10. Bosque de Secuoyas Mentales
Lo menos frecuente en este mundo es vivir. La mayoría de la gente existe.
Oscar Wilde
¿A dónde se han ido las estrellas?: ¿Quién se las ha robado? Una fumigación de estrellas total. No dejaron rastro de secuestro mas que su ausencia, solo quedaron las copas de las secuoyas mentales. El virus no murió, a decir verdad, se multiplicó en incontables versiones de sí mismo; el árbol de secuoya que crecía, absorbía los nutrientes de su usuario y, sin más tardar, de él brotaban semillas a los costados. Las raíces de las secuoyas se sumaron a las conexiones neuronales de su cerebro y pronto; Bosco se volvió su hormiga obrera.
Acorralado. Nadie escapa de sí mismo con triunfo y sin pena, es una ley. «Manipula los sueños de los hombres y entonces, ganarás la guerra».
Roma no se hizo en un día, pero el Bosque de Secuoyas Mentales se sembró en una sola noche.
—¡Me deterioras! —le abroncó Bosco, solo debía gritar en cualquier dirección. La voz estaba en todos lados.
—¡Para nada! —vociferó—. La vida se abre paso, es necesario, poco le importan las consecuencias que deje tras de sí...
—¡Pero las estrellas!... No puedes quitármelas, llevo observándolas desde niño ¡Soy un niño! ¡No puedes hacerme esto!
El bosque suspiró, con él, las cortezas hacían sonido de cuarteaduras mientras que las ramas y hojas secas caían sobre su cabeza —desde lo alto de las copas, tan elevado como una montaña—. Bosco tropezó con las ramas salientes, ya no había suelo y moverse era más que dificultoso. Aquí y allá las secuoyas mentales nacían y crecían; una de las semillas emergentes le enredó la pierna izquierda con las vainas más finas. Estirando su pierna para dar una patada estropeó el intento de la pequeña planta. Tomó un camino libre por el que corrió a ciegas el resto de la noche, bajo el cielo, «desestrellado».
Atrapado en el laberinto de secuoyas:
—Niño gato —susurró el bosque—, dices ser audaz pero yo no lo creo... Al final, me hospedaste en este bello lugar al que llamas mente y ser huésped tuyo nos hace felices a todos.
La carrera de Bosco tuvo un desplome cuando las raíces de las secuoyas se posicionaron por su camino como imperfecciones. Fuera del sueño su cuerpo tuvo su propio respingo ante la caída. Trabajosamente se arrastró por un hueco entre los árboles que le comprimían sin cesar; las vainas se desplazaron en espirales por su torso. El laberinto crecía entorno a él, en otras palabras, su propio voluntad planeaba la arquitectura de su perdición. Se tiró a un pedazo de tierra que le embarró toda la cara, ya se incorporaba cuando la pierna quedó atascada entre los troncos que sobresalían como rocas. Bosco gimió con dolor, parecía que su pierna era desgarrada por la corteza.
—¡Libérame! —imploró Bosco.
—Estoy en espera... Ansiamos presenciar entre las sombras —vaciló el bosque—. Hurtamos la incandescencia de las estrellas para que no tengas que velar en las noches; nos alimentamos de tus días y así tu hora se aproxima con mayor destreza; las palabras amigo y familia las tiramos de la mesa, porque solo han sido distractores ¡de tu sistema perfecto!
Los árboles se enroscaron con aullidos temblorosos —exterminaban a las pequeñas luciérnagas del lugar; hurtaban las voces de las aves y cosechaban desesperanza para alimentar a Bosco—, con los recursos formaron un túnel solitario, envuelto en una pesada sábana de madera y perfume de desaliento.
—Queremos que cruces el túnel —cantaron las hojas marchitas.
—¡No hay sentido en hacer nada! ¡Todo está colapsando, sin importar lo que haga! No tiene caso disfrutar o creer que lo que hago me surtirá de frutos... —calló Bosco, como si interrumpiera sus propios pensamientos.
—Quieres decirnos, niño —susurró el bosque—, que después de todo...
—¡Cierren la boca! ¡Paren, paren ya! —gritó Bosco.
El túnel de madera se encorvó al suelo donde él se había estancado; las vainas le ataron los brazos y se sembraron de vuelta en el piso con los puños de Bosco enterrados. Forcejeó ante los cantos de la corteza y pequeñas vainas que cocían sus labios; sentía una diminuta semilla siendo depositada en su oído y luego; un golpe seco, como el de un bateo, hizo rebotar su cabeza contra las raíces.
La frente sudada de Bosco amaneció ante las sábanas acolchadas en la esquina de una habitación vacía. Era el cuarto de Bosco. Y no había recibido ningún cambio desde aquel día de lluvia en que un persa apareció bajo el umbral, pero las paredes ahora eran más frías —la marca de otoño—; aquella ventana se empañaba de blanco y el canasto de mimbre parecía llorar por las noches.
Las horas restantes fueron de pena y sombra, Bosco ya no quiso volver a la cama.
DICIEMBRE
Se volvió monótono y carente de sentido. Quizá eso es vivir.
