con fuerza y me daña. Me empuja y llevo mi mano hacia la zona percatándome de la sangre.
—El día que cometa el grandísimo error de acostarme con usted, Oviedo, dejaré el cuerpo de policía —sentencia firme— ahora largo.
Alza el dedo señalando la puerta de salida y sin articular una sola palabra más, me marcho con el labio empapado en sangre. ¿Por qué se comporta como una fiera?
¿Llegará Jesús a entender a Layla, a pesar de sus intentos por llevársela a la cama?😋
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