1. El canasto de mimbre
Lunes:
El día de hoy ha sido el más lluvioso desde hace semanas en Salmet. No representa gran anormalidad para los habitantes de esta ciudad, después de todo, el aroma a petricor; los incontables charcos y el replicar de las gotas sobre los tejados, es algo de lo más común en Salmet.
Cubriéndose de la lluvia, con aquel manto rojo que él llamaba "impermeable", un muchacho atravesaba la calle rodeando cada charco que se topara en frente. Traía la mochila escolar por debajo de aquel manto que era más como una gran sábana roja. Él mismo había caminado desde la Calle Brasilia en cuanto salió de clases, yéndose por otro camino, alejándose como siempre de todos sus compañeros de aula.
Se había protegido bajo los puestos del mercado y anduvo interminables minutos por la Avenida Reloj, empapándose la cara con gotas de tamaños muy variados hasta que llegó a la intersección con su calle, la famosa Calle Berol.
Estando a punto de quedar frente a su casa, se detuvo a ver la fachada del vecino. Caminó al próximo número para adentrarse a su casa, la cual era la más cercana a la Gran Pendiente Berol, una de las más extensas de todo Salmet que conectaban a la ciudad de extremo a extremo; siendo uno de ellos "el Reloj de Arena de Augusto Salmet" y el otro "la estación de trenes", la cual aún laboraba después de sus cien años de fundación.
Parado desde aquel punto, la Gran Pendiente Berol hacía correr el agua como una fiera cascada, resbalándose hasta el final de la pendiente; el sonido producido por esta, no hacía más que darle una profunda comodidad al estar en casa. Con todo ese cúmulo de nubes sobre su cabeza que hacía mares la ciudad de Salmet.
Giró en sí hacia la puerta principal, con algo de lodo en sus zapatos y calcetines. Avanzó por el camino de piedrita, donde había hormigas de lo más agitadas, todas alocadas al ver su hormiguero inundándose bajo aquella tempestad. El muchacho contempló a las diminutas obreras colaborando entre sí, y siguió hasta toparse con un canasto de mimbre frente a la reja que protegía la entrada de su hogar:
—"Mamá sacó otra vez alguna de sus plantas... —pensó a sus adentros— Aunque no recuerdo haber visto esta antes".
El canasto estaba cubierto por una cobija tejida a mano—demasiado similar a las que su abuela tejía—. Desconfió de cualquier especie de planta que se regara cubierta por una cobija, mucho más de un canasto puesto tenebrosamente en la entrada de su casa. Se trataría de una broma o algo peligroso, incluso, pensó que, lo mejor sería avisarle a su madre de este objeto. Pasó de largo aquella idea de comprobar por su cuenta lo que había adentro, prefirió rodearlo, pero en cuanto dio el primer paso, pateó por accidente el canasto de mimbre y algo chilló en su interior:
—¡Miau!
El muchacho se sobresaltó. Husmeó con rapidez entre sus bolsillos con las manos resbalosas y el pantalón pegajoso; teniendo la llave en mano, la encajó en la reja y se metió detrás de un brinco, haciendo que rechinara como una tetera. Encima de la alfombra, el muchacho se quitó los zapatos y calcetas llenos de lodo, dejándoles allí mismo. Tomó la otra llave, insertándola en la cerradura, jaló de la perilla y empujó la puerta al interior de su casa donde era un universo totalmente diferente al que se vivía en las calles. Estando más cálida y segura, a excepción de la ventisca que se adentraba poco a poco en medio de la tempestad. El muchacho iba a entrar a su hogar, pero el sonido que había escuchado hace unos segundos se repitió...
—¡Miau!
Bajo el umbral, los ojos negros del muchacho reflejaban dos cosas: la caída de las gotas de lluvia y un pequeño canasto de mimbre. Hacía tal frío, que con solo respirar, el chico sentía su garganta congelarse; motivando al chico a reconsiderar sus opciones.
La reja se cerró.
La puerta hizo lo mismo de un azotón.
—¡Bosco! —Rebotó la voz de su madre en las paredes del hogar.— ¡No azotes la puerta!