Trasladarse con las muletas también terminó siendo una actividad monótona, no fue precisamente complicado, se volvió normal cuando menos lo esperaba. La rotura de su tendón rotuliano y la inmovilización parcial de la pierna izquierda parecían más un sello personal: «¡Mira, es Bosco! ¡Sí el que trae muletas y una escayola!». Andar de un lado a otro era lo mismo; esperar una charla agradable o una emoción viva en un mundo gris, solo era un sueño. Pero los únicos sueños verdaderos era el Bosque de Secuoyas Mentales.
Sueños eternos e inquietantemente profundos y oscuros en su mayoría. Había días en los que Bosco llevaba pequeñas lámparas incandescentes, cuya luz no viajaba más allá de dos metros. Las risas del bosque hacían temblar las flamas y eventualmente lograban desvanecerlas. De vez en cuando, entre las ramas, había destellos en el cielo y eso lo ponía feliz. Aunque recordar en lo que se estaba convirtiendo envolvía la diminuta estrella de nuevo en obscuridad.
Y bien, sus calificaciones superaron indescriptiblemente las de Sarabi, pero eso no le ayudó para nada. Saber que él mismo se aferraba a las raíces de secuoyas, aunque no quisiera, le volvía estúpido; no tenía nada de qué quejarse; tenía una buena vida, salud y todo lo que pudiera desear; mas era eso, probablemente. No había nada más por desear. Su ciclo de vida se volvió perfecto —aunque con cambios—, pues tenía amigos y nadie se metía con él. Sarabi se había encargado de ello las últimas semanas, dedicó su tiempo a resguardarlo a él y Damián de todo mal, tanto que nunca notó lo mucho que se distanciaba.
Los sueños más recientes en el Bosque de Secuoyas Mentales, dejaron de oscurecer como antes, fueron luminosos. Las hojas se hicieron menos gruesas, pero los caminos más tortuosos. Podía ver los caminos que tomaba para llegar a su destino, el problema era no saber a dónde ir. Y es que no importa qué camino tomes para llegar a «No Sé Dónde», cualquiera te guiará —tarde o temprano.
Empapó sus pies descalzos en aguas fangosas, las salpicaduras escaparon hasta las rodillas. Por un segundo decidió no moverse más. Los grabados de su rodilla izquierda brillaban de varios colores, uno a la vez, eran parpadeos: Sarabi, Damián, Clara —su madre—, Axel, Incín, Lina... Quienes (en su mayoría) firmaron la escayola en el mundo fuera de los sueños. Era extraño. Su única luz bajo las copas altísimas del bosque provenían de aquellos nombres. Mismos que alumbraban charcos de fango hacia un lago de aguas negras y una balsa hecha de madera de los mismos árboles.
—Has comprendido, pequeño —suspiró el bosque—. El secreto de tu existencia, sabes ahora lo que la vida tiene para ti y qué es lo que eres. Tu cruzada y la de miles de hombres que viajan por todo el mundo, algunos que fingen conocer la verdad de su existencia y la de almas futuras culmina aquí... No como los mentirosos o aquellos que fingen.
Sus pies fueron arrastrados por el fango, Bosco cayó, las raíces se alzaron y abrazaron su torso como una gran soga de vaqueros. Y en el fondo del lago de aguas negras cercano; la voluntad de miles de almas le llamaron con súplica, querían tenerlo junto a ellos, unieron sus fuerzas y lo arrastraron en armonía. Escuchó las grandes secuoyas desplomándose a sus espaldas, parecía el bullicio de edificios siendo demolidos. Había sollozos de las ramas y otras rarezas que sonaron como gritos. El viento agitaba las copas y el lago se acercó con olas fangosas, de aroma petulante a leña carbonizada.
—Lo reconoces, querido —bramaron las copas—, antes de lo que debimos haber esperado. Conoces tu sentido que es no tener sentido. ¡No tiene caso que respires! ¡Sonrías o llores! La vida es efímera y a todo le llega su hora de muchas maneras.
Tenía dificultades para liberarse de las raíces, sentía que se hacía parte del mismo Bosque de Secuoyas Mentales. ¡Las secuoyas y raíces! ¡Se trataban de las almas en pena! ¡Así era como el bosque crecía! ¡Era una plaga, transmitiéndose por designio propio a diferentes usuarios alrededor de las eras! Bosco necesitaba motivos para seguir y decir no. No le quedaba mucho; las posibilidades de un gato vivo eran cada vez menores. Su mundo rechazaba la idea de colocar pancartas en su socorro, porque ¿qué se hace por un gato perdido en las alcantarillas?
Era imposible. Vivir es imposible y existir una vulgar broma sin sentido.
—¡Todavía puedo probar que no! —sollozó Bosco con la cara enlodada—. Debe ser más que eso... ¡Tiene qué! El mundo no puede fingir que no tiene sentido y ya, sería ridículo... Sería...
—Una verdad —dijo el bosque, aflojando sus ramas y fuerzas—. Tiene mucho y poco sentido, es igual de erróneo que falso. Pero sin pruebas... —las hojas crujieron y el agua del lago echó burbujas hirvientes a la superficie que le quemaron parcialmente los dedos de los pies.
