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2. La Dama Fina

Lunes:

2 de septiembre del 2019.

A quien corresponda:

Soy Lina, su hija y hermana favorita (aunque después de esto, dudo que lo siga siendo). Al momento de escribir esta carta, debería estar haciendo la despensa. Lo más seguro es que llevaría, por poco, más de la mitad del contenido en la lista; como esta dice, estaría en la sección de pan integral. En cambio hace más de media hora que compré mi boleto de autobús, el mismo que me llevará a la capital. El problema es que me dieron dos opciones: tenía que estudiar para abogada (renunciando a mis sueños) o vender chicles en los semáforos. Y la caja de chicles está a diez pesos en el centro.

Si mamá cree que no conozco el valor del esfuerzo, no voy a contradecirla, yo bien sé lo que significa. No cualquiera se queda en Bellas Artes. Evito sonar como una ignorante, por tal motivo no subestimaré las universidades locales; gente maravillosa ha venido desde los rincones más oscuros y se ha hecho grande con los años. Tampoco me subo a un pedestal y grito mi nombre, no crean que me he vuelto víctima de mi ego. Quien quiere lo que quiere, al final lo obtiene.

Disculpen mi actitud, de no ser así, manden a la policía por mí, esperemos que ellos puedan encontrarme. He tomado el dinero para mi universidad, antes de que corran a asegurarse de ello; aclaro que el de Bosco lo he dejado intacto. Sabemos que él será nuestro orgullo familiar, nunca nos ha fallado, es el chico perfecto. Él es imparable. A diferencia de mí, les he llegado con suficientes reportes para llenar cinco enciclopedias; soy mayoritariamente la peor en ciencias y ética, aunque sobresaliente en artes o literatura."¿No les parece curioso que si un niño saca diez en mate, todo bien... Pero si saca seis en mate y diez en artes, lo meten a regularización de ciecias?". Yo apoyaría la carrera artística del pequeño, ustedes llegarían a hacer lo mismo a medias.

Para vivir bajo mis propios términos, sintiéndome complacida conmigo misma, he de probar suerte. Podría ser la mejor abogada si me lo propongo, la empresaria más exitosa o la arquitecta más brillante, sin embargo, prefiero ser feliz. Estoy más allá de que me importe descepcionar al dragón de tres cabezas, además, el dinero lo destinaré a mis estudios y a alimentar mi cabeza.

Buscaré un trabajo para no derrocharlo todo de un jalón. El día que tenga el dinero de vuelta en mis manos, regresará a casa de mamá por correo. Igual y para el momento presente, ella esté considerando deshacerse de todo recuerdo de mí. Saludos a Bosco y papá, los amo enserio.

Me queda un último punto por aclarar: ¿Qué hace este gatito persa con ustedes? Verán: antes de comprar mi boleto de autobús, ví a una chica donándolos fuera de la estación, entonces le pedí que me esperara en lo que compraba un boleto de autobús. Pienso que un gato es un regalo encantador para el dragón de tres cabezas; puede criarlo; darle un nombre; imponerle un estilo de vida sin que este se encapriche por ello; tenerlo con ella hasta que los días del persa no den para más. Sin mencionarle que nunca hurtará el dinero para la universidad.

Adiós, me voy por un largo tiempo.

Atte: Lina

P.D.: La camioneta del dragón de tres cabezas sigue mojándose en la estación (allí la dejé, minutos después de haber abandonado el canasto de mimbre en la puerta).


Minutos más tarde —tras haber estado retorciéndose en el piso con el persa encima de su pecho, usándole como caja de arena humana, y luego, haciendo que las salpicaduras amarillentas escurrieraran por las lentes en sus gafas—, Bosco se incorporó para abrir el picaporte de la puerta; teniéndo a su madre frente a él.

No tienen idea de cuánto el dragón de tres cabezas amó la bendita carta.

Martes:

—¿Y qué dijo tu mamá? —interpeló Sarabi.

