Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Único

La tragedia no había llegado cuando la ciudad entera entró en cuarentena obligatoria, tampoco lo hizo cuando no quedó ni un solo papel higiénico en ningún supermercado de la zona, ni cuando el internet comenzó a ir a paso de caracol por lo saturadas que estaban las redes al haber tanta gente conectada. La verdadera tragedia llegó (al menos para Adrián) cuando le dieron la fatídica noticia que se encargó de tenerlo llorando en su cama, hecho bolita y con un bote gigante de helado de chocolate por al menos un día entero.


"La boda tendrá que cancelarse" había dicho fuerte y claro el juez del juzgado el día en que Adrián y su prometido, Alex, habían decidido llamar, precisamente para saber qué pasaría con su tan ansiado día especial.


Bueno, eso sin duda lo había destrozado. Es decir, llevaba comprometido más de un año, Alex y él se había tomado todo ese tiempo para que fuera absolutamente perfecto. Una boda grande en unos jardines preciosos y llenos de flores, un banquete digno de reyes, música en vivo, decoración de ensueño, una pista de baile iluminada con luces de colores, un pastel de chocolate y fresas de siete pisos y unos preciosos trajes blancos a juego. Sí, algunos podrían decir que era demasiado, pero bueno, solo te casas una vez en la vida. O al menos eso quería hacer Adrián.


Había sido un golpe duro que, poco a poco, se iba volviendo un poquito más tolerable, aunque claro, a veces le regresaba la tristeza al recordar que en esos instantes él podría estar en un crucero por el Caribe, al lado del hombre que más amaba en el mundo, disfrutando de su bellísima luna de miel. Sin embargo, estaba tirado en el sofá de su departamento, viendo Friends por tercera vez esa semana y con su perro (un labrador de pelaje dorado muy bonito) sobre él, usándolo de almohada.


— ¿Están cómodos? –le preguntó Alex, a quien tanto él como su perro estaban utilizando de almohada.


Sin duda agradecía al menos estar con el hombre que más amaba en el mundo en esos momentos, porque si no, estaba seguro de que ya se hubiera lanzado por la ventana del balcón o se hubiera ahorcado con el papel higiénico. Adrián era alguien que no toleraba el encierro, todo lo contrario a Alex, que vivía casi en cuarentena voluntaria desde su época de secundaria.


— Sí, muy cómodos. –respondió burlonamente mientras se estiraba, aplastando intencionalmente el cuerpo de su novio, quien soltó una pequeña risa.


— Llevo mucho tiempo acostado en esta misma posición, ya no siento mis piernas.


— No necesitas piernas, concéntrate en ser una buena almohada.


Su perro bajó de encima de Adrián, probablemente para ir a jugar en alguna parte del departamento, permitiéndole al rubio girarse para quedar con la cara apoyada sobre el amplio pecho del castaño, quien no dudo en abrazarlo y acercarlo más a él.


Así se pasaban la mayoría de las tardes de la cuarentena, nada grandioso. Ellos abrazados como si les hubieran puesto pegamento industrial en los brazos, Netflix, algo de comida muy poco sana, su perro y, en ocasiones, su gato (cuando el muy mezquino consideraba que eran dignos de su presencia).


Era muy bonito todo, de hecho. Bueno, al menos al principio lo fue.


Como ya dije antes, Adrián no era alguien que tolerara mucho el encierro. Pasó por distintas etapas: la primera fue su etapa de hibernación, donde se quedaba todo el día acostado en compañía de sus mascotas, viendo series y comiendo cualquier cosa que tuviera azúcar y que, muy posiblemente, harían desapareces sus escasos músculos marcados, los cuales había conseguido en su primer mes de entrenamiento en el gimnasio, justo antes de que todo el desastre de la pandemia iniciara y cuando pensó que pagar una suscripción completa por un año era una buena idea.