—Te traeré algunas. ¡Quiero negociar contigo! —gritó Bosco. Había quedado hundido hasta la altura de la cadera, sus brazos ya no le pertenecían, parecía esposado por las ramas y tenía el aliento contra el fango—. ¡Tiene... tiene que tener sentido! ¡¿Sino cómo logré vivir tantos años seguro de que lo tenía?!
Las burbujas hirvientes se enfriaron y las ramas y hojas se silenciaron de repente. La marea se hizo nula y las ramas se hundieron como granos de arena entre la tierra del fango, por lo que la única señal de vida era el festival de colores y nombres en la pierna de Bosco. Se incorporó con movimientos raquíticos. Y volvió a hablarle el bosque:
—No soy un hombre. No soy humano —le recriminó—, toda negociacion que puedas tener conmigo me parecerá vacía... Quiero autenticidad, únicamente.
El agua hizo ondas a los pasos acuosos de Bosco caminando a una balsa hecha de tronco de secuoya —cortado en divisiones de largo para no sobrepasar la longitud necesaria y un corte transversal para dividir su centro y mantener en la superficie su centro leñoso.
—Tampoco soy ni seré hombre de negocios —aclaró Bosco—. Soy tan solo un chico sin esperanzas; un alma en pena como todas y de conducta autodestructiva... La única clase de trato que yo pido tiene autenticidad, únicamente.
—Cumpliste tu primer trato... —mencionó el bosque— Descubriste por tu cuenta que la vida no tiene sentido, no te mientes a ti mismo como otros lo hacen.
—Y ahora propongo un segundo trato —dijo Bosco—: descifrar el valor de mi propia existencia. Es verdad, muy poco me importa últimamente y no tengo mucho material para contestar lo contrario, pero... Sé que mi gato me necesita todavía, sigue luchando en este mismo Bosque de Secuoyas Mentales. Con su propia lucha para vivir un día más, justo como otros lo hacen al despertarse en las mañanas:
«Me dirás que la vida no tiene sentido, lo aceptaré. Me querrás convencer que mi vida carece de valor y lucharé».
El Bosque de Secuoyas Mentales esbozó un viento temible —eran los suspiros de una bestia colosa, los olvidos de las almas en pena—. La balsa en la que estaba en pie subió con la ayuda de un río infausto, proviniente del corazón del bosque. Encauzándole a las entrañas del lago, les embistió como una bestia celosa. Y viajaron bajo la noche eterna en un lago sin sentido llamado existencia.
Damián le apartó lugar para los ensayos de teatro de la maestra Oli. El Bullicio de Salmet, la festividad anual más grande del lugar, llegaría en muy pocas semanas y por ello; la gran directora Olivia de Livia —cuya razón para establecerse en Salmet era la presentación de una obra de teatro propia— buscaba talento joven para su día de gloria. A Bosco no le importaba, pese a la insistencia de Damián en que participara junto a él; ganarían puntaje y méritos en su historial, pero Bosco nunca se lo dijo: «Nada le importaba».
En ocasiones Bosco iba a los ensayos y ayudaba a la construcción de escenarios, encontrándose con Julia Ferreira —hija de su traumatólogo— y posible interés amoroso de no ser por el Bosque de Secuoyas Mentales. El bosque extraía con sus raíces toda sensación existente del cerebro de Bosco. Parecía ser más un árbol marchito que un chico humano...
Inesperadamente, Sarabi consiguió lo que siempre quiso: ser amada por todos. Al menos parecía feliz. Cerca de gente como Belén y los amarillos, se veía mucho mejor que al estar con Bosco. «Nos estoy protegiendo», mencionó una vez hace semanas. Semanas sin hablarles. Quizá ella hubiera sido la primera en notar que algo no andaba bien con Bosco, mucho mejor que su madre —quien ahora le prestaba atención. Y hablaba de Lina todo el tiempo, pero ya no se enojaba, comentaba todo lo que amaba de Lina, que le hubiera gustado ser como ella...—. Como fuera: Bosco estaba lejos de su vida.
—"No debería... —opinaba Bosco en medio del lago de aguas negras— Es ridículo extrañar, nunca lo he hecho como ahora. Lina simplemente me hizo miserable y Sarabi estropeó mi sistema en compañía".
—Así son las cosas —razonaba el bosque—, usualmente patéticas. En especial contigo, de naturaleza masoquista. Lo rescatable es que conseguiste dispararlas de tu camino: tu hermana ya dejó de escribir cartas y tu amiga con cabello de oveja se fue con otro rebaño. Permitiste ambas cosas y más: abandonaste a tu gato para que callera por la boca de tormenta, lo soltaste; condenaste a tu padre a cerrar la boca por siempre. ¿Qué te queda?
Nada.
—"De ser necesario, si debo ser el último con resilencia suficiente para permanecer en la barca —pensó—; me hundiré".
Damián ensayaba con otros chicos mejores que Bosco, más agradables, divertidos. Aquellos con quienes puedes contar para una fiesta o los días en que te sientes con pesar. Y era muy feliz, el chico de los ojos de muñeca perdió la soledad en ellos, ahora era un chico de ojos comunes. A la vez que su cabello carmesí se veía con mayor similitud al color de un durazno maduro, era menos intenso. Aurelio desapareció del mapa la misma semana que Bosco llegó a clases.
