Capítulo dos: Brillo, brillo, brillo.
La muchacha castaña se encontraba tratando de meter el vestido y los zapatos dentro de un pequeño morral que encontró cuando decidió levantar el vestido para inspeccionar este minuciosamente.
—Claro que le agradezco a la Luna, por extraño que suene, los obsequios, pero ¿No podía ser un poquito más grande este morral?—dijo, mientras estrujaba la tela para hacerla entrar. Los zapatos y el broche ya se encontraban en el interior, tan solo faltaba el abultado vestido que, sin duda alguna, terminaría completamente arrugado.
Cuando al fin logró cerrarlo, dio un pequeño brinco de alegría y se lo colgó al hombro.
—Debe de haber un pueblo por aquí, ¿no?
La muchacha observaba hacia el cielo, expectante a la respuesta de la narradora. La cual, lamentablemente, no llegó.
—¡Vamos! Solo dime como llego al pueblo más cercano.
“Se supone que no debo de interferir en la historia”, respondió la voz femenina con diversión. “Tampoco debería estar hablando contigo”.
—Hace un rato, no te veía tan preocupada por eso.
“Me estaba presentando, no soy maleducada, ¿sabes?”, a la narradora se le escapó una pequeña risita al finalizar de hablar.
—Solo dame una dirección, narradora con buenos modales —Jade rodó los ojos mientras se cruzaba de brazos.
Antes de que pudiera siquiera gritarle al cielo, vio como frente a ella aparecía un gran cartel que anunciaba: “Reino de Encantia, siga la flecha”. Y tan solo pudo pensar en lo cliché y básico que era el nombre del reino.
A pesar de su actitud, le agradeció a la voz mágica encargada de narrar y se encaminó hacia donde indicaba la flecha. Se trataba de un sendero rodeado de grandes árboles con pequeñas flores brillantes y radiantes que parecían bailar al ritmo de una canción que no lograba escuchar.
Absorta en la contemplación del suave movimiento de las florecillas, la joven no percibió el ligero aleteo a sus espaldas hasta que sintió un suave tirón en su vestido que la hizo detenerse en seco.
—¿Qué traes ahí?— resonó una voz melodiosa y cautivadora, dejando a la joven sin aliento.
Al voltearse, su corazón latía desbocado, y tuvo que colocar sus manos sobre su pecho para contenerlo. No esperaba encontrarse con nadie en aquel sendero solitario, y mucho menos con una criatura tan diminuta, de orejas puntiagudas y dos grandes alas que batían con rapidez.
—¿Qué es lo que escondes? Déjame ver— insistió el ser con curiosidad.
Antes de que Jade pudiera procesar la sorpresa de encontrarse frente a un hada en toda regla, esta se movió rápidamente hacia su espalda y sin previo aviso abrió el morral.
El vestido, que había sido todo un desafío para guardar, quedó expuesto ante los ojos del ser alado, quien emitió un grito agudo en un idioma desconocido para Jade. Sin embargo, dedujo que era una señal para sus compañeras cuando una docena de pequeñas hadas emergieron de entre los arbustos y comenzaron a rodearla.
—¡Qué bonito!—exclamó una de ellas, revoloteando sobre la cabeza de la joven.
—Brillo, brillo, brillo—susurraban todas en coro.
Jade permanecía inmóvil en su lugar, deslumbrada por el resplandor casi cegador que emanaban las hadas, lo que la obligaba a entrecerrar los ojos. Apenas pudo distinguir que eran diminutas, de un verde pálido, con cabellos que se asemejaban a pétalos de colores diversos, y alas que parecían grandes hojas verdosas. Cuando se posaban sobre la hierba, pasaban desapercibidas, como pequeñas florecillas.
De repente, Jade se dio cuenta de que las florecillas que parecían danzar eran en realidad estas mismas hadas. Y ahora, estas traviesas criaturas comenzaron a sacudir el morral hasta que vaciaron su contenido en el suelo.
—Brillo, brillo, brillo—susurraban las hadas al unísono, mientras se dividían en grupos para tomar los objetos del suelo y escapar entre los arbustos.
Jade salió de su estupor cuando observó cómo las dos últimas hadas se alejaban con uno de sus zapatos en sus manos y desaparecían tras un inmenso árbol.
—¿Qué acaba de pasar...? —se preguntó en voz alta.
"No es que me esté involucrando en la historia, pero creo que es un buen momento para correr tras ellas", se escuchó la voz de la narradora.
Jade apretó fuertemente los labios al notar el tono burlón del ente, pero decidió seguir su consejo y comenzar a perseguir a las hadas. Seguir su rastro no fue tan difícil como pensó, solo debía seguir el camino iluminado con un leve polvo dorado.