Habían salido a tomar su receso.

El día anterior fue una tempestad poco comparable a alguna otra vivida por Bosco, fue lo suficientemente intensa en tiempo como en mente. La lluvia había dejado inundadas las canchas de básquetbol, por lo que ningún chico rebotaba ni un solo balón, la de fútbol la habían dejado cerrada con candado para evitar que los pasillos se llenaran de lodo más tarde, mientras que el corredor de la planta baja quedó lo suficientemente resbaloso como para tirar a más de un estudiante por hora.

Bosco estaba sentado en la orilla de la terraza, en compañía de su buena amiga Sarabi. También había otros estudiantes distribuidos por las mesas de la terraza, aunque ninguno de ellos tenía los pies colgando al vacío como Bosco y Sarabi. Quienes metieron las piernas entre los espacios de las barandas —sentándose en los lugares más secos de la superficie—, mirando cómo los otros reposaban su peso en el pasamanos bajo el que ellos estaban.

—Mamá replicó más habladurías de las que te puedas imaginar —explicó Bosco a la pregunta. Contemplaba las hojas de otoño reposando en el techo de la cafetería, la mitad de la escuela se encontraba allí, pero Bosco no podía verlos a causa del techo-. Enserio, no te imaginas...

—Acabo de imaginarme desde tonta y estúpida —dijo Sarabi—, a hija de la gran puta y viseversa. Soy un repertorio de habladurías, niño, cuando quieras.

—Y eso no es lo peor... —declaró Bosco, tomando la carta de las manos de Sarabi y pidiéndole, con un gesto que le regresara su pluma de tinta invisible.

—¡¿Tuvo un embarazo?!

—¡No, no, no, carajo! —chilló arrebatándole la pluma también.

—¡Es que me cagué pensando que sí! —protestó con un golpe en el hombro de Bosco.

Los pies colgantes de Sarabi se movían como un columpio, los del muchacho quedaron firmes sin inmutarse. Mientras que ella comía sus dos sandwiches apilándolos como uno solo, él despedazaba el suyo para consumirlo en pedazos pequeños. Ella sorbía del popote emitiendo sonidos molestos, Bosco recortaba con unas tijeras la cajita y bebía por la apertura. Sarabi comía mantecadas de chocolate y él, hacía tronar las almendras con sus dientes.

—Todavía no me dices qué fue lo peor.

—¡Oh! —lo había olvidado—. Pues... Papá es mudo, otra vez. Mamá me dio un larguísimo sermón: quiere que elija una carrera de la universidad local y también la ví metiendo en una caja las cosas de Lina...

—Tu madre está que se la lleva la chingada... Niégamelo.

—Ya sé... —repuso Bosco.

—¿Y qué hicieron con el persa? —interrogó Sarabi, con su cabello de oveja negra rebotando.

—Se quedó —dijo.

—¡Chingón! —exclamó su amiga—. ¿Ya tiene nombre?

—A eso iba... —murmuró. se acomodó las gafas que resbalaban por su naríz de tucán y prosiguió: —Ella dijo que no tiene tiempo para un gato, que Lina era una egoísta por dejar la vida de un animalito como ese sobre nosotros. Y que el gato volvería a manos de la chica que los daba...

—¡Qué culera!

—¡Es mi mamá...! —argumentó. Haciendo un gracioso arco con las cejas que elevó sus gafas.

—Bueno, qué mujer tan mezquina.  ¿Y cómo se quedó con ustedes?

—Porque me interpuse...

—¡Ah no mames! —gritó Sarabi—. ¿Y no te mató? ¿Sabes qué? No respondas, estás aquí. Mejor dime:¿Mandaste tu sistema al carajo por un gato?

—Mi mamá no es un dragón de tres cabezas... literalmente. —Objetó.— Le dije que la chica ya no estaría allí después de la lluvia (descubrimos que tenía razón después de que fuera por la camioneta a la estación de autobuses), aunque al principio no me hizo caso, por lo que continué negociando.

—¿Quién eres ahora, Bosco? Todo un negociador al parecer, ¿no serás el nuevo padrino?

—No tengo idea... —reflexionó, regresando sus piernas del vacío—. Le recordé que ella siempre quiso un gato y que no podíamos porque Lina era alérgica. Ahora que Lina no esta, era el momento ideal para tener uno...

—¡Eso, mamona! —lo animó, también regresando sus pies del vacío.

—Y funcionó... Excepto porque el gato terminó siendo mío.

—¡Mejor así!

—¡No! —Musitó Bosco recogiendo su basura y la de Sarabi, quien de seguro la olvidaría.— ¡Peor así!¡No sé cómo criar un gato!

—Es fácil...

—¡Mamá dijo que no ayudará mas que con los gastos del persa!

—Ay, por favor, ¡no seas chillón!

—¡Y el sistema se irá al carajo!

—Claro... —sugirió sarcástica— Tu vida es una mierda.

—¡Mamá ganará como siempre lo hace; primero le gana a papá, luego a Lina; ¡soy el último de la lista!;¿Qué come un gato?;¿cuánto viven?;¿dónde compro atún?

—No puede ser... -rio entre dientes y se puso de pie—. Pon los pies sobre la tierra, los gatos no pueden comer atún ¡Es muy grasoso para ellos!

—¿Tú que sabes? —repeló histérico, poniéndose de pie frente a ella.

—Chillón —susurró Sarabi—. Nos quedan dos minutos antes de que la prefecta gorda toque el timbre.

—¿Por qué la insultas? —reclamó al caminar por el pasillo.

—Ser gorda no es un insulto —se justificó rebuscando en su bolsita—. Solo es una condición y su característica más notoria, si te digo ojos o cabello oscuro no entenderías...

—¡Ya me desvié del tema!Necesito pensar cómo acomodarlo en mi sistema...

—Llévalo a mi casa.

—¿Por qué?

—Soy la persona indicada, cuando de gatos se trata -explicó.

—¿Tú qué...? —se calló en cuanto puso atención a la vestimenta de su amiga:

Aretes de gatito, diminutos y luminosos; pulsera con dijes en forma de caritas de mininos; un reloj de manecillas —el horario y el minutero formaban los bigotes de una gata blanca— y en conjunto, adornaban el uniforme escolar de Sarabi:

—¿Así que eres como la loca de los gatos? —sugirió Bosco.

—No eres observador para nada —añadió sacando un collar de su bolsita. Uno de plata con cuatro letras grabadas en él. Ella se lo pasó por el cuello y ocultó bajo el uniforme.

—¿Quién es Fina? —dijo después de leer las letras del collar.

—Ve al 221 en la Calle del Muerto después de clases —informó al llegar a la puerta de su salón, varios de sus compañeros ya habían entrado—. Primero pasa a tu casa por el gato y te veré allí.

—¿Hablas enserio? —interpeló, dejando que un par de chicos le empujaran al entrar al salón.

—¿Quieres que te anote la dirección?

¡¡Riiiiiiiiiiiiiiing!!

Calle del Muerto (esa misma tarde):

—Debí decirte a qué hora debías venir... —añadió Sarabi al abrirle la puerta.

—Pensé lo mismo —replicó Bosco—, todo el camino me arrepentí de no haberte preguntado...

La imagen que Sarabi tuvo al abrirle; fue la de un chico delgado de su misma estatura, con gafas cuadradas y el cabello negro ébano, muy desordenado. Si de por sí esto ya era chistoso, lo fue más verlo con un cachorro persa adentro de una cangurera rosa que colgaba de los hombros de Bosco.

—¿De dónde sacaste eso? —dijo Sarabi, luego de entrar a su casa.

—Lina jugaba con muñecas cuando pequeña —murmuró avergonzado—. Aún las conserva, en buen estado y con todos sus accesorios...

—¡Está cabrón! —Exclamó Sarabi.— Todas mis Barbie's terminaron desnudas, mutiladas o perdidas... Ojalá fuera como tu hermana.

—Creéme, en estos momentos nadie quisiera ser Lina.

La cabecita del persa veía, con sus ojos grandes de piedras de ámbar, a una jovencita de cabello negro alborotado, quien les guió por un pasillo. Con cada paso que Bosco daba, la cabeza del persa se hundía más y más en la cangurera, incapaz de asomar más que sus orejitas al exterior. Sus patitas colgaban como los pies de Bosco hace un rato y la creciente incertidumbre de no saber a dónde iba le llevó a considerar orinarse como una opción:

—Sigue así y lo próximo que se le ocurrirá a ese gato, será mearte encima —escandalizó Sarabi, metiendo las manos en la cangurera para sacar al gatito.

—"No sería la primera vez" —pensó Bosco.

Siguió a su amiga por lo que quedaba del pasillo, ella llevaba al persa en los brazos y éste se comportaba de lo más dócil ante ella. Se detuvieron ante la puerta al final del pasillo, decorada con etiquetas y un letrero que decía: ¡Peligro! Dinosaurio dentro.

—¿Tienes hermanos menores? —dijo Bosco, quitándose la cangurera de encima.

—En ocasiones... —mencionó Sarabi al abrir la puerta—. Axel puede comportarse como tal.

Ella le pidió que girara la perilla, pues cargaba al persa en brazos, hizo caso, deslizó la puerta con cautela puesto que no sabía lo que le esperaba ahí dentro. En cuanto llegó al límite del marco, Sarabi entró al cuarto y Bosco se encauzó a sus espaldas. Aislado del mundo, como un astronauta, un adolescente se enfrascaba en la partida de su vida, con los ojos flechados en su televisor, los oídos secuestrados por los auriculares y sus dedos esclavos del mando.

La entrada de Bosco y Sarabi al cuarto no fue capaz de perturbar el mundo virtual del adolescente. Sentado a los pies de su cama no era testigo de que a sus espaldas había dos humanos y un gato.

—Este es Axel —susurró Sarabi—. Vive en esta habitación la mayor parte de su día a día. Podrían meterse a robar y, a menos que entraran a su cuarto y salieran con vida al tratar de robar su consola, Axel nunca lo notaría.

—Lina es el mismo caso. En cuanto tiene un par de baquetas y una batería en frente, es como si viviera en otro planeta.

—Sí... —murmuró Sarabi, dejando al gato sobre la cama de Axel para ver si así reaccionaba—. Los hermanos son muy "particulares".

—¿Cuántos tiene? —curioseó Bosco.

—¿Años? —adivinó—. Dos más que tú y yo, dieciséis.

El minino se fue de cara al ser autónomo de mantener su propio peso, la gravedad se apoderó de su cara de mazapán, haciéndole besar el cobertor de Axel. Bosco se acercó a levantarlo, pero ella lo detuvo. Poniendo los bigotes en alto, gateó a aquel humano que hacía tanto movimiento a los pies de la cama. Rotó sus ojos bizcos a las gafas de Bosco, inconsciente de lo asqueroso que había sido para él enjuagarlas después de que su orina salpicara en ellas:

—¿Debería llamarlo mazapán? —Pidió el consejo a su amiga.

—No. —Declaró con un tono autoritario.

—Ya que... Será llamado el "cacas".

El gatito rodó por la cama, alegre del confort que sentía al recostarse en un colchón —esa noche había dormido en una caja de cartón, de las que la madre de Bosco sacó para tirar las cosas de Lina—. Su hermoso pelaje gris arenoso se escurrió como una pelusa hacia las espaldas de Axel. En ella descubrió algo que le llamó la atención:

Un hilo rojo colgando de la sudadera.

Admiró, con sus ojos ámbar, el entretenido bailecito que daba este hilo rojo al contacto con el viento. Y sin razonarlo dos veces en su cerebro de, en ese entonces, tamaño mazapán; se arrojó al hilo con un salto mortal, pero lo único que consiguió fue hacer brincar a Axel de su asiento al encajarle una garrita en la espalda:

—¡Qué pedo, qué pedo! —balbuceó, retirándose los auriculares rápidamente de la cabeza y volteándose al persa—.  ¡Qué pedo!

—No es un pedo, es un gato —reiteró Bosco. Se apresuró a levantar al persa de la cama.

—¿Y-y Tú q-quién eres...? —tropezó el hermano de Sarabi con sus palabras.

—Bosco... —le presentó Sarabi. Fungiendo como un muro entre su hermano y el chico gato—. Axel, él es Bosco.

—Es todo un gusto —expresó Bosco, cargando al gato de cabeza.

—Igualmente —enunció Axel con los ánimos revueltos—. Es que... estaba jugando Anarchy City y realmente me quedé perdido.

—¿Perdido? —bramó Sarabi—. ¡Llevamos media hora viéndote jugar!

—¡¿Cómo?! —angustió Axel, llevándose las manos a la nuca sudada. Era idéntico a Sarabi, claro que era hombre y su cabello mucho más corto.

—No te alarmes -se adelantó Bosco a pronunciar—. Lo que dijo es pura broma, acabamos de llegar.

—¡Ay, qué alivio! —exclamó Axel.

—¡Puta madre, Bosco! —rechistó Sarabi.

—Gracias, Bosco —combatió Axel contra el comentario de su hermana—. De paso: ¿Qué estás haciendo aquí?

—Vino a que le ayudemos con el persa que te acaba de arañar el culo —explicó Sarabi con una sonrisa pícara.

—N-no te preocupes-añadió Bosco luego de ver la reacción de Axel—. Nadamás chocó con tu espalda.

—¿Aún tienes las cosas de la Dama Fina? —enalteció Axel.

—Siempre —contestó ella.

Casi 15 minutos más tarde:

—¿Y qué es Anarchy City? —exclamó Bosco, mientras Sarabi y Axel escudriñaban un cuartito en el patio exterior.

—El videojuego que lo tiene más viciado que su novia. —Proclamó Sarabi, arrojando atrás una pelota morada y polvorienta.

—¿Más que su novia? —resaltó Bosco, dejando al gato andar libre en el patio trasero.

—¡No! —recalcó Axel, ligeramente molesto—. Es la segunda cosa que me tiene más viciado. Deja que te cuente, Bosco: Es un mundo paralelo al nuestro dominado por animales (no existen los humanos), están en una constante guerra por el dominio del mundo; los principales bandos son lagartos, cerdos, hormigas gigantes y gatos. Tú puedes pertenecer a cualquiera de los bandos, solo tienes que elegirlo y crear tu propia historia con finales alternativos...

—Sí, sí, sí, Axel... Anarchy City y más bla-bla-bla. —refunfuñó Sarabi mientras arrastraba una pesada caja fuera del cuartito.

—Suena como un buen juego —le animó Bosco, viendo que Axel se decepcionaba de sí mismo por hablar tanto del juego.

—Gracias...

—Mejor reserva tus comentarios, Bosco —murmuró Sarabi en cuanto cargó con la caja en sus manos.

—Me sorprende que esa cosa siga allí —contempló Axel.

—Iré por el gato.

Bosco le recogió del pasto, jalando de su colita y lo retuvo en su regazo una vez volvió con ellos. Sarabi había abierto la caja y junto a Axel, sacaban varias cosas de allí.

—¿Qué es esto? —habló tímido.

—Las cosas de Dama Fina —pronunció orgullosa.

—¿La de tu collar? —murmuró Bosco con una mirada extraña clavada en Axel.

—La Dama Fina —recalcó su hermano.

—La Dama Fina —concluyó Sarabi.

—¡Díganme quién es La Dama Fina! —gritó Bosco.

—Nuestra gata —le explicó ella—. Está muerta, así que no preguntes dónde está...

—En el cementerio de mascotas, para ser precisos —especificó Axel—. Esa es su posición geográfica...

—Pero no la vital, pendejo —aclaró Sarabi con los ojos en blanco.

—Oh, lo lamento —dijo Bosco, quien no entendía nada.

—Pero fue hace mucho, no te preocupes —aclaró Sarabi—. ¿Como cuánto será, cuatro años?

—Cinco —dijo Axel.

—No, sí son cuatro —corrigió Sarabi—. Mamá tenía el cabello corto en su funeral, y ella lo traía de ese modo hace cuatro años.

—¡¿Le hicieron funeral?! —se asombró, mirando al persa que se acicalaba la patita.

—¡Obv-viamente! —decretaron al unísono.

—¿Por qué?

Le explicaron con unanimidad:

—Porque era parte de la familia.

—¡¿Una gata?!

—Sí —recalcaron juntos—. Una gata angora, le hacía falta una pata.

—¡¿Cuál pata?! —exhaltó preocupado.

—¿Importa? —cuestionó Axel.

—La pata derecha de adelante... —mencionó Sarabi.

—Pero... ¿Qué le ocurrió?

—No sabemos —recalcó Sarabi—. Así la encontramos.

—¿Hace once años...? —balbuceó Axel para consultar a su hermana, quien asintió.

—¡Brutal! —voceó Bosco.

Ellos sacaron fotografías y juguetes que le mostraron a Bosco, él las contempló, descubriendo casi al instante que eran un recuerdo nostálgico para los hermanos. En las primeras fotografías, Sarabi no tenía más de tres años y las últimas mostraban a una con la altura de una niña de diez años. La sonrisa que Axel ponía en las fotos, era la misma (indiscutiblemente. Igual si le tomaban una foto ahora, pondría la misma expresión facial). Había unos cuantos pelos blancos sobre los juguetes y el cepillo.

—¡Te agradezco por conservarlos! —pronunció Axel con un abrazo a su hermana.

—Fue todo un placer... —Musitó Sarabi al recoger un listón rojo y un collar de gato.— Nos quedaremos con las fotografías y el dije de Fina.

—¿Qué dices? —manifestó Bosco al apartar su vista de las fotografías, mirando a los hermanos.

Una ráfaga de luz rebotaba contra las gafas de Bosco y se reflejaba en la cadenita de un collar.

—Llévatelos —ordenó Axel al empujar la caja de juguetes de gato hacia Bosco—. Solo déjanos las fotografías...

Él le extendió la palma para recibirlas.

—No estás hablando enserio... —Dijo Bosco.

—Lo estamos —proclamó Sarabi al zafar el dije del collar y extenderselo a Bosco junto con el collar para que lo tomara.

—No podemos llevárnoslo... ¡Son las cosas de Fina!

—Está muerta —replicó Sarabi—, ya no los necesita.

—Aceptalos y no tendrás que preocuparte por comprar otros... —Musitó Axel con los ojos rojos y cristalinos.— Tendrías un collar, un listón, juguetes y un cepillo para tu gato. Lo único que no tenemos es una correa, pero...

—No son tan difíciles de conseguir —murmuró ella—. Te conseguiremos una...

El persa estaba mordisqueando un ratoncito de goma, se había metido a la caja sin que Bosco lo notara. Sarabi se divirtió viendolo jugar como lo hacía la Dama Fina, ella y Axel dejaron el collar y el listón dentro de la caja, encima del gato persa:

—Solo hará falta un nombre —anunciaron a la par—. Piensa en un nombre para el gato...

-Yo... —bisbiseó Bosco.

¡El sistema!¡No abandones el sistema!

—Es que...

¡No puedes permitirlo!

—Yo...

Bosco, Lina cuidaría del gato si pudiera.

—Está bien, lo haré.

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