12. Y vivieron infelices por siempre
Solo hay dos tragedias en la vida; una es no conseguir lo que uno quiere, y la otra es conseguirlo.
Oscar Wilde
Vivir no es un cuento de hadas. Por ende, amanecer día tras día en donde sea que te encuentres; en ocasiones puede que se vuelva monótono. Estando en tu cama arropado o en un campamento bajo las estrellas o pudriéndote en alguna calle repleta de ratas. Consciente, al menos, de que cuando el sol se esconderá, las aves volverán a sus nidos, entonces el cielo nocturno iluminará y los gatos saldrán a maullar. Y tú vas a regresar a la cama, quizá cruzarás el bosque hasta tu campamento, y dormirás, tal vez. El día en que cuelgues tu abrigo, beses una mejilla o toques la pieza y llegues al pico de la montaña, el día que... el día que pase, tú no lo sabrás.
En fin, vivir no es un cuento de hadas.
Ningún caballero de rizos dorados te rescatará del dragón, pues toda maldición tiene su perdición y toda acción una decisión que harás. A veces solo sigues con cabeza baja o frente en alto, no importa, no importa ya. Incluso si no hay un felices por siempre, tú continúas porque la vida nunca se detendrá: solo serás tú quien un día no de para más. Y eventualmente llegarás a tu fin, ¿pero cómo lo harás? ¿Será tu decisión, una obligación? Llámalo destino, sabiendo que no lo es, saliendo que solo es el final.
Mientras otros ríen, con sus familias, en manos de amigos o los labios de enamorados; cantan o sufren, algunos burlan, pueden ser crueles, aunque eleven bellos monumentos y se salvaguarden de mantos infernales, yo... Yo lamento decir que nada de eso es así, no podrá ser, porque morir no es así. Eso no lo hará un final feliz ni uno infeliz. Hallarás finales, vayas donde vayas y eso ocurrirá porque así y por siempre será «el punto final».
Algunos acelerarán con prisa y no notarán el momendo en que sus naves se inclinaron a la deriva y se hundirán, a la vez, en el mar dentro de sí llegarán al fondo. ¿Por qué todo es así, solo será, y podrá ser que todo llegue a ser así...?
Corrió las cortinas para que la luna visitara su alcoba. No tenía sueño. No era una noche inquietante por cuestiones de atmósfera, podría ser una noche para que los niños jugaran sin problemas. Alejados de aquellos que quisieran hacerles daño. El cielo se había despejado y las estrellas rebotaban de techo en techo, y aunque hubiera podido contar y guiarse por las constelaciones, no era una buena noche. No lo era. Tenía que ser el final de la historia. Parecía que el persa también lo sabía. Por algo ninguno de los dos había dormido, a pesar de que restarán unas horas para la madrugada, ya lo presentían. Era un prefacio.
El Bosque de Secuoyas Mentales no iba a abandonarlo tan fácilmente. Se tomó pocos días para poblar su cerebro, sin problemas, debió ser porque nunca se lo impidió. Hubiese actuado antes. Se hubieran dado cuenta desde un inicio. Mas nada importa y está bien. Bosco no puede seguir, y no está mal o bien, es así, fue así.
Acarició el pelaje de Incín -parecía la melena de un león canoso-. Éste maullo ante el gesto y ronroneó desde la cima del escritorio, junto a la ventana. Las cortinas se sacudían al interior, con ellas transportaban una brisa, no fría o cálida, una brisa natural. Indescriptible. Abrió las puertas de su armario, no encendió la luz, tomó un conjunto de ropa y lo dejó sobre la cama -sin destender-. Se vistió en cuestión de minutos y se miró al espejo. No sabía lo que ocurriría en los pocos minutos. Tampoco estaba seguro de que regresaría antes del amanecer o de si volvería. Una de las mangas de su traje cubría a la perfección la sutura, nadie que no lo conociera y se topase con él ahora mismo sabría que un conjunto de ratas de había mordisqueado el brazo. Trató de abotonarse todos los botones de la camisa blanca, sin embargo sentía algo de asfixia y parecía no ser el mismo con ese nivel de precisión.
Rascó por última vez la cabeza del persa y abandonó la habitación. Caminar por el pasillo era como merodear en el Bosque de Secuoyas Mentales, como quedarse ciego, y a la vez parecía que lo único real en el mundo era él mismo. Aunque ya no quisiera ser real. Bajó los escalones sin hacer ruido no porque hubiera sido cauteloso, pues había olvidado ponerse las calcetas y los zapatos. Pero no dolía. Nada dolía. El persa se escabulló entre los rincones más oscuros, donde Bosco no le notaría, y no lo hizo, tuvo que maullar cuando éste le llevaba la delantera. ¿Por qué no podía quedarse con él a descansar? Después de todo lo que pasó para llegar hasta él de nuevo, y lo que él tuvo que convertirse para que la criatura del canasto de mimbre viviera un poco más.