Atravesó dos arbustos que, para su mala suerte que parecía no detenerse nunca, contaba con un rosal. Muchas rosas, muchas espinas y su escasa visión nocturna no fueron una buena combinación.
Las hadas doblaron hacia la izquierda y Jade aumentó la velocidad. Pero justo cuando estuvo a punto de arrebatarle un zapato a una pequeña Margarita, tropezó con una piedra y resbaló en el lodo, ensuciando hasta su cabello.
A pesar del dolor que sentía, no pudo evitar soltar una pequeña risa de incredulidad. Nunca, ni en sus sueños más remotos, se imaginó que estaría en esa situación descabellada: en una tierra de cuentos de hadas persiguiendo a un grupo de hadas que le robaron un vestido y zapatos que le regaló, por todos los cielos, la mismísima Luna.
Y para colmo de males, pensaba utilizar ese vestido en un maldito baile real donde conocería a un príncipe y se enamoraría perdidamente. Debía ser alguna broma cruel, sin lugar a dudas.
—Oh, este broche es precioso— dijo una de las hadas.
—Brilla tanto— añadió otra.
Las hadas, completamente absortas en el brillo del broche en forma de luna, se detuvieron bajo un gran roble. Antes de que Jade se acercara a ellas, notó cómo una gran red se abatía sobre ellas y las capturaba, haciendo que soltaran sus pertenencias y estas cayeran en la hierba. Jade pensó que si ese vestido blanco seguía impecable después de tantas caídas, definitivamente era mágico.
—¡Vengan aquí, traidoras!—exclamó una voz femenina llena de furia, aunque no parecía tener mucho efecto si esas palabras eran pronunciadas entre jadeos, como si la persona hubiera estado corriendo durante mucho tiempo para alcanzar al grupo de seres mágicos.—Me dijeron que solo saldrían a tomar aire y cuando me di la vuelta, ya no estaban. ¡Escaparon en medio de la noche! Si la bruja malvada se entera de esto, me despedirá.
Las hadas se retorcían e intentaban escapar de la red sin mucho éxito. Pero no parecían asustadas, de hecho, estaban riendo, el sonido de su risa se asemejaba al tintineo de muchas campanillas.
—¿Qué tienen ahí?—preguntó la joven, agachándose con dificultad para tomar uno de los zapatos de tacón blancos.
Jade decidió que era el momento adecuado para levantarse del lodo y hacer notar su presencia ante la desconocida.
—Esas son mis cosas—dijo, aunque probablemente estaba más sucia de lo que pensaba, porque cuando la chica, cuyo cabello de cerca notó que era de un peculiar tono rosa, posó sus ojos en ella, comenzó a reír hasta que su rostro adquirió un suave tono rojizo.
—¿Qué te pasó? ¿Peleaste con el lodo?
La castaña estaba incrédula, enmarcó una de sus cejas y espetó con todo acusador mientras apuntaba con el dedo índice hacia las criaturas traviesas que la llevaron hacia esa situación.
—¡Esas cosas son las responsables! Robaron mi vestido y zapatos que me regaló la…—se detuvo abruptamente, desconocía si en ese lugar era normal hablar con la luna y que esta te obsequiara cosas, pero no pensaba arriesgarse a que dudaran de sus facultades mentales —mi tía, me los regaló mi tía y ellas huyeron con las cosas.
—Oh, lo siento mucho. Son algo traviesas, pero estoy segura de que pensaban devolverlo— aseguró, intentando consolarla, aunque sabía que las hadas no tenían intención de devolverle absolutamente nada.
Jade, quien no estaba interesada en las intenciones de las hadas y solo quería recuperar sus cosas, continuó hablando sin escuchar las explicaciones de la chica.
—No me importa lo que creas que iban a hacer, solo quiero que me devuelvan mis pertenencias.
La chica, curiosa, le preguntó si se dirigía a Encantia, lo que incomodó a Jade. ¿Era seguro hablar con una extraña en medio de un bosque? Pero, ¿Qué otra opción tenía? Se había desviado del camino, no recordaba cómo volver y, ciertamente, no pensaba arriesgarse a preguntarle otra vez a la narradora.
—Sí, ¿Sabes por dónde es? Me desvié del sendero y me perdí un poco—confesó Jade, sintiéndose agotada por todas las cosas que le habían sucedido en un solo día en ese lugar tan extraño. Dudaba sobrevivir más de una semana ahí, debía darse prisa y conocer al príncipe cuanto antes. A fin de cuentas, en los cuentos de hadas los personajes parecen caer enamorados a los minutos de conocerse, no debería ser tan difícil.
—Claro, voy hacia allá mismo, te acompaño—respondió animada la muchacha.
