9. Gato de Schrödinger
La muerte es el final de la historia,
La vida el comienzo de otra odisea.
Vivir no es nada sino doloroso,
Vivir te matará...
—Alza la vista, muchacho —susurró aquella voz—. Admito que el aterrizaje te resultó más que turbulento, pero en mi mundo no tienes excusa alguna para continuar de este modo... Ordeno que te levantes de una vez, ahora que estás bajo mi merced no aceptaré otra respuesta.
Percibió la orden de palabras con mayor cercanía a la que hubiera esperado, propias de una voz enigmática, ésta le abandonó rápidamente. A paso rezagado un par de silbatos eran soplados a niveles de agudeza increíbles y difíciles de comprender a oídos humanos, resultaban en un desvariado tormento que oscurecía su vista por más luminoso que la sala estuviese. Revivió, por obra de la casualidad, los días de huir desesperadamente de la luna —a pasos torpes— con el propósito de existir un día más. El inevitable escape de un fin sin remedios... lleno de luz, es verdad, pero envuelto en oscuridad. Su memoria era una pila de huesos rotos, buscaba reconstruirse a sí misma, necesitaba una pieza del esqueleto para sustentar sus movimientos —lamentosamente uno de ellos se calló por la boca de tormenta.
Los aleteos de una mosca moribunda podrían sustituir, sin que nadie lo notara, las descargas eléctricas de la linterna sobre su cabeza. Su asqueroso amarillo sonriente le daban ganas de dejar de existir, era una luz pobre e inquieta. La mano que acarició su cabeza de manera similar a un cachorro, entre los mechones color ébano, pronto mimó sus mejillas —cuando el afecto materno tocó su frente, le hizo atravesar un oleaje de cuerpo cortado y fiebre desértica—. Bosco se quitó la mano del rostro y apreció el de su madre, queriendo ocultar el gran duelo por el que pasaba en esos escasos momentos.
Ella besó su frente y se incorporó en la sillita de al lado.
Las pestañas perdían su forma —parecían masa cruda y rancia—, los objetos adquirían la apariencia acuosa dañándole los ojos. Bosco acercó ambas manos a la cara y se la cubrió como al jugar escondidillas. Sus brazos parecían desmoronarse sin dolor alguno, célula por célula, granito de arena por granito de arena. La almohada era suave, a pesar de haber sido la última confidente de muchas almas en pena de ese lúgubre hospital; éste, el hurtador de los últimos recuerdos de un montón de desconocidos; cuyas camas y quirófanos donde yacían recostados fueron su lugar favorito para decir adiós.
Aunque no todos los recuerdos perecían vagabundos hasta su olvido, algunos solo daban un paseo para eventualmente aparecerse frente a sus dueños. Y detonar la reactivación de su sistema al abordarlos de nuevo. ¡Quebrarlos! Sus manos se desplomaron a su regazo... Las palpitaciones por minuto acrecentaron aceleradamente —si hubiera tenido más de ochenta,estaría muerto de un paro cardiaco—, la garganta se le hacía estrecha y las ventanas del edificio retumbaban causándole un gran miedo; llegó a pensar que se cuarteaban las blancas paredes y los invadían al tratar de abrir la puerta. Quiso levantarse y escapar, por la puerta o la ventana, no importaba, quería dejar de existir en aquella realidad; no obstante, la escayola en la pierna izquierda y el timbre encima de su cabeza se lo impidieron. De no ser así...
Bosco dejó escapar un alarido que corrió a voces por el hospital y acto seguido, se soltó a llorar.
—Ya pasó... —le consoló su madre sin soltarlo— Calma... calma... Nada de esto fue culpa tuya, estarás mejor en varias semanas —el chico moqueaba, se aferró temeroso a su madre sin detener los sollozos.
—Yo... ¡No me importa cómo esté! ¡No me importa nada! ¡Sácame de aquí, mamá! —le suplicó en rezos— ¡Tenemos que encontrarlo! ¡Di que sí! ¡Haré lo que se necesite, lo prometo!
—No puedes salir, hijo —trató de explicarle—. Han dicho que lo mejor será que... permanezcas una semana más en el hospital, ¿Me entiendes?
Sin embargo no escuchaba. No veía que los ojos de su madre en lugar de dar ordenanzas, socorrían a las súplicas. Bosco goteaba.
