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Cap. 4 Veo en ti la luz

Un par de días habían pasado desde que el joven Milo aceptó su nueva condición. Ahora durante esas pocas horas en que gracias a la magia de Camus podía volver a su forma humana, aprovechaba el tiempo para conocerlo más a fondo.

Camus quien no gustaba mucho de hablar sobre sí mismo, continuamente buscaba la forma de distraer al muy curioso príncipe con algunos trucos, que rápidamente captaban por completo la atención del peliazul, que encantado ante todas esas cosas nuevas y sorprendentes, no era consciente del paso del tiempo ni de la elusiones del pelirrojo, así que para cuando lo notaba ya era tiempo de volver a ser ese lindo escorpión que Camus siempre cargaba cuidadosamente junto a su pecho.

No obstante, también esa pequeña y peculiar forma de arácnido, le daba oportunidad de implementar divertidos juegos en los que el lindo gitano debía buscarlo y atraparlo, mientras él como el más travieso bicho corría y se escondía por doquier.

Ese día luego de ayudar con algunas tareas simples para la casa, Camus regresó a su habitación deseoso de hablar con el joven príncipe.

-Milo...-llamó apenas entró, arrodillándose para tratar de encontrarlo –Milo...-volvió a llamar asomándose bajo la cama. Iba a levantarse para seguir buscando, cuando vio pasar a una pequeña cosita roja velozmente hacia el viejo taburete -¡Te encontré!- dijo divertido viéndolo correr de nuevo hacia la puerta.

De pronto está se abrió.

-¡¡Camus, pequeño, que bueno que te encuentro!!- dijo un viejo y regordete hombre quien llevaba un par de años viajando con ellos, y que trataba al pelirrojo con mucho cariño como si fuera su nieto -¿Eh?...¿Pero qué haces en el suelo?

El pelirrojo que apenas si había logrado atrapar al escurridizo Milo antes que el amable anciano lo pisara, sonrió nerviosamente acunando al pequeño escorpión junto a su pecho.

-Ah...así que ese es tu nuevo amiguito –dijo alegre el amable anciano tratando de acariciar al pequeño arácnido con el dedo, pero éste de inmediato respondió amenazante con una de sus tenazas haciéndolo saltar.

-¡Milo, no!- regañó Camus, mirándolo como si se tratara de un niño pequeño –Discúlpelo Sr. Ralph, Milo es algo tímido.

–Jajaja, no te preocupes muchacho, es solo que parece que no le caí bien al pequeñín...Pero bueno, ¿a qué venía?...Ah, si...Camus, he venido a pedirte un gran favor. En la fiesta de esta noche nos gustaría que presentaras tu baile ante todos.

Al instante los ojos de Camus se abrieron asustados, y sus mejillas se llenaron de rubor –Yo...no...no lo sé...No creo ser tan bueno. En el espectáculo se presenta solo lo mejor de lo mejor, gente de extraordinario talento...Así que yo...no creo poder hacerlo...-dijo bastante apenado desviando la mirada hacia el piso.

Entonces el viejo Ralph caminó hasta poder despeinar suavemente su cabeza –Tienes razón en que solo se elijen las mejores presentaciones, por eso hijo, nos harías muy felices si nos permites ver tu hermoso baile al menos una vez....Por favor...Hazlo por este viejo, quiero demostrarle al tonto de Phil que en nuestra caravana tenemos a alguien con mucho talento...entonces, ¿qué dices pequeño?

Camus quiso negarse, pero al ver la sonrisa amable de aquel que era lo más cercano a un abuelo, no le quedó más que asentir muy apenado.

-¡Excelente Camus!...Ahora mismo voy a avisarle a todos que se preparen. Ya quiero ver la tonta cara de Phil cuando te vea –y sin más abandonó la habitación.

Camus miró hacia el cielo calculando que faltaban solo un par de horas para el inicio de la fiesta, así que sin perder más tiempo colocó a Milo sobre la cama para transformarlo.

-¡Wow...eso si que estuvo cerca!...-dijo alegre el peliazul estirándose como si acabara de levantarse –Ese hombre casi me pisa.