La chica, de cabello colorido, ató con un lazo la red en la que llevaba a las hadas y le extiende el zapato a Jade. De cerca pudo notar que llevaba una vestimenta igual de colorida, un vestido calipso con un corsé rosado chillón y un collar con un colgante de una concha marina. Su largo cabello ondulado caía libremente y hacia todas direcciones pero lo que más destacaba eran sus profundos ojos azules, que parecían ser del mismísimo color del océano.
—Por cierto, soy Alyssa, encantada de conocerte—le extendió su mano, titubeante Jade la aceptó y comenzaron su viaje.
Las dos chicas caminaban juntas, y para sorpresa de Jade, Alyssa resultó no ser tan desagradable como pensaba. De hecho, incluso le agradó un poco.
—Entonces, ¿trabajas para la Bruja Malvada? —preguntó Jade, incrédula. Alyssa le había contado que las hadas le pertenecían a su jefa, la Bruja Malvada, quien solía hacer tratos con ellas. Al parecer, había encontrado a las escurridizas hadas robando en su tienda y estas le propusieron trabajar para ella para saldar su deuda. A la Bruja Malvada le interesaba el polvillo mágico que las hadas creaban. Pero, como dijo Alyssa, nunca se puede confiar en las hadas, ya que siempre escapan al pueblo para robar cosas o molestar a los habitantes.
—Sí, trabajo para ella, pero no te dejes llevar por el nombre. Es bastante agradable. Como dije antes, seguramente encontrará algún trabajo para ti —respondió Alyssa, tratando de tranquilizar a Jade.
—No planeo quedarme mucho tiempo, solo he venido para asistir al baile. Pero necesito dinero para alquilar un lugar donde quedarme estos días —explicó Jade. Esa era la primera parte de su plan, necesitaba alojamiento, no podía volver a dormir sobre la hierba o su espalda la mataría.
Alyssa la tranquilizó y le aseguró que había trabajos de pago diario disponibles. Además, le ofreció quedarse en el hostal de la Abuela.
—No te preocupes, podrás pagarle mañana cuando encuentres un trabajo —dijo Alyssa amablemente.
—Gracias, Alyssa —agradeció Jade sinceramente. Tal vez podría encontrar una aliada en la muchacha.
La chica se detuvo frente a una gran choza de dos plantas con varias ventanas. En el frente, un gran cartel anunciaba: "Hostal de la Abuela", con un dibujo de un lobo aullando a la luna llena. Jade pensó que era un detalle curioso, pero decidió no preguntar por ello.
Al acercarse a la entrada notó cómo la fachada, adornada con detalles encantadores, muchas macetas con flores coloridas y enredaderas que trepan por las paredes, se asemejaba a las cabañas de los cuentos que Jade tanto amaba leer en su niñez.
Al entrar, logró vislumbrar que se extendía un ambiente hogareño y familiar. El vestíbulo estaba decorado con muebles antiguos y elementos decorativos tradicionales, como alfombras tejidas a mano y cuadros en las paredes. El aire estaba impregnado de un suave aroma a madera y flores frescas. Sí, definitivamente así se imaginaba que sería un hostal en un cuento.
La chica, Alyssa, saluda animadamente a una mujer mayor tras el mostrador, con un delantal y una piocha con su nombre; “La Abuela”. No se veía tan encantadora como su nombre la hacía sonar. Si bien era una mujer mayor, con el típico delantal bordado, el cabello canoso recogido y un par de anteojos con marco grueso, no tenía una expresión amigable. De hecho, parecía querer gruñir al grupo de niños pequeños que corrían por el vestíbulo. O comérselos, realmente el cartel del exterior la dejó con bastantes preguntas.
—¿Habitación para uno? Sí, creo que tengo una disponible. Iré a revisar los registros, esperen un momento.
El lugar parecía ser acogedor y transmitía una buena energía, pero Jade no se permitía bajar la guardia. No deseaba que las personas descubrieran que no pertenecía ahí, parecían ser amables, sin contar las hadas que la emboscaron en el bosque, pero no quería tentar su suerte. Todo era tan extraño y sentía que en cualquier momento el mundo se derrumbaría. Otra vez, su mundo se había derrumbado unas tres veces ya.
Necesitaba descansar, recostarse en una suave cama y dormir. No había dormido correctamente en tres semanas, desde la muerte de su padre. Su padre, tan solo pensar en él le retorcía el corazón, lágrimas se acumularon en sus ojos, exigiendo salir y deslizarse por sus mejillas, pero Jade sabía que en cuanto derramará una sola lágrima, sería incapaz de detenerse hasta acabar deshidratada y con todo el lugar inundado. No se permitiría llorar en el vestíbulo frente a todo el mundo. Siendo honesta, no se permitiría llorar en lo absoluto.
