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EL LIDER DEL NORTE
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Narradora Pov
—Me encargaré de comunicarme con la reina Sucy acerca de la visita que harás dentro de treinta días. Necesito que te encargues de hablar con la organizadora de las fiestas para la celebración de Alice. Tendrá cinco años y dentro de otros cinco años haremos lo mismo. Sabes cómo funciona, mi rey.
Diana asintió mientras seguía con la mirada, como su reina se movía de un lado a otro en la habitación donde llevaba a cabo el trabajo correspondiente.
—Por lo redactado en el libro, algunas personas están de acuerdo en unirse a nosotros...
—Y no podemos aceptarlos —le interrumpió—. Necesitamos esas tierras para diez mil personas. No permitiremos que hayan más de las que intentamos darle territorios para que construyan sus hogares.
El rey no estaba de acuerdo en despojar a todas las personas de sus casas.
—¿Y a donde irán?
—No lo sé, y no puedo darle importancia.
Diana la miró sorprendida por su respuesta.
—Mi reina hay personas con familias.
Akko suspiró y giró a verla.
—Lo sé, Diana. La frontera se ha cerrado para no concederle el paso a más de lo que podemos mantener. Las tierras de Ulabel serán tomadas de regreso, pero con el simple motivo de que todas las personas que habitan en ese lugar abandonen sus hogares en paz. Sino lo desean así, entonces usaremos la fuerza.
—Akko yo...
—Diana —cortó nuevamente, imaginando lo que diría ahora su rey—. No sobrepasaremos nuestros límites. La magia es un buen recurso para tratar de expandirnos, pero recuerda que esas tierras son dados a los reinos Biraz que están gobernados por reinos más grandes que se voltearán en nuestra contra por tomarlas de regreso —explicó—. Así son los reyes —concluyó.
—Estaba pensando... hablar con esos reyes, personalmente —aclaró—. Podríamos llegar a un acuerdo.
—No tenemos tiempo para eso, Diana.
—Será una charla rápida —dijo, tratando de convencerla—. El reino de Nuster está a unos pocos días a caballo.
Akko suspiró pesadamente.
—Si hay una oportunidad —continuó—, de darle hogares nuevos a esas personas fuera de nuestras tierras, entonces... me gustaría tomarla.
Silencio. La reina la miró fijamente con sus manos en la cintura. La mirada del rey era de súplica, pero mantenía seguridad. Pasó un minuto más y, nuevamente Akko inhaló y exhaló de manera pesada, pero esta vez lo hizo con resignación. En verdad, a ella le gustaba complacer a su rey.
—No llegarás imprevistamente. Después de la celebración que se llevará a cabo en la sala de gala, avisaré de tu visita y esperemos acepten tu ida. Recuerda que el reino de Bernicia no ha tenido una comunicación tan... continua con el reino de Nuster. Ese reino ha estado siempre aislado de los demás para evitar cualquier problema o alianza cero beneficiosa. Tienes que tener cuidado con las palabras que dirás. A ellos no les importará que vengas de un reino más grande, y que seas una bruja.
Diana asintió sonriente conteniendo las ganas de abrazarla. Sus puños estaban cerrados implorando que la reina se suavizara para poder hacer lo que deseaba. Y, obviamente, Akko, lo notó y exhaló, para luego extender sus brazos y recibir a su rey con mucha afectividad.
—Nuevos cambios vendrán —susurró Diana.
—Esperemos sean buenos —le contestó Akko en el mismo tono.
—Lo serán, mi reina.
—No puedes asegurar eso. El futuro es impredecible, y no deseo que las decisiones que vayamos a tomar en el presente afecten de manera negativa.
—Eres una hermosa e inteligente reina. Las decisiones que vayas a tomar siempre serán para beneficiar el reino.
Akko se rio.
—Influyes en mis decisiones —le recordó.