Luego llegó la fase fitness, en la que se levantaba a las 5:00 de la mañana, se preparaba un licuado verde con una rara mescolanza de verduras, se alejaba de la comida chatarra y los dulces y se ponía a hacer abdominales, pesas y flexiones en la sala hasta que sintiera sus brazos temblarle (esa fue, curiosamente, la que menos duró).


Después, vino la fase productiva, donde se convenció a sí mismo de que tenía que aprovechar el encierro y probar algún pasatiempo nuevo. El resultado fueron al menos tres cuadros de "pintura abstracta" que ahora descansaban olvidado en un rincón de su habitación, un curso en línea de chino mandarín a medias y un libro de "¿Cómo iniciar tu propio huerto orgánico en casa?" sirviendo de apoyo para una pata desnivelada de la mesita de centro de la sala.


La fase de limpieza intensiva fue sin duda una de las favoritas de Alex, quien no podía evitar partirse de risa al ver a su novio limpiar el departamento al ritmo de las canciones de Selena Quintanilla mientras bailaba con el palo de la escoba. Su parte preferida era cuando su prometido lo miraba con esos hermosos ojos azules como si le fuera a partir la cara por burlarse, y luego abandonaba la escoba y terminaba extendiéndole la mano para que ambos bailaran juntos por toda la sala.


Ahora mismo, Adrián se encontraba en la fase de cambio de look, tiñendo su cabello en casa por primera vez, siguiendo los consejos de un video tutorial que encontró por ahí. Era algo sencillo y muy fácil de hacer, y nada podía salir mal.


¿Verdad?


— ¡Ahhhhhhhhhh!


El potente grito de terror que salió del baño hizo que Alex lanzara su Wii u a la cama y corriera a toda prisa hasta allá. El grito de su novio le hizo pensar lo peor, tal vez se había resbalado en la ducha y roto la cabeza, ¡o algo de tinte había caído en sus ojos y ahora estaba completamente ciego!


— Amor, ¿está todo bien? –preguntó notablemente preocupado mientras daba repetidos golpes contra la puerta del baño.


— ¡Sí, todo bien, solo no entres! –se escuchó desde el interior del baño.


— ¿Pasó algo?


— No... bueno, tal vez sí. –respondió sin mucha confianza — ¡Solo no entres! Me veo terrible.


— Vamos, no puede ser tan malo, sal de ahí.


— ¡Que no, parezco un payaso!


— Te conocí en una fiesta de la facultad. Estabas vestido de Batman, con un bigote de marcador en la cara, vomitado y llevabas crocf amarillas con calcetas. –le recordó el sonriente castaño, haciendo que el chico adentro del baño se muriera de vergüenza al recordar eso — Y en ese momento, quedé completamente enamorado de ti.


Pasaron unos segundos en los que Alex mantuvo su oreja pegada a la puerta para escuchar el interior. Se apartó en el momento en que percibió el sonido de la cerradura siendo quitada, la puerta no tardó en abrirse, al igual que los marrones ojos del castaño.


Adrián estaba frente a él, con la cabeza agachada por la vergüenza, haciendo muecas inconscientes con la boca y con el pelo teñido de un potente rojo cereza.


— Se supone que tenía que ser castaño. –agachó aún más la cabeza, su murmullo apenas audible y en su cabeza preguntándose si se vería muy extraño si a partir de ahora saliera a hacer despensa con un gorro de lana, en pleno verano.


Sin embargo, esos pensamientos se fueron cuando sintió los brazos de su novio alrededor de él, abrazándolo con fuerza y llenando repentinamente su cara de besos.


— ¡Pareces una cerecita! –Adrián podía jurar que casi le salen corazones por los ojos a Alex, quien en ningún momento dejó de besarlo.


Bueno, al menos a él le había gustado su nueva apariencia, sin duda la fase de cambio de look fue la favorita de Alex. La que no le gustó mucho que digamos fue la que llegó dos días después, la desesperación pura, también llamada paranoia en algunos casos.


Esta fase fue el resultado de varias horas seguidas de leer hilos de twitter sobre teorías conspirativas y una intensa maratón de películas sobre el fin del mundo.