Bosco repasó las paredes para guiarse a la salida. No estaba en sus planes ser descubierto. El gato reptó de manera sigilosa por los escalones, observando cómo Bosco abría la puerta de entrada y se marchaba, pegó un salto a una mesita con un florero encima para alcanzarle en menor tiempo. Intentó maullarle de nuevo, pero se iba y nada más pasaba. Se deslizó por la orilla de la mesita, se apoyó de los focos luminosos para seguir por el mejor camino y pasar por la abertura de la puerta. La mesita flaqueó por unos instantes, con un sonido errático y persistente, aún más ruidoso para la hora. Su florero, el cual ya no contenía flores, sino llaves, se tambaleó de lado a lado como un trompo; tardó en decidir una dirección; pero cuando lo hizo, pudo provocar un infarto al que fuera. Los trozos de barro se distribuyeron en onda alrededor de la sala y el comedor en penumbras. Habían cerrado las cortinas, por lo que aquello que alumbraba el sitio provenía de la abertura entre la puerta y el marco. El exterior.
Su mundo se volvió silencioso, por poco y se hace mudo. Eso le hizo pensar en una paradoja estúpida a su manera, quizá igual de estúpida que el gato de Schrödinger: si un árbol cae en el medio del bosque, ¿éste realmente produce algún ruido, en caso de que no haya ningún observador, en medio de un lugar en plena soledad? «Je, je, je... Pensar así es deprimente. Las cosas suceden de un modo u otro. Y no importa si alguien estuvo allí o no. Sucedió porque el universo sigue sin ti o sin mí, al igual que las personas lo hacen día a día. Nadie es indispensable... Ni para mí o para los demás. Cuanto antes lo aceptes probablemente dejes de ser un imbécil... Digo, yo lo he hecho...», pensó. «... y no está bien o mal. El día que tenga el universo y tu vida tengan sentido, entonces, eso importará. Pero no lo tiene y no será así».
Cruzó tres casas en dirección a la colina del reloj. Por ahora no había planeado un destino fijo para concluir su velada. Esperaría. Hubo un par de halaridos a su izquierda que le hicieron detenerse unos instantes, pero no para toda la noche. Incín se encaminó entre sus piernas para jugar, al igual que siempre lo hacían cuando él era un par de meses más pequeño. Pero Bosco no quiso jugar porque nada era divertido. En las faldas de la colina reloj el persa trepó a sus hombros, pelechando en el saco negro y asegurando el perímetro. Si no podría pararle, mínimo, lo mantendría a salvo. Ahora tenían un destino, parecía claro, en verdad, muy sencillo, el hospital.
Posó su mirada al final de la avenida Reloj y sonrió. ¡El final del viaje, al fin! No muy lejos de él, bastante cerca y a escasos minutos; ese era el modo. La forma de extinguir al Bosque de Secuoyas Mentales se hallaba en la cima de ese edificio. Tanta alegría le impidió notar que ya no sentía los pies sobre el asfalto, lo cual era bueno puesto que se provocó una cortadura al pisar un desnivel, descalso. Incín pasó su cola por su rostro y lamió su nariz y lo contempló, extrañado de no hallar más esas gafas rotas. En vez de, los lentes de contacto parecía invisibles. Llevó ambos pies uno delante del otro por otro par de casas sin luz. Envuelto por las copas de los árboles, parecía que de algún modo logró descansar en la orilla del lago fangoso. Y cuando el Bosque se extinguiera, Bosco lo haría a su vez.
Las orejitas de Incín se enderezaron bajo la luz amarilla enfermoza de un poste. Lo que interpretaba sonaba como la caída incesante de las gotas de lluvia en una cubeta. El sonido se acortaba y la cubeta se llenaba más hacia el tope. Incín se lanzó a lo bajo del camino y acechó ante lo que recibían sus sentidos -era aterrador que su amigo prosiguiera sin él como si no escuchará más y fuera sordo-. Las gotas se transformaron en pasos acelerados; próximos al poste se hicieron pasos de un espeso carmesí y luego unos pies descalzos cubiertos de sangre y pequeños trozos de barro.
-¡Bosco! -irrumpió al sobrepasar al gato.
«¡Bosco, Bosco!», continuó con un instinto salvaje que no logró cautivarle. Incín rotó en sí hacia ellos, analizando el espacio que abarcaban sus ojos ámbar. Bosco parecía estar arrastrando los pies descalzos y el traje le hacía casi invisible bajo el manto de noche -y de no ser un gato, le habría perdido mucho antes-. Los pies descalzos dejaron un rastro de grumos rojizos en el asfalto, y alcanzaron rápidamente a Bosco para frenarlo.
Estaba sujetando sus hombros con mucha fuerza y no dejaba de temblar al verla la cara con una mirada ausente. Incín caminó entre los pies de ambas siluetas, los dos descalzos, y uno de los cuales estaba en una pijama holgada que cubría gran parte del espeso líquido carmesí bajo ellos. Sostuvo a Bosco del cabello, repasando sus dedos en contadas ocasiones por él y susurrando cosas agradables como canciones de cuna o cuentos con finales muy felices. Pero no había final feliz, por eso no funcionó. El gato volvió a subirse al hombro de Bosco, tratando de reanimarlos con algunos arañazos en su mejilla o con acicaladas en la oreja que siempre le hacían reír. Pero no sirvió. Asustado, se aferró a los brazos de la silueta del frente quien le envolvió en sus brazos al igual que Bosco.
