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7. El coro fantasma

La vida es una obra de teatro. Hombres y mujeres actúan por igual, crean coreografías estrafalarias y lideran los desfiles a través de la existencia.

Todos usamos máscaras. El escenario se nos llena de maniáticos que encarnan las más bellas danzas, capaces de sobrevolar el océano completo. Aguantando el replicar de las olas cada vez que desean desconectarse de este mundo...

Quien ve la rosa más bella y se dispone a adentrarse entre los rosales cubiertos de espinas abrazadoras, aquel, que no tiene otro nombre más que Humillación. Solía creer que todo eso lo hacían por los demás, un deseo altruista ahora sé que lo hacen para no abandonar su dolor. Su máscara es masoquista.

La dama Soledad no soporta la luz, teme a la gente y se petrifica al estar en el reflector. Por ello es que huye de él, sus pies descalzos tropiezan torpemente en el escenario y su caída... carece de eco. Tiene un nombre muy bonito: Evasión, se llama.

Lo mejor lo he dejado para el final. Guarden silencio, damas y caballeros, no quiero ver ningún parpadeo y, de ser posible, no respiren o lo habrán perdido todo. El hombre máscara está aquí, ya llegará, no todos le encontrarán al instante y quizá haya quienes nunca lo vean. No importa, no importa, ¿me comprenden? Máscara y esencia son una misma, dirección y sentido unas constantes y su juego favorito es... y etcétera.

Un gran aplauso para el hombre humor y una ovación para el Coro Fantasma.


Sábado:

-¿Ya casi? -insistió el pequeño.

-Falta poco...

-¿Y ahora?

-Haz los ojos así... Como de huevito.

-¡¿De huevito?! -carcajeó.

Bosco asintió...

2018 Día de Muertos:

-Usaste demasiado maquillaje -carraspeó Lina-. Parece paleta payaso.

-¡Quiero ser un payaso!

-Eres un catrín, Lio... -repuso Bosco.

-No, soy un payaso -el pequeño pellizcó la nariz de tucán de Bosco.

-D-dinaa -murmuró con la nariz apachurrada-. ¡Dide que e-d un catrín!

-El próximo año serás un payaso, éste eres un catrín. Y serás el mejor de todos -comentó Lina al aplicarle el maquillaje en sus mejillas de melocotón.

-Sí -dijo Bosco en cuanto apartó la mano de Lio de su naríz-. Serás un payaso...

2 de noviembre del 2019:

-¿A qué hora llega tu hermanita? -exclamó Lio desde la cama de Bosco.

-No sé... ¿Quieres ser un payaso? -Lio negó con la cabeza.

Su rostro tierno cual melocotón estaba cubierto por una sábana de maquillaje color madreperla y el contorno de su ojo izquierdo brillaba como un sol naciente.

-¿Un catrín? -sugirió Bosco. El pequeño apretó los ojos contemplándolo y rodó la cabecita.

-¿Tu máscara es un catrín?

Las pupilas de Bosco se le acrecentaron libremente llegando a ser casi tan amplias como sus ojos. Negó en voz baja. No usaba una máscara, sin embargo dudaba de ello, solo era el maquillaje en su rostro cadavérico.

-¿Entonces quién eres? -Bosco no tenía respuesta.- Te ves un poquito triste.

Quiso objetar contra ello, ir en el sentido opuesto de las palabras de un niño que solo había vivido cuatro veces el día de Muertos. La mentira era el refugio simple y accesible por el que pudo tomar salida, la ignorancia del niño retrasaría las cosas únicamente.

-No estoy triste -comentó Bosco.

Tenía la piel fría y blanca como una torre de marfil. Los trazos petróleo que relucían su rostro se asemejaban a las ramas de un árbol creciendo por toda la frente. Brotaban lágrimas de zafíro que llegaban a su barbilla. Y conforme cerraba y abría los ojos el ciclo sin fin de unas flores, que renacían en la punta de las ramas y morían con su parpadeo, se volvió una triste verdad profunda de color océano.

-¿Entonces por qué estás llorando? -Insistió Lio.- ¿Tu máscara es la que llora?

-¿Mi máscara...? -repitió en enorme confusión.

El pequeño Lio apretó los holluelos en sus mejillas de melocotón y observó a Bosco creyendo que, él, conocía la verdad del universo.

-Tienes razón... Lio. -Reflexionó con su atuendo casi concluido. Sacó un sombrero liviano y de profunda oscuridad. En la copa, una pluma azulada como la espuma de mar se mecía suavemente.- Las máscaras igual lloran.

-Quiero ser un gato.

-¿Un gato?

-Igual al tuyo.

-¿Te refieres a Incín? -miró a la esquina del cuarto donde se hallaba su canasto de mimbre acolchonado.

-¡No! -Gritó Lio.- ¡Al gato!

Bosco se puso el sombrero. El atuendo estaba completo; los coloridos tirantes del pantalón negro y la camisa clara con bordados de cráneos felices indicaban que la máscara de Bosco estaba terminada. Andó firme hacia el canasto en que su amigo cara de mazapán dormía con la pansa arriba.

-Mi gato se llama Incín y él no usa máscaras.

-¡Oye! -El pequeño le jaló con fuerza de la manga.- ¿Me pintas unos bigotitos de gato?

-¿Por qué...?

-Por favor, Bosco.

Minutos después...

Un chico con la piel de marfil y de lágrimas color zafiro ascendía hacia el reloj de Salmet con un pequeño agarrándole de la mano -vestido con un traje negro y pequeño, llevaba unos enormes bigotes de gato, un sol naciente en su ojo izquierdo y una diadema de orejas felinas-. Jugueteaba con su canasta de dulces, llamada calaverita -coloquialmente-, y con cada movimiento que daba, el persa se sacudía en su interior.