— ¡Es el fin del mundo, el calendario gregoriano estaba mal y se le agregaron ocho años, no estamos en 2020 estamos en 2012, el gobierno es parte de una secta, las antenas 5G nos espían!


Sinceramente, a Alex le costaba mucho aguantar la risa al ver al ahora pelirrojo agarrando a golpes una almohada contra la cama.


— ¡Y yo moriré tan joven y sin haberme casado! –levantó la cabeza de la cama tan solo para gritar eso último dramáticamente y luego la volvió a enterrar entre las sábanas.


Alex soltó una risa por lo cómico de su novio, luego rodeó la cama para poder subir a esta, quedando con la espalda recargada sobre el respaldo mientras entre sus manos sostenía un cómic.


El castaño escuchó a su novio bufar molesto, pretendiendo que no lo escuchaba por estar concentrado en su historieta.


— ¡Esto es tu culpa! –gritó, aún con la cara enterrada en las sábanas, dándole un ligero golpe al contrario en la pantorrilla.


— ¿Qué cosa?


— Que muera joven y sin haberme casado.


— ¿Y por qué es mi culpa? –dejó el cómic de lado al ver al pelirrojo gatear sobre la cama hasta quedar acostado a su lado.


— Tuviste ocho años para pedirme matrimonio ¡ocho! –le mostró ocho dedos a Alex — Y se te ocurrió justamente querer casarte en el año del apocalipsis.


— Oye, tú también tuviste ocho años para pedirme que nos casáramos, y aun así no lo hiciste. –se defendió con una falsa expresión de indignación.


— Sí, pero fui yo el que se declaró y te pidió que fuéramos novios en la facultad. –se sentó con las piernas en posición de loto y se cruzó de brazos, haciendo una mueca con la boca. — Era justo que la propuesta la hicieras tú.


— No quería precipitarme. –Alex llevó una mano a los teñidos cabellos de Adrián para jugar levemente con ellos mientras seguía hablando — Sinceramente, jamás me imaginé casado.


— ¿En los ocho años que estuvimos juntos nunca te imaginaste casado? –preguntó un incrédulo Adrián.


— Claro que sí. –se defendió, sin tomarle mucha importancia a lo que decía en realidad, volviendo a retomar su historieta mientras le hacía mimos en el cabello a su prometido — Y luego te di el anillo.


— ¿Y antes de eso?


— No.


— Pero tú dijiste que te enamoraste de mí desde la primera vez que me viste.


— Sí, pero es diferente. Cualquiera puede ver a alguien por primera vez, quedar impresionado y decir "¡Oh, estoy tan enamorado, quiero que nos casemos y tengamos tres hijos y un perro y una hermosa casita en un pueblito lejano con crepúsculos arrebolados!" –fingió una voz excesivamente chillona. — Es el enamoramiento, tus emociones te mienten y piensas que es amor.


— ¿Y las personas que pasan mucho tiempo juntas y siguen pensando así? —para ese punto, Adrián mantenía una cara seria y ya había quitado la mano de Alex de encima de su cabeza, solo que este aún no se percataba.


— Bueno, las personas suelen habituarse a estar juntas, ya sabes, por costumbre.


— ¡Entonces estás conmigo solamente por costumbre!


— ¿Qué? ¡No, no me refería a es-! –lastimosamente, Alex se había dado cuenta demasiado tarde de lo que había dicho


— ¡Lárgate de aquí!


Y así fue como terminó siendo sacado de la habitación por su furioso novio, quien le arrojó varias almohadas y su cómic directamente al rostro, para finalmente, cerrarle la puerta en la cara.


Su perro y su gato no tardaron en llegar a la escena, observando con curiosidad y olfateando las almohadas tiradas en el piso mientras el chico se mantenía ahí parado, inerte, observando la puerta y agobiándose mentalmente con una pregunta: ¿¡Por qué demonios dije eso!?