La alarma que sobresaltó al chico en cuanto se abrió, condujo al especialista —que cargaba con una serie de documentos ordenados bajo el brazo— y su padre al interior de la habitación. Con los ojos centrados en ellos, Bosco siguió escurriendo su mar de lágrimas hasta que el traumatólogo le dirigió la palabra:
—Buenas noches, Clara y a ti también, amiguito —sonrió bañado en pesar—. Me alegra bastante ver que te has avivado, soy tu traumatólogo, doctor Ferreira.
«En otras palabras, el padre de tu compañera Julia (de la escuela) e íntimo amigo de tu madre. Lamento haberte conocido por lo ocurrido, lo que rescato es que ya nos conocemos y decirte que pronto estarás recapacitado».
—¡Tiene que dejarme ir! —rogó Bosco, apartando la mirada de su padre.
—Eso quisiera, amiguito —dijo el doctor Ferreira—. Pero no en tus condiciones, sería un acto negligente... Tenemos que mantenerte dopado por unos días, estuvimos operando una patelectomía total. Fue extensa. Pero no hubieron problemas durante ella, fue de maravilla en realidad...
—Mi rótula... —murmuró resquebrajado— ¿Está... Fue fractura transversal o vertical?
Su madre agarró su mano y el doctor tensó la mandíbula mostrando los dientes. Su padre seguía siendo mudo sin importar la situación.
—Según veo... —esbozó el doctor, con una sonrisa amigable, quería amortiguar la verdad— Sabes más que otras personas en tu situación.
—No es eso... —murmuró impaciente— Es anatomía humana, todos deberíamos saber aunque sea un poco... La rótula es uno de los huesos que más... Usted ya sabe.
—Miente —rio su madre— ¡A veces dice tantas cosas sobre el espacio o la Física que yo ni logro entender! —el doctor sonrió de nuevo.
—No finjas modestia, amiguito. Poco sabría yo de las rótulas de no ser médico, tampoco es que me haya ido bien en ciencias (a excepción de biología y mi carrera universitaria, sino qué miedo que tu traumatólogo sea yo...). Ya has de suponer cómo fue la fragmentación, no te asustes, la neutralizamos.
—¿Cuántas semanas serán hasta que me quiten la escayola...?
—Deberían ser tres —decretó el doctor Ferreira—. Quédate con esto, te interesará más de lo que yo pensaba.
El doctor le entregó la serie de documentos con los que cargaba bajo el brazo.
—Son de tu traumatismo —explicó—. Puedo traerte libros o revistas de mi oficina con el paso de los días para que alimentes tu cerebro... O tal vez prefieres tu teléfono como gran número de mis pacientes.
La madre de Bosco sonrió y se acercó al doctor para estrechar su mano.
—Podría jurar que ODIA su teléfono —enalteció su madre, sin mirar al padre—. Será bueno que lea.
—¡Claro! —expresó el doctor con una desacostumbrada sonrisa para un oficio que exige labor veinticuatro-siete. Mas desapareció al ver el rostro de Bosco—. ¿Todo en orden, amiguito?
Bosco negó mirando a la ventana.
—Tengo que... ir y encontrarlo. ¡Me necesita tanto como yo a él! —miró sus brazos desnudos, cubiertos en parte por venditas, rasguños y mordidas. Un canal de suero que pasaba por la vena radial y un vendaje que enrollaba cierta parte distal del brazo.
—Verás que sanarás más pronto de lo que imaginas, amiguito —apuntó el doctor—. Te veré mañana.
El rostro de Bosco, ausente de alaridos, era la representación humana de una carretera de lágrimas. Solo cuando el doctor abrió la puerta, preguntó: "¿Estamos en domingo?", y el doctor afirmó: "Cuando tenía tu edad hubiera dado lo que fuera por faltar una semana a clases" y se fue. Un día dormido, posiblemente anestesiado y responsable de su amnesia. Su padre se le acercó con calma despertando el instinto animal de Bosco y una fuerte exclamación de su madre que rompió el silencio.
—No... no hables —susurró Bosco, persistiendo en su llanto— Dime que no has sido tú, es lo primero que llegó a mi mente al despertar. ¡Más te vale decir que no! ¡Juro por la vida de Incín que si fue tu..! —volvió a sollozar— ¡Contesta, contéstame! ¡Por una vez di algo! ¡Tengo vagos recuerdos de ti trayéndome al hospital! ¡Pero dime!