Silencio. El Bosque de Secuoyas Mentales. Sarabi. Damián. Fractura. Mamá. Papá. Incín. Roto. Sin retorno. Un final. Final infeliz.
Incín maulló sin respuesta ante los dos. Ella mantenía los brazos firmes en él, para que no se fuera y se quedara con ella, porque no era él quien tenia que irse o se fue. Él no debía irse, pues ella lo hizo antes. Débil se había vuelto tras quebrar el sistema, y sus piernas se desmoronaron; cayeron de rodillas golpeando el asfalto, raspándolas y sangrando hilos. Su hermana se arrodilló también y lo apretó contra ella y el persa; dejándole saber que si el corazón de Bosco no paraba primero, el de Lina se saldría de su tórax, porque latía tsnto que no lo podía contener. La frente de Bosco se heló, pero ganaba la frialdad de la carne congelada y el sudor caía como la lluvia de los tejados. Escurría. Lina temblaba y no podía expresar ninguna súplica, porque nadie escucharía, su cabello caía en Bosco -como el ébano al igual que el de él-, y sus brazos se esforzaban por ponerlo de pie.
Dos linternas rugieron como una bestia metálica por el camino tomado y se acercaron cautelosamente hacia ellos.
-Déjame... ¡Solo déjame! -suplicó Bosco.
Lina besó su frente y le incorporó de un tirón a lo alto, de nuevo. La ventanilla se deslizó hacia abajo y ordenó: «¡Súbelo!». Entre aquellas alucinaciones que susurraban a su oído y el desvanecimiento de su cuerpo, Bosco solo recordó que entró al auto con mucho dolor y dificultad, que la puerta se cerró, las alarmas del auto tocaron una horrible melodía mientras discutían dos voces femeninas; unos maullidos. Junto a él, un ser ronroneaba inmóvil y con la respiración intranquila, le escurrían hilos cristalinos de los ojos ámbar.
Las alarmas cesaron, el dolor se esfumó, las luces de amarillo enfermizo quedaron perdidas y su vista se oscureció, luego lo hizo él y aterrizó con un golpe seco en el bosque.
Desconocido:
Dormir era dulce, necesario, inevitable. La cama debía estar hecha con las plumas de una ave de belleza y tamaño inimaginables. Por eso debía sentirse bien: dormir. En algún otro lado y no en el bosque, quizá demasiado lejos. Una almohada tibia para que las ideas estuvieran en orden, y una sábana ligera. Un compañero de cuarto; muy peludo y molesto; uno que se mete en problemas y es indeciso entre depender de que le sirvas whiskas o de cazar por su cuenta. Ronroneando frente a tus narices, en paz temporal, en un punto de sí en el que no puede causar daño a nadie.
Y es vulnerable al igual que tú. Luego lo comprendes. Sabes que puedes hacerle daño, mucho en realidad, pero no es así; reconoces que no es vulnerable en absoluto. Es fuerte de maneras que no imaginas o puedes inventarte. Se volvió un maestro en el arte de la vida, siendo muchas cosas de paso; como fuerte y débil; sabio y estúpido; valiente y cobarde; audaz e indeciso. Ha sido o es una de esas cosas, pero no solo eso. Puede ser tu gato y un amigo; un dolor de cabeza y una recompensa; estar vivo o muerto. Tuvo que ser todo eso y será más.
Y no es vulnerable siempre, solo en ocasiones lo es estando junto a ti. Él confía en bajar la guardia para que entonces lo conozcas mejor, ya que de mantener la barrera de su sistema en alto: por siempre serían extraños.
Un ventanal, fue lo segundo que observó. Había golondrinas cantando en rededor a un roble viejo, montando nidos y tirando hojas secas al césped. Una pijama, parecía ser el comienzo de algo; no era bonita, pero tampoco fea. Él tendría que decidir lo que sería. Entonces Bosco apartó las cobijas de su regazo y se recargó en la cabecera de la cama. Era una habitación nula. Podría hacer del sitio uno feliz o infeliz acorde a las decisiones y caminos por los que se aventura. Se bajó de la cama y halló unas pantuflas blancas, se las puso y arrastró los pies con una sonrisa poco visible, pues hacía un sonido divertido.
Miró a Incín. Se durmieron en una cama de tamaño matromonial, aparentemente pulcra a la perfección. A un lado de él, en la cómoda, reposaba un control remoto. No vio ningún televisor en el lugar, un cuarto espacioso aunque libre de muchos artículos, parecido a un hotel. Apretando los botones del control, resultó ser para el aire acondicionado, y debido a ello se guío por mantenerlo también en una temperatura neutra. Paseó por allí aunque no hubiera nada que ver, mas que un armario y un baño.
Tocaron la puerta de entrada. Eso despertó a Incín de su sueño reparador, Bosco fue a despeinar su pelaje mañanero y divisó otra vez el ventanal y el viejo roble, debido a que serían su perspectiva más entretenida. Los golpecitos de la puerta se repitieron de nuevo, caminó hacia ella arrastrando las pantuflas y abrió lentamente. Incín se levantó a observar como el rey de la cama a una mujer de mediana edad de semblante neutro. Ella sujetaba una charola de alimentos, y su cabello de tonalidades mostaza se enroscaba como muchos anillos en su cabeza.