Se convirtió en el nuevo fantasma.
—Siendo honestos —condenó Damián con los ojos en blanco—, esta obra es una mierda. La señora de Livia escribió esto: ¡es puro plagio de "Los antasmas de Scrooge"! —pero Bosco no sabía lo que era ni le importaba.
—Es solo una obra escolar —murmuró.
—Sí. Lo sé. Un adefesio para mi expediente artístico y espero que esto no llegue a mayores. Debo eliminar toda evidencia de que participo en esto, quizá me parta también la rótula. ¿Qué me dices, lo harías por mí, romperme la rótula? O lo haré yo en todo caso —propuso con una sonrisa.
Bosco miró a sus pies: esos zapatos marrones, uno cubierto por el pantalón rojo de pana y el otro semidesnudo —por la pierna donde se arremangaba el pantalón para no obstruír la escayola—, eran sencillamente grotescos. Damián debió advertirlo:
—Lo siento, Bos —se disculpó—. Tu actitud es bastante tensa últimamente. Pensé que si te hacía reír un poco...
—La maestra te llama —apuntó Bosco, viendo a la señora Oli a los pies del escenario.
Ensayaban en el auditorio. Damián se volteó y parpadeó con dificultad en su dirección, odiaba ser el protagonista de ese plagio. Cabeceó hacia Bosco y dejó que su cabeza reposara de verguenza por unos instantes en el piso. Lo contempló:
—¿Qué puedo hacer por ti? —dijo con un semblante serio.
—Deberías ensayar —respondió Bosco, que apenas usaba sus gafas por lo maltratadas que estaban. Esperaba la llegada de sus lentes de contacto.
—Hablo en serio —mencionó su amigo.
—Creerás que es una tontería —dijo entredientes, sin apartar la vista de los ojos ámbar de Damián que le recordaban a Incín.
—Hay demasiadas cosas que son...
—¡Damiaaaaaaan, veeeeen. Te tooooca! —cetaceó de Livia.
—¡Un segundo! —posó sus ojos en Bosco por última vez.
—¿Qué sentido tiene vivir?
Damián tuvo un sobresalto. Bosco se rio ante ello, pero rápidamente la sonrisa pareció nunca haber existido. Sarabi estaba por algún lado del auditorio, y era imposible hablar con ella sin que Belén soltara insultos —y no necesitaba eso—. Simplemente le dijo en una ocasión, cuando confío en ella para contarle el mal que invadía su cerebro, sin mucho afán: «Felicidades, Bosco, estás vivo».
Y era una pregunta que había pasado por la boca de todos. Debería ser sencillo responderla. No obstante, Damián tuvo que volver a ensayar cuando la señorita de Livia estuvo a punto de tirar de sus orejas al notar que no acudía a su llamado. Se atravesó entre ellos, Bosco casi pierde el equilibrio de sus muletas, y recriminó:
—¡Damiaaan, vuelve al ensaaayo! Y tuuú niño, si quieres estooorbar mejor vete a tu caaaasa.
—No estoy estorbando —contestó.
—¿Ahhh, nooo? —rio cruelmente—. Quisieeera no veeerte hacieeendolo de verdaad, pareece ser lo único que haaaacees.
Sus palabras hicieron brotar una llamarada de fuego en su interior. Se debatía de qué manera le golpearía; con ambas muletas, pero caería; quizá mordería sus orejas y le arrancaría esos estúpidos aretes de hippie. O debería enterrar sus dedos en las cuencas de sus ojos y dejarlos allí hasta que ella suplicara por piedad. Entonces rascaría sus nervios con las puntas de los dedos y al sacarlos, le obligaría a comerlos.
La señorita de Livia se percató de aquella sustancia desconocida que recorría los nervios en los ojos del niño. Y llamó a una chica que tenía al lado:
—¡Juuuulia! —exclamó con un horror dramático— ¡Niiña Julia! ¡Veeenga ahora mismooo!
O quizás debería enterrarle sus lentes de botellas por la nariz...
—¿Sí, señorita? —exclamó Julia, era diferente cuando no parecía catrina.
—¡Juuuulia! —chilló la señorita— ¿Yaaa repartiiiistesss laaas pancartaaaaas?
—Justo estaba saliendo —se excusó Julia con calma.
—¡¿Y paaara eso te llevas taaaanto?! —le regañó con una cara muy alargada.
Julia negó en silencio, y por un momento pajareó su vista hacia Bosco.
—¡Quieeeero que lleeeves a eeeste insolente coontigo! —decretó con la frente en alto— ¡Ahora laaaaargo!
Su falda colorida le hizo sombra al regresar con los pasos de sus tacones afilados al escenario, de nuevo. Bosco apoyó ambos brazos en sus muletas y se dejó colgando al ver con descaro el cabello aceitado, como petróleo, de la señorita Olivia de Livia. Julia apoyó una mano en el hombro de Bosco y le dio una palmadita, la cual causó molestia en Bosco. También la miró con descaro y ella bajó su mano con cuidado.