-Dámela -ordenó Bosco al ver al pobre Incín con los pelos erizados.

-¡Pero es mía! -se quejó con los bigotes fruncidos.

-Y el gato es mío... -extendió su mano y después de agarrar la calaverita que lucía como una calabaza de tres kilos, Lio tomó la mano de Bosco.

-¿Por qué usas el sombrero de tu hermanita?

Recordó que fue de las pocas cosas que logró salvar el día en que su madre se deshizo de las pertenencias de Lina. Y al verlo, le entristeció reconocer que para Lina no significaba nada ese sombrero. En cambio, para Lio, cuya familia vivía frente a la casa de Bosco, ese sombrero de pluma significaba una vida desde que Lina y su hermano le llevaron todos sus años a pedir dulces.

Pero ahora solo eran él y Bosco. -Y un gato persa trimesino.- Ascendiendo por la acera vacía de la calle Berol, acobijados por la luna y teniendo el cielo nocturno reflejando las luces de colores, en las casas juntos vieron las ofrendas en exhibición. Construidas para aquellos seres amados que les habían dejado, unos hace poco y otros desde tiempos inmemoriales.

Los banquetes que alumbraban el camino nocturno tenían desde dulces coloquiales y frutas comunes a estofados y menús dignos de dioses. El viento paseaba con un aura espiritual, llevando las flores de cempasúchil como una falda detrás suyo, revoloteando por las calles y desvaneciéndose al tacto.

-Bosco, ¿cuándo pondré a mi familia en la ofrenda? Yo quiero estar en una. ¿Qué tengo que hacer para que pongan mi foto en la ofrenda?

-Nada... -masculló Bosco.

Todo el tiempo temía que dejara de saber de Lina de la noche a la mañana. Era inevitable pensar que pronto la pondría en una ofrenda. Puesto que para ello, solo necesitabas desaparecer de tu cuerpo y trasladar tu alma a donde ningún vivo pudiera alcanzarte.

-No tienes que hacer nada -repitió-. Mejor no... no te preocupes por ello, Lio. Algún día estarás en la ofrenda de tus hijos.

-¿Y si no tengo hijos... -curioseó. Se acercó a Bosco en cuanto vio lo que él juraría era un auténtico hombre-lobo caminando por la calle- en dónde voy a estar?

-En donde quiera que te gustes...

-¡Oh, oh, oh! -Bramó con emoción y abrazó a Bosco. Agitó la mano de Bosco y con ello la calaverita, haciendo que el persa maullara de ira.- ¡Estaré en una tienda de juguetes y jugaré con ellos todos los días!

Bosco le sonrió bajo la máscara triste de catrín y los bigotitos de gato que tenía Lio bailaron al verlo. Llegaron al reloj de Salmet, allí estaba una señora repartiendo golosinas y cañas de azúcar a los niños de Salmet. Bosco sacó a Incín de la calaverita para entregársela a Lio, éste trotó feliz a la señora y después de varios minutos llegó a Bosco con su cara volviéndose tan alegre como el color del melocotón.

-¡Miren! -exhaltó en el regreso, alzaba varias golosinas que ocupaban más espacio del que su puño podía acaparar.

-Se ve bien -dijo Bosco.

Desde distancias cortas, a pesar de no traer sus gafas, no se le dificultaba ver con claridad.

-Vayamos a buscar más en las casas de la colonia.

-¡Espera! -el pequeño jaló fuertemente de los tirantes para que no se moviera de allí.

-¿Por qué?

-Es que la señora me dio dulces y quiero que los veas. Me dio dos para mí, uno para ti y otro para tu hermanita -le explicó lleno de felicidad-. Pero no me dio para tu gato, por eso es mala.

La palma de Bosco recibió una caña de azúcar y un tejocote aplastado, Lio confesó que se le había caído cuando la señora se lo dio. Bajaron de la colina del reloj de la mano. Incín, el persa feliz, estrenaba su correa escarlata enganchada a su collar -decorado por el listón rojo de la Dama Fina.

-No lo toquen -dijo a una niña que pasaba cerca para acariciarlo.

-¡¡Ggghh!! -le chilló el persa a la niña.

-¡No lo toquen porque come niños y niñas! -Alertó Lio a unos niños que llegaban para tocarlo.

Los niños miraron incrédulos a Bosco, él confirmó lo dicho por el pequeño y sumó que se había comido el dedo de una niña minutos atrás. Los niños se fueron asustados y Bosco siguió su camino de niñero.

La calaverita de Lio engordaba lentamente, la luz se ausentaba esporádicamente con los minutos y al cruzar los alrededores del bosque de Salmet, los silbidos y aullidos que provenían de allí atemorizaron a los más pequeños del grupo. Bosco también sintió miedo pero sabía que de contarle a Lio, éste lloraría y no quería tener un niño asustado y un persa orinándose de nuevo.

Envuelto en las sospechas de que algún adolescente zombie o vampiro saltaría hacia ellos de las sombras cuando menos lo esperasen, un chico monocromático y de apariencia austera se posicionó frente a ellos con un pizarra en la que escribió: Dulces ^<^ .

Estaba de pie en medio de la calle que había sido liberada para la ocasión, en sus pies yacía una caja de cartón que contenía los mejores dulces que Lio surtió aquella noche.