Diana hizo un leve puchero y apegó más sus cuerpos. Duraron sólo unos minutos más en ese afectuoso abrazo que Diana imploraba que no terminara, sin embargo, su reina la separó con delicadeza y le acarició su mejilla sonriéndole dulcemente.
—Ve a preparar lo demás. Me encargaré de lo otro. Y recuerda cumplirle el "deseo" a mi madre. Se lo debes hace una semana.
«Oh no...» Akko se rio nuevamente y agarró los papeles que había dejado a un lado. Cuando levantó la cabeza para ver de nuevo a su rey y despedirla antes de que se retirara, fue interrumpida por un corto beso en sus labios que la tomó por sorpresa.
—Tenemos unas tierras en el norte.
—Déjame adivinar. Quieres visitarlas —dijo con una sonrisa disfrutando de la cercanía de sus rostros.
—Si es posible, me gustaría hacerlo lo más antes posible.
—Esas tierras no tiene un rey Biraz, y tampoco se le ha visto un líder. Sin embargo, estamos primero con las tierras de Ulabel. Hagamos una cosa a la vez, mi rey.
—No tenemos tiempo, mi reina. Permítame prepararme para darle un pequeño vistazo y volveré enseguida.
Akko rio suavemente. No podía tomarla en serio cuando sus labios estaban a unos pocos centímetros. Se impulsó levemente y le dio un beso corto que fue, obviamente, correspondido.
—Tengo una condición.
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—¿Qué hacemos aquí? —preguntó curiosa la pequeña.
—¿Tienes frio, mi princesa? —dijo con tranquilidad.
Alice negó la cabeza. Ella estaba bien acurrucada en el pecho de su madre.
—Venimos a ver unas nuevas tierras.
«Donde siempre invierna», se dijo. Hacia frio; demasiado frio. Y, Diana quería utilizar su magia, pero no deseaba llamar la atención, ya que el hechizo que tenía pensado usar era uno que creaba una llama de fuego en la palma de su mano. Estaba algo oscuro y algunos habitantes se encargaban de hacer guardias como cavernícolas.
Akko había aceptado que emprendiera su viaje a caballo al día siguiente, con la condición clara de no llamar la atención y pasar desapercibidas. Y Diana lo cumpliría.
—¡Mira mamá! —gritó Alice.
Oh bueno... lo intentaría. Rápidamente Diana se ocultó detrás de un gran árbol escondiéndose de la persona que escuchó la voz de su hija. Sin embargo, al oír unos pasos acercándose no tuvo otra opción que crear un hechizo de camuflaje para las dos; no obstante sus pasos en la nieve se veían con claridad.
Diana lo notó enseguida antes de que el hombre se acercara y las descubrieras. Y, nuevamente con la misma velocidad creó una ilusión, bastante real, de un oso. El hombre se volteó agresivamente y frunció el ceño, para luego correr a atacarlo.
El rey de Bernicia, se permitió respirar con alivio.
—Mi princesa, debemos guardar silencio —le recordó con sutileza.
—Lo siento... —musitó.
«Es tiempo de volver», pensó refiriéndose a ir a refugiarse en la cueva que había encontrado con anterioridad, dejando en el lugar una fogata ya hecha.
Diana no solamente fue a ese lugar a "visitar". Obviamente su otro motivo era "inspeccionar" esas tierras que también le pertenecían al reino de Bernicia, y también llevar a Alice fue una opción favorable para ella, puesto que, su hija vería y aprendería más del exterior.
Las tierras del norte, eran donde nacían y entrenaban a los "ladrones".
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—¿Te sientes bien, mi princesa?
—Shi —contestó con la mejilla derecha llena de carne de pollo.
Diana sonrió y se colocó a un lado de ella para acercarla a su cuerpo y compartirle de su calor corporal. Ellas, estaban escondidas en la cueva no muy lejana del enorme pueblo que habían visto por unos cortos minutos. A Diana le hubiera gustado ver más, pero no podía acercarse como quería.