Siempre que pensaba que ya no tendría más lágrimas en su interior para derramar, estas parecían querer demostrarle lo contrario. Quizás Axel tenía razón, quizás ella sí era tan solo una-
—Ey, ¿Estás bien?—los ojos verdes y curiosos de Alyssa inspeccionaban minuciosamente el rostro de la castaña, como si pudiera percibir el dolor en su interior, le dio unos suaves golpes en la espalda—No te preocupes, la Abuela encontrará una habitación.
Jade tan solo asintió, limpiando sus ojos, solo por si alguna lágrima rebelde hubiera logrado escapar. Ignorando la dirección en la que sus pensamientos habían ido, volvió a meter todos los recuerdos de su exnovio en un baúl en su mente para cerrar este con llave y arrojarla lo más lejos posible. No valía la pena seguir pensando en él.
La anciana volvió, esta vez si les gruñó a los niños cuando observó como un ostentoso jarrón estaba destruido en cientos de pedacitos sobre su alfombra.
—Tengo dos habitaciones, una con vista a la plaza del pueblo, con un costo de 15 estrellas la noche y otra más económica, tan solo 10 estrellas, pero tiene vista a ese espantoso bosque de ahí atrás.
Realmente no le interesaba la vista en lo más mínimo y no tenía ni la más remota idea sobre qué se refería con estrellas. Más adelante le preguntaría de forma disimulada a Alyssa sobre la moneda que manejan en el reino, pero por ahora solo deseaba cumplir con su misión: dormir en una cama caliente y olvidar el día de hoy. O los últimos meses de ser posible. Aunque se conformaba con olvidar la locura en la que estaba inmersa.
—Lo más económico, no pienso quedarme por mucho tiempo.
La Abuela asintió, tendiéndole las llaves con un bajo resoplido. Pará luego salir otra vez de detrás del mostrador y entrar por una puerta con el grabado de una escoba y un plumero, probablemente era la bodega en donde guardaba los artículos de limpieza.
Alyssa le arrebató las llaves de las manos y comenzó a inspeccionarlas, en busca del número de su habitación. Al lograr verlo, comenzó a aplaudir con emoción.
—¡Estamos en el mismo piso! Ven, ven, te enseñaré tu habitación.
Sin siquiera esperar respuesta, toma del brazo a la castaña y la lleva a rastras hasta una gran escalera de madera ubicada en medio de lo que parecía ser una sala de estar, alfombras mullidas, una gran chimenea y tres sofás la decoraban.
—Ouh, mira, son Cynthia y Antón, mis amigos—la emocionada chica observaba en dirección a dos jóvenes sentados en uno de los sofás ubicado al rincón de la sala.
Se trataba de una mujer joven, no aparentaba ser mayor que Jade, llevaba el cabello rubio recogida en una coleta, una túnica negra con decoraciones de estrellas y un pequeño sombrero negro puntiagudo, en una situación normal, Jade pensaría que estaba disfrazada de una especie de hechicera, en su situación actual, dudaba que se tratara de un disfraz sin más. Junta a ella estaba un…¿Chico? Realmente se asemejaba a los dibujos que Jade había visto de los ogros; tez verde, orejas puntiagudas, dos cuernos sobresalen sobre su frente y hasta ahí. Porque ese muchacho no era robusto ni imponente, parecía bastante delgado y pequeño.
—¿Quieres ir a saludar?—preguntó Alyssa, observando el rostro de Jade con sus grandes ojos. Tal vez no fue tan buena ocultando sus sentimientos hace unos minutos, porque reconocía esa mirada de lástima en cualquier lugar. Ya no la soportaba.
Sin siquiera pensarlo respondió de inmediato.
—Tal vez mañana—O nunca, preferiblemente nunca. No pensaba interactuar con más personas, solo debía tomar la información necesaria y lograría seguir adelante con su plan.
Alyssa la guio por la escalera y se adentraron a un largo pasillo iluminado tan solo por candelabros que colgaban en las paredes y lo que parecían ser frascos con luciérnagas dentro.
El lugar parecía ser más grande de lo que aparentaba desde fuera, quizás se trataba de una especie de magia. Si es que eso existía. Realmente no le interesa descubrirlo esta noche.
—Tu puerta, la mía se encuentra al inicio del pasillo, es la número diez. Cualquier cosa que necesites puedes ir a buscarme.
Jade observó la puerta frente a ella y soltó un fuerte suspiro, agradeciendo en voz baja a Alyssa, quien se retiró luego de desearle una buena noche.
La castaña introdujo la llave en la cerradura y empujó esta con nerviosismo. Todo comenzó a sentirse tan real que comenzó a asustarla.
—Bien, aquí vamos.
“Y la historia de la joven Jade, proveniente del mundo mortal, reino de sueños rotos y desilusiones, ha comenzado”.
¡El segundo capítulo de esta historia!
¿Qué les ha parecido?
¿Les agrada la narradora?
Poco a poco se irán presentando nuevos personajes.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro