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Capítulo 10.

Jesús Oviedo

Layla regresa colocándose la chaqueta sobre los hombros y sonrío al verla. Le indico que tengo el coche en el parking y nos disponemos a coger el ascensor. Todas las miradas se posan sobre nosotros, pero por lo menos a mí no me importa.

Le abro la puerta del copiloto y sonríe ante mi caballerosidad. Hay que ganar puntos. Me acomodo en el asiento del piloto y arranco el coche tras ambos ponernos el cinturón de seguridad.

—¿A dónde te apetece ir? —pregunto observándola de reojo.

—A donde me lleves está bien. No soy escrupulosa —añade algo tensa. Lo noto en su voz.

—Conozco un restaurante bastante bueno en las afueras.

Abre los ojos como platos al escuchar mi comentario y comienzo a reír espontáneamente.

—Tranquila —le indico— solamente vamos a cenar. Así nos distraemos del bullicio de la ciudad.

—Está bien —cede— pero cenamos y regresamos.

Asiento con la cabeza mientras ella fija su mirada en la ventanilla. Durante el trayecto, no articulamos palabra alguna pero sí cruzamos miradas muy de vez en cuando.

Al llegar, estaciono frente al local y extiendo mi mano para que baje del coche. Otro gesto del que espero que tome nota. Nos adentramos en el restaurante y pedimos una mesa en la terraza, ya que tiene unas hermosas vistas. El camarero toma la comanda y se marcha para, seguidamente, traernos las bebidas.

—¿Te gusta el lugar? —cuestiono y ella asiente.

—Está bastante bien para estar en las afueras. La verdad es que me ha sorprendido.

—¿Sorprendido? —alzo una ceja.

—Sí, tenía una imagen equivocada de los locales de las afueras. Pensaba que todos serían cochambrosos, sucios y para nada elegantes, pero este es bastante lujoso para la zona donde se encuentra —explica dando ligeros sorbos a su copa de vino tinto.

—Las apariencias engañan, Layla.

Mi voz se torna algo ronca y ella comienza a ponerse nerviosa. No sé si es mi presencia o mis palabras en sí. El camarero trae la cena y le hincamos el diente con efusividad. Cuando terminamos, pido la cuenta mientras ella da un último sorbo a su copa.

—¿Qué les ha parecido la comida? ¿Ha estado todo a vuestro gusto? —pregunta el camarero con una grata sonrisa.

—Todo estaba delicioso. Muchas gracias —responde ella con amabilidad mientras una amplia sonrisa se esboza en su rostro.

Pago la cena y salimos del local. Ella se toca los brazos y recuerdo que había dejado su chaqueta en el coche. Me deshago de mi americana con rapidez y se la coloco sobre los hombros. Directamente, su profunda mirada se encuentra con la mía y sonríe levemente.

—¿Quieres dar un paseo por la zona?

Ella asiente y muerdo mi labio inferior. Caminamos un poco hasta llegar a una zona donde podemos observar toda la ciudad de Berlín desde fuera y ella abre la boca alucinada.

—Esto es increíble.

—Es precioso. Siempre me ha gustado venir aquí para distraerme —digo observando el horizonte.

—¿Sueles venir muy a menudo? —cuestiona mirándome fijamente.

—Sí, pero hasta hoy había venido solo.

Se queda en silencio ante mi respuesta y agacho la cabeza. Su mano se posa sobre mi barbilla y la alza para que le mire.

—¿Por qué me has traído aquí? —murmura con un toque de dulzura que me quiebra el alma.

—Quería pasar más tiempo contigo. No malpienses. Simplemente quería que te despejases del roce del baboso de Scott.

—Me parece un acto muy bonito por tu parte, Jesús.

Me quedo perplejo ante sus palabras. Ella ríe ante mi cara de póquer y muerdo mi labio.

—¿Te sorprende que te tutee? —dice acercándose a mis labios lentamente.

—Un poco —contesto observando sus finos y rosados labios— Layla.

Coloca su dedo índice sobre mis labios haciéndome callar y suavemente posa su boca sobre la mía. Nos fundimos en un beso lento, sin prisa. La Luna ilumina nuestros cuerpos aún en la plena oscuridad en la que nos encontramos. Nuestras manos se entrelazan con una dulzura inexplicable, tras un ligero movimiento, y nuestros labios bailan al compás bajo el manto de una soledad impoluta donde solamente existimos ella y yo.

¿Creéis que la magia dará sus frutos?😋

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