Tenía que ser precavida y no dejar verse por nadie. Esa fue la condición que su reina pidió. En cierta parte, Diana, se sentía complacida de que Akko aceptara sin hacer tantas preguntas o poner muchas objeciones. Eso significaba que la reina empezaba a confiar más en su persona.
En su mente pensaba lo que haría dentro de una semana. Visitar el reino de Nuster para llegar a un "acuerdo" justo. Diana dudaba un poco de su objetivo, pero no costaba nada intentarlo. Sin embargo, les valdría a ellos si llegaran a negarse de apoyar a las personas que perderían sus hogares.
Le gustaba su magia, pero no le gustaba utilizarla para esos "motivos"; no obstante, si era necesario lo haría sin dudar. Además, ya lo había hecho varias veces.
Era tonto lo que pensaba en ese momento acerca de la magia y el uso que le podía dar, pero le gustaba analizarlo a detalle cuando se encontraba "sola". Tenía ese tiempo para dedicárselo a esos tipos de pensamientos donde claramente su hija no le daría importancia.
Ella estaba comiendo tranquilamente de lo que había preparado, y luego descansarían en unas camas que había achicado Diana, a un tamaño favorable, para traerlas. La magia en sí, poseía sus beneficios.
La cueva era amplia y grande. Cuando la encontró pensó que alguien podía estar viviendo dentro de ella, pero le sorprendió que nadie lo hiciera, puesto que había visto el comportamiento de esas personas.
En ese tiempo que pasó, no se percató de que Alice había acabado, limpiado sus manos, bebido del vaso de agua y recostado su espalda contra su vientre, donde la encontró a punto de dormirse. Con cuidado, la cargó en sus brazos y utilizó su magia para poner el único colchón grande que había traído para las dos.
Nuevamente con la misma delicadeza, abandonó a Alice en el colchón y usó su magia para traer la sabana que eran fabricadas, por las mujeres encargadas de ese trabajo, con lino rellenos de plumón de ganso.
Juntas se dispusieron a descansar en espera del día siguiente. Diana tenía intenciones de inspeccionar un poco más aquel lugar antes de retirarse al atardecer.
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Lentamente los parpados del rey de Bernicia se abrieron. Había dormido bien y el frio no era tan insoportable como pensaba. Sin embargo, cuando sus ojos se acostumbraron a la pequeña luz tenue que se adentraba en aquella cueva, no se percató que en la noche alguien había intentado robar de las pertenencias que estaban en la bolsa de su caballo, pero fue detenido por la magia que rodeaba al animal.
Diana miró a su lado asegurando que Alice se encontrara junto a ella. Y, al no verla se espantó. Comenzó a buscarla por toda la cueva y salió con prisa al no encontrar ningún rastro de ella.
En la cima donde se encontraba, observó el horizonte en busca de la pequeña. Su corazón latía con prisa y sus nervios comenzaban a hacerse presentes. «¿Dónde estás? ¿Dónde estás? ¿Dónde estás?», se preguntaba repetitivamente en su cabeza.
—¡Alice! —exclamó sin importarle que alguien la escuchara, y luego se movió bajando con rapidez el camino inclinado.
Al llegar en tal sitio que estaba el caballo distinguió a la distancia a la pequeña cerca del rio congelado que tenía una cascada igual de congelada. Ella estaba asombrada de su nuevo hallazgo que no le había prestado atención a la persona que se acercaba atrás de su espalda con una espada.
Claramente Diana lo notó. Agarró la espalda que el animal cargaba consigo y, nuevamente empezó a correr. Justo en el momento que, el hombre alzó y bajó la espalda, ésta chocó contra el acero de la otra que se interpuso.
El hombre quedó asombrado, no la había visto llegar al estar concentrado en su pequeño objetivo. Alice se volteó asustada y observó como enseguida, su madre usaba su magia para levantar en el aire al hombre que intentó herirla.
La magia lo envolvía por completo y, cuando estuvo a punto de perder la consciencia por la falta de aire, Diana, lo soltó y su cuerpo cayó sobre la nieve, provocando que sus pulmones empezaron a buscar desesperadamente aire.