-Alejandra -se presentó-. Un placer, Bosco. ¿Desayunamos juntos?
Bosco parpadeó atónito y con las manos tímidas contra el pecho, se apartó de la puerta.
Ella caminó con una postura firme hacia una mesa de abedul donde depósito la charola. Apartó ambas sillas de la mesa y ofreció lugar a Bosco. Cuando ambos se sentaron, ella destapó dos platos de frutas y un tazón de croquetas para gato, éste último platillo lo colocó en el piso e invitó a Bosco a comenzar con el suyo.
Los rayos de luz que cruzaban el ventanal se hacían anaranjados, abrazando el lugar con un aliento natural y los cantitos de las golondrinas asomándose por el mismo.
-¿En serio... vamos a desayunar? -dijo Bosco.
-No realmente. Son las cuatro p.m. Lo que yo llamo desayuno se da entre seis y once cincuenta y nueve... Pero no importa.
-¿Esto es...? ¿Estamos en un-un hospital?
-Hmm -sonrió con la vista soñadora-. En parte. Mira, para aclarar lobdel desayuno: se debe al menú y no a la hora, por eso lo llamé así... Y claro, lo estamos ahora.
-Oh, ya veo...
-¿Crees que es algo malo? -respondió con la mirada retadora.
-Tal vez -cabeceó-. Mi experiencia con los hospitales no suele deberse a pasar por cosas agradables.
-Cuéntame una que sí -sugirió con un guiño.
-Por ahora no tengo -razonó en voz baja-. Escuche... Comprendo por qué estoy aquí, no soy tonto, lo que quería hacer era... ¡Tengo demasiado por decir! ¿podemos empezar, ¡ya!?
La doctora soltó una risa en el entorno, después se llevó un bocado de sandía a la boca y mencionó:
-Hablaremos todo lo que sea necesario. No debes pensar o preocuparte por ello ahora. Avanzaremos conforme estés preparado, sin empujones o manipulaciones mentales. ¿Entendido? Lo que haremos ahora, será "desayunar". Ni tú ni yo podemos trabajar bien si tenemos hambre, ¿comprendes?
«A parte, no somos amigos. No hay que serlo. No te preocupes por caerme bien, yo no lo haré. Hagámos lo que se deba hacer, y no temas por tu gato, él puede quedarse tanto como tú. Lo registré como apoyo emocional, debido a la situación que nos fue informada por tus familiares. Ahora anda, come».
Un par de días después, Lina lo visitó por la mañana para armar un rompecabezas. Incín estuvo asomado por el ventanal hacia donde las golondrinas tenían su nido. Quedaban pocos días para el invierno y aunque no fuese a nevar, los cristales se empañarían hasta cubrir la visión interior y las lluvias serían heladas lágrimas. No les quedaba mucho para irse a esas golondrinitas, las cuales ya no eran dos o tres, por las noches venían otras y se iban a la mañana siguiente, pero en esa mañana se acumuló una docena. Partirían cuanto antes lo necesitaran. Solo tomaban un descanso y, quizá, después de ellas no volvería ninguna otra hasta la primavera.
Bosco completó los grupos de piezas que se dispuso a ensamblar; los relojes y floreros, pero Lina no podía reparar la figura de la sala. Él se detuvo, con las manos pacientes en la mesa y la mirada perdida. Los lentes de contacto estaban junto a la cabecera, al igual que las gafas -que a veces usaba por costumbre-. Lina cedió el grupo de piezas a Bosco, para ella, armarlo era como reconstruir un cadaver de doscientos cinco huesos con cada uno en la posición y lugar correctos. Él reagrupó las piezas y dio una vuelta al rompecabezas, sin notar que ella tenía una actitud impaciente.
-Soy una imbécil mal nacida.
-No... -susurró Bosco- De por sí un rompecabezas de cincuenta piezas no es para todo el mundo. Lo haces bien. Éste es de quinientas, ¿no? Entonces no te mortifiques.
Lina reflexionó unos segundos, golpeando la superficie de la mesa con sus uñas pintadas de amarillo, un poco descoloridas, pero inquietas.
-Es mi culpa -musitó.
Su hermano unió los seis grupos de piezas que tenía entre las manos y, se formó la parte superior derecha de la sala de estar, pero el jardín seguía incompleto y ausente. Sería terrible haber perdido una pieza. Sería desagradable que el persa de hubiera comido las piezas. ¿Lo harían vomitar o esperarían a que la expulsara? Antes la gente destripaba a los animales para sacar lo que habían devorado, pero... No, no podía ser. La pieza..., las piezas estaban allí, con ellos.
-Ajá, ajá -soltó Bosco-. Es tu culpa... todo, de hecho. Lo que ocurrió fue gracias a ti.
Empujó la silla hacia atrás y se levantó. Golpeando al ventanal, una golondrina se asomaba a la habitación. Bosco rascó las orejitas de Incín y se impulsó sobre el marco de la ventana, tomó asiento y puso su dedo en el cristal. La golondrina dio brinquitos hacia éste y luego picoteó el muro invisible que era el cristal. El persa lamió la ventana, sacudiendo su cabecita y maullándole a la golondrina. Más allá del ventanal, en el jardín, pasear por el césped se veía como un sueño. Solo que no estaba listo. Necesitaba tiempo y reflexión.