Fueron varias horas las que estuvo pegado a la puerta, golpeando y pidiendo perdón para que Adrián lo dejara entrar. También fueron varias las estrategias que utilizó; desde el chantaje emocional utilizando el llanto de bebé, hasta el soborno con comida, incluso le dijo que lo dejara entrar por el bien de los niños, porque sufrían al ver a sus padres pelear (aunque su gato y su perro ignoraban por completo la situación y había decidido tomar una pequeña siesta sobre las almohadas del suelo).


Alex sin duda sabía que se había expresado mal, era un defecto que consideraba, lo acompañaba desde que tenía uso de razón. Normalmente no era un problema para Adrián, este lo comprendía mejor que nadie y sin problema alguno, pero el hecho de que el pelirrojo estuviera estresado, ansioso y un tanto en pánico por la situación actual dificultaba considerablemente las cosas. El castaño se estaba comiendo la cabeza, pensando en cómo podía arreglar lo que había hecho.


Las cosas dentro de la habitación no eran muy distintas, Adrián estaba echo bolita en el piso con una almohada entre sus brazos, peleando internamente con su orgullo. Porque sí, Adrián era orgulloso y era muy difícil hacerlo ceder. Él mismo también se consideraba un tanto infantil, en muchísimas ocasiones no pudo evitar preguntarse cómo es que un chico tan inteligente y maduro como Alex seguía a su lado, porque puede que al castaño le encantaron los videojuegos, las caricaturas japonesas, las películas de superhéroes y los cómics; pero al final del día era Alex quien (a ojos de muchos) era mucho más maduro y sensato que Adrián, a pesar de llevarse solo unos cuantos meses de diferencia.


Por un largo rato, el pelirrojo escuchó varios ruidos provenientes de la cocina. Supuso que Alex se había cansado de rogarle y había ido a prepararse la cena. Adrián suspiró, mandando a volar la almohada y dejándose caer de nuevo sobre la cama, contemplando fijamente el techo por largos minutos. Al menos así fue hasta que escuchó un nuevo golpeteo en la puerta que lo hizo reincorporarse de golpe.


— Amor. –escuchó como su prometido lo llamaba melosamente del otro lado de la puerta, pero no se animó a responder.


Alex, al no obtener respuesta, decidió insistir.


— Cariño.


Nada.


— Corazón.


Nada.


— Bebé.


Nada, de nuevo.


— Amorcito.


Nada otra vez, tendría que usar artillería pesada.


— ¡Cuchurrumím!


— ¡No me digas así! –respondió por fin desde el interior de la habitación. Bueno, más bien gritó.


Ese apodo había surgido en medio de uno de sus tantos juegos, donde se molestaban mutuamente. Alex sabía que ese apodo en específico le daba bastante pena, así que no dudaba en usarlo cuando quería avergonzarlo. Para ese punto, Adrián creía que su cara estaba del mismo color que su cabello, tal vez incluso ya era un tomate y él ni en cuenta.


— Por favor, sal. –pidió el castaño desde el exterior —Sé que soy un asco para expresarme, y que muy seguido digo cosas solo porque sí, sin siquiera pensar, pero te juro que esto es una equivocación.


Adrián se mordía el labio, considerando las palabras de su prometido mientras se mantenía pegado a la puerta.


— En verdad no quise decir eso, no de la manera en que lo dije. –hizo una pausa, el pelirrojo lo escuchó claramente cuando suspiró — En verdad estoy muy enamorado de ti, y no importan los años que pasen, siempre voy a estarlo.


¡Al diablo el orgullo!


Adrián abrió finalmente la puerta, esperando encontrar a su novio con una carita de gatito triste, listo para darle un fuerte abrazo y besos por toda la cara, pero lo que encontró lo conmovió muchísimo más.


Un camino hecho de velas aromáticas y lo que a simple vista parecían pétalos de un ramillete de flores de plástico adornaban el piso, yendo desde la puerta de la habitación hasta la sala. Adrián solo tuvo que dar unos pasos más para encontrarse con su prometido, vestido con un elegante smoking negro y peinado como no lo hacía desde su foto de graduación. Este le extendió su mano, y Adrián la aceptó gustoso, dejándose guiar por el camino.