Diana lo miraba con enojo y, en el momento de acercarse, escuchó un grito de advertencia.
—¡No te muevas!
El rey de Bernicia se paró con firmeza y sacó ligeramente su pecho observando a la cantidad de arqueros que la tenían en la mira. Un señor de aproximadamente cincuenta años se acercó lentamente con un palo de madera que utilizaba como soporte para caminar.
—¿Qué hace la bruja por estos lugares? —preguntó curioso una vez cerca y, seguidamente acarició los pelos fríos de su barba blanca.
—¿Quién eres?
—Estás en nuestro territorio —dijo ignorando la pregunta reciente.
Diana quiso reírse por las agallas que tenía al dirigirse a ella de esa manera, pero no lo hizo. Se mantuvo firme con sus defensas altas.
—¿Quieren acompañarnos? Nos gustaría escuchar la asombrosa historia de tus hazañas, bruja de Bernicia —dijo con una sonrisa que no trasmitía alguna confianza.
Era obvio que Diana lo rechazaría. Ella no dejaría pasar que uno de sus hombres intentó asesinar a su hija. Si algo le hubiera pasado, Akko no se lo perdonaría y ella tampoco lo haría; su reina amaba demasiado a Alice, y ella también.
—Soy el rey de Bernicia. Mis intenciones contra ustedes no son malas.
Todos se echaron a reír, menos el señor.
—¿Qué te hace creer que vamos a creer esa vil mentira? Eres una bruja y tu magia es peligrosa. Esa niña —incluyó mirando a Alice. Diana de inmediato le tapó la vista con su cuerpo—, es una más.
—Me retiraré con mi hija. Y será mejor que se hagan a un lado. Todos ustedes —aclaró observando de reojo a los arqueros.
—Déjame pensarlo... No.
Diana se sintió indignada, pero no lo mostró. Mantuvo su postura firme y semblante serio.
—Conoces mi historia. Entonces sabrás que no debes provocarme.
El sonrió con euforia y su risa no demoró en escucharse.
—Muéstrame. ¡Alúmbrame! —gritó con emoción extendiendo sus brazos a los lados.
El ceño de Diana se había fruncido ligeramente y sus ojos captaron los movimientos de los arqueros. Rápidamente con una sola acción, causó un enorme viento helado que los alejó y lastimó, no severamente, a todos.
Moviéndose otra vez con rapidez, tomó a Alice de la cintura; corrió hacia el caballo; lo montó con su hija en brazos; y lo puso a andar enseguida, logrando escapar de ese lugar, pero con una discusión en su cabeza.
Lo ocurrido sólo había complacido aquel anciano de cuerpo corpulento.
A una distancia lejos, Diana disminuyó el andar del caballo hasta detenerse por completo. Al estar quieta, examinó a Alice asegurándose de que no tuviera algún rasguño. La niña estaba temblando mientras se aferraba con fuerza a su cuerpo.
—Esta bien, mi princesa —le dijo de la manera más suave posible—. Estamos a salvo —aseguró, y luego besó su cabeza.
Diana permaneció un tiempo en esa posición tratando de calmar el comienzo del sollozar de su hija. La situación la había asustado, pero no era la única. Si ella no hubiera llegado a tiempo... «No». Ella llegó a tiempo y la salvó, era lo que importaba. Alice estaba bien y se encontraba en sus brazos.
No obstante, de tan sólo recordar como su sangre se hirvió la hacía sentir otra vez enojada con aquel hombre que intentó hacerle daño. Ella quería matarlo, pero no lo hizo; sin embargo... esas preguntas que aparecieron en su cabeza una vez que escapó, se hicieron presentes nuevamente.
«¿Quién era ese tipo? ¿No se supone que esas tierras no tenían un "rey"?». Claramente ellos no tenían un rey; ellos tenían a un líder.
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Fin del Cap. 9 (El líder del norte)
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