Bosco contemplaba inquieto al chico frente a ellos, un escalofrío se paseaba por todo su cuerpo, tenía un aroma familiar a sandía. Su piel maquillada como el marmol, en realidad era terracota, y las cejas largas era ironía pura a su pequeño bigote dividido. Lo que no era negro, sería blanco y así mutuamente. Con una mano sostenía la pizarra porque la otra la ocupaba para golpear su bastón flexible en el pavimento. Y como su cabello rizado escapaba del sombrerito en su cabeza, Bosco teorizó una ley para el chico que vestía traje de pingüino y se movía como pingüino:

-¿Charles Chaplin? -inquirió viendo a su persa correr alegre hacia él.

El chico disfrazado de Chaplin le guiñó un ojo para acto seguido, abrazarlo sin emitir ningún ruido. Lio se sorprendió del acto por lo que le abrazó del mismo modo al monocromático, con una sonrisa en sus mejillas de melocotón. En cuanto la cercanía del chico favoreció a una nueva teoría, pronunció con orgullo cada silaba de su nombre:

-Sarabi... Tardé en notarlo, me disculpo.

Ella guiñó el otro ojo en respuesta.

Las semanas anteriores en las que conocieron a Damián, descubrieron que sus intenciones iban más allá de lo natural, se repetía un patrón de necesidad. La propuesta que quiso negociar en la librería Arias, fue rechazada por ambos, puesto que involucraba una venganza desquiciada por el daño que había hecho Abril a los otros -sin mencionar el ridículo ataque a Aurelio Cornejo-. Por ello consideraron que ser resilientes resultaría mejor.

De inicio las intenciones del chico de los ojos de muñeca se enfocaban en convencerlos para ejecutar su plan mas con el paso de los días, éste les mostró otros elementos de su vida y con ello, fue abandonando lentamente su plan. Su interés por el cine era una anomalía viviente, mismo a la construcción de maquetas a escala con figurillas talladas de madera y una extraña afición por la literatura europea del romanticismo... El meollo del asunto fue: Sarabi descubriendo la existencia de Chales Chaplin.

-¿Segura? -dijo Bosco insistente. Se dirigían en grupo a la casa de Damián, sabían que era el encargado de repartir dulces en su familia para el Día de Muertos.

-¿Quieren esta zanahoria? -El pequeño se las puso a pocos centímetros de la cara.- Es que no me gusta.

Sarabi la tomó con los guantes blancos la dejó en su boca, con cada mordisco, el bigote se agitaba más vivo que un bailarín de zamba.

Sarabi asintió.

-¡No vas a hablar... en toda la noche!

-Yo quiero jugar -se animó Lio.

Caminaron hacia una casa donde los niños formaban una larga fila y salían de allí con las golosinas más cotizadas por pequeños como él.

-Mejor no juego -corrió a formarse detrás de una niña y su hermana mayor, ambas vestían como catrinas.

-Te toca cuidar a Incín, Chaplin -le ordenó al dejarlo sobre sus brazos. Ella sonrió formando una media luna con sus dientes.

Esperaron a Lio en el exterior de la casa y conforme pasaron un par de minutos para que la anciana del lugar fuera a recargar las golosinas, escucharon un melodioso canto que arrasaba la noche por completo. Retumbaba de calle en calle y viajaba de oído a oído para transformarse en la misma atmósfera:

«Solitaria camina la bikina

La gente se pone a murmurar

Dicen que tiene una pena

Dicen que tiene una pena que la hace llorar».

-Olvidaste un detalle, Chaplin -indicó Bosco sentado junto a ella en la banqueta-. No... no te preocupes, es solo que descubrí que Incín tiene rutinas nocturnas.

Sarabi se quitó el sombrero e hizo una reverencia.

-Se pone a maullar a la luna... Rasca la puerta de mi habitación, yo me levanto a abrirla para que dé un paseo y cuando me canso de esperarlo... Cierrl la puerta y me quedo dormido, pero vuelve a maullar para que lo deje entrar y creo que lo hace a propósito...

-¡Miaaau!

-Lo odio la mitad del tiempo... -refunfuñó. Ella rio inaudible.

-¿Sabías que... todo el tiempo usamos máscaras?

«Altanera, preciosa y orgullosa

No permite la quieran consolar

Dicen que alguien ya vino y se fue...».

-Aguarda -exclamó Bosco incorporándose-. ¿Cantando la Bikina (de Rubén Fuentes) en 2019? - Chaplin afirmó con su bigote.

«Dicen que pasa las noches llorando por él».

Sarabi e Incín brincaron al descubrir que la melodía se hallaba a sus espaldas. Las lágrimas zafiro, que simulaban rodar por el rostro color marfil de Bosco, se convirtieron en unas de felicidad y cuando Lio regresó con él y le mostró unos panecillos de canela; la silueta iluminada débilmente -por el claro de luna- que le acompañaba, se presentó como la voz armoniosa que cantaba como ruiseñor.

Iba de la mano de una pequeña que tenía la misma edad que Lio, cada una vestía la piel de una catrina y esbozaban diferentes pensamientos. La catrinita era inocente y frágil, pero le rodeaba una inmensa curiosidad; mientras que la mayor, cuyo vestido lúgubre que recordaba a las viudas por su longitud y confección, de aquella cintura que referenciaba el cuerpo de una calavera. Y en su lustroso rostro, la sombra de su monumental corona floreada enganchándose en un rodete plateado quedaba opacado. También había pequeños cráneos coloridos colgando de su atuendo y acumulándose por el cuello hasta casi desbordar y su frente pálida que dibujaba un cementerio de colores, se convirtió rápidamente en el centro de su atención.

"Toma un dulce" -escribió Sarabi en su pizarra y la volteó hacia la catrinita.


-¡No sabe hablar! -dijo Lio. Chaplin asintió.