-Y por eso deberías tener más cuidado –regañó el pelirrojo tratando de esconder su sonrojo.

-¿Eh?...Pero si nos estábamos divirtiendo demasiado. Por cierto, te recuerdo que aun no has logrado atraparme ni una sola vez, y si no lo logras antes del viernes tendrás que darme un premio...Ahora, pasando a otra cosa, ¿a qué se refería el viejo Ralph con eso de tu baile? –cuestionó bastante curioso acercándose peligrosamente a Camus.

Éste de inmediato se tensó alejándose rápidamente del príncipe –No es nada...-contestó cortante fingiendo que ordenaba algunos papeles en el taburete.

Entonces el bello Milo entrecerró los ojos, y dibujando una gran sonrisa se acercó abrazándolo por la espalda –No seas así...cuéntame, ¿sí?- pidió con voz melosa recargando la cabeza sobre su hombro.

Camus vibró asustado ante el contacto, aunque lo cierto era que el peliazul ya lo había hecho un par de veces más, pues al parecer luego de los infantiles juegos con su forma de escorpión, su personalidad siendo humano había cambiado un poco, haciéndolo mucho más extrovertido y demasiado cariñoso en opinión del pelirrojo, quien no sabía cómo actuar ante tales muestras de afecto.

-¿Camus?- llamó Milo apretándolo un poco más, mientras hundía la cara en la cascada roja con olor a vainilla.

-Milo...no hagas eso-pidió el pequeño hechicero completamente rojo, estremeciéndose de pies a cabeza.

-Me detendré si me cuentas...-ofreció el príncipe quien al parecer era bastante bueno negociando.

Camus lo pensó un momento, deliberando entre si era peor contar sobre su embarazoso baile, o seguir soportando el cálido abrazo del cuerpo fuerte y varonil del príncipe, cuyo aroma seductor llenaba completamente el ambiente cada vez que estaba cerca.

-¿Qué decides?- cuestionó de nuevo Milo jugueteando con uno de los cordones de la fina camisa del pelirrojo.

"Definitivamente esto es peor"...pensó Camus aterrado ante las intensas sensaciones que padecía su cuerpo cada que Milo lo tocaba –De acuerdo...te diré...-indicó poniendo toda su fuerza de voluntad en zafarse de aquel cálido abrazo.

El príncipe por su parte sonrió de forma triunfal, sentándose de un salto en la mullida cama, y atento como un niño que espera un cuento, miró fijamente con sus expectantes turquesas al pelirrojo que se ponía cada vez más y más rojo.

-En realidad no es nada importante. Cada noche hay una fiesta en la plaza principal, y bueno, diversas personas son invitadas a participar, y esta vez me invitaron a mi...eso es todo.

-¡¿Cómo puedes decirlo así?!- exclamó el príncipe muy emocionado -¡Eso es grandioso, vas a bailar frente a todos!

-Si...lo sé...-dijo Camus muy nervioso mordiéndose el labio –Aunque no es la gran cosa...

-¿Puedo ir a verte?-preguntó tomándolo de las manos muy entusiasmado –Por favor –suplicó acercándolas a su pecho.

-Milo, en serio no soy muy bueno...yo...

-Por favor Camus...me gustaría mucho ir contigo...

El pequeño gitano sabía que era peligroso si Milo salía, sabía que se sentiría más nervioso con él ahí, sabia muchas cosas que debieron haberlo hecho decir que no, pero mirando aquellos hermosos ojos turquesa viéndolo de esa forma, no pudo sino asentir.

-Está bien...pero con una condición...

Comenzaban a oírse los compases de música, cuando Milo terminó de vestirse. Estaba oscureciendo, pero la luz del sol iba siendo poco a poco reemplazada por un sinfín de antorchas estratégicamente colocadas en torno a la gran plaza, donde la gente empezaba reunirse entre un caos de saludos, abrazos y sonrisas.