—¡Entendido! —exclamó Bosco, el muchacho—. ¡Voy a hacer tarea, dejaron mucha para un primer día!
—¡Suerte! —anunció su madre desde la cocina—. ¡Espero te haya ido bien!
Con los pasos descalzos y temblorosos de Bosco en el cuarto peldaño de la escalera. Se detuvo a confirmar la ignorancia de su madre respecto al tema, Bosco llevó el canasto de mimbre frente a él —hasta entonces, lo había ocultado tras sus espaldas como un vil ladronzuelo—. Corrió, libre del impermeable que había dejado colgando en el perchero, con los libros en la espalda y el canasto de frente. Se escabulló con la agilidad de un gato al final del pasillo, entrando a su alcoba, con una mano en el canasto y otra en el picaporte; se ocultaron tras la puerta cerrada como unos espías en cubierto.
Esperó unos segundos recargando sus oídos en la puerta... No había movimiento.
Dejó caer su mochila junto al armario amarillo y llevó el canasto a su escritorio, meciéndolo de lado a lado con su mano. Bosco miró por encima de su hombro a la mochila escolar, riéndose internamente. Tras descubrir que su madre no sabía que el primer día de clases no dejaban tarea, no pudo contenerse la risa.
Tomó asiento en la silla giratoria frente al escritorio, rotó sobre su propio eje como un planeta, viendo, hacia abajo, cómo las rueditas daban vueltas y la lluvia caía más allá de su ventana. Pronto desaceleró y quedó viendo su puerta, el rastro de humedad que había dejado el canasto de mimbre aparentaba deseos de ser atrapado por su madre:
—Uh-uh... —murmuró Bosco, volviéndose al canasto.
—¡Miau! —dijo éste. Bosco lo destapó, tan solo esperaba que aquel ser dentro no fuera tan grande, así lo podría ocultar sin problemas en lo que paraba la lluvia.
La cobija descendió como una pluma a los pies descalzos de Bosco, quien asomó su prominente y fina nariz de tucán al interior del canasto: hallando una diminuta criatura con una cara de lo más parecida a un dulce de mazapán, grisácea y aplastada, con ojos idénticos a las piedras de ámbar y unos bigotitos por poco más finos que los pelos del diente de león. La criatura ocultó sus orejas en su cabecita y se arrastró temeroso a la naríz de tucán de Bosco:
—Vaya que tienes cara de mazapán —declaró Bosco, teniendo el flequillo de color negro ébano, muy similar al gris, empapado por la lluvia sobre su frente.
De inmedito, Bosco sacó su teléfono celular y buscó en internet: especies de gatos. Con la cría de gato recargándose en las orillas del canasto y cabeceando cada dos por tres, el chico consiguió determinar tras una rigurosa búsqueda, cuál podría ser la especie de aquel chiquitín cara de mazapán:
—Ven, ven aquí —susurró al gatito—. Ven, solo quiero asegurarme de algo... —lo levantó con ambas manos e inspeccionó cuidadosamente el tamaño de sus orejas, así como el tamaño de sus ojos respecto a la cara, la distancia y posición. La simetría del cuerpo y el pelaje, como su longitud.
Era como cargar una bolsita de gelatina caliente, el gatito se estremecía nervioso en las manos que cubrían la mayor parte de su cuerpo. Raspaba inquieto, aunque inofensivo, las manos de aspecto silvestre de Bosco quien lo miraba entusiasmado:
—¡Tú eres un gato persa! —dijo orgulloso de su descubrimiento.
Devolvió al persa a su sagrado canasto de mimbre y miró intrigado su carita de mazapán. Tras un breve silencio de Bosco reconsiderando sus hechos, le confesó una cosa:
—Será necesario que te vayas en cuanto acabe la lluvia —enunció tanto para sí, como para el gato.
Recogiendo su mochila del piso y guardándola debajo del escritorio en que reposaba el canasto, continuó:
—Tenemos unas cuantas opciones que van desde dejarte en la calle hasta venderte por los servicios de correo en Mercado Libre...