Lina caminó a observar por su cuenta, cruzada de brazos y llevando una cara larga. Su hermano ojeó por unos instantes su rostro y posó su atención en el roble viejo, hogar de golondrinas; futuro roble viejo, solo un roble viejo.
-Gracias a ti... -enunció-, gracias a ti. Te agradezco.
-¿De qué hablas, Bosco? Explícame, por favor.
-Conocí a éste cara de mazapán gracias a ti. Es cierto. Si no te hubieras ido, mi vida sería como antes, yo estaría intacto y sano y salvo. Nada hubiera sido lo mismo, porque yo seguiría siendo el mismo y de seguro todo sería monótono, predecible, podría controlarlo y estaría en calma como ahora. Yo siempre estaba igual porque nunca tuve que cambiar. Y el día que te marchaste, fuera como fuera, a toda costa (incluso la mía), contra la palabra de mamá y con papá como tu confidente. No solo me dejaste a mí, hiciste más que eso: tú te sacrificaste. Te despediste de todo lo que tenías, ya que sabías que era algo muy bueno y tú nunca fuiste malagradecida, supongo que debió dolerte, sin embargo tenías que irte. Decir adiós a todos, incluso cuando no querías. Sé que preferirías haberme llevado contigo, que mamá entendiera desde el principio e imaginó quue papá... No fue fácil para ti.
«¿Y sabes una cosa? Hiciste lo correcto. Yo tuve que cambiar. No podía pretender que nada había pasado, ¡no era así! ¡Era una vida nueva! Antes fue una vida ordinaria y predecible, como yo, siempre había sido..., Lina. Mi vida era un siempre, todo por siempre. Gracias, en serio. También por lo malo. Mi pierna quedó arruinada por más de un mes, sufrí acoso, una ansiedad insufrible para ocultarle a mamá lo que habías hecho. Admito una cosa, y eso no es culpa tuya, pero... creo que lo odio. Odio a papá. Discúlpame si eso me hace malo, pero no te quiero mentir, en especial a ti. ¿Sabes? Él nos abandonó y no sé cómo perdonar eso. Durante un tiempo pensé que tu me habías abandonado y también te odie. No podía dejar de pensar en ti, esperando que al menos valiera la pena para que fueras feliz. Incluso en esas condiciones deseo de todo corazón que estés bien.
Por último, esto no es tu culpa. Solo es que ocurrió gracias a ti. Y sé que estamos en un hospital, por mí, porque no estoy bien; tengo una plaga. Es-es un ente y me habla, de manera similar a loq ue harías tú. No dice ser malo, pero sé que no es bueno y él también lo acepta porque nunca me miente. Es honesto en todo momento. Pero se tiene que ir...».
Incín se arrastró por sus rodillas hasta topar con su cara y lamer sus lágrimas. Bosco rio y lo apartó para después perder la atención. Lina le pasó un brazo por el hombro y tarareó una canción inventada y espontánea. Los ojos del gato brillaron y balanceó su cabeza al ritmo en que ella cantaba, Bosco dio golpecitos a la par en el ventanal e hizo ceceos con la boca, la golondrina cantó y se fue de regreso al viejo roble para preparar su emigración. Eventualmente el silencio volvió y permaneció allí como un invitado más, fue bienvenido y para nada molesto.
Lina regresó a la mesa, decidida a armar su parte del rompecabezas. En silencio, el gato se escabulló a la cama, saltó al colchón y fue a acurrucarse en la almohada para dormir -como hace la mayor parte del día. Bosco se quedó solo frente al ventanal, escuchando las voces del Bosque de Secuoyas Mentales dentro de sus oídos, como si lo tuviera frente a frente. Le carcomía desde el interior, formaba un enorme hueco parecido al de una dona podrida, así era como lo reinaba. Era un mensaje para Bosco, recordándole que su voluntad dejó de ser suya desde hace tiempo.
-Li-lina... -vaciló Bosco, apretando los ojos- Temo demasiado. ¡Todo acabará! Y no hay nada que puede hacer, ¡no quiero que eso ocurra! ¡Nuestros padres acabaron! ¡Especies murieron, los dinosaurios se extinguieron! ¡Las estrellas mueren! ¡Las galaxias se consumen y otras se expanden, siempre habrá comisiones! ¡La Tierra y el Sol dejarán de existir! ¡Todo lo que existe lo hará! ¡Nada es especial! Yo... moriré y no quiero hacerlo, ahora sé que no. No tiene remedio, morirás e Incín también lo hará, quizá mis amigos me abandonen o yo a ellos. En todo caso, si alcanzó a entender cómo detenerlo estaré fingiendo. Haciéndome creer que no...
Quedaban tres días para la Navidad, jamás un simple transeunte habría notado que en aquel viejo roble, hubo alguna vez un nido de golondrinas. El paraje estaba desierto. Las lluvias de la semana lo habían pintado oscuro, no era bueno salir a dar siquiera un paseo. Imaginar a las personas caminando en el Bullicio de Salmet resultaba entretenido, creer que el parque Japonés estuviera así de lúgubre como un cementerio de bellos arces. La obra de la señorita Oli transcurría en unas horas cercanas al anochecer, y parecía que sería todo un asco. Al ser el tipo de persona que es y sabiendo que solía tener gente que escribía sus obras, nadie podía esperar algo de su ingenio propio.