Por una última vez, el joven príncipe se miró al espejo, comprobando lo bien que se veía con aquel atuendo, pues había cambiado su traje real por un pantalón rojo oscuro ajustado a juego con unas botas altas que hacían sonar más fuerte cada una de sus pisadas. Su pecho quedaba ligeramente descubierto por una holgada camisa clara, que quedaba fajada por un ancho cinturón oscuro. Para finalizar estaba un saco negro y ajustado que le llegaba a cintura y un paliacate con el cual no sabía muy bien qué hacer.

Camus se había adelantado, dejándole dicho que saliera en cuanto todos se hubieran ido de la casa, así que mientras los últimos murmullos de la caravana parecían alejarse, él se entretenía jugando con aquel pedazo de tela que seguía sin saber dónde poner.

Cuando todo al fin estuvo en silencio en la vieja posada, Milo se dispuso a esperar solo unos minutos más para asegurarse de no ser sorprendido. Sin más que hacer y con el paliacate colgado en un hombro se dirigió hacia la ventana...


Tiempo aquel viendo a la distancia,
tiempo fue viendo al interior,

-Mamá...papá...-musitó nostálgico mirando hacia donde pensaba se hallaba su reino. La estancia con Camus era bastante divertida, pero ni un solo día había dejado de pensar o extrañar su hogar, a su familia.

Entonces un sonido agudo llamó su atención. Cuando giró la cabeza oyó una explosión, y ante sus asombrados ojos se presentó un estallido de luces doradas cubriendo el cielo, que poco después fueron acompañadas por tantas otras lucecillas de colores iluminando el firmamento.

Bajó la vista hacia la vacía avenida, comprobando que era tiempo se salir. Dando saltos alegres por las escaleras llegó a la planta baja, pero antes de abrir la puerta sacó de entre sus cosas el elegante antifaz que Camus le había entregado hacía un par de horas. Así pues dejando expuestos solo sus brillantes ojos y los tersos labios, salió a encontrarse con ese mundo caótico y desconocido que parecía llamarlo.


tiempo que no me imaginaba
lo que me perdí.

De inmediato lo recibieron los acordes divertidos de instrumentos que jamás había oído. Curioso, avanzó hacia la parte iluminada de la plaza principal, donde un caos de voces y formas multicolores, llenaron de pronto sus sentidos.

Los bellos ojos del príncipe iban de un lado a otro, observando admirados creaturas de todos los colores y formas posibles reunidos con los humanos, riendo, brindando, bailando desordenadamente; mientras un olor exótico a frutas viajaba por el aire.

Aun atónito ante todas esas cosas que creía existían solo en los libros, se dispuso a mezclarse entre la multitud. Todo ahí era cálido en esa confusión de cuerpos que iban de un lugar a otro sin parar. Sintió a diversas manos posarse casualmente sobre sus hombros mientras rostros desconocidos lo saludaban con alegría.

Entonces la música aumentó de volumen, y al grito de lo que parecía ser un fauno todos dejaron las bebidas y comenzaron a tomarse de las manos.

Sin poderlo evitar, el joven príncipe quedó inmerso en aquella peculiar y alegre danza .."Izquierda, derecha, derecha, izquierda, sube la pierna...salto..."...pensaba el peliazul, mientras trataba de seguir el paso de aquella grandiosa multitud que entre gritos eufóricos, sacudía sus cuerpos al ritmo de la música.


Y hoy aquí viendo las estrellas,
y hoy aquí todo es claridad.

De pronto el ritmo de los acordes se aceleró, sumiendo a todos en un divertido frenesí.

Milo ya no pensaba, solo movía libremente su cuerpo sintiendo como cada nota vibraba dentro de sí. En algún punto, la enorme multitud formó varios círculos, dentro de los cuales uno a uno de los integrantes iba pasando a lucirse con sus mejores pasos. Cuando llegó el turno del heredero de Antares, este muy sonriente ingresó, y entre aplausos y gritos, movió seductoramente sus caderas, en tanto sus piernas parecían tener vida propia, y su larga cabellera se sacudía de un lado al otro dejando volar desordenadamente sus rizos.