—¡Bosco, basta! —enfureció su madre, sujetándolo de los hombros.
Lo impactante fue que Bosco tuvo que tranquilizarla a ella, posterior a las afirmaciones de su padre y la pérdida de cordura que experimentó Bosco.
CARTA PARA LINA FELIX
(en tinta negra)
10 de noviembre del 2019.
Querida Lina:
Jódete, donde quiera que estés.
Por fin he hallado la respuesta a todos mis problemas... ¡Eres tú! ¡El nombre de todos mis problemas es Lina! ¡La culpable de destruir a esta familia, como bien lo dijiste, eres tú! Egoísta de mierda. Escucha, pequeña Lina, "impredecible loba", actriz de quinta y usurera sabandija... Tú rompiste mi sistema, mi vida perfecta e infalible, no tendría mi rótula hecha miles de pedazos de no ser por ti. Nunca hubiera tenido que recurrir a Sarabi y su hermano; jamás me habría vuelto el costal favorito de la escuela (que me preguntaron de dónde venían los hematomas de mi zona abdominal... y cuando yo quise decir: "Lina", objeté con "no sé"); me hiciste vivir con temor a pisar la calle, a encontrarme con matones y pendejos de la escuela para que destrozaran mis gafas ¡sin que me las hubiera quitado!; Tú, es tu culpa que todos mis repuestos se hayan acabado; lo que ocurrió en la fiesta nunca hubiera sucedido de no ser por ti y papá; Damián seguiría marginado, como siempre debió estar así por su seguridad; Lio hubiera pasado un buen año como todos en los que estuviste... En cambio, escogiste irte a chacotear con otras pedantes mocosas al igual que tú. Y (como siempre) yo debo solucionar lo que estropeas ¿te gusta que yo haga esto? ¡Debes amarlo! Solo eres escoria humana. Yo soluciono las cosas con mamá, yo debo rescatar al gato y a todos ¡Estoy hasta el nabo de tus pendejadas! ¡La calle se infestó de ratas, gracias a las lluvias! ¡Básicamente una cuarta parte de Salmet! (por si no sabes de geografía local)... Atacaron al gato, papá me atropelló; me rompió no solo la pierna, el alma y el gato se cayó por la boca de tormenta con más ratas de drenaje. Dicen que está muerto, pero no voy a creerlo. ¡Demostraré que no es verdad!
Además... Hice lo que tuve que hacer desde un inicio: Te he delatado. Es lo mínimo que te mereces. Mamá sabe que le oculté la verdad, pero no importa, conmigo no se iba a enojar, lo sabía desde hace mucho, lo había hecho por ti, pero a ella no le importó. Ha de creer que me manipulaste porque tú eres escoria, Lina. Y todos lo saben. No te quiero ver a ti. No quiero ver a papá. No te quiero volver a ver en mi vida. No quiero que me escribas más, no esperes otra carta de mi parte. Es mi despedida. Reconstruiré mi sistema perfecto...un sistema sin ti.
Atte: Bosco
El gato en la caja:
—¿Hice lo correcto? —cuestionó Bosco a las primeras luces del alba.
—No —respondió la voz—. Y tampoco hiciste lo incorrecto, pues la moral no es nada más que ilusiones humanas. Si fueras como yo no pensarías en cuestiones como aquellas, altamente superficiales... Es por ello que no pueden progresar como humanidad; la moral les obstruye y hará lo mismo contigo si crees en ella, ¿no logras comprender? No te preocupes al respecto: los humanos se preocupan por todo consiguiendo llevarlo a niveles personales. Es exorbitante y estúpido. Aquello mismo les distancia entres ustedes, de sí mismos, temen conocerse como realmente son. La excepción y la respuesta que codician desnudar da intrínsecamente a mi composición, sin embargo, es algo imposible de r
develar.
—¿Tanto más que comunicarte conmigo? —pensó Bosco.
—Es evidente con solo responderte... —confesó la voz con el soplo del viento— Derrumbaría tu estructura sub-atómica y la composición de ella misma, tendrías el eterno sufrimiento de seres y no seres del hoy y del ayer; tu grito alcanzaría el mañana y solo para entonces, la vida en la Tierra expiraría. Hagamos el intento, olvidemos por un segundo la catástrofe, serías entonces superior a mí: un celestial, el nuevo creador y destructor de nuestro universo; sin mencionar que olvidarías lo que antes fuiste y por unos momentos serías todo lo existente...
—Y... ¿hay modo de que resuelva mi propia cuestión sin ayuda tuya? —despertó Bosco del sueño que le proponía.
—Más de uno en billones de años lo ha logrado, lo más acertado respecto a la gente que actualmente afirma que su razón de existir tiene un porqué, miente. Otros, se ocultan bajo un velo invisible de mentiras. Y si digo que no lo conseguirás, propongo lo mismo al decir que tu vida tiene sentido... Ambas pueden ser ciertas o ambas mentiras, tengo la respuesta y no miento. ¡Si quieres la respuesta solo pídemela y de inmediato! ¡Pronto, muy pronto! ¡Antes de que me arrepienta!
—¡NO! —replicó Bosco al despertar cubierto por una sábana de sudor y una apestosa escayola.
Una enfermera asomó minutos después un carrito con alimento para Bosco y señaló al irse, que las diecisiete horas era el horario perfecto para la comida.
El átomo:
Quedó bajo la iluminación del asqueroso amarillo sonriente y palpitante —de frecuencia similar al banal corazón de un anciano—, analizando los resultados de su fractura de rótula. Era conminuta, efectivamente el auto de su padre parecía haberse enderezado por el camino de la pendiente y, raudo, corrompió en cinco fragmentos blanquecinos la rótula al túmulo del choque. La ruptura del tendón rotuliano de Bosco no solo le hacía mantener la pierna como una muñeca vieja y fea; aumentaba la tardanza de su recuperación mental. Un virus mitológico había anidado su ser por los ricos recursos que éste podría otorgarle. Al anochecer consultó a sus informantes:
—Dime una noticia agradable... —imploró Bosco al teléfono y solo recibió silencio— Sarabi, o dices palabra alguna o te cuelgo...
La bocina exclamó estática y un molesto suspiro cortado continuó.
—¡Damián le torció la nariz a Aurelio! —bramó_. Por lo de la fiesta...
—No me importa Aurelio _rezongó—. Nunca me importó un demonio nada, ¿encontraste a mi gato o no?
—¡Belén tiene el video! —declaró Damián dentro de la llamada grupal— ¡Se lo enseñó a todo mundo y llegó hasta el padre de Aurelio!
—¡Se rumora que le irá de la verga! —dijo Sarabi-—A Damián no, a Aurelio... Porque, por...
—En el video —interpretó Damián_, él confesó de manera indirecta que es gay y vaya... Verás, no sé qué opinar. Muchos en la escuela parecieron felices de que yo lo golpeara por ser homosexual y me parece...
—¡De la verga! —confesó Sarabi— No justifico a ninguno de los dos, digo, ¡Damián desvió su nariz por todo lo que le hizo! ¡No por joto! ¡Y todo mundo le celebra y ahora odia a Aurelio...! ¡Todo mundo lo amaba antes de...!
—¡Yo ya lo odiaba! —chilló Damián— Pero no me siento conforme con esto... Es su padre, lo que hizo...
—No creemos que Damián le desviara la nariz, Bosco... ¿comprendes?
—Lo enviarán a una correccional militar, un campamento, instituto o... —murmuró Damián— ¿Todavía la gente cree en enviar a otros a corregidoras homosexuales?
—No —se cuestionó Sarabi—. No pueden ser pendejos a tal grado... ¿Bosco? Di algo...
Cortó la llamada y silenció a cada uno de ellos. Tiró el teléfono a un diván que estaba al otro extremo de la habitación. Recordó a su madre dormida allí, entre lapsos de trabajo como médico cirujano y odontóloga, nunca la había visto consumir café de esa manera. Tenía que quedarse a dormir en el hospital.
—Bien, bien hecho, mal hecho, hecho —victoreó la voz—. Lo que quieras creer; no rezongaré mientras de tu labor no distraigas; no te quedes con remordimiento por problemas ajenos o regresarán encelados hacia ti (cual niño berrinchudo). Haz caso a lo tuyo.
Bosco cogió pluma y lápiz, varias revistas médicas y astronómicas, acto seguido escribió en una libreta: «El gato de Schrödinger».