El gato contempló al chico con una silueta torpe en sus ojos bizcos, parecía serle imposible mantenerlos fijos y estables. Fue un gesto triste para Bosco:
—No todo está perdido —expresó compasivo, con su mirada clavada en el movimiento imparable que el gatito describía con su cola—. Puedo explicarte con dos minutos o un poco más lo que sería vivir conmigo. Bosco Félix:
«De un principio parecerá un aviso de lo más absurdo, mas sabrás que cuanto más pase el tiempo, seguir mi sistema reglamentario es de vital importancia. Tan semejante a tener de 60 a 110 ppm, en tu caso; de 140 a 220 ppm...—recitó Bosco con un gesto amistoso.
Salirte de mi sistema o estar fuera, quiere decir que no existes para mí, ¿comprendes? Todo mundo en la escuela lo sabe, he sido muy claro al respecto, aunque siéndote honesto... —cuchicheó al persa— Dudo que los chicos de la escuela lo sepan. El asunto es: que mientras menos seres queridos tengas, mejor. No necesito a casi nadie, es por eso que el sistema B.F. incluye a una única amiga escolar: Sarabi.
Admito que está dentro del sistema precisamente por su insistencia, reflejada especialmente el año anterior —en segundo año—. Y como te mencioné anteriormente, al estar fuera de mi sistema; antes de hablarme, ella era insignificante para mí. Ahora en cambio, Sarabi Zabatta se podría considerar lo que le dices "mejor amiga", aparte es bueno porque desde que tengo memoria, nunca había tenido una amiga tan cercana como ella. Bueno, casi.
Ella h facilitado mi sistema, por eso no la he sacado todavía, siempre está entre los primeros lugares de la clase. —Bosco se secó el cabello con una toalla y después de varios minutos volvió con el persa.— Y... creo que tiene ascendencia brasileña por parte de uno de sus padres... No estoy muy seguro, casi no le hago caso. Lo digo porque lo primero que verás de ella es su cabello (sensacional, por ciero), puesto que es rizado, no conozco a nadie más con el cabello así. Hay pocas personas en México así, es casi tan oscuro como la noche y suave como una oveja. Me ha permitido tocarlo en varias ocasiones, me desestreza».
El chico tomó asiento, desde su lugar y miró las solitarias gotas caer fuera de su ventana. —Ambos somos las ovejas negras del salón, pero a mí no me interesa, no tengo tiempo para andar pensando así en los demás. Es por eso que Sarabi solo es mi mejor amiga en la escuela, mi verdadera mejor amiga se llama Lina.
El chico esbozó una sonrisa y se puso a dar varias vueltas por su cuarto, recordando a la chica anteriormente mencionada:
—¿Qué quieres que te diga de ella, cara de mazapán? Mmm... ¡Okay! ¡Lo tengo!¡Lina es la mejor actríz que he visto en mi vida! —musitó con los párpados bien apretados—, podrá tener tan solo dieciocho años recién cumplidos, pero eso no le quita lo talentosa. —Aclaró Bosco, sacando el estuche de sus gafas de la mochila.
«Ha ganado todos los concursos de talento en cada escuela que pisó, tomó clases de actuación desde pequeña y dibuja como si hubiera hecho un pacto con Satanás... —Bramó como presentador de programa televisivo— Nadie se mete con ella, porque la última vez que un muchacho trató de pasarse de listo con ella; terminó mandándolo a la enfermería. El pobre Rafa y su pequeño amiguito no volvieron a meterse con ninguna otra chica de la preparatoria>».
Dejó el estuche de sus gafas en la superficie del escritorio y recordando con malicia lo ocurrido al pobre Rafa, continuó charlando con el gato:
—Otra serie de talentos que podrás ver en Lina, si es que llegas a verla; son sus dotes para el canto; la destreza con que toca la batería, es tan buena en ello que mamá le obligó a irse a practicar con una amiga para que no hiciera ruido por aquí...