—Perdona... —susurró.
—De acuerdo.
Bosco se balanceó con las muletas y su pierna parcialmente atrofiada al lugar donde guardó su mochila. Apoyó una mano en el respaldo del asiento y colgó su mochila en la espalda. Estaba a pocos días de perder la escayola, de hecho camimaba muy bien; las muletas eran inútiles: «Como los intentos por encontrarle sentido a tu vida». Bastaba con no usarlas y cojear un poco o solo ocupar una de las dos como bastón.
—¿Acaso te vestiste como catrín el día de muertos? —consultó Julia con una voz tímida.
Bosco respondió afirmativo.
La chica distaba de la belleza ordinaria de una catrina. Aunque, no por nada, todo mundo sabía que si en la escuela existía una chica que ganaría el corazón de cualquier persona; sería Julia Ferreria. Sus gafas parecían discos de diamante que embellecían a sus ojos diminutos. Su piel era verdaderamente anhelada como los cazadores matan por marfil. Y su cabello lacio de corte bob, lucía como plata fina, producto del tinte.
—Escuché que la ciudad se inundaría —mencionó—. Lo mejor será marcharnos pronto.
La inundación: Cruzaron el pasillo secundario para salir de la escuela y, en efecto, parecía que el cielo deseaba llorar como nadie más en el mundo. La brisa era tan potente que ponía en duda si era un ser vivo y cuando las hojas secas se frotaban entre sí, parecían los quejidos de un anciano. Julia se ofreció a cargar una de las muletas para que Bosco caminara más rápido con la otra como bastón. La 'prefecta gorda" —nombrada por Sarabi— abrió la puerta para su salida. Julia se despidió y condujo a Bosco unos cuantos pasos a un carrito de golf.
La extrañeza de Bosco se congeló —del mismo modo que los excursionistas del Everest—, el ceño fruncido y su naríz de tucán no se movieron. En sí su naríz no era de "tucán", sino que a Lina le causaba gracia llamarlo de ese modo —claro que destacaba en su rostro, por afilada y respingada—, mas el motivo del apodo fue: una máscara de tucán que uso Bosco de pequeño. «Y se me quedó decirte así por siempre de los siempres», se excusaba Lina.
De regreso al carrito de golf: era como un auto clásico, mas adaptado al golf, la superficie era una bellísima capa de rojo cereza —lo menos lívido del panorama—;dos hileras con cuatro asientos en total tapizados de cuero; un techo metálico, sostenido por cuatro soportes plateados; el volante era blanco —gastado por el uso— y el parabrisas lucía como humo. Los neumáticos y el parachoques le otorgaban un diseño deportivo. Habría que corroborarlo...
—¡Mira, qué loco! —aludió Bosco, pasando su mano por el—. No deberían dejarlo tan descuidado..., alguien podría robárselo. ¿Por lo menos hay campos de golf en Salmet?
Julia se rascó la nuca y merodeó en rededor al carrito.
—Se rumoraba hace años que Augusto Salmet construiría un campo de golf en el baldío sombrío... —cuchicheó Julia como quien narra una historia de terror— Y en los días siguientes fue asesinadao en el mismo. No entiendo las razones para llamar la calle del Muerto de ese modo, ha de ser por lo que ocurrió a su hermano.
—Se podría decir... —externó Bosco— que es inútil.
—Ni tanto, niño —Julia alzó unas llaves doradas ante él.
—¡¿Te pertenece?! —gritó, casi cayéndose al piso.
—Presta atención, verdadera atención a tu alrededor, y descubrirás que el mundo es una maravilla.
—¿Sabes? —sopesó Bosco—, no quiero entregar cuando menos una pancarta para su estupida obra.
Julia levantó los brazos al aire y soltó:
—Tampoco yo ja, ja, ja, ja ¡No deberíamos!
—¡Debe ser una broma! —dijo Bosco.
—Para nada, amigo fantasma —enalteció Julia al trepar en el asiento de piloto—. ¡Hagámos algo más productivo!
—Concuerdo —trazó una mueca de alivio y llegó a sentarse, respaldado por Julia.
—Introduzca-su-destino —exclamó imitando a un robot.
—Es precisoque encuentre a mi persa —decretó Bosco.
El carrito cereza de golf despegó a toda velocidad, Bosco fue empujado hacia su asiento y escuchó el gracioso sonido de sus muletas chocando en la parte de atrás. Julia maniobró en una esquina y compartió una observación con Bosco: «Está empezando a lloviznar». Bosco señaló un contenedor de basura expuesto en la banqueta; allí aparcaron en lo que salía a tirar las pancartas de la obra al interior del basurero. Bosco subió de un brinco al carrito y siguieron su viaje, de acuerdo a las indicaciones de Julia:
—Conozco a alguien —dijo—. Es mi amiga, ella debe saber algo. Iremos a perreras y a la comisaría, pero primero con ella... Siento pena por él, parecía un buen gato. Y si en serio te importa tanto, quiero ayudar. No puedo creer lo que me dices, es horrible que todos le den por muerto.
—¡Tienes razón!