La catrinita andó temerosa hacia la caja tropezando con las faldas de su vestido y tirando unas flores de su cabello que Lio recogería y llevaría a su mami más tarde. Sarabi le guiñó un ojo y frunció el bigote al extenderle un puñado de dulces, mas la mirada de la catrinita viajó al interior de la caja.

En todo ese tiempo, Bosco contempló los ojos de la catrina como si ella no lo notara, pues sus ojos pertenecían a la catrinita. Unos ojos diminutos y vivos, de esos que te matan con verlos fijamente, Bosco estaba muerto y le gustaba cómo se sentía. Y por ello, fue el único que notó la perturbación en su mirada:

-¡Suéltalo, niña! ¡Escupe fuego y come dedos! -protestó Lio tomando a Incín de la cola y estiró de los brazos de la catrinita para salvar a la mascota de su amigo.

-¡Déjame verlo, no seas grosero! -reprochó la catrinita.

Sarabi los miraba más de cerca y su expresión delataba su falta de comprensión del tema y que no sabía qué hacer. Y por eso escribió en su pizarra:

"Valió madres, güey :( ".

-No es mi hermano... -dijo nervioso a la catrina y corrió a separarlos seguido de ella.

-¡NO PUEDES TOCARLO! -subrayó Lio.

-¡ES BONITO, DEJAME HACERLO!

El persa maulló con estridencia bajo el claro de luna que se proyectaba fuera de la casa. Intentó defenderse con sus garritas, pero estaban enterradas por completo en las palmas de cada niño. Sarabi quiso intervenir, pero recibió un cabezazo accidental en la naríz por Lio -cuando éste tiró de las patas y cabeceó hacia atrás-, se desplomó en la caja de dulces y la aplastó en su totalidad.

-¡¡¡¡Miaaaaau!!!! -gimió repentinamente y estiró sus colmillos para morder a la catrinita.

Sarabi miraba adolorida el vestigio en el cielo de las lunas de octubre. Con una estridente línea de sangre recorriendo sus labios pálidos.

-¡¡SHH!! -les regañó Bosco apartándolos con rapidez.

Él le hizo una seña a Lio para que parase y la catrina tomó con fuerza el brazo de la más pequeña. Incín tiró el arañazo a los dedos de Bosco, al ser garritas jóvenes, no llegó a tanto.

Sarabi rebuscó su bastón entre el piso y una vez lo tuvo, se levantó con él y le dio un empujoncito a Lio. La catrina les miró paralizada con sus manos apresando a la pequeña contra sí misma.

El persa pellizcaba la camisa y un tirante de Bosco y dentro de su figura, tenía el tamaño de un moño extravagante. La expresión del catrín triste a la catrina, mutó en una ruidosa verguenza acumulada en sus ojos cubiertos de océano gris.

-Me gusta... Tu voz suena como debería ser la de las sirenas en su mitología clásica. Cuando te escuchamos hace un par de minutos, yo... juré que era una sirena verdadera -el problema con las sirenas de verdad, es que el canto es una máscara para devorar a los marineros, pensó. Sin mencionar que su apariencia es lo opuesto a su voz.

Sarabi tomó la mano de Lio y lo enfrentó hacia la catrinita, obligándolo a quedarse allí. Los ojos de la catrina analizaron la apariencia de Sarabi -quien no lucía afeminada en absoluto- y rebotaron a Bosco y su gato que se aproximaban a ellas. Las intenciones de Sarabi quedaron claras rápidamente para Lio, y esto fue porque se parecían a las de su madre: "Discúlpate" capturó su entendimiento.

-Hola -murmuró la catrinita a Lio.

-Hola.

-¿Cómo te llamas?

-Lio, soy un gato.

-Yo soy una catrina.

-¿Te gustan los gatitos, catrinita?

-Me gustan más los perros.

-Ese es el gato de mi amigo -señaló donde Bosco.

-¿Y por qué no puedo tocarlo? -dijo algo triste.

-Mmm... No sé -analizó Lio.

-¿Me dejas tocarlo?

-No puedo.

-¿Por qué no?

-No nos gusta que nos toquen. No debemos dejar que nos toquen extraños, dijeron mi mami y mi amigo. Pero... Yo puedo decir si no quiero que me toquen, los gatos no.

-¿Sienten feo? -dijo compadecida.

-Les duele -murmuró con las manos cercanas a sus mejillas de melocotón.

La catrinita no dijo nada por severos instantes, después preguntó: ¿Y si quiere que lo toque? ¿Cómo puedo saber si no hablan?

-No sé -dijo confuso-. ¿Y tú... sabes?

-No sé.

-¿Y tú? -se dirigió a Sarabi, mas ella negó. En realidad se esforzaba en ello.

-Nadie sabe si alguien quiere que lo toques -explicó la catrina.

Lio regresó sus bigotes a la catrinita y pausó sus ojos descubriendo que era lo más difícil de saber, pues ni los niños mayores lo sabían:

-¿Me perdonas? -susurró el pequeño.

-Sí. ¿También me perdonas? -Lio afirmó.

Sarabi regresó con dos bolsas de dulces aplastados y le entregó una bolsa a cada uno, revolvió sus cabellos y se despidió de las catrinas con un gesto. Fue seguida por Lio y, él, por Incín, se fueron juntos a la casa del frente a pedir calaverita.

-Lo siento -mencionó Bosco-. Él no es así... se porta bien la mayoría de las veces. Puede ser muy directo o rudo... Supongo que es así como enfrenta la muerte de su mamá.

La catrina se irguió frente a él y casi sin hacer sonar su voz de sirena, le dio una palmada en el hombro.