Le llamaron desde la puerta. El ventanal vibró, asustando a Incín, y las gotas del cristal resbalaron en hilos. Después de acercarse a la puuerta, con su persa montando guardia, dos rostros aparecieron en frente de él. Una de piel terracota y una cabello grueso como lana de oveja que le llegaba hasta los hombros y a la par, con ojos caramelo de muñeca, uno de cabello rubio en vez de carmesí.
La puerta quedó contra la pared mientras que los tres se observaban entre sí. Bosco saludó con un gesto apenado y se escondió en el rincón más distante. Sarabi lo persiguió por la habitación y Damián cerró la puerta tras de él. Incín se lanzó a Damián y le dio una acicalada en los dedos que lo acariciaban. Bosco se sentó una vez más en el marco del ventanal, colgando los pies y cubriendo con la vista la habitación entera.
-¿Qué no vas a saludar, un hola, al menos? Sí, estoy muy bien, Sarabi. Los hospitales mentales me fascinan. Es por eso que no te dije nada, porque sé que a ti no te gustan -meneó la cabeza-. ¡Dinos algo!
Bosco se encogió de hombros y miró a Damián por una salvación. Él negó con la cabeza y se acercó con Incín jugando entre sus pies.
-¿Y tus amigos? -indicó Bosco con los ojos muy cerrados.
Ella sonrió ladina y tomó a Damián por el hombro y a él del hombro.
-Mis verdaderos amigos están aquí conmigo. En esta habitación -rezongó-, haciéndonos compañía mutuamente.
Los ojos de Bosco se hicieron dos gotas de agua y se enrojeció la piel alrededor.
-¿Y... y los otros? ¿Belén y los idiotas que me acosaron, NOS ACOSARON?
Damián se puso de su lado y obligaron a que Sarabi respondiera con el grato poder del silencio. El persa se fue a maullar debajo de la cama y se perdió. Hubo chisporroteos en las ventanas del lugar y sacudidas en el viejo roble, ramitas chocaron contra el vidrio y la humedad se acrecentó.
-Ustedes son mis verdaderos amigos -expresó amenazante y luego reflexiva-. Belén es... sí, ella también es mi amiga. Solo ella. Espero que pueda ser amiga en lugar de enemiga, ella tiene... "problemas". Resulta que su familia es esnobista, ella también, ya sé. En cambio, los demás son intocables, ella no. Sé que puede cambiar y quiero hacer el intento. Al final de cuentas, ustedes a veces son estúpidamente del sexo masculino y no me molesta... Es solo que necesito una amiga. Pero no tanto para abandonarlos. Si tuviera que elegir, yo...
-Ya cállate -dijo Bosco.
-Intento decir que...
-¡¡Shh!! -replicó Damián.
-Iba a decirles porque es importante...
-¡Silencio! -reclamó Bosco, apenas pronunciando con claridad. Soltándose en risas caminó a la cama.
-Eso no, mijo. No, no, no y no -repitió Sarabi con las manos en la cintura-. A mí no me callan.
-Es un juego -murmuró Damián-. Consiste en decir y decir cuando el otro dice y repetir y decir, luego decir y decir lo que dijo el otro que dijo el de antes y deciremos lo que dijo después...
-¿Qué chingados te pasa? -chilló desconcestada.
Las plumas volaron contra su cabeza al mismo tiempo que la aguda carcajada de Damián. Bosco estaba por orinarse encima al contemplar las plumas y llevó la almohada como escudo, protegiéndose del empujón de Sarabi. Cayó en la cama y recibió un atascón en el estómago después de que ella agarrara otra almohada para devolverle el golpe. Damián arremetió contra su cadera con una tercera almohada y luego Bosco lo tumbó con la suya. La habitación se hizo una masacre de aves y risas sádicas, cómicas y ridículas. Incín empezó a gemir de enojo y se refigio en el baño.
Pasados los minutos, una almohada quedó desinflada, otra se partió en dos y la última quedó casi intacta. Los tres quedaron dispersados en diferentes puntos de la habitación, sin energías y con el estómago adolorido. Sarabi quedó cubierta por su cabello, Damián se enrojeció como una cereza y Bosco salió únicamente exhausto. Luego charlaron de todo lo imaginable. De videojuegos y sus errores incomprensibles, experiencias asquerosas, la simpleza de los niños pequeños quienes se encontentan con un dulce y su vida se soluciona. O enumerando sus tops de maestros preferidos, los más raros y demás. La lluvia se llevó consigo la luz del hospital por un par de horas e inundaría las calles, aunque no se darían cuenta. El Bullicio de Salmet se suspendería por primera vez en quince años y por ello; Damián no haría el ridículo como pensaba, Sarabi no tendría que aparentar ser amiga de aquellos que no le importaban, Bosco no notaría diferencia porque debería quedarse en el hospital, la maestra Oli no tendría su siniestra obra al aire y todo sería en vano, se reían y comentarían, pero eso sería después; porque estando en el ahora, ninguno se preocupo en pensar en ello. Charlando fe cómo Damián perdió su tinte carmesí por culpa de su mamá que le cambió el shampoo por otro, unido a base de una mezcla para desteñir, por lo que volvería a ser como lo tenía antes, rubio. O pensando si habría alguien como ellos por ahí. Y si los alienígenas tuvieran que secuestrar a uno, a quién se llevarían. Quién haría qué y por qué y cómo. Quién tendría más hijos. Quién no. Cuándo y con qué persona. Dónde vivirían. Transcurrieron formando un fuerte de sabanas, sillas y mesas -pues solo tenían eso-, contar historias de terror hasta que Bosco solicitó que no le dejaran irse solo al baño o que temieran asomarse a ver quién golpeaba la ventana. ¿Un monstruo, un asesino o los alienígenas que venían a robarse a uno de ellos?