—Lo malo sería no hallarlo... —murmuró Julia— Porque se hallaría en el bosque (lo cual ya es bastante riesgoso), y si no es allí donde se encuentra..., podría haberse quedado en las cloacas o... en la desembocadura...
—Entiendo que... —reflexionó Bosco— cuando lo encuentre solo habrá dos posibilidades. Quizá una ya esté cumplida, solo que pienso persistir, al menos quiero encontrarlo, de no ser así...
—Nunca pararás... —dijo Julia con una mirada melancólica— ¡Es ell!a —señaló al interior del callejón Buenos Aires—. Apresúrate, no falta mucho para que la tempestad caiga sobre nosotros.
Bosco colgó los pies del carrito —como lo hacía de la terraza de la escuela—, y se dejó llevar por la gravedad al frente. Dio brinquitos para adentrarse en él, al poco rato, Julia lo sostuvo del hombro, y caminó con un desbalance para el lado izquierdo. Una recolectora de basura, de edad avanzada, juntaba todo lo útil que encontraba en los basureros —su cabello estaba desaliñado, parecía la pelusa vieja debajo de los muebles todavía más viejos; pero su rostro era tierno, con forma de manzana acaramelada—. Se percató al instante de los chicos, además, el olor de Julia era altamente reconocible; aunque difícil de recordar, sencillo de percibir.
—¡Julia, querida! —sonrió la señora, sostenía un bulto de basura en la mano izquierda— ¡Pero qué... gusto! ¿Quién es él, un nuevo amigo? ¡No, no, no, no, no! No se me acerquen tanto que les voy a pegar lo mugrosa.
Bosco palideció, finalmente su carácter introvertido seguía definiéndole.
—¿Cómo crees, Rosita? —continuó Julia—. Desearía verme como tú a la edad que sea que tengas, eres preciosa en todos los aspectos —la halagó con un bello resplandor en sus gafas, sacudió su cabeza y apuntó a Bosco—: Conoce a mi amigo el fantasma, Bosco. Ella es Rosita, Bosco.
—¡Todo un gusto, querido! —respondió Rosita con una voz rasposa que no perdía su encanto.
—¿Viste los reportes del clima? —agregó Julia—. La muchacha Sariñana del clima, aquella que todos los hombres desean (no sé si él también), mencionó que habría una posible inundación. Es lista, mucho en verdad, no por bella se vuelve una idiota.
Rosita se sonrojó de sus ocurrencias, guardando en una última bolsa unos productos con los que podría ganar buen dinero. Respondió que sí a lo dicho por Julia y caminó con ellos al exterior del callejón, mencionándolo como riesgoso.
—¿Y tu amigo no habla? —supuso.
—No lo sé —reflexionó Julia con una mirada crítica a Bosco—: Me contó que es un fantasma, pero se llama Bosco. Y sinceramente veo que su actitud se inclina a un lado de la balanza, yo hago mis suposiciones y tú las tuyas...
—Hola... —saludó Bosco a la señora— Es un gusto, parece ser muy amable. Es solo que necesitamos saber algo...
En los ojos de Rosita se reflejaron los signos de interrogación y revisó a Bosco de pies a cabeza, a Julia con extrañeza y regresó a él de nuevo.
—¿Pero qué puede decir una mujer mugrosa como yo a un niño que se ve brillante como tú?
—Usted no es mugrosa —replicaron al unísono. Ella rio.
—Se agradecen esas bellas palabras, a los dos.
—Julia me dijo que usted ha de saber lo que me aqueja —explicó Bosco. Razonó unos segundos y los próximos minutos le explicó la situación que tuvo con su persa.
—¡Madre querida! —exclamó la señora.
Y no lo hizo nada más por las palabras de Bosco, porque a la par, el cielo crujió como cuando se tiran los bolos. Y una luz emergente brilló paulatinamente a la distancia. Las diminutas gotas, que habían sido imperceptibles y poco problemáticas, cambiaron de rol al instante; sustituyéndoles otras más pesadas que lograban empapar los cabellos y dejar pasar una brisa un tanto helada. Julia arrancó el paso al carrito y, pronto, tras esperar a los dos a que llegaran a los asientos —uno de copiloto y otro atrás—, se desplazaron por las calles.
—¿Entonces, podría decirme algo? —imploró Bosco—. Algo bueno, de ser posible...
Una salpicadera golpeó el parabrisas ahumado, causándole temor a Bosco y a Julia empaparse la cara. Rosita se aferró a los respaldos de Bosco y Julia, y pronunció:
—Es más un caso complicado —respondió—. Mira que por dios, puedes confiar en mi palabra: Tu gato anda rondando por allí.
«Hoy se cumple un mes, según me cuentas. Un largo tiempo. Eres fuerte al persistir en tu búsqueda, lo admiro yo y muchos más, ojalá te llene de consuelo. Pero basta de cháchara.
Acostumbro ir a la desembocadura de mes en mes... Sí, así como me ves. No soy una mujer rica ¡qué más quisiera yo! Soy más humilde, aunque de buenos sentimientos. Tengo una familia que me ama y yo a ellos, pero es en los barrios más feotes, querido. Y no fui educada para quedarme de brazos cruzados como para permitir que mi familia pase hambre si mi hija y mi yerno no están. ¡Uno tiene que ser fuerte...! ¡Tiene que...!».
—Persistir ante el replicar de las olas —anotó Bosco, más pacífico de lo que alguna vez había estado.
Julia se detuvo ante la señal roja, mirando a Bosco, a la vez en paz.
—Nunca mejor dicho —completó Rosita—. Y otra vez, a lo que iba (¡ya no me distraigan, caray!):
«Recolecto basura y vendo lo que encuentro en el centro, no es mucho, es verdad... Sin embargo, es mi granito de arena para que mis nietos no carezcan de bienes como yo a su edad. También me dedico a rescatar mascotas, parece sacado de una película de Mario Moreno o una labor denigrante, sé lo que es, hijito. Yo no me engaño. Pero no te imaginas los frutos que me ha dado, mi querida Julia me echa la mano. Es una dulzura. Juntas regresamos varias veces las criaturitas a sus dueños; algunos ricos, otros pobres, no importa. Muchos de ellos pagan y eso me salva.
Encuentro gatos o cachorros en las calles. Confieso que, a veces con miedo, me he encontrado con cosas que ni te imaginas. ¡Perritos y gatitos en los botes! No, no, no, no, no. No puede ser. Los perritos de mis niños, mis nietos, de allí vienen... ¡Pero qué cosas, señor! Y has de saber que tu gato no llegó a la desembocadura.
Estuvo allí mismito. Lo hubiera visto con estos ojos viejos, quizá sean más ciegos que nunca, pero veo bien. ¡Para ser así de pequeño debería haber llegado a la desembocadura. El drenaje no tiene nada de atajos, es un camino fijo. ¡Mucho más a esa altura de la calle Berol! ¡Lo encontraría y es verdad! Pero tu gato siguió por algún lado. A menos que...
Escucha, querido. No hay mucho que pensar, solo por hacer e intentar. Dios me ha enseñado que el mundo es de los que intentan. Los ricos son muy codiciosos para discutirlo y muy torpes para conservarlo; un pobre no tiene nada. Los talentosos caen en el vicio o en el abandono y quienes no hacen, allí siguen. ¡Pero los que intentan! Ellos persisten ¡Persisten ante el replicar de las olas!
Y si tu gato no está desparramado en las calles; en la desembocadura; las perreras o en algún otro lado, quiere decir que anda vivito y coleando. Ya sea en las manos de otro o... cuando mucho: en el bosque. Aunque... lo dudo mucho.
¡Julia, querida! ¡Aquí bajo! ¡Gracias!».
La estación de policía, en otras palabras, la comisaría, era el lugar apuntado. Las orillas de la calle, siendo el pavimento y la acera, se inundaban, y desbordaban severamente por al drenaje. Bosco contempló la entrada, era potente el ritmo constante del aguacero y aquel sonido que hacían los neumáticos de los automóviles. Parecían máquinas expendedoras de refrescos. Dos guardias vigilaban la estación con los brazos cruzados y un gran impermeable en cada uno de ellos. La respiración medio tosca de Rosita, hizo percatar a los chicos que pasaba frío.
—Rosita... —alzó la voz Julia— ¿Trajiste paraguas? —una moto pasó del lado de Bosco, creando una ola que cayó en su cara.
La helada también llegó a Rosita y Julia.
—No, querida, por eso mejor me quedo aquí... —respondió— Tengo un negocio con mi amigo el policía, así que vamos a ver qué sale...
—Rosita, espera... —exclamó Julia.
Se quitó sus gafas y las entregó a Bosco en manos. Se bajó apresuradamente del carrito de golf y fue a lo que parecía ser el cofre del mismo. Hizo un sonido agudo al abrirlo. Sus mochilas habían sido guardadas allí, ahora Bosco lo recordaba. Alzó la voz para cuestionar a Bosco si se había equipado con su impermeable —él asintío—. Regresó aceleradamente a la acera o banqueta (depende de dónde seas, cómo la llames). Entregó a Rosita un paraguas cerrado y le dio un beso de despedida. Caminó al asiento de piloto, se vistió con un impermeable color menta y entregó a Bosco el impermeable rojo.
—Muchas gracias —sonrió Bosco—. Realmente me siento más... esperanzado.
Los ojos de Julia brillaron, eran un espejo para el aguacero.
—Póntelo —Bosco obedeció—. Cualquier cosa, Rosita me avisará si lo ve por ahí. Siempre ha sido difícil tener esperanzas, no es cuestión de nuestra generación¡ni de la época!
«Parece que vivir siempre ha sido un desastre...».
Julia rio y dio un empujoncito a Bosco.
—Los policías guardan mascotas, al menos los de Salmet —meditó.
—No tenía idea —agregó Bosco.
—Lo sé —suspriró Julia—. Bajemos a ver...
Entraron a la comisaría. Julia le extendió la mano para que no resbalara, puesto que el piso estaba muy resbaloso. El servicio de limpieza dejó montones de jergas y tapetes en la entrada, pese a ello: había un serio rastro de huellas lodosas que marcaban la entrada.