«Mamá es un dragón de tres cabezas, el más feroz y manipulador que verás. La cabeza izquierda se llama "Aquí mando yo", la derecha "Porque soy tu madre" y la de enmedio "Yo sé lo que te conviene". Sin mencionar que es una dentista. No te imaginas a cuanta gente ahuyenté de mi sistema con pronunciar las primeras dos silabas de "dentista". —Se llevó una mano a la sien, recordando el dolor de muelas que podía ser su madre... —Para llevarle la contra, necesitarás tener los huevos más grandes que la Tierra. Si no me crees, pregúntale a mi hermana Lina cuando llegue. Ella quería ir a estudiar en Bellas Artes, que está en la capital, estudió duro ¡como nunca lo hizo en la escuela!; se preparó 24/7 volviéndose mi artista favorita. Después de arduos meses de trabajo, Lina fue admitida en la universidad de sus sueños.
Juro por dios que nunca la había visto feliz, admito que ella es la persona más entusiasta que conozco, pero antes de ello, no era ni un 3% de lo feliz que fue al recibir la noticia. El problema llegó cuando mamá dijo que estaba muy lejos de Salmet, sería imposible que llevase una vida normal yéndose todos los días a la capital. Mi hermana sugirió que entonces se usara el dinero para la universidad y que se fuera a vivir a un alquiler mientras estudiaba. Mamá se opuso, acto que no sorprendió a ninguno de nosotros.
Después de todo, ella nunca estuvo de acuerdo con que Lina se fuera a Bellas Artes... —murmuró Bosco con un aire de descepción—. Nunca entenderé por qué.
Lina es la guerrera más brava que alguna vez haya existido, es la reencarnación de todas las mujeres fuertes de la historia. Aún con ello dado por hecho, no le fue rival a la necedad del dragón de tres cabezas. Podrá ser mayor, de edad desde hace unas pocas semanas, pero el dinero para sus estudios técnicamente no es suyo... De hecho, la mayor parte de la inversión en los fajos de billetes para mis estudios y los de Lina, los pone el mencionado dragón de tres cabezas.
Mamá y papá discutieron durante semanas —él es el hombre más pacifico del mundo, además de ser mi optometrista favorito, nunca creí verle en contra de mamá—. La verdad, es que nos domina a base de razones lógicas, difíciles de contrariar... —susurró con una voz melancólica—. Es complejo de explicar.
Pasaron los días y Lina persistió con su rechazo a entrar a una universidad local, el dragón le dijo que solo pagaría por una universidad cercana a Salmet, y debido a la falta de ingresos de mi hermana; se hizo demasiado tarde para que entrara a la local... —describió recargándose en sus brazos cruzados—. Ahora, a menos de una semana de que inicien los cursos en Bellas Artes, Lina tiene dos opciones: asistir a la local dentro de tres meses y ser abogada (en cuanto se abra el nuevo trimestre), o... no dejar a un lado sus sueños y ponerse a vender chicles en los semáforos.
Y papá... —murmuró Bosco, demasiado cansado—. Él volvió a quedarse callado como siempre lo ha hecho desde que tengo memoria».
Se detuvo para reflexionar, en cuanto notó que la lluvia había cesado, se puso de pie. El gato persa miraba enrededor desde el canasto, sus ojos se preguntaban "¿Dón'toy?, Miró afligido al pequeño, tenía que sacarle a la calle con todo el frío que hacía a la intemperie, después de que lloviese sin cesar por más de tres horas. En eso estaba pensando más que en otra cosa en el mundo: Haber tenido un gato persa hubiera sido emocionante, pero imposible para su sistema tan estricto. Pensaba en sus palabras de despedida, quizá un sermón no sería la mejor opción, darle la patita era más prometedor como señal de despedida, pero el persa tuvo una respuesta adelantada:
Esta respuesta estaba bajo sus patitas grisáceas como la arena que golpeaban nerviosas a un sobrecito, húmedo y amarillento. Bosco empujó al gatito hacia atrás y sujetó aquel sobre, poniéndole frente a sus ojos:
-¡Ufff... Puaj! —contuvo Bosco con los ojos llorosos. Sarabi comentó una vez que no hay nada más apestoso que la orina de un gato.