Se sentía feliz y libre como nunca antes lo había estado.

Cuando se disponía a reintegrarse al círculo dando paso a otro bailarín, vio que lo esperaba de pie Camus con una linda sonrisa...


Desde aquí ya puedo ver
que es donde debo estar.

...y se veía tan hermoso.

-Bailas muy bien...-dijo el pelirrojo con las mejillas rojas de la emoción, poniendo muy nervioso al pequeño Antares quien agradeció contar con ese antifaz para disimular el tono rojo de su cara –Ven...-indicó de pronto tomándolo de la mano.

Así, juntos atravesaron la improvisada pista de baile, hasta llegar a unas mesitas con una gran cantidad de comidas y bebidas extrañas.

-Prueba esto- dijo el pequeño gitano ofreciéndolo una bebida negra con olor dulzón.

-¡Está muy rica!- gritó Milo encantado con su sabor. Ese fue el punto de partida para que comenzara a probar animado todos esos platillos descubriendo que cada uno era más delicioso que el anterior.

Entonces escuchó la suave risa de Camus.


Y la luz encuentro al fin,
se aclaró aquella niebla.

Tal vez fue por las luces de las antorchas, quizá por la pizca de alcohol que había ingerido, o quizá por ese cielo lleno de estrellas, pero Camus se veía realmente precioso, radiante con aquella sonrisa tierna.

¡¡BUM!!...resonó fuerte su corazón.

-¿Ocurre algo?- cuestionó el pelirrojo curioso buscando la esquiva mirada turquesa.

¡¡BUM-BUM!!...siguió golpeteando su corazón, mientras sentía un gran nerviosismo recorrer su cuerpo, haciéndolo actuar con torpeza.

-¿Te sientes bien?- cuestionó Camus poniendo la mano sobre su frente.

Solo eso bastó para que un alterado Milo se estremeciera, haciendo saltar su bebida.

-¡Cuidado Milo!- dijo el pelirrojo quitándole el vaso de las manos...-Vaya te has manchado un poco –y sin más comenzó a limpiar su rostro con un pañuelo.


Y la luz encuentro al fin,
ahora el cielo es azul.

¡¡¡BUM-BUM-BUM!!!... ¡¡¡BUM-BUM-BUM!!!... ¡¡¡BUM-BUM-BUM!!!

Su corazón ya no latía, sino que daba fuertes brincos en su pecho, mientras la cálida mano de Camus acariciaba tentativamente su rostro al tiempo que lo limpiaba.

Entonces fijo sus turquesas en la observación del otro. Su lindo y delicado rostro, sus ligeramente sonrojadas mejillas, su largo y lacio cabello con olor a vainilla...y sus ojos, esos grandes y hermosos ojos que lo miraban firmemente.

-¿Pasa algo?- cuestionó con inocencia Camus.



Es real brillando así,
ya cambió la vida entera.

De pronto el mundo se detuvo. No había sonido, ningún ruido, y todo lo demás parecía haber desaparecido...Solo estaban los dos, y ese incesante latino en su pecho.

Y en ese preciso y precioso instante lo supo...ya nada sería como antes, pues ahora no quería ni imaginar un futuro donde no pudiera ver todos los días esa bella sonrisa.



Esta vez todo es diferente,
veo en ti la luz.

-Camus- musitó sumamente avergonzado por sus propios pensamientos, y esos nuevos sentimientos que inundaban su cuerpo –Yo...

-¡¡Camus, muchacho, por fin te encuentro!!- exclamó un muy feliz Ralph -¡¡Ven conmigo, ya es momento de tu actuación!!- expresó animoso guiando a un asustado pelirrojo hacia la enorme tarima central.

Y en medio de todo aquel caos multicolor, Milo no pudo apartar sus ojos de él mientras se alejaba, sintiendo que incluso a esa corta distancia ya lo extrañaba.


Tiempo aquel, persiguiendo un sueño
tiempo fue en la oscuridad,
tiempo que no había visto como
es la realidad.

Mientras arriba de la tarima el viejo Ralph decía algunas palabras, Milo se sentía como sumido en un sueño, una loca y bella fantasía de la que no quería despertar, porque ahí estaba él...ese hermoso y misterioso chico que con pasos lentos avanzaba hasta el centro de la tarima.

El público estaba en completo silencio, expectante. Entonces comenzó a sonar una suave melodía, mientras Camus subía lentamente uno de sus brazos, y cuando su mano quedo apuntando hacia el cielo, emergieron de ella muchas lucecitas blancas que bajaron rodeando su cuerpo. Así su baile inició...



Él aquí, luce como estrella,
él aquí, todo es claridad.

Bajó los brazos a la altura de su pecho, dio un giro, un saltó, un giró de nuevo, y con sus piernas siguiendo el compás, atravesó la pista engalanándola con sus gráciles movimientos, giros, piruetas, que hacían a las pequeñas lucecitas viajar de un lado al otro de forma rítmica.

Era simplemente perfecto, y tenía a todos completamente hechizados con esa forma elegante y delicada en que su cuerpo parecía fluir al ritmo de su dulce canción.

Milo no supo en qué momento había atravesado el largo camino al improvisado escenario, pero para cuando se dio cuenta estaba justo frente a la tarima, con sus manos sobre la superficie de la madera, mirando fascinado a ese hermoso pelirrojo sacudir su larga cabellera al compás de los delicados y seductores movimientos de su cuerpo, sus caderas, sus brazos, sus piernas.

Cuando el baile terminó, estallaron los aplausos y vítores, mientras un exhausto y avergonzado pelirrojo, agradecía inclinándose humildemente.

El príncipe de inmediato corrió hacia las escaleras de la tarima, dispuesto a ser el primero en recibirlo.

-¡Estuviste increíble!...-gritó eufórico ayudándolo a bajar.

Al oírlo Camus se apenó mucho más, por lo que fue incapaz de sostenerle la mirada sin estremecerse por esa brillante sonrisa.

-Vamos- dijo esta vez Milo tomándolo de la mano, sintiendo en el acto como un extraño cosquilleo subía por su brazo y se regaba por todo su cuerpo, por lo que apretó los labios mientras lo guiaba lejos de ese gran gentío que a cada pasó los frenaba con sus muestras de admiración y felicitaciones.


Si aquí está es fácil ver
que aquí hoy quiero estar.

Finalmente, alejados de todo el ruido y la exuberante fiesta, se encontraron de pronto en las afueras de Santuario, donde reinaba la paz y el silencio.

Sin soltarse de las manos, se recostaron sobre pasto fresco para mirar las estrellas.

-¿En qué piensas?- preguntó repentinamente Camus con su mirada fija en el cielo.

Milo suspiró, sin ser capaz de explicar todas las cosas que sentía en su pecho.


Y la luz encuentro al fin.

Sin saber que otra cosa hacer, apretó su mano cariñosamente, atrayendo la atención de Camus que lo miró interrogante.


Se aclaró aquella niebla.

No habló, se mantuvo callado con la mirada perdida en algún punto del firmamento. Fue entonces que sintió como Camus respondía con un ligero apretón, haciéndolo voltear muy sorprendido.


Y la luz encuentro al fin.
Ahora el cielo es azul.

-¿Ocurre algo?- preguntó Camus ladeando ligeramente el rostro.

Éste simplemente sonrió –Estoy tan feliz de estar aquí...contigo...


Es real brillando así,
ya cambió la vida entera.
Esta vez todo es diferente,
veo en ti la luz.

-Camus-musitó Milo completamente sonrojado –Sobre el juego...si no logras atraparme, como premio, ¿puedo pedir lo que sea?

Camus asintió extrañado.

-Un beso...solo eso quiero...-dijo mirándolo nerviosamente con sus turquesas emocionadas, poco antes de que su cuerpo comenzara a brillar y entre pequeñas chispas de luz volviera a transformarse en ese lindo escorpión.

-Claro Milo...-respondió Camus muy avergonzado cargándolo entre sus manos para colocarlo junto a su corazón.

Veo en ti la luz.

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