El veneno:
—¡Un humano brillante! —celebró la voz—, comprometido y sobre todo y mejor aún... ¡Cada segundo menos humano!
—¡Guarda silencio! —imploró Bosco al romper una hoja con un tosco garabato— Necesito hacerla bien... ¡Tú!... Me es imposible saber cómo llamarte, pero me distraes mucho.
—No me llames —decretó la voz apacible—. Los humanos necesitan de un nombre porque olvidan quienes son ustedes. No hablas con un humano muchacho, estás con lo inexistente; soy tan real como falso e indemostrable para tu ciencia y tus creencias...
—¿Podría enseñarte algo? —suspiró Bosco.
—Nada que yo no sepa...
—Gato de Shrödinger —golpeó su libreta con la pluma—. ¡Probabilidades! ¡Y Física cuántica!
—Donde las leyes de la Física clásica pierden sentido para las cabezas humanas —rio la voz—. Misma rama declarada como insignificante entre ustedes, o por unos, motivo suficiente para explicar tu insignificancia. Muchos la tachan de incomprensible...
Una chispa eléctrica punzó el cerebro de Bosco, parecido a un calambre, le enmudeció unos instantes y dijo:
—En 1935 Erwin Schrödinger compitió contra Heisenberg por la demostración de la superposición en la Física cuántica —dilucidó— donde el hombre del gatito resultó ganador del premio Nobel... por la ecuación Schrödinger
—Un premio de humanos a humanos —jugueteó la estridente voz—; no es nada, apenas existe y podría ser menos que nada.
—¡Podría ser el gato de Schrödinger! —le gritó Bosco— En una caja de madera, por ejemplo, encerré un gato vivo sin cámaras en el interior u otra cosa que me permita ver su interior; también, agregué un mecanismo de envenenamiento (cianuro de hidrógeno, es un veneno fácil de idealizar, ¿no?) y solo se activará si un átomo interior inestable cuya probabilidad de desintegrarse es cincuenta-cincuenta, lo hace; entonces, el gato morirá, pero si no ocurre así: el gato estará vivo. Ejemplo sencillo para describir la superposición:
«Solo sabré si mi gato está vivo o muerto, una vez que lo encuentre. Mientras tanto, mi gato y el de la caja; estarán vivos y muertos a la vez. Mi presencia les obligará a escoger un bando y eso mismo quiero predecir con la ecuación de Schrödinger».
La voz se burló y se ausentó hasta la noche en que Bosco no pudo escapar de su habitación en ese lúgubre hospital.
—Olvidaste los números complejos y el peso —recriminó la voz pasajera—. Tus cantidades del mundo cuántico y probabilidades se rigen por medio de números complejos con sus módulos y sus fases, pero solo si los que cuentas, muchacho, tienen normalización. La riqueza de hacer un Gato Schrödinger es mucho mejor de este modo; elimina dos opciones: ¡métete con las infinitas! Un gato más vivo que muerto o con favoritismo a la muerte. Interprétalo como un paralelismo cuántico cuyas variables hubiesen dado acciones existentes en más de un universo; tu gato estaría vivo en nuestro universo y muerto en otro; habría uno donde Lina nunca se hubiera ido y muchas otras perfecciones que no te imaginas. Ni siquiera yo podría contar la cantidad de multiversos; tu única brújula es tu voluntad... Piensa con claridad tu próximo movimiento.
Vivo...:
Había hecho uso de sus últimos días en el hospital para un escape idealizado — que se planteó alrededor de sus últimos días existiendo—. Su visión de libertad le empujó en su escape por los pasillos (ayudado por la silla de ruedas ocupada para entrar al baño), le costó trabajo creer que tanto su madre como el doctor Ferreira le permitieran llegar a la planta baja por sí mismo, aunque rezagado, se excusó con la petición de que quería recuperar su independencia.
Aguardó a que la multitud del elevador se dispersara entre los diversos departamentos y plantas del edificio, su enorme espera y necesidad por contactarse con el aire y el exterior, hicieron de su llegada a la terraza su experiencia más excitante hasta ahora. Hacía frío, mas no se comparaba al congelamiento de su interior tras la desaparición de su gato; sus brazos vendados no lucían masacrados bajo el claro de luna y las agrupaciones de estrellas que acostumbraba apreciar de pie en su propia terraza. Estando en el sitio más alto de la ciudad pudo comprender que su gato no estaría muy lejos de él, la ciudad no era realmente grande a esa distancia, sino pequeña...
—De la misma manera que tú lo eres —respondió la voz—, a la manera de tus amigos y tus gatos de Schrödinger; a nadie realmente le importan... O igual y sí... Ambas cosas y ninguna a la vez.
—¡Tienes que marcharte! _le obligó Bosco.
—Lo sé. Espero primero a que resuelvas tu queja —reaccionó la voz, ahora más egocéntrica—. Me ha tentado tu respuesta y... mi voluntad es verdaderamente fuerte. Quiero apreciar como tienes la tuya...
Bosco meneó la cabeza y arrastró la silla de ruedas a donde estaba un barandal que le recordó el de su escuela —el que a inicios de secundaria ocupaba para sí mismo, pero pronto la plaga de Damián y Sarabi llegó a invadirle sin mayor opción—. A esa altura no parecía que algún auto pudiera romperle otra rótula, ninguna estúpida como Lina le abandonaría o vería familias colapsando... Solo estaba él y bueno..., la voz.
Asomó la vista al cielo, la luna resplandeció en sus gafas —ahora desagradablemente remendadas_; la cinta casi volaba con el viento y podrían desmoronarse en cenizas si se las arrebataran con fuerza. Lo que decía su nueva vida no exponía ante más matones del colegio, parecía que la destrucción externa había cesado el día en que su corazón se congeló: cuando el gato murió.... O vivió. Tal vez ambas.
—Cuéntame una historia de constelaciones —solicitó la voz de forma educada.
—No tiene sentido —replicó Bosco, observando con lástima a la osa mayor.
—Nada lo tiene, no vale la pena si quiera intentarlo —esclareció la voz—. Sé que mis palabras te enredan con mayor facilidad con las que las llegas a comprender... Por favor —susurró—: Cuéntame una historia de constelaciones...
El transtorno acudió a su llamado. Descompuso el rostro apático de Bosco e hizo acuoso lo que apreciaban sus ojos; montones de lágrimas transitaron la carretera que cruzaba por sus mejillas y posterior a los alaridos secos y pobres, se esclareció la garganta y explicó, iluminado por la noche:
«Calisto era una ninfa, hija de Licaón, rey de Arcadia que pasaba la vida en el monte con el grupo de compañeras de Artemisa o Diana, diosa de la caza, virgen y eternamente joven, que obligaba a sus ninfas a permanecer también vírgenes e intocables —creo que temía no pertenecer a ningún sitio...
Cuenta la mitología que el gran dios Zeus se enamoró de Calisto cuando ésta estaba tomando un baño, y, para poseerla sin que lo rechazara tomó el aspecto de Diana. Calisto quedó embarazada e intentaba ocultar su deshonra, pero un día que iban a bañarse, al desnudarla sus compañeras a la fuerza, quedó al descubierto su futura maternidad. Diana la apartó. tiempo en las selvas, donde dio a luz a un hijo, de nombre Arcas. Hera, la esposa de Zeus escuchó que Calisto había parido a su hijo, por lo que en un ataque de celos, la convirtió en un osa —y también pienso más y más últimamente que Hera carecía de amor propio, no abandonaba a Zeus por todo maltrato y deslealtad que éste le tuviera.
Cuando tenía 15 años, Arcas se encontró un día —de cacería, en el monte Erimanto—, a una osa a la que intentó matar, sin saber que se trataba de su madre. Zeus, sabiendo que se trataba de madre e hijo, convirtió a éste en oso y colocó a ambos entre las estrellas como dos resplandecientes y vecinas constelaciones: La Osa Mayor y la Osa Menor. Hera, enfadada por esto, se sumergió en el océano en busca de Thethys y Oceanos, a los que contó la historia y pidió un favor : que el oso (la constelación Ursa Major) nunca tocara el agua. Por eso, según la mitología, el Gran Oso nunca toca el horizonte.
Y es verdad, el mito no miente, parece ser... su límite».
...O muerto:
La expresión de Bosco se había paralizado en la Osa menor, los ojos se le hicieron minúsculos y parecía ya no ver con las gafas. Había silencio, uno que se hacía muy presente y no callaba, quería ser escuchado y hacerle saber que no era el exterior... Era silencio proveniente de su interior, de sus pensamientos.