Y acabó.
Todo acaba.
Siempre.
No hay un «Y vivieron felices por siempre».
Además, mucha gente vivirá «infeliz por siempre», entonces no.
Solo se terminó.
«¿Cuál es el punto de vivir, muchacho?», reclamó el Bosque de Secuoyas Mentales. Reclamaba en los sueños y en la realidad. En vida y en muerte siempre estaba. Hasta el final. Era algo que habló con la doctora, y ella asintió y entendió. «A veces debes seguir aunque no haya resultados inmediatos. Todos cambiamos, Bosco. En todo momento y lugar, pero vivimos tan aprisa que no lo advertimos.
La lluvia reparó un daño que había en el jardín, una sección que no fue mencionada hasta ahora. Se había secado por obra de un mal que le impedía crecer, sin embargo, ahora energía de nuevo. Y era diferente. Una especie violeta se abría paso a la superficie, de algún modo había vencido. La plaga muere, nosotros no.
El ventanal fue corrido arriba. Lina y Bosco se aferraron a los límites, se posaron sobre el marco y le pasaron sobre sus cabezas. Intuyeron por tal caso, que se asemejaba a las ventanas de guillotina. Incín saltó el hueco. Enseguida, Lina pasó al centro del espacio para detener el peso por sí sola; Bosco fue a por la caja del rompecabezas -de un cartón especialmente rígido- y lo colocó en una de las esquinas. Atravesó la ventana hacia el exterior y aterrizó entre las ramas. Lina se asomó también, se dejó caer y la ventana venció, aplastando la caja del rompecabezas como una guillotina, mas le dejó intacta.
La administración corría a cargo de un ente cegador y avaricioso. Una tenebrosidad que no debería pronunciarse, merodeaba cada punto. El bosque cubría las estrellas al igual que lo hizo desde un inicio. Los pasos resonaban en ecos infinitos y el silencio tenía luz propia, pero la soledad no. Ella había muerto. Lina lo tomó de la mano e Incín trepó de nuevo a su hombro para acicalarle la oreja. Tenía familia.
Rodearon las secuoyas del terreno y, a pesar de ello, brotaban tenebrosos repuestos al pasar los horizontes pensados. Incín maullaba en todas direcciones y su eco volvía, de todos lados, habían estado en todas partes y en ningún lado. Bosco se detuvo y tropezó con una de las raíces salientes, llevándose al gato consigo y sorprendiendo a Lina. Lo levantó de nuevo y miró a sus espaldas. Al frente. A los lados. Nada. Era un vacío. Bosco la abrazó de nuevo y lloró desconsoladamente, pues las palabras no servían para tranquilizarle.
Descansaron en el suelo, mientras Incín daba brinquitos en torno a ellos. Él estaba encogido en sus rodillas y murmuraba para sí mismo, pero de la misma manera que empezó a lamentar, se detuvo.
-¿Y si nos quedaremos congelados aquí para siempre? -se aconsejó.
-No.
-Piénsalo, ¿si? -suplicó Bosco-. No envegeceriamos, nada malo nos pasaría. Podríamos existir por siempre y jamás tendremos que decir adiós.
Ella acarició su cabello y se puso de pie, acompañada de Incín que se irguió para continuar
-No lo haremos.
-¿De veras? -susurró con decepción.
-Es un suicidio, Bosco -manifestó Lina-. Tenemos que vivir. ¿Podríamos quedarnos aquí para siempre? Por supuesto, en caso de que nunca quieras volver a sentir. Permanecer en este lugar le robará el valor a todo lo que conoces, tus experiencias y aprendizajes serán borrados. Es necesario sentir dolor y reír para saber que no estamos hechos de piedra. Mi único apoyo estará allí afuera, cuando salgamos de esto. Seguiremos con vida y sufriremos y disfrutaremos de la vida y encontraremos nuestro propio destino. Tú construirás el tuyo, sin necesidad de que busques el libro de la vida. Eso no existe... Nada se resume a un símbolo particular.
«Nosotros somos muchas cosas. Yo soy tu hermana, pero también una hija. He sido amiga de muchos. También una cantante y actriz. O una llorona y luego un ser que nadamás sonríe. Lo que fui y seré tendrá que concluir para que pueda ser algo más».
