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3. La Corte Notable

Miércoles (por la noche):

4 de septiembre del 2019

Querida Lina:

Una disculpa, nunca he sido bueno escribiendo cartas, en eso soy muy distinto a ti. Soy tu hermano, por cierto. Lina, no sé que es lo que hayas querido decir con tu segunda carta (la falsa, me refiero), y por eso quiero añadir que no pienso eso de ti. Tampoco de mí, por cierto. Creo que... cometes un error al suponer que yo puedo ser mejor que tú, han ocurrido una serie de... "cosas" que yo no sé cómo las manejaré. Quiero decir... que es cierto que tú no eres como yo, pero lo digo de la buena manera: eres mejor.

Me refiero a que tú en verdad sabes cómo enfrentarte a la vida, sin necesitar un estúpido sistema al igual que lo hago yo, de algún modo me gustaría ser como tú y solo... "lanzarme" a la vida. O... eso me hubiera gustado, porque parece que alguien más me lanzó.

Al día de hoy no he recibido ninguna carta tuya todavía. Ayer y hoy me desperté más temprano de lo usual para revisar el correo antes que mamá, es solo que... no quiero que ella encuentre tus cartas antes que yo. Ya conoce nuestro truco de la tinta invisible desde que le enseñé la carta falsa y... si ella llegara a revisar el correo antes que yo, nos descubriría de inmediato. Deberíamos emplear otra técnica, házme saber tu respuesta... Claro que tendré que esperar primero una carta tuya (donde me digas que todo está bien) y así sabré a dónde dirigir ésta.

Debería decirte "gracias por el persa", por cierto, pero creo que cometiste un error al traérlo aquí. Sé que era para mamá (o eso nos diste a entender), el problema es que ella se lo tomó a mal. Me gritó que lo echaría a la calle, no quiere nada que tenga que ver contigo... Me dolió tanto escuchar eso que me ofrecí a cuidar del persa... creo que me recordó a ti. El dragón de tres cabezas entonces me dijo que si yo quería quedarme con el persa, sería yo, y solo yo, el responsable...

Por cierto, añadió que si terminaba matándolo sería mi culpa... creo que realmente terminaré matándolo. No ha llegado ese momento porque tuve ayuda de una amiga, Sarabi, y también de su hermano. Recuerdo que te hablé de ella en una ocasión, y lo hice para quejarme... porque estaba harto de que me hostigara con su presencia, invadiendo mi espacio personal, y te dije cosas malas de ella. Sin embargo, Sarabi me ayudó, porque ella es una amante de los gatos y según ella, también soy su "mejor amigo", y me siento mal de que me haya ayudado. De haberme escuchado decir lo que te dije acerca de ella, no solo no me hubiera ayudado... tampoco volvería a dirigirme la palabra.

El día de ayer pasó eso; me invitó a su casa (llevé al gato conmigo); sacó una caja cubierta de polvo y me dio su contenido. Eran las pertenencias de su difunta gata, la Dama Fina... Yo no las merezco, pero... pienso que el gato sí. Ellos me llevaron a una tienda de mascotas y me ayudaron a escoger las croquetas que debía comer el gato... También pagaron, por cierto, y le regalaron una correa...

No sé qué ocurrirá con el sistema, Lina... La verdad, tengo mucho miedo y no es como el que sentía cuando salía al baño en la noche (en medio de la oscuridad) y creía que un monstruo me arrastraría a los rincones más oscuros... El monstruo está creciendo dentro de mí esta vez.

Eres buena para poner nombres... Me gustaría que me aconsejaras uno para el gato antes de que yo le ponga un nombre estúpido.

Y otra cosa más... Me he metido en un "problema", ya no soy tan diferente a tí... Es más, creo que preferiría ser fuerte al igual que tú... No estoy seguro de qué se me ocurrirá para solucionarlo, pero... a menos que encuentre una manera para arreglarlo en menos de lo que acabo esta carta, me reservaré la historia para mí.

Bosco

P.D.: Te quiero, cuídate mucho y no olvides mantenerme al tanto.

 

Miércoles (por la mañana):

—No te ofendas, Bosco —dijo Sarabi. Estaban en otro receso, colgando los pies entre las barandas como el día anterior—, es solo que me cuesta creer que tu hermana escapara con el dinero y se fuera sin ayuda a la capital. Además de que lo explicara todo en solo una cara de la hoja.