Estando allí arriba con las enredaderas de la voz creciendo entorno a él y apoderándose esporádicamente, mordisco a mordisco, realmente no dolía ya... Parecía ser el final de una aburrida y deprimente historia que no importaría a nadie más. A él le importaba menos con el paso del tiempo.
—Aquí tenemos infinidades de puertas a multiversos —condenó la voz— y tienes que elegir una, pequeño niño gato. Abandona tu cobardía humana para aunque sea continuar con algunos pasos deprimentes, antes de que tu pobre historia se estanque en un vacío inexorable... ¡Dános la opciones! ¡Quiero verte triunfando o verte derrotado! ¡Anhelo tu final y rezaría, si creyera en algo, porque sé que no puedes creer en los egoístas deseos de dios u otras entidades, no crees en mí y poco te queda de ti. Volver a ser como el pequeño Lino te sería reconfortante y un tanto cobarde... Nárrame de una vez. ¿Qué descubriré cuando abra la caja del gatito Bosco?
Las puertas del ascensor se abrieron a la terraza, con ellas, el resplandor iluminó el camino en línea recta que conduciría al vacío desde la cima del hospital; en la cabina, un gato persa de pelaje negro ébano saltó del interior de la caja.
—Puedes abrir la caja del gato de Schrödinger y encontrarte con un deprimente persa —divisó Bosco— y descubrir que su deseo más profundo es correr hacia el vacío. Verás sus patas tan veloces y creerás que está volando —no tiene miedo—, en sí, está feliz. Se siente libre por primera vez en su vida, nunca paró la carrera y simplemente al momento del despegue, no había cruzado más de dos metros, y le venció la gravedad...
«Un gato idéntico aparece después y hace lo mismo que el primero, no hay diferencia mas que al momento del despegue, y de último momento, éste vuela hacia el mañana y nunca más le volveré a ver.
Un tercero hace lo mismo que los otros, lucía decidido desde un inicio, aunque al llegar cercano al barandal éste da la media vuelta y huye de regreso al ascensor.
Hubo uno que nunca llegó, porque su situación era en la que todos queríamos estar. El segundo que nunca se presentó por el ascensor, en realidad, murió en la cirugía.
Habrá otros que nunca pensaron en esta posibilidad, algunos estarán viajando a sus casas u otros nunca nacieron; por lo que otro gato se presentó en su lugar... Es... es inimaginable».
—Para un ser como tú —contestó la voz— que no ves con claridad y nunca lo harás. Siempre veré lo que es mejor para ti y conozco todas tus perdiciones, aunque siempre te otorgué tu libre albedrío, ciertas acciones pasadas se inclinarán a posibilidades preferidas. Soy tu observador y reclamo que tomes una decisión, no ahora o mañana, tal vez nunca... Será eterno a tus ojos. Un parpadeo invisible para mi existencia.
El rostro de Bosco se había humectado, lo suficiente, a costa de que sus retinas se secaran y nublaran ante el escaso claro de luna —que ahora se opacaba por gruesas nubes grises—. Enganchó ambas manos al barandal y su alma se extravió en algún lugar donde la boca de tormenta le llevó. Supo que era imposible objetar contra él, ridículo también sería discutir, encontró la posibilidad más accesible y a la que sus acciones pasadas le encaminarían. Cerró los ojos y susurró:
—No cometer acción alguna es mi estado actual. No estoy muerto y mucho menos vivo. No me inclino a ninguno. Mis polos se neutralizan equitatitativamente... Escojo no hacer nada.
—Estás solo...
—Nunca dejé de estarlo desde el día en que vine al mundo.
—Has decidido que éste sea tu estado —se burló la voz.
—Sí... Posterior a otorgarte un nombre... —murmuró Bosco, ausente de sentimiento—. Necesito saber cómo llamarte...
—Nunca tendré un nombre —decretó al emerger de sus pensamientos, expandiéndose por sus raíces y multiplicándose, con daños severos a la vista, demostrándole a Bosco que solo era un simple humano ante ese... ser-. Ahora, soy parte intrínseca de ti.
—Como tú digas... —Bosco se sonrojó—, Bosque de Secuoyas Mentales.
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