Al llegar a la sala notó rápidamente que esta estaba igualmente decorada. Varias hileras de luces de navidad descansaban sobre el sofá y las paredes. En la mesa de centro había un lindo y pequeño pastel cubierto de manera dispareja con betún blanco y con M&M's por encima. Sus dos mascotas los observaban, sentados pacíficamente en el sillón y con unos moños negros hechos de papel rodeando sus cuellos.


Cuando el camino de velas terminó una ligera música acústica comenzó a sonar, Alex lo soltó solo unos momentos y fue casi corriendo a las ventanas, abriendo las persianas y dejando que las doradas tonalidades del atardecer se filtraran a través del cristal.


El castaño regresó a su posición, justamente frente a Adrián, quien lo miraba con incredulidad y genuinamente conmovido. En ese instante sus ojos, aquellos que tanto capturaban la atención de Alex, brillaban con una magia sinigual que recordaba a los destellos del sol en un extenso mar azul.


Alex pasó saliva con dificultad, entre avergonzado y nervioso, pero más que nada ilusionado por lo que tenía preparado.


— Adrián. –comenzó a hablar, los ojos del recién nombrado se quedaron fijos en los de él — Nunca hemos sido iguales, eso nos lo repetían desde que comenzamos a salir hace ocho años. Tú eres un rayo de sol y yo soy, bueno, yo soy más parecido a un árbol, creo. –los dos rieron levemente, incapaces de dejar de sonreír. — Jamás he sido bueno con las palabras, eso lo sabes desde siempre, y la mayor parte del tiempo no es un problema porque tú logras comprenderme y eso es suficiente para mí. –suspiró pesadamente antes de continuar. — Pero cuando digo algo que te hace sentir mal es cuando sé que en verdad soy muy idiota.


— No, no te llames idiota. –Adrián llevó una de sus manos a la mejilla de Alex, misma que el castaño tomó entre la suya y besó varias veces. — Sé que estar encerrado no es del todo una justificación, a veces me portó en verdad como un niñito, hago grande un problema y después me cuesta disculparme. –agachó la vista por lo vergonzoso que era estar diciendo eso en voz alta — Pero no quiero que seas tú el que sienta que tiene la culpa de todo, porque yo también me equivoco. Muchas veces, incluso más que tú.


La sonrisa le regresó de inmediato al rostro, no solo por la tierna disculpa de su prometido, sino también por lo adorable que se veía, sonrojado y con los ojitos brillosos.


— Sé que dije que cuando termina la etapa del enamoramiento las personas se acostumbran a estar juntas, y por eso permaneces siendo pareja. Y sí, me acostumbré. —soltó una de las manos de Adrián y tomó de la mesa de centro dos gomitas en forma de anillo, de colores rojo y amarillo — Me acostumbré a tu sonrisa, a tu voz, a tus ojos en los que me encanta perderme, a tu alegría tan contagiosa, a lo adorable que eres cuando vez el mundo con los ojos de un niño, a verte al despertar por la mañana, al compartir el desayuno, la comida y la cena, a las tardes de películas, a los desastres en la cocina cuando quieres que intentemos recetas nuevas, a lo espontaneo que puedes llegar a ser, al calor que me transmites cuando me abrazas. —colocó el dulce en el dedo anular de su prometido, y luego le entregó el otro en la mano para que él pudiera hacer lo mismo — Simplemente, me acostumbré a estar completamente enamorado de ti, y quiero estar así toda la vida.


No fueron necesarias más palabras, tan solo acercarse lo suficiente para poder besarse, ambos completamente sumergidos en el otro y sin intención alguna de separarse. Lento, sin prisa alguna, con todo el tiempo del mundo, dulce y romántico, ambos en ese momento siendo capaces de ver el mundo color de rosa, o de todos los colores si así lo querían. Nada pasaba en el exterior, tan solo ellos ahí, completa y profundamente enamorados.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro