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8LA BÚSQUEDA

Horas después del ataque alemán a la isla, la reina caminaba de un lado a otro mientras Artemys y la guardia real registraban el palacio, la ciudad y el exterior de la isla en busca de su hija. Diana había desaparecido cuando el piloto americano también dejo la isla.

Hipólita sospechaba que se había ido con él, pero hasta ahora, quería seguir creyendo que aún estaba en la isla. Dejó de caminar cuando Artemys entró.

-¿Y bien? – pregunto Hipólita –

-No hay señales de ella, mi Reina – contesto la general amazona –Se escapó con el hombre humano Steve Trevor.

-¿Crees que ella lo ama? – pregunto Hipólita –

-Un amor creciente, tal vez, pero Diana siempre ha tenido curiosidad por lo que hay más allá de las fronteras de Themyscira.

-Mi reina... – la guerrera Vesta había entrado repentinamente a la habitación, interrumpiendo a las presentes – Registramos la armería. La armadura real forjada por Hefesto se ha ido junto con la espada de Achiles y la llave del Tartaro.

-Prepara a mi guardia real, Artemys y quédate aquí – ordeno Hipólita a su general –

-Mi Reina, no es apropiado que se vaya de Themyscira – respondió Artemys –

-Debo hacerlo, es mi hija – y sin decir más, la reina amazona salió del lugar. Ya tenía una corazonada sobre el lugar al que probablemente había ido su hija –

Diana se había escondido entre los suministros en la bodega de carga de un acorazado aliado. Había salido de la isla con Steve en una pequeña barcaza, y justo cuando navegaban por las aguas del Mediterráneo, un buque aliado los había recogido. Aun así, Steve le ordeno que se ocultara. El trayecto hacia Inglaterra aun sería un poco largo.

Diana estaba ansiosa de conocer otros lugares y otras tierras. También estaba ansiosa por cazar al guepardo y terminar con la guerra que Steve llevaba luchando por casi cuatro años. Pronto, el barco se detuvo y ella se acercó sigilosamente a la cubierta principal. Al llegar, salto del barandal y se sumergió en el agua nadando hacia tierra. Espero a Steve en un callejón.

-Steve – dijo Diana al verlo pasar –

-¡Diana! ¿Tienes frío? – pregunto el muchacho, al verla solamente con la armadura puesta –

-No... ¿porque?

-Nada... – el estaba un poco nervioso – Es solo que no puedes andar así –

-¿Por qué no? – respondió ella, viendo a su armadura –

-Porque las mujeres de mi tierra no se visten así. Ven conmigo, hay una casa segura cerca.

Para asegurarse de que no los vieran, Diana y Steve caminaron por los callejones aledaños a las calles principales. Ya avanzadas unas cuadras, Steve noto que alguien los seguía. Tratando de proteger a Diana, la hizo a un lado con un movimiento de la mano y con la otra saco su pistola, apuntándole al extraño. Era un hombre rubio al parecer en sus cuarenta años, y tenía un extraño talismán colgando del cuello.

-¿Steve Trevor? – pregunto el desconocido –

-¿Quién pregunta? – Steve aun le apuntaba –

-Mi nombre es Ser Justin Grayle, el último Caballero de la mesa redonda del Rey Arturo – y entonces, también de las sombras, salió una joven pelirroja que portaba un pesado abrigo – Y esta es mi compañera, Shiera.

-Después de lo que he visto... tratare de confiar... – contesto Steve, mirando también a Diana. Ella también asintió, aprobando la decisión de Steve – ¿Qué puedo hacer por ustedes?

-Fui encargado de custodiar la llave del Tártaro. La prisión eterna de Cronos, el padre de Zeus. Fue robada por una mujer gato que se hace llamar Cheetah y un mago loco llamado Félix Fausto – explico Ser Grayle –

-También estamos cazando a Cheetah – Diana intervino – Yo soy la princesa Diana.

-Eres una amazona de Themyscira – alego Shiera, al ver el atuendo de la mujer que tenía enfrente –

-Si...

-Conozco a tu madre, la reina Hipólita – dijo Ser Grayle –

-¿Cómo la conoces? – Diana pregunto. Definitivamente le intrigaba este hombre – Tú... ¿eres mi padre?

-No... Tu padre es Zeus – contesto el con toda la naturalidad del mundo –

Diana no entendía lo que acababa de escuchar. Era demasiada información para que su cabeza lo procesara.

-Creo es mejor que nos vallamos a otro lugar a conversar – Shiera intervino al ver la cara de confusión de la amazona – Justin, creo que acabas de arruinar las cosas.

-Estoy, de acuerdo. Es por aquí – concluyo Steve. Y sin decir más, todos lo siguieron –

Ya en la casa segura de Steve, Ser Justin le cuento la historia a Diana de cómo Zeus se disfrazó y sedujo a la reina Hipólita de las amazonas.

-Cuando los antiguos dioses perdieron influencia y la gente empezó a dejar de creer en ellos, Zeus decidió que tenía que dejar a su descendencia en la Tierra para que protegiera a la humanidad. Se disfrazó de un fauno y le canto la reina Hipólita la melodía más hermosa que había escuchado en su vida. Tu madre, la reina de las amazonas, cayo rendida ante él.

-Y después nací yo – respondió Diana, triste – Pero... ¿Por qué se fue? ¿Por qué le hizo eso a mi madre?

-Zeus se fue por que Hera amenazó con matarte a ti y a tu madre. Para salvarte, Zeus se convirtió en mortal con la condición de que su hijo Júpiter tomara el trono e Hipólita nunca revelaría tu verdadera identidad.

-Pero todavía buscamos el consejo de Hera – Diana intervino – Eso no tiene sentido.

-Es Atenea asumiendo la forma de Hera – Shiera respondió – Los dioses aún tienen una forma estúpida de jugar sus trucos.

Entonces se escuchó un golpe en la puerta. Steve apunto su arma y abrió, pero la bajo cuando encontró a la reina Hipólita y a sus guardias reales. No tuvo otro remedio que dejar pasar a la reina, de todas formas, ella ya había comenzado a avanzar al departamento.

-Luego ajusto cuentas contigo por llevarte a mi hija – dijo Hipólita, viendo a Steve con desaprobación – Ahora sabes la verdad hija mía. Ven a casa.

-No, madre... – Diana negó con la cabeza –

-¿Por qué estás enamorada de Steve Trevor?

-Solo me preocupo por él. Más que eso, quiero cazar a Cheetah y este Felix Fausto. ¡Ellos vinieron a mi casa con un ejército! – Diana se paro firmemente ante su madre –

-¡Como tu Reina te lo ordeno!

-No madre.

-Muy bien entonces... – ante la negativa de su hija, Hipólita sabía que tenía que tomar una decisión. Con todo el dolor de su corazón, sabía que tenía que dejarla ir – Te encomiendo, Diana... la tarea de cazar y destruir a Cheetah. Y mientras ella viva no puedes poner un pie en Themyscira – Camino hacia ella y beso su frente, desbloqueando el resto de sus poderes. Luego se quitó el lazo de la cintura, y se lo tendió a Diana – Tómalo...

-Madre, no soy digna del lazo de Hestia.

-Te habría sido heredado cuando mi tiempo llegara a su fin – y al fin, Diana lo sostuvo en sus manos – Regrésamelo cuando vuelvas a la isla – y sin decir más, Hipólita salió de la habitación, dejando a su hija con sus nuevos conocidos –

De algún modo, ella sabía que Diana estaría bien, y que debía de cumplir con su destino.

Momentos después, cuando Diana se puso la ropa estándar de una mujer inglesa, salió de su recamara y se acercó a Steve, que preparaba café en la cocina. El la vio algo distraída, por lo que le intento preguntar cómo estaba.

-Diana, ¿estás bien? – pregunto el –

-Estoy bien – Diana puso una sonrisa nostálgica – Siempre quise irme y ver mundo, y ahora se cumplirá.

-Pero extrañaras a tu madre. Siempre sentirás que algo... una sensación o algún sentimiento de ausencia, que te hará querer regresar a tu confort con tu familia.

-¿Tú tienes familia, Steve? – pregunto ella, con asombro –

-Mi papá y mi hermana. Mi mamá murió cuando yo era un adolescente – Steve se sentó y miro a Diana a los ojos. Y por un momento, se perdió en sus ojos color avellana. El deseo perderse ahí para siempre. Sentía que con ella se podía sincerar del todo – Yo también era como tú. Siempre viví en el rancho de mi padre, y el quería acostumbrarme a que mi vida sería siempre así. Pero no quise aferrarme y estar en un solo lugar, así que me enliste en el ejército para ver el mundo.

-Pero valió la pena... ¿No? – Diana pregunto, poniendo una sonrisa ingenua – Es decir... tuviste aventuras y conociste gente. Has visto más mundo que cualquier persona.

-Lo único que he visto es guerra, caos y destrucción – Steve vio al suelo, como si estuviera disgustado – Sinceramente, lo único que quiero es que esta guerra termine para volver a casa. Para ver otra vez a mi familia.

-Creí que no te arrepentías de haberte ido de tu casa – Diana lo vio – De haber tenido la vida que tu padre hubiera querido. De la mundanidad de tu... vida...

-En cierto modo no. Quiero creer que estoy ayudando a que esta guerra llegue a su fin. Que los malos van a perder y la gente va a poder seguir con sus vidas normales y mundanas – Steve suspiro, y luego le dio un sorbo a su taza de café – A veces eso es todo lo que quiero. La mundanidad de la vida, pero... también valdría la pena si la compartes con la persona adecuada.

Y ambos se miraron fijamente. Diana sabía que él era igual a ella. Solo dos muchachos tontos que querían salir de su hogar a ver el mundo, pero que querían hacer algo para ayudar a los demás. Eran similares. Y era evidente que habían conectado.

Algo había nacido entre ellos en ese momento.

A la mañana siguiente, Steve y los demás fueron a los cuarteles centrales en el corazón de Londres. Listo con toda la documentación posible y el rollo de su cámara con las fotos de los atlanteanos, Steve entro a explicarles todo a sus superiores todo lo que había descubierto, pero dejando de lado su paso por la isla de Themyscira.

Diana, Ser Justin y Shiera esperaron en el vestíbulo principal, por alrededor de una hora. Rato después, vieron salir a Steve junto con el General Eisenhower, el general en jefe del ejército aliado.

-¡Steve! ¡Hijo de puta! – grito el general – Te saliste con la tuya.

-Señor, no debería usar ese lenguaje en presencia de...

-Unas damas... – el general interrumpió a Steve –

-Esta es Diana... – dijo Steve, presentándole a la chica de pelo negro. Después de tenderle la mano, presento a los demás – Ser Justin Grayle y Shiera. Ellos y yo somos la Sociedad de la Justicia.

-Más vale que den el ancho en lo que el Capitán Trevor prometió – les dijo el general – Encantado de conocerlos a todos. Por favor, perdonen mis modales, pero tengo otros asuntos que atender – entonces el General Eisenhower se marchó, quedándose Steve con los demás, quienes lo veían de manera inquisitiva –

-¿Qué les dijiste? – pregunto Shiera – ¿Cómo que la "Sociedad de la Justicia"?

-Es como le dije al alto mando que se llamaba nuestro grupo – Steve suspiro, luego volvió a su explicación – Les hablé de una organización secreta con acceso a armas superiores y que maté a los hombres en la reunión. Les mostré el arma y el rollo de las fotos. Convencí a todos de que Felix Fausto está detrás de todo. Y en cierto modo es... cierto, ya que él y Cheetah atacaron a la isla de Diana con el ejército alemán. Me encomendaron armar un equipo y matarlos.

-Deberíamos volver a al frente – dijo Ser Justin – El brujo y Cheetah estarán ahí.

-Tengo un plan – dijo Steve – Diana... ¿aun tienes la otra mitad de la llave del Tartaro que te llevaste de Themyscira?

-Claro, la tengo conmigo todo el tiempo – le respondió la amazona –

-¿Trajeron la otra mitad de la llave que tu pueblo protegía? – Ser Justin estaba molesto – ¿Están locos los dos? Si cae en manos de Fausto y Cheetah...

-No caerá, por que les pondremos una trampa – Steve interrumpió – Los atraeremos hacia ella y los destruiremos a los dos.

-¿Nosotros y quien más? – pregunto Shiera –

-Voy a llamar a unos amigos... – Steve sonrió – Flash, Atom y el escuadrón de Perdedores estarán felices de patear algunos traseros nazis. 

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