Bosco caminó solo a partir de allí. Afuera oscurecía con luz tenue, había estado en la escuela, sí, pero en algo llamado: extra-clases. Por ello era mucho más tarde de lo acostumbrado. Preguntaron a una policía por la "perrera" —aunque en sí, era un refugio de animales—. Les condujo por los pasillos de la comisaría a dónde preguntaron —encontraron a Rosita, de paso, comiendo un tamal y un atole en la cafetería—. La perrera era una pasillo estrecho y profundo, iluminado pobremente con una bombilla amarilla, un poco descolorida y enferma.
—Adelante —les indicó al abrir la reja del pasillo—. Revisen bien, porque no puedo abrirles cuando se les pegue la gana, niños. Ojalá encuentren lo que buscan.
Bosco la miró una ultima vez y rodó la vista a las jaulas. Julia no le acompañó hasta el final, únicamente llegó a una reja donde había un conejo con un plato hondo lleno de agua y bolitas de excremento sobre un papel periódico.
—No entiendo por qué la llaman perrera... —susurró Julia.
Bosco ignoró su comentario y respondió a todos los maullidos y ladridos que le lanzaron al caminar frente a las rejas. No obstante, él las veía como celdas. Las perreras siempre le parecieron una cárcel para animales, como los zoológicos. Cruzó miradas con los animales y llevó un paso lento, como si en el fondo ya lo supiera... Al cabo de un rato salió del pasillo y agradeció a la policía. Julia miró desconcertada, le había pasado en frente sin mucha interacción, mas que un cabeceo. La policía cerró la puerta de entrada y volvió a su guardia.
—Significa que está en algún otro lado... —sugirió Julia, alcanzando su paso tambaleante, rápidamente.
Quizá tenía razón. ¡Cómo saberlo en aquellos momentos! Aceptaba que podría ser cierto, pero nadie te prepara para eso. Había tenido un altibajo, mejor dicho un bajialto, y no era sencillo de superar que tus expectativas despeguen y colapsen en menos de una hora. Y era posible que Rosita estuviera en lo correcto, pero era complicado creerlo.
—Supongo... —cabeceó Bosco.
—¿Cómo va tu balsa? —susurró el bosque. Parecía emerger de sus oídos y crecer de su interior; usar su cuerpo como usuario adelantaría el cepelio del mismo Bosco—. Supe que chocaste con unos troncos muy duros, o quizá eran rocas... ¡Cómo saberlo! El meollo del asunto es que tu balsa se hunde otra vez... Y yo que creí que llegábamos a la costa por fin. ¡Semejante idiotez la nuestra!
Había un gran marco en la pared principal de la comisaría —fue sencillo no notarla al entrar—, y ahora que sus sentidos se habían sensibilizado, no verla era imposible. Era de hecho una pizarra, y no solo eso, representaba un mapa humano con todas esas tachuelas de colores e hilos marcando aparentes conexiones que Bosco no se esforzó en comprender. Julia se detuvo en la acera —no se había percatado de Bosco y su impermeable color menta era aporrado por el aguacero.
Los casos de desaparecidos nunca resultaron interesante para Bosco, el resto de su vida estuvieron más cercanos a ser: casos perdidos. Y ahora no. Ahora se asemejaban a su vida diaria, cuando menos la que inició el día en que Lina escapó de casa. Lo malo era que, a ciencia cierta, Lina sí desapareció; pero de manera diferente. Es decir, fue ayudada y si lo hizo, solo fue porque quería hacer realidad un sueño. Pocos encargarían ese papel en sus vidas. Bosco no sería uno de ellos.
Julia se puso de pie a una distancia corta, estaban cerca de compartir la misma posición. Las gotas viajaban al piso, tomando diversos caminos que eran las arrugas en el impermeable de Julia; eventualmente formando charquitos en el piso de la comisaría.
—Mi mamá estuvo allí una vez.
Bosco se inclinó desconcertado a observar su rostro.
—Tiene mucho tiempo, no deberías preocuparte. Lo superé. Algunas cosas se vuelven cuestión de tiempo, además; los adultos tienen razón (en cierto modo), el tiempo cura todas las heridas. Desapareció del mapa —indicó—, tuvo que haber sido raptada por los alienígenas, como mínimo. Ninguna persona logra desvanecerse de esa manera. Me parece fascinante, sería bueno saber por qué lo hizo. Sé que no fue un secuestro, mi papá y la policía me consolaron incontables veces con ello. Y mi hermana era muy pequeña para suponerlo.
Solo pensó: «Mamá se ha ido». Y no hizo más dramas. A menos que cuentes las enfermedades respiratorias como una variación del drama, como mínimo las frecuenta tres veces al mes. Quizá pase a verte... En caso de que tengas una fractura de rótula en alguna otra ocasión...
Debe ser muy tarde ya... No traje mi teléfono, pero cuando vi la hora por última vez: apuntaba las siete cuarenta.
Es una lástima que no podamos pasar el rato en el reloj de Salmet (como mínimo en la colina). Es mi lugar preferido en el mundo, voy de vez en cuando cada semana... Precisamente oí decir a un policía que la calle Berol tenía el paso hinundado. Imagino que será otro día, de todos modos será mejor partir...
Vámonos, Bosco».
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