El Bosque de Secuoyas Mentales gruñó y las hojas se sacudieron por todos los senderos. Secuoyas cayeron a la distancia, llevándose otras en efecto dominó; acercándose a ellos. Lina pateó el pie de Bosco, éste le miró demandante y ella sonrió.
-Quizá no quiero que las cosas acaben -señaló a Lina e Incín-. Hay bastante que me gustaría que se quedara conmigo, por siempre.
Tanto las siluetas de Lina como del persa se posaron frente a él. Dos brillantes ojos ámbar, mutuamente similares. Hubo un parpadeo en los ojos del persa y susurros recurrentes, un solo mensaje para él, y parecía venir de aquel. El persa. «Tu nombre es Bosco. Tu vida te pertenece, no al bosque, las decisiones son tuyas y tu voluntad debe seguirlas con fidelidad. Estaré aquí para ti. Y tu para mí. No tienes una vida ordinaria, nunca de los nunca una persona la tendrá. No encontrarás un «y vivieron infelices por siempre» ni mucho menos. De ningún modo. La última página no está obligada a ser el final de la historia. Imagino una historia sin fin. ¿Quieres imaginarla conmigo? Viviremos en ella. En el ahora. Será nuestro hogar».
La mano de Lina afianzó a Bosco y le puso de pie. El Bosque corría hacia ellos, desde las afueras para arrinconarlos y consumirles. Entonces Bosco tomó una decisión: «Hoy no».
Arrancó a uno de los árboles de Secuoyas Mentales, al arrebasarlo, Incín trepó por su espalda. Lina se atraigó a la corteza y se regocijó hacia Bosco como cuando eran más pequeños. Las raíces daban latigazos a los troncos, el terremoto derrumbaba los más altos y la tierra salpicaba el entorno. Como si lo abrazara, Bosco trepó por el tronco; paso a paso y con mucho miedo. Sin parar. El tortuoso camino no impidió que su hermana y gato lo custodiaran de aquellas ramas salvajes que se lanzaban a atacarlo o las hojas que amenazaban con mutilarle las manos.
De repente la corteza aumentaba en grosor, por lo que lo alentaban mucho más a subir. Cercanos a las copas, no todo era oscuridad. Desde las raíces no era el mismo lugar, sin embargo, no era imposible salir de allí con vida. A vivir en el ahora. Y quizá podría tener todo lo que siempre quiso, lo cual fue aterrador, pero no era el final. Deseaba más cosas desde ahora. Y no solo conseguirlas, se enorgullecía de estar dispuesto a la aventura para llegar a sus deseos y cuando también los alcanzara, nacerían nuevos.
Una estrella titiló para avisarle no tomar un camino equivicado al trepar, alumbrando. El persa recorrió la espalda hasta asomar su cabeza a la superficie. El cielo. Nunca se fue. Lina brincó por las hojas, envuelta entre ramas y mugre, mas con una felicidad divina. Bosco alcanzó su mano y la alzó para que estuvieran juntos con Incín. En las copas era un tiempo neutro y refrecante avivando la existencia. El cielo salpicado de puntos lechosos y caminos luminosos -adiós al amarillo enfermizo-. Los cometas competían, tenían una carrera para ver quién rodeba más veces y en menor tiempo el inmenso Bosque de Secuoyas Mentales.
Los pies de Bosco colgaban junto a Lina y tenía a Incín en su regazo. La melena del persa resplandecía matices purpúreos y había motas viajando frente a las narices de Bosco. Lina no expresó lonque quería decir con palabra alguna, simplemente miró a Bosco e Incín. Se aferraban el uno al otro, de manera ligera estaban distantes a Lina; tarde o temprano tomarían otro camino y esa trayectoria no correspondía a ella. No obstante, seguirían cruzándose cuando la situación lo ameritase. Eran sus propios seres, escritores de su destino.
Las hojas cayendo encima de Bosco, le ayudaron a notar lo que habían hecho. ¡Sobre una gruesa rama se encontraba! ¡Era el viejo roble, lo era! Lina e Incín estaban juntl a él. ¡Unidos le socorrieron para abandonar el Bosque de Secuoyas Mentales! Estaban demasiado alto. Era aterrador. Si uno de ellos resbalaba, podría desnucarse. Mas comprendió que no importaba en esos momentos. Y también supo que habría que seguir hablando con la doctora un buen tiempo, incluso si la sociedad no estaba de acuerdo. Posiblemente seguiría metiéndose en problemas aterradores con sus amigos, sin embargo ansiaba por hacerlo. Y su madre seguiría siendo aterradora. E Incín vacilaría entre ser apático y dulce, aunque eventualmente siempre sería más que eso.
Y con certeza no era cierto. Un «siempre» no era más que una ilusión. Quizá un sueño mal trabajado. Y estaba bien. Sus servicios no eran requeridos, se podía vivir sin él y ser felices o tristes, llorar de miedo o sorprenderte tanto que te de un infarto. ¡Cada uno de los anteriores! Y no habría un «Y vivieron felices por siempre». Tal vez y solo tal vez un «durante un periodo de tiempo favorable». Porque era necesario pasar a otra fase: una nueva vida con hábitos o costumbres inimaginables. Por lo que:
Ellos vivieron...
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