-Es un vecino... No creas que lo justifico, porque él tampoco lo hace, en realidad, es un alma viva. Así lo llamaba mi hermana. Hicimos esa cosa de poner la foto de su mamá en la ofrenda, le reconforta saber que su madre siempre estará con él si cada año coloca una ofrenda. Y ha de ser bonito... -susurró- Creer que puedes vivir para siempre... creer en algo.

La catrina tomó su mano. Él las tenía cálidas, mas las suyas parecían formar parte de una paleta helada. Una vez las colocó en forma de capullo, dejó uno de sus cráneos coloridos, el más vivo y extravagante quedó en su palma.

-Me agradan tus lágrimas -mencionó con ligereza, la necesaria para sentirte un ser volador.

-Creo que... hacen juego -contempló el color zafiro del cráneo.

-Lo noté, por eso te lo di -Bosco nunca lo notaría. Ella le dio su único cráneo de ese color-. Es un broche, ¿dónde quieres que lo ponga?

-No lo sé.

La catrina tomó el sombrero de Lina de su cabeza y en él enganchó el cráneo zafiro. Devolvió con delicadeza el sombrero y miró una vez más el rostro calavérico de Bosco.

-Me pareció la mejor idea dejarlo allí -entonces, descubrió que el legado de Lina recaía con cada pequeña acción sobre él. Eran aquellos momentos, los más obvios, los que le recordaban su soledad en el puesto de la capitanía de su vida. Ese broche no indicaba nada menos que el sombrero era suyo.

-Sí... Se verá bien en mi sombrero.

-Próspero día de muertos para ti y tus acompañantes -enalteció la catrina junto a su hermanita.

-Lo mismo para ustedes.

-Oh, no -aclaró con sencillez-. Aquí acaba nuestra jornada. Nunca supe sus nombres, ¿podrías presentarmelos...?

El juicio que tenía Bosco en aquella época respecto a sí, lo que él valía y lo que era capaz de dar, le alertaba que dar a conocer su nombre a aquella persona que le había tratado con respeto, una de las pocas después de los episodios de Abril, era lo más estúpido que podría hacer esa noche -no estuvo menos lejos de la realidad:

-El niño pequeño es un gato-payaso, el gato es de hecho un ocelote bebé y Charlie Chaplin es una chica...

La catrina frunció el ceño bajo su corona de flores e insistió en saber su nombre:

-¿Y tú quién eres?

En cierto sentido, no fue la primera vez que le preguntaron aquello ese día; el primero fue él mismo, en su teatro de las máscaras; seguido por Lio y su curiosidad infantil por saber si las máscaras lloraban o lo hacía quien se ocultaba en su interior y ahora... Era el mismo teatro.

La pregunta sintetizada y que su hermana lo abandonara a la par del silencio de su padre, la ausencia de su madre, la necesidad de ser la nueva familia, no solo de un gato persa sino de una oveja negra y un chico con los ojos de muñeca... Desde entonces y la creación de la Corte Notable él sabía lo que era, puesto que se lo recordaban con perfecta constancia en la escuela, y, pese a pertenecer a los amarillos como su número dos él solo era:

-Un fantasma.

-Idéntico al chismógrafo de mi escuela -dijo la catrina-. ¿Sabes lo que significa allí?

-Sé que vamos a la misma escuela...

-Lo siento por ti -esclareció en calma.

-No sabes quién soy... Dime que me equivoco.

-Si supiera quién eres, te llamaría por tu nombre. Y no conozco tu nombre, pero si lo hiciera preferirías ser llamado fantasma.

-Debes pertenecer a los amarillos para que puedas decirme eso -reprochó.

-Sí -admitió la catrina-, pero eso no me roba mi nombre. Es Julia.

Sabía bien de quien se trataba, otra razón para conservar su nombre en secreto.

-Soy un fantasma y eso sí roba mi identidad...

Casa de el de ojos de muñeca:

-No lo toques, niño. Suéltalo, te vas a enfermar. Niño, ¡niño! Tendrás parásitos... ¿No me crees? Anda, inténtalo... ¡Era broma, un juego! ¡Niño!

Lio masticaba campante el chocolate más rico de su calaverita, que había sido abierto y cayó por accidente a sus pies.

-¿Quieres? -invitó Lio a Damián, éste se llevó las manos a la cara y deslizó con poca sutileza la máscara de su frente.

-¿Pasó... algo? Escuché quejas -marcó Bosco al salir de la casa por haber ido al baño.

Se dirigió a Sarabi, pero como ella no hablaba cambio su objetivo a Damián y Lio.

-¡Fue un escandaloso! -le hizo saber su el pequeño.

-¿Vino a molestarlos?

-No... -Espetó Damián.- Querían... dulces.

Sarabi reverenció a Damián con su sombrero y aplaudió tomando asiento en la banca del jardín con Damián y Lio.

Lastimó a Damián al sentarse en su capa, ésta lo arrastró y golpeó su cabeza en el respaldo. Había tomado la decisión de disfrazarse como el fantasma de la ópera, con una máscara blanca que cubría su perfil derecho y dejaba libre el segundo, su cabello carmesí, realmente lacio, cubría a grandes rasgos la mitad de su perfil descubierto. A pesar de ello, Bosco, Sarabi y él, cumplían con la similitud de que sus personajes representaban a la muerte en diversos aspectos.

La mayoría de los atuendos ese año se dirigieron a superhéroes, princesas o simples "excusas" para vestir atrevidamente. Y Bosco, de vestuario sencillo y altamente folklórico, se apegaba a la ocasión y conocimiento popular; no obstante, la mayoría de las personas no reconocían al fantasma de la ópera y solo los adultos conocían a Chaplin.

El patrón se repetía en los tres:

-Un catrín, el aristócrata mexicano muerto.

-El fantasma de la ópera, nada menos que su nombre.

-Charles Chaplin, muerto, ¡qué más da!

Tres almas, tres personas, tres fantasmas. El Coro Fantasma.

Bosco suspiró al descubrir que para sus amigos, Lina y Lio él era un héroe, menos para sí mismo. Llamó a Incín y una vez junto a él, lo metió a la calaverita de Lio y se la entregó; les animó a levantarse sin complicaciones y acomodó el sombrero de Lina, su sombrero, en su cabeza. Era oscuro, similar al vacío donde no existía la luz, y ligero -como su pluma color espuma de mar y el cráneo zafiro que le había dado Julia. Igual y... era su turno de liderar su vida:

-Damián. Llévanos con Abril... -se detuvo a tragar saliva-. Usamos tu plan y terminamos con el fastidio de ser fantasmas por la eternidad.

-¡Eso, mamona! -estimuló Sarabi con una reacción electrizante que hizo colapsar el silencio.

-¡Es una niña! -enloqueció Lio quien no lo había notado- ¡Es una niña!

-¡Miaaaau! -le acusó Incín por sacudirlo bruscamente.

-Vaya... ¡Está, está, está pasando! -dio a voces Damián.- ¡Siento que esperé esto toda mi vida y... -se puso a dar de brincos acompañado por Lio e Incín- está pasando!

Sarabi dio una palmada amistosa y estrepitosa en la espalda de Bosco y se apresuró a escribir en su pizarra.

-¡Sí! - gritó y pensó al ver a Damián y Sarabi saltar de un lado a otro con el pequeño Lio- "Y así es como pasó, es por esta razón... que morí".

-¡Iré por mi cámara, mi evidencia, mis audifonos -enlistó Damián dando brinquitos de conejo-, gas pimienta, el táser, los walkie-talkies, mis linternas y... mi diálogo y... Y...! ¡Voy al baño, no se vayan sin mí!

Bosco y Sarabi salieron junto con Lio e Incín, ellos se sentaron a esperar en la acera, pero ella colgó la pizarra en la reja. Una vez que salió Damián, corrieron a su destino; la reja se cerró y los niños que merodearan por ahí, aquella noche, verían el mensaje:

Fuera de servicio. ¿Motivos? EL Coro fantasma se ha escapado
(✯ᴗ✯)

Noche fantasma (el virus en la colmena de la ponzoñosa avispa):

-Y así infectas la colmena entera -Damián presionó enter.

Bosco lo había encadilado, sabía lo que conllevaba liberar los deseos vengativos de Damián en una sola noche. No obstante, tenía que permitirle ser así si querían tener una vida ordinaria. Resistían montando guardia bajo la mesa de la cocina y otros aparatos de limpieza.

Abril propuso una fiesta desde inicios de secundaria, su segundo aniversario no fue lo que esperaba ya que... terminó siendo su fiesta de despedida.

Y por tal motivo la cocina estaba patas arriba, pero era el punto de menor atractivo en la fiesta. En alguna otra parte habría gente haciendo cosas más interesantes. Bosco refugió a Incín y Lio en los muebles bajos de la alacena, detrás suyo, en lo que Damián y él "pirateaban" -entre comillas-, el sistema. Porque lo único que tuvieron que hacer fue robar la computadora de Abril, mientras el raciocinio de los fiesteros estaba ausente en el bullicio, fajes, bebidas, charlas banales y retos estúpidos...

Y como la fiesta era de disfraces -no mencionaremos el hecho de que los disfraces de todo el mundo amarillo se concentraba en resaltar su atractivo-, los fantasmas pasaron casi por desapercibidos puesto que nadie les reconocía.

También estaba el encargado de vigilar la puerta y evitar que los amarillos se metieran en problemas, éste fue, por mucho, el objetivo más sencillo de traspasar...

-Coqueteale, Sarabi -suplicó Damián ocultos detrás de un auto.

-Ay sí... - susurró- muy chingón, ¿no?

-Tenías el voto de silencio Chaplin, ¡no protestes! -Recriminó Damián.

-¿Y cómo sabes, güey, que no le gustan los hombres? -discutió Sarabi.

Bosco observó cómo Damián no respondía y rio en voz Baja. Asomó la cabeza por el capó y volvió a ocultarse.

-¡Porque más del ochenta por ciento de la población actual es hetero!

-¿No se te ocurre que puede ser, éste güey, la excepción? -sonrió Sarabi.

-¡No le voy a coquetear!

-¡Ni yo, mijo!

-¡Si quieren... yo le pego y entramos! - les animó Lio con su pequeña sonrisa.

-Nada de eso -avisó Bosco al quedar en descubierto sobre el capó-. Se durmió, será mejor... entrar ya.

Los cuatro deslizaron frenéticamente sus cuerpos al cruzar la calle; Bosco empujó la puerta y con ella escapó el bullicio del interior. Se volteó a ver a sus amigos; lucían como verdaderos fantasmas y orgulloso de ellos, se adentró al lugar.

-¿Y si le dio sobredosis?- sugirió Sarabi orinándose de la risa.

-Es más probable de lo que puedas creer -habló Damián.

-Ah... -suspiró Sarabi y se acercó al chico-. Te cuidas, güey -y palmeó su cabeza.

Se diría algún día que uno de los últimos errores de Abril en sus días de gloria, sería precisamente dejar a aquel chico custodiando la entrada.

En el momento cuando Sarabi soltaba evidencias por todos lados de la fiesta y bailaba un poco en el interlapso; Damián y Bosco robaban su computadora portátil del estéreo y transmitían lo que Abril opinaba de aquel que no fuera ella; Sarabi regresaba y difundía los secretos más oscuros que obtuvo en los años en que fueron amigas como rumores. Repartían copias de la página que amenazaba a Bosco de la Corte Notable y... demostraban la existencia de varias cuentas de redes sociales que boicoteaban a todo el que estuviese en la fiesta y más, con la pequeña excepción de una Abril muy ausente -la única.

Cuando Abril enloqueció o bueno... Todo mundo enloqueció. La alacena que hasta ese momento ocupaban el persa y Lio con exclusividad, pasó a ser el refugio del coro fantasma, los tres chicos, cuando una pelea entre dos muchachos se desató sobre la mesa de la cocina.

Los golpes en la madera y el griterío en el hogar resultaron ser parte de su latente naturaleza. Si los padres de Abril hubiesen llegado en ese punto... Lástima que llegaron cuando la casa ya no tenía nada de casa.

-¿Galletas? -compartió Lio con Damián golpeándole con ella en la oscuridad.

-No hables nada ruidoso -le susurró Bosco.

-Bosco... -masculló Sarabi. Había huido al interior cuando el exterior se volvió pesadilla-. ¿Cómo vamos a salir si hay dos pendejos peleándose y obstruyendo la salida...?

-Esta no se te cayó al piso, ¿verdad? -le preguntó Damián a Lio.

-¡Te estoy diciendo que no con la cabeza! -contó en la penumbra.

Damián comió la galleta y con pocos milisegundos en su boca, fue a parar al piso de un escupitaji.

-¡La babeaste! -acusó a Lio.

-¡No fui yo! Fue el gato -Damián escupió repetidas veces, esperando manchar al pequeño Lio porque no le creía. Aunque alcanzó a ver una araña por las galletas...

La computadora fue arrebatada de las manos de Bosco, acto que le desconcertó; pocos segundos después, Sarabi ingresaba a un programa y escribía una oración para dictar en voz. Sonaría por la bocina inalámbrica y, ¡quizás!, les salvaría:

-¡Rápido! ¿Qué le interesa a un puberto de catorce años? -dijo el puberto de catorce años.

-Sexo -intuyó Damián.

-El presupuesto no cotiza eso -murmuró Sarabi con enfado.

-¡Juguetes!

-No, a menos que sean de otro tipo- alegó Sarabi.

-Videojuegos -asestó Bosco que se encorvaba para no lastimarse en la pequeña alacena.

-Fuera de lugar...

-¡Libros! -conmocionó Damián.

Sarabi y Bosco detuvieron sus actividades y le miraron con una indescriptible pena ajena, Incín devolvió una bola de pelo en su zapato y Lio negó con una mano en la sien.

-Nunca creí que acabaría todo así... -cabeceó Bosco al ver por las rejillas a uno de los muchachos golpeando la nariz ensangrentada del otro, sobre la mesa.

-¡Uff! Buen madrazo, se mamó el güey.

-Ahora me arrepiento de no incluir el escape en el plan -murmuró Damián ocultándo su perfl descubierto por la máscara en la penumbra.

-Bosco... -avisó el pequeño Lio- ¡Quiero hacer pipí!

-Ya somos dos -repitió Sarabi con la voz melancólica.

-Nuestro futuro depende de salir ahora, y que nos dejen la cara con más hoyos que un queso -explicó Damián- o permanecer aquí y que lleguen los padres de Abril, terminando en arresto domiciliario o algo así.

Un incesante tecleo permaneció como la última actividad interesante que se realizó en la alacena aquella noche. Sarabi miró con atención sus palabras y extendió su teléfono a Damián y el lo tomó:

-Escape de la colmena: llama al 911, yo me encargo de los pubertos -esbozó la puberta.

-¿Bueno? -reaccionó Damián mientras esperaba la recepción de su llamada- ¿Bueno, bueno? Estoy practicando... -susurró.

-Eres un vecino enojado, presenta tus quejas y da la dirección -le ordenó Sarabi-. Usa tus años de estudio en venganza y los dotes de tu voz varonil -proclamó Sarabi imitando la voz de un hombre.

-No te separes de mí, Lio... Mete a Incín en tu calaverita y no olvides nada, porque de aquí te llevo a tu casa...

-Sipi -asintió-. ¿Puedo decir groserías?

-No -Lio soltó un suspiro.

Y desde el exterior de la casa, minutos anteriores a chicos corriendo y chicas gritando por igual, la calle parecía recibir la invasión zombie. Motivo que atrajo más llamadas al 911 por disturbios en la paz, posteriores al mensaje de Sarabi que indicaba la aproximación de la policía en menos de cinco minutos y el aviso a sus padres de que:

-Andan pachecos y muchos no usaron condón...

Damián les abrió paso por la puerta exterior de la cocina. Como cada uno de ellos usaban guantes, se corrieron pocos riesgos, sin alardear que el sitio menos sospechoso era la cocina, pues la sala y las habitaciones se convirtieron rápidamente en la perfecta imitación de un zoológico humano.

Dieron un salto al césped y se agacharon al ver unas sirenas, de patrulla, asomándose por la entrada. Los adolescentes que la obstruían, les dieron tiempo para que Lio orinara en los rosales y saltaran la barda de seguridad; ayudados uno del otro.

-Yo no vi a Abril -mencionó Bosco al correr por la calle adyacente.

-Estaba emputadísima -confirmó Sarabi-. Nada que temer, no sabe qué la golpeó, solo escapemos de la policía y ya.

El pequeño Lio daba largas zancadas para mantenerse a raya, pero su lentitud obligó a Bosco a cargarlo en su espalda. La calaverita pasó a manos de Sarabi con el persa dentro. Damián, quien veía mejor en la oscuridad y percibía mejor los sonidos, les guiaba el camino menos visible, llevaba una gran mochila que llegaba hasta sus muslos y evitaba que su capa volara.

-Me cansé de esta chingadera -anunció Sarabi al depilarse el bigote de un tirón-. ¡Un güey me preguntó si era Hitler!

Bosco rio, pero le lastimaba que Lio le encajara su mandíbula en la cabeza.

-¡Somos ilegales! -chilló Bosco atemorizado al darse cuenta de lo que hicieron.

-¡Me gusta ser ilegal, le diré a mi papito! -comentó Lio.

-¡NO! -Protestó Bosco.- ¡No puede saber nada de esto! Prométemelo por tus bigotes.

-Bueno, lo haré -aceptó Lio.

-¡Lo malo es que faltó Aurelio! mencionó Damián al doblar por un callejón.

-¡Es el único amarillo que no nos ha hecho nada, guey! -le recordó Sarabi.

-¡Habla por ti! -escupió Damián.

-Si no fuera por él... -tomó una bocanada de aire y prosiguió al encontrarse cercanos a la casa de Damián- y su estúpida idea de subirse a una escalera, nada malo hubiese ocurrido.

-¡Pero...! -aludió Sarabi.

-No protestes, escúchalos -dijo Lio.

-Fue él quien financió todo lo que Abril dejó de tarea para Bosco... -mencionó Damián- No sabemos qué ocurrió, pero sabemos que no es inocente... No lo fue conmigo.

Sarabi calló al llegar a la reja donde colgó su pizarra. Damián y Bosco se desplomaron de cansancio en el piso, mientras que Incín trepó a su hombro y contemplaron la escena en la pizarra.

Tres sobres verdes reposaban donde descansaban los marcadores. Su mensaje había sido eliminado y sustituido por otro: Los espero, no falten. Bosco estaba practicamente muerto, lo mismo para Damián. Ella repasó por todas las comisuras de los sobres descubriendo que eran casi idénticos; la excepción fue que cada uno se dirigía a diferentes fantasmas. Rompió el suyo con uso de sus dientes y tras leer el contenido unos segundos, dejó caer el sobre al piso y guardó el escrito en su saco.

-Ahora sí se mamaron -dijo.

Le pasó a cada uno su sobre, a excepción del pequeño Lio -puesto que no le incumbía-. Acarició a Incín y lo entregó a Bosco. Se despidió y caminó dándoles la espalda:

-Creo que esto recién comienza y -alardeó Sarabi- yo... me voy a casa a beber Yakult.

Se marchó tambaleante por la acera.

Bosco siguió pecho-arriba, observando las estrellas. Incín lamió sus orejas sudadas y Lio una paleta. Mientras tanto, Damián leyó el sobre y contempló a Bosco con una sonrisa sarcástica:

-Cito a Sarabi Zabatta; Creo que esto recién comienza.

3 de noviembre del 2019

Querida nariz de tucán:

Saluda al pequeño Lio por mí, es un alma viva, y dile que lo eché de menos. Éste fue tu primer día de Muertos emancipado, felicitaciones. Ojalá resultara inolvidable, mucho más si organizaste algo con tus amigos, en ese caso, más espectacular aún.


Se vive diferente aquí en la ciudad, fui al centro de Coyoacán con mis amigos. Fue una experiencia renacentista, aún siento los efectos pero no va más allá de sentirme como hippie o tu maestra que haaabla coooomo cetaaaaceo. "Vive sin drogas, Bosco". Yo aprendí mi lección y te aseguro que estuve TOTALMENTE consciente de todo lo que hacía la noche de ayer, antes de probar la Mary Jane... Y estuve totalmente inconsciente de lo que hice al probarla y ahora, solo recuerdo que la vida es un teatro y su artista protagónico es el humor.

Nadie puede vivir sin una pizca de chocolate y humor en la vida, estaría absolutamente desabrida con cero votos de risa y jornadas laborales de tiempo completo.

¿Recuerdas a mi amiga de la otra carta? La misma que hablaba de una vida ordinaria y blah, blah, blah... Descubrí que todas sus elocuentes suposiciones brotan con un beso de Mary Jane, no hablo de nadie relacionado con un trepamuros, Bos -¡hey si te digo Bos, suena como jefe en inglés (O . O)! Dile a tus amigos por mí-, en fin, hablo de marihuana. Olvidé lo que quería decir, me disculpo por ello...

¡Lo recordé! Y ahora sí, no se me escapará... ¡mua, ja, ja, já! Descubrí en un pequeño viaje a mi mente que en una guerra usualmente existen DOS bandos opuestos. Cada uno de ellos tienen líderes... y respectivos ejércitos, ¿te digo lo más ridículo? En vez de resolver sus conflictos retrógradas con su palabra o matándose entre ellos, usan a sus hombres para que se maten por los deseos del otro. Osea... Un tipo que mata a un tipo que no le ha hecho nada, por no atender la sencilla decisión de usar la palabra.

En resúmen, las guerras son estúpidas y como no hay nada en nuestra Madre Tierra más poderoso que el amor y la estupidez humana; una guerra es irremediable. Si participas en una, usa casco y un pañal para que no tengas que buscar ningún baño y mueras... ¡Y mata a todos los idiotas que puedas!...

Ya me dio sueño, esperaré tu respuesta. El amigo de papá ya va a llevar mi carta al correo, no te preocupes por mí. La señora me hizo caldito de pollo, estoy emocionada porque hace mucho que no como pollo por la dieta que tenemos con el dragón de tres cabezas... Entonces, a ver qué pasa...

Atte: Lina la sabia,

Lina la bella suena mejor,

aunque prefiero Lina la sabia

P.D.: Que no se te ocurra darle Mary Jane al gato.

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