Capítulo 3.
Layla Adams
Amanece y froto mis ojos para desperezarme cuando la alarma suena. Me levanto y avanzo hasta el baño. Una vez allí, empapo mi rostro de agua y seguidamente lo seco con una toalla.
Bajo a la cocina y preparo café. Mi adicción para aguantar las largas horas de trabajo que tengo por delante. Lo sirvo en una taza con azúcar y le doy leves sorbos procurando no quemarme. Cuando termino, vuelvo a mi habitación para prepararme.
Hoy decido ponerme unos pantalones de vestir negros, una americana del mismo tono y una camisa básica de color azul, junto con unos tacones. Acto seguido, me maquillo proporcionándole a mi rostro una luminosidad específica.
Regreso al recibidor, cojo el bolso, una carpeta y las llaves, y pongo rumbo hacia el coche. Una vez dentro, me acomodo tras abrocharme el cinturón de seguridad y arranco en dirección a la oficina. Estaciono lo más cerca posible y deambulo por la acera hasta llegar a la entrada del edificio.
—Buenos días —añado al entrar.
—Buenos días, señorita Adams —responden varios hombres al unísono.
Entro en mi despacho y detrás de mí viene Yamyla. Le pido un café y el informe del crimen transcurrido a medianoche, cuando mi jornada laboral había concluido.
—Aquí tiene el informe detallado con imágenes adjuntas.
Lo cojo y comienzo a ojearlo por encima, pero algo capta mi atención rápidamente.
—Este hombre no ha muerto por asfixia como pone en el informe. Hay algo más.
—Se habrán equivocado —dice ella encogiéndose de hombros.
—¿Quién realizó este documento? —pregunto interesada.
—Si no estoy confundida, fue el novato.
Ante su respuesta, suspiro profundamente. Es trabajo Layla, tienes que recibirlo. Me digo a mí misma para no perder los estribos por este grave error.
—Dígale que necesito hablar con él en este mismo momento, por favor.
Me acomodo en la silla giratoria mientras ella asiente y sale en busca del joven Oviedo. Minutos después, aparece bajo el umbral y clava su mirada caramelizada en la mía.
—¿Requería mi presencia, señorita Adams? —pregunta y le indico que se siente al otro lado de la mesa.
—¿Por qué ha puesto en el informe del crimen de anoche que la víctima murió asfixiada cuando realmente falleció tras recibir una brutal paliza? —cuestiono juntando mis manos como mueca de seriedad.
—¿Honestamente? —asiento— lo he hecho aposta para verla.
Suspiro totalmente frustrada y su sonrisa implacable me pone de los nervios. Me mira deteniendo su mirada en mis labios y muerde el suyo con lentitud.
—Señor Oviedo, deje que le comunique que no estamos en el colegio. Aquí venimos a trabajar y a hacer las cosas como es debido, no a vacilar. Así que le pido por favor que se deje de tonterías o me veré en la obligación de echarle a la calle por incompetente —sentencio firme, con una frialdad que irradia en la habitación sin dilación alguna.
Se pone en pie y se gira caminando hacia la puerta. Me levanto esperando una respuesta por su parte pero no lo hace. Tan sólo vuelve a clavar su mirada sobre mí y musita:
—Está bien, Adams. Será como usted quiera. Lamento mi incompetencia y mi infantilismo, pero me moría por verla. Y perdone que la incomode con mis tonterías. No volverá a ocurrir.
Dicho esto, abre la puerta y la cierra de par en par dando un leve portazo. Me quedo perpleja ante la situación y su extraña reacción. No esperaba que actuase de esa forma.
Decido dejarlo estar y vuelvo a sentarme. Centro mi mirada y mi mente en los papeles, o eso hago creer a mi cerebro. Realmente estoy anonadada con la reacción del novato. ¿Por qué me preocupa tanto si lo único que hace es producirme quebraderos de cabeza?
Horas después...
El sol va cayendo y la noche reluce en la oscuridad plena. Alzo la vista y suspiro agotada. Llevo todo el día con el papeleo para arriba y para abajo, con incansables reuniones de los altos cargos para tratar los crímenes más relevantes del mes. Llevamos apenas dos semanas y ya han sucedido dieciséis homicidios, y las pistas que hemos reunido entre todo el cuerpo dictan que se trata del mismo susodicho que ha atacado a sangre fría a más de una docena de personas. Sin embargo, no conseguimos apresarlo.
Salgo del despacho colocándome la chaqueta sobre los hombros y justo cuando voy a cerrar la puerta, alguien tira de mí hacia dentro nuevamente. Sus corpulentas manos me sostienen por la cintura y me estremezco al sentir su respiración en mi cuello.
—¿Me extrañabas? —cuestiona a centímetros de mis labios.
—¿Oviedo?
—El mismo, muñeca.
Acaricia mi mandíbula con delicadeza y asciende con sus dedos hasta palpar mis labios.
—Muero por morderlos —añade agitando mi respiración.
—¡Suéltame! —claudico a gritos.
Une nuestros labios en un feroz beso y me sostiene por el mentón para no tener la oportunidad de zafarme de su posesivo agarre. Golpeo su pecho continuadas veces pero desisto. Es más fuerte que yo. Muerde mi labio inferior y gimo ahogadamente.
Se separa unos segundos y sus ojos se clavan en los míos. Podría decirse que me hipnotiza con la mirada.
—Me vuelves loco, nena —susurra— qué ganas tenía de acorralarte después de la frialdad con la que me trataste esta mañana. Me pusiste muy cachondo.
Golpeo su mejilla con fuerza y sonríe ampliamente, con una picardía inexplicable en sus ojos. Muerde su labio inferior y vuelve a acorralarme. Sus brazos vuelven a rodearme y sus labios besan los míos con posesión.
Tras esto, vuelve a soltarme y le golpeo nuevamente. Esta vez no se acerca. Me mira con detenimiento mientras sonríe.
—Me pone que seas tan indomable.
¿Qué opináis de ambos? ¿Creéis que sus reacciones se deben a la existencia de una gran tensión sexual?🔥
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