Bosco reflexionó sus palabras, privándose la información de aquella primera carta que había leído. Sabiendo que nadie más que él y Lina sabían de su existencia, ni siquiera su padre, quien apoyaba a su hermana en esos momentos tenía la más mínima idea de que Lina hubiera escrito dos cartas:

  —Lo creas o no... —murmuró Bosco limpiando sus gafas— es lo que ocurrió...

  Sarabi se percató de su evasión al respecto y calló por unos instantes. En su regazo había una libreta, ella escribía allí desde el lunes, tenía una nota en la carátula que decía su nombre de pila y su pasta había sido bordada con hilo amarillo. Teniendo al lado un chico que se resignaba a iniciar la conversación, ella dio el primer paso:

  —Güey, ¿sabes qué es esto?

Bosco giró hacia ella. Sarabi sostenía la libreta en alto con una mirada que le incitaba a animarse:

  —Es... una libreta —respondió Bosco, agarrando un puñado de zanahorias picadas de un tupper.

  —¡Eso es obvio —declaró Sarabi, agitando sus rizos de oveja negra al decirlo—, pero solo a simple vista!

  —Entonces... es un diario. —Murmuro metiéndose las zanahorias picadas a la boca.

  —¡Tampoco! —Negó con la cabeza.

  —Entonces... me rindo.

  —¡No seas así, Bosco! —Reclamó Sarabi.— ¿No quieres tratar una vez más?

  Al no recibir respuesta, ella misma siguió con el juego, adivinó en lugar de Bosco:

  —Tenías que decir un chismógrafo. ¿Sabes lo que es un chismógrafo? —Bosco negó con su silencio y se puso las gafas otra vez.

  —Ay, Bosco... —Rechistó Sarabi con la lengua.— Es la práctica más perrona que no puede hacer falta en una secundaria. Mezcla la práctica de pasarse notas en clase y de tener un diario.

  —¿Hablas enserio...? —Murmuró Bosco con los pies estáticos colgando.

  —¡Sí!—Expresó Sarabi.— ¡O me corto un huevo!

La peculiar forma de expresarse que Sarabi tenía, confundía a Bosco amenudo. Le costaba creer que frente a él, tenía a la mejor de la clase.

  —A todo esto... ¿Dices que tu libreta es un chismógrafo?

  —¡Simón! —Dijo.— Y se llama la Corte Notable.

Sarabi se incorporó, recogió sus piernas del vacío, se apoyó del pasamanos para subir y caminó a una mesa. Allí se sentó y le pidió a su amigo que la acompañara:

  —¿Para qué necesitas un chismógrafo? —Enunció Bosco, tomando lugar frente a ella.

  —¿Conoces el nombre de dos personas o más de la clase? —Interpeló Sarabi.

  —Sí... Bosco y Sarabi...

  —No mames —replicó—. ¡Hablo en serio!

  Ella dejó la libreta en la superficie de la mesa y abrió la primera página para que Bosco la viera. Una larga lista de números, del uno al cincuenta, esperaban ansiosos por recibir un dueño:

  —¿Por qué están vacíos? —curioseó Bosco.

  —Mira —le explicó con una voz paciente—, en un chismógrafo la gente apunta su nombre al inicio, en un respectivo número, así, cuando respondan las preguntas pueden anotarlo y hacer saber a los demás quiénes son; pueden anotar sus números; redes sociales; la dirección de su casa o su e-mail. También podríamos crear apartados para ciertas personas y así saber más de ellas, después de todo, son 300 páginas...

  —¡Trescientas páginas! —exasperó Bosco, levantando las gafas al arrugar su naríz de tucán.

  —¿Crees que nos baste con ello? —cuestionó Sarabi con la mirada divagante.

  Bosco se llevó las manos a la cara y emitió varios sonidos incomprensibles.

  —Mira, estuve meditándolo en vacaciones y quería que fueras partícipe de esto —sopesó Sarabi—, es que... Somos fantasmas, Bosco. Nadie nos toma en serio, nadie se acerca a hablar contigo y la mayoría me evita por... No sé por qué.

  Bosco descubrió sus gafas, podía ver a través de la lente a su amiga. Quería confesarle que él estaba a gusto de esa forma, apartándose de los demás, y que no sentía la necesidad de hacer más amigos —ella ya era un fuerte dolor de muelas para él.

  —A veces me pienso que dentro de varios años, cuando todos recordemos nuestra etapa aquí... —Describió Sarabi.— Yo no seré más que una borrosa mancha en los recuerdos de otros.

Ella recargó una mano encima de la otra, su mirada altamente briosa brilló con aire de miedo y su piel terracota parecía quebrarse, igual que un jarrón viejo. Bosco tomó la libreta, el nombre de Sarabi estaba escrito en un espacio para nota de la carátula y encima de la lista de números que llegaba hasta el cincuenta, estaba la leyenda:

La Corte Notable.

—¿Y qué es lo que vamos a hacer con ella? —Dijo Bosco, comprobando la hora ojeando al reloj de gato de Sarabi.— Nos quedan quince minutos...

  Los ojos de Sarabi se iluminaron como dos medias lunas. Ella se apresuró a obtener un bolígrafo de su bolsita y se lo pasó a Bosco:

  —¡Anda! —Le animó viendo la incredulidad en su cara.— ¡Firma el número uno!

  —¿Yo...? —Sobresaltó Bosco.

  —Sí, güey —sugirió Sarabi, inclinándose para verlo firmar.

  Él dirigió la punta del bolígrafo a su palma izquierda y surcó un par de veces hasta ver cómo ésta adquiría unas líneas negras, se detuvo y escribió su nombre en el puesto número 2.

  —¡No chingues! —Protestó, viendole firmar—. ¡Te dije que en el uno!

  —No... —rechazó Bosco casi inaudible— no merezco el puesto.

  —Conste... —Repuso Sarabi, firmando el primer lugar.

  —¿Ahora... qué?

  No había terminado la frase y Sarabi se levantó de la mesa, adelantándose entre las mesas de la terraza. Bosco, sin perderla de vista, recogió la basura que habían dejado en la mesa; la depositó en un bote y buscó el cabello de oveja de Sarabi entre la multitud que circulaba el pasillo.

  Desafortunadamente, apartó la vista al tirar la basura y así dejó de verla, pero, encontró sus mochilas recargadas junto a las patas de la mesa. Bosco se acercó a ellas, guardó su tupper en la mochila y luego se la colgó en la espalda—recordó que su nuevo horario indicaba que, después de receso, todos los miércoles, su próxima clase era Artes—; sujetó la mochila de Sarabi de un brazo y se dirigió al salón en el edificio C.

  Se desvarió constantemente al bajar las escaleras, puesto que los estudiantes le pasaban enfrente como si le quisieran tirar, pero la verdad, parecían ignorar su presencia. El intercambio de pasos que hubo desde los pasillos hasta las escaleras le dio como regalo una agujeta desatada, la cual pisó al bajar los últimos escalones, resbalando al piso.

  Un chico que merodeaba por su parte, se cruzó a una distancia no mayor a un metro y, sin las intenciones de salvarlo a propósito, frenó su caída. Ambos se desmoronaron en el piso del modo que lo haría un dulce de mazapán. Las risas no se hicieron ausentes, llegaron como una emboscada de arqueros, acompañados de teléfonos celulares que fotografiaron la desafortunada escena.

  El chico que desafortunadamente se cruzó, cayó de un sentón sin perder la mochila y miró a Bosco. Su mirada era como los ojos de una muñeca vieja y sus ojeras no se diferenciaban tanto a las de un hombre que trabajaba jornadas enteras. El chico gato zapateó los últimos escalones de la caída y perdió ambas mochilas de su agarre, quedando cada una a sus lados. Miró con temor al chico de los ojos de muñeca, cuyo cabello carmesí parecía el polvo que se acumula en un estante viejo, era teñido, pero le daba una apariencia lúgubre:

  —D-disculpa... N-no fue mi intención —tartamudeó Bosco.

  —No te preocupes. —Rezongó molesto y poniéndose de pie antes que Bosco, entre las burlas de los estudiantes que siguieron con su vida rápidamente.— Átate la agujeta.

Bosco no había notado siquiera que estaba desatada. Los estudiantes les rodearon para seguir su camino, dejando que Bosco se pudiera amarrar, sin problemas, la agujeta del pie izquierdo. En cuanto terminó, alzó la vista, pero el chico se había ido. Recogió sus cosas y caminó fuera del pasillo para el edificio C.

Minutos antes de la clase de Artes:

Sarabi agradeció a Bosco que le llevara su mochila hasta allí, gesto que él no consideró suficiente, después de la caída y las fotografías —aunque calló lo ocurrido sin aclarar el motivo de su tardanza—. Dejó caer las mochilas y las recargó en el muro exterior del salón, la puerta estaba cerrada y esperaban a su profesora. Sarabi se sentó, recargándose en ambas mochilas y le dictó a Bosco una serie de nombres en su libreta:

  —Aurelio Cornejo, Belén del Águila, Julia Ferreira, Abril Bazár, Ibai Bazár, Nicolás Fuentes y Javier Mendoza firmaron la Corte Notable.

  —Has de estar contenta... –indicó Bosco, sentándose junto a ella.

  —Más de lo que creí que estaría —Esbozó Sarabi.— ¡A huevo!

  Miró a los compañeros que estaban esperando junto con ellos fuera del salón, entre ellos estaba el chico de cabello carmesí y ojos de muñeca, a quien Bosco había tirado. Al ver a su amiga llegar antes que él, imaginó que los nombres en el chismógrafo serían los nombres de los chicos en el pasillo:

  —¿Cuáles son los supuestos rostros de los nombres? —Añadió Bosco.— Los que me acabas de mencionar...

Sarabi escupió una carcajada antihigiénica que salpicó otra vuelta las gafas de Bosco. Él se las quitó y limpió con la manga de su suéter escolar, insultando a Sarabi en secreto. Ella detuvo su frenesí y se dirigió a Bosco con un mohín molesto:

—Ninguno de ellos aparecería en la lista. ¡Al chile no, güey! —reflexionó Sarabi con la mirada cargada en la escena de raritos que formaban los chicos del pasillo.

  —Hace... hace unos segundos mencionaste que tú querías no ser olvidada... —Ponderó, consciente del tono que usó Sarabi al pronunciar la frase.— Y eso incluye a todo mundo... supongo.

  —No... —Balbuceó Sarabi, haciendo que sus labios temblaran.— Es distinto. Ellos no son importantes, no como Aurelio, Abril o Belén...

  —Como digas —replicó indiferente, después de todo, tampoco quería más amigos.

  Ella le pasó la Corte Notable, con ella en manos, Bosco se preguntó si un mecanismo como el de la libreta sería permitido en la escuela. La Pluma de Salmet, nombre oficial del lugar, era más que un sitio donde los chicos de su edad estudiaban. Era, en otros tiempos, un simbolismo de la libertad y prosperidad que había atormentado a Salmet cuando solo era un pueblo, antes de convertirse en una de las mejores ciudades del estado:

  —¿El director aprueba esto?

  —Por supuesto —respondió Sarabi—, ¿tú crees que lo haría de no ser así?

  —No. —Contestó y reflexionó la lista de nombres que había en la libreta, que iniciaba con Sarabi en el puesto uno, seguida por él y con Aurelio Cornejo en tercero; los demás nombres sucedían en el orden en que Sarabi les mencionó; dejando cuarenta lugares restantes en la lista.— ¿Y qué hay de aquellos que... no aparecen en la Corte Notable?

  —Son fantasmas.

  —¿Y los que sí están...?

  —Son amarillos, nada resalta más que ese color —dijo— y si queremos que nadie nos olvide, ese es el camino.

Bienvenida ceremoniosa a la clase de Artes:

La ceremoniosa bienvenida, pensada como innecesaria por Bosco, a clase de artes, fue incomprensible para su cabeza. La puerta del salón se abrió por sí sola, a la par del timbre que declaraba el fin del receso, y con ella, segundos después; se asomó la cara alargada con gafas de botella y cabello tan lacio, que aparentaba estar mojado, de la profesora.

Sus pupilas negras como el carbón y los dientes del tamaño de un grano de maíz, le daban la bienvenida a cada alumno que se ponía frente a la puerta de entrada. A algunos les estrechó la mano, hubo unos a quienes les sonrió, a algunos les dio los cinco y a los desprevenidos les tiraba confetti encima. Bosco, al ver esto último, se dirigió al final de la fila, repitiendo el proceso cuando se acercaba más y más a ella—de este modo, el confetti se acabó antes de que el llegara—. Sarabi fue de las primeras en ingresar, Bosco fue el último y contemplando alarmado a través de sus gafas a la profesora, ella solo esbozó esto:

  —¡Eeentra... la claaase comienza!

Cerró la puerta detrás suyo, exterminando la luz con ello. Pidió a los alumnos sentados junto a las ventanas que corrieran las cortinas, dejando que los rayos del sol se distribuyeran por toda el aula. Sarabi era la más cercana al escritorio de la profesora, estaba sentada en un alto pupitre junto a una chica cuyo nombre no incluyó en la Corte Notable. Él tomó asiento en el pupitre más cercano a la puerta, además, era el único lugar que quedó desocupado. A su lado, el chico de ojos de muñeca y cabello carmesí mordía la goma de su lápiz.

  Bosco tomó distancia, apartando su silla unos cuantos centímetros de él y bajó su mochila a un lado del pupitre. Él procuraba sentarse lejos de Sarabi, puesto que, ella hablaba mucho y él siempre terminaba regañado por algún profesor en su lugar; sin mencionar lo dificultoso que era trabajar con un profesor enfrente, tampoco le gustaban las filas del frente.

  —¡Niños! —Anunció la maestra, distribuyendo, a la par de sus pasos, la larga falda de flores que usaba, fuera verano o invierno.— Soy la señorita Oli... de Olivia. Daré su clase de Artes este curso, lo que me vuelve automáticamente... la autoridad principal... aquí —lo último lo murmuró con tal tono, denotándo que no temía arrastrar las palabras ni perder su tono ceremonioso del habla.

  —Disculpe, señorita Oli —dijo una alumna alzando la mano—. ¿Usted no es la directora de teatro que anunciaban en televisión hace unos meses?

  —¡Yujuu! —voceó la señorita Oli con deleite—. Pero qué... alabanzas, niña. ¡Vaya que soy yo!

  —¡Lo sabía! —gritó la estudiante que tampoco estaba en la Corte Notable, recalcándoselo a una amiga suya. Ambas eran fantasmas.

  —¡Eso, carajo! —bramó la señorita Oli, callando sin esfuerzos todos los murmullos del aula—. ¡Quiero que todos... tengan la misma actitud que aquella muchachita!

El salón entero rió, a excepción de Bosco, quien no vio nada gracioso en lo que dijo, y el chico sentado junto a él, quien dibujaba a escondidas.

  —Se preguun–tarán, se preguntarán —pronunció arrastrando las palabras—, ¿qué hace una talentosa mujer como yo... dando clases en La Pluma...? ¡JA! De ninguna manera algo insignificante...

  —¡¿Tiene que ver con el teatro?! —sugirió una chica que sí que estaba en la libreta. Era Abril Bazár.

  —¡Usted es perrsspicaz! —Dijo la señorita Oli.— Y no hay nada en eeeste mundo... que alguno de ustedes... deeebería conoceeer más que el Bullicio de Salmet...

Minutos después:

—¡¿Qué putas madres acabas de hacer, Bosco?! —Chilló Sarabi detrás de él en el camino de regreso a su salón habitual.

  —No fue nada grave... —se excusó— ¿O lo fue...?

  —¡Acabas de pagarle al puto verdugo por que haga su trabajo! —encolerizó Sarabi.

  —Yo no-no hice nada realmente malo... —Balbuceó Bosco.— Lo que pasó allí dentro fue...

  —¡Pagar tu ataúd! —Recalcó Sarabi.

  —No inventes cuentos...—Objetó Bosco.— Solo fue algo que le podría ocurrir a cualquiera... ¡Y le dije al chico que fue un accidente!

  —¡Bosco! —Reclamó Sarabi, agarrando su mochila para que no se le escapara.— ¡No te metiste con Damián Rubina, el chico que se sentó a tu lado! ¡Te metiste con Aurelio Cornejo, el chico que se sentó detrás de ti! ¡La persona más querido de toda la escuela!

  —Eso no... no va a pasar—analizó nervioso.

  —¡Claro que sí! —Se opuso Sarabi.— ¡Él está automáticamente coronado como el rey Amarillo! ¡la cabeza de la Corte Notable!

  —Fue u-un accidente... —puntualizó Bosco, quitándose las gafas que se le habían empañado.

  —Lo sé... —respondió Sarabi con un abrazo a su amigo—. Tú no harías algo así a propósito... Aún así, meterte con Aurelio Cornejo es como la ley gringa.

  —¿La... ley gringa? —interrumpió Bosco, tardándose en la construcción de la frase.

  —Me temo que sí —esbozó Sarabi:

  «La ley gringa, el que se apendeja, se chinga».

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