Se sacudió por la habitación, contenía su respiración y devolvía arcadas cada tres segundos. Resistió, justo como Lina hubiera hecho; abrió el sobre y desprendió unas hojas negras que cayeron al piso. Corrió hacia la ventana y la abrió, quedándose casi sin aire para seguir vivo. Hizo una perfecta figura esférica con el sobre amarillo entre sus manos y le arrojó por la ventana casi cayendo por la fuerza que empleó.
Descubrió que la lluvia no había cesado realmente, puesto que todavía procedían la caída de varias gotas desbordando por el pavimento hasta la pendiente. Así se perdió la bola de papel, cayéndose por la aparente cascada formada en la Gran Pendiente Berol, llegaría a un lugar desconocido por ahí cerca de la estación de trenes.
—"En realidad un gato puede ser como cualquier ser vivo... —recordó la conversación que había tenido con Sarabi ese mismo día (el primer día en tercero de secundaria). Esto ocurrió debido al comentario de un chico que afirmaba que los gatos eran uraños e insensibles ante todo—. "Pueden sentir la misma clase de sentimientos que un humano es capaz de tener. Sonará tonto, pero hay unos que llegan a orinarse del miedo...".
Bosco volvió al interior, tomando cada hoja negra del piso en sus manos. Posiblemente conocería los motivos que trajeron al gato a su casa, habría algún número de contacto o algo para comunicarse con los dueños de este... El persa parecía cada vez más enfermo, quizá no lo estaba, pero la presión que sentía Bosco en ese momento sobre sí, distorsionaba la realidad.
Volvió al escritorio, arrastrándo consigo la silla para arrimarse al pequeño persa. Dejó ambas hojas negras en el escritorio, las dos estaban en blanco, por así llamar la ausencia de letras en la negrura de las hojas. Bosco volteó la que tenía bajo su mano izquierda: la otra cara también estaba en blanco. Procedió con la segunda, bajo su mano derecha, en cuanto la volteó, halló algo de lo más interesante: una letra blanca que decía: "Mira de nuevo" (frase utilizada por Lina).
De inmediato, Bosco arrastró uno de los cajones del escritorio. Los ojos del persa reflejaban curiosos aquel sonido de la madera siendo arrastrada. La mano izquierda husmeó entre objetos poco usados, hasta que se enganchó con los dedos en un bolígrafo pequeñito y pesado.
Con el corazón palpitante, Bosco lo dejó caer en la superficie del escritorio. Sentía aquel impulso nervioso que le provocaba mareos en la percepción del espacio:
—¡Regresa, Bosco! —se exigió él mismo.
Cogió el boligrafo con la mano derecha y accionó la palanquita que desprendía la tinta. Con la otra mano rebuscó el estuche de las gafas, abriéndole y dejando el puente de estas encima de su naríz. Seguido a esto, rayó una hoja blanca de su agenda. En el boligrafo había un botoncito cristalino, Bosco le presionó, dejando salir una ráfaga violeta del mismo. Apuntó al sitio donde garabateó, confirmando que aún servía tras ver la silueta del rayón brillar con un tono azulado.
Con el corazón palpitando en su cuello, iluminó la letra blanca de la hoja negra. La ráfaga cubrió gran parte de la hoja y en una sección, leyó que decía:
"Voltéame".
Hizo caso al gesto exigido por el pedazo de papel, teniendo una clara idea de quién se trataba. Miró al gato con ojos de suplica y dio inicio a la lectura de la carta:
2 de septiembre del 2019.
Querida nariz de tucán:
Si llegaste hasta aquí, quiero que sepas que no estoy sorprendida, finalmente, fui yo quien te enseñó estas mañas, por eso me enorgulleces tanto.
Uso esta ruta, porque es la más segura de todas las que tú y yo tenemos. Primera orden: no te alarmes. Segunda orden: confía en mí, en Lina. Anda y enciérrate en tu cuarto, con seguro, de ser posible. Aléjate de mamá.
Te preguntarás qué es esto del persa y la carta... Es mucho para decirlo con brevedad en una sola cara de la hoja. Lamento estarte metiendo en esto, no mereces llevar la corona de púas sobre tu cabeza, pero más que nadie, mereces una explicación: ¡Me estoy yendo a estudiar en Bellas Artes! ¡¡Yeiii!!
Vamos, tucán... No me pongas esa cara. Frente a ti tienes a quien narrarle todas tus habladurías, ese persa con cara chata y ojos bizcos que ronronea sesenta veces por minuto.
Es súper(súper secreto), por lo tanto, algo ilegal para los términos de mamá. Aunque no para los de papá, quien realmente se preocupa por mí y lo ha hecho siempre. Por ello decidimos hacer un plan, que estará explicado en la segunda carta. Usa el mismo método para revisarla que utilizaste con esta. Dice de mí lo que básicamente mamá piensa.
En cuanto al persa... Tendré que enviarte más cartas como esta, te mantendré al tanto de este de ese modo, tú recíbelas en tiempo y forma antes de que mamá note los sobres. Serás el único que sabrá de esto, a excepción de papá. Cuídate entonces, mi confidente ¡Y deshazte de esto lo más pronto posible!
Atte: Lina
P.D.: Te quiero mucho y, porfavor, ¡No le pongas "Mazapán" al gato!
La cabeza de Bosco no paraba de dar vueltas, daba muchas que una veleta prediciendo la tempestad que llegaría el día de hoy, haciéndole un hueco en el estómago con cada palabra que recordaba haber leído, se sentía indignado ante las cosas que decía la carta. Aunque evadió su penosa necesidad de hacer una rabieta con tal de que el sueño de Lina se cumpliera:
—¡Grrroarrr! —masculló encimando la cara en la carta que acababa de leer, la apoyó confuerza contra su rostro, rompiéndola con la naríz de tucán en medio de su diminuta rabieta.
El persa tembló en su posición, su pelaje estaba empapado, cosa que Bosco no había notado. Se disparó como una bala hacia la ventana que daba a la Calle Berol y frenó apresuradamente para no caer a una prometedora mierte. Entre la rabieta de un pequeño de cinco años y sus quejas adoloridas por haberse dado en el meñique(al haber corrido descalso contra el escritorio), Bosco hizo con las dos mitades de carta lo mismo que hizo con el sobre amarillento; una bola de papel.
Arrojándola por la pendiente, que actuaba como cascada a esas condiciones del tiempo, y volviendo a meter la naríz a su cuarto con humo negro saliendo de sus orejas. Adiós, materia gris.
Regresó con tanta brusquedad que impactó de nuevo el escritorio. Al golpearse otra vez en el meñique, ahora el del otro pie, su cuerpo cayó. Él consiguió detenerse del canasto de mimbre, sin embargo, solo logró arrastrarlo consigo hasta que cayeran juntos al piso con el gatito chillando durante su penosa caída.
Su madre exclamó un grito que Bosco no pudo comprender, puesto que se había pegado fuertemente en la cabeza.
Sollozando con cada meñique torcido, haciéndole pasar un infierno, tendido en el piso; el gato asomó sus bigotes finos como los pelos de un diente de león fuera del canasto.
El sistema nervioso de Bosco había decaído en espasmos eléctricos, retorciéndose como un gusano en el piso. "Toc-toc" alarmó su madre detrás de la puerta con una voz autoritaria. Él sintió cada golpe en la puerta como si insistieran en golpear su cráneo, el persa se escabulló fuera del canasto y se arrastró desde los pies descalzos de Bosco hasta su pecho.
—¿Qué tanto haces, Bosco? —le alarmó su madre impaciente desde el pasillo.
—¡Nada! —gritó Bosco, sintiéndose víctima de una mutilación en los dedos.
—¿Te estás masturbando? —dijo su madre—. ¡Es normal, hijo, no te avergüences!¡Dímelo y me iré!
—¡¿Qué?! —encolerizó Bosco. Con las gafas desacomodadas entre su naríz y la oreja y un pequeño persa escalando por su mentón, muy curioso de ver lo qué le ocurría al muchacho—. ¡No me estoy masturbando!
Declaró con tanta fuerza que el gatito sintió mucho miedo de la inestabilidad en aquella carita en la que se paraba. De manera sencilla, expresaremos que el gato dejó abierta la llave, tuvo una fuga, desembocó al Río Amazonas o como gusten llamarlo.
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