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HERMANAS

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Narradora Pov

—Oye, Diana. ¿Cuándo dejarás ese libro y jugarás con nosotras? —preguntó con una sonrisa en su rostro.

Ella suspiró resignada y lo guardó.

—Ya voy...

—¡Bien! ¡Vamos, apúrate! —exclamó, extendiendo su mano.

Diana la tomó y se puso de pie.

—El juego consiste en que debes atrapar al ladrón. Somos los cuidadores, y todas ellas. —Señaló a las demás—. Son las ladronas, ¿entendiste?

—Sí.

Diana se colocó en posición.

—¡¿Listas?! —les gritó.

—¡Sí! —contestaron las niñas a la distancia.

—Las reglas son simples: no las jales por la camisa, solo agárralas por las manos o brazos, y no la lastimes. Cuando las atrapes las traerás aquí, y ellas no podrán escapar hasta que otra ladrona toque su mano. Para que eso no ocurra yo vigilaré el lugar.

—Entiendo —dijo y amarró su cabello rubio en una coleta baja.

—¡Uno! ¡Dos! ¡¡Y tres!!

Las niñas comenzaron a correr en diferentes direcciones, Diana visualizó rápidamente a una de cabellos amarillos y corrió hacia ella. Era rápida y algo ágil, pero le faltaba esforzarse más para que no la alcanzara.

La primera niña fue capturada.

—Eres muy rápida —dijo con cansancio.

—Gracias —le respondió sin mirarla, llevándola de la mano a donde estaba su compañera de equipo.

—¿Cómo te llamas?

—Diana, ¿Y usted? —preguntó, observándola de reojo.

—Luci.

El juego fue sencillo, pero agotador, cada vez que tenía a cinco atrapadas en el lugar, una de ellas se escapaba porque una persona no cuidaba muy bien del "calabozo".

En total eran diez niñas y solo había ocho; las otras dos estaban escondidas.

«Cinco minutos», pensó. Era lo que faltaba para que el receso acabase.

Al final las capturó a todas.

«Quiero agua... Mucha agua...»

Había corrido demasiado, y la única persona de su equipo no ayudó en mucho.

Vigilar y no hacer nada, no era una tarea.

Despojó su botella del bolso de cuero y la tomó enseguida, saciándose casi por completo.

—Buen trabajo, Diana —le dijo dándole un golpecito en el hombro.

—G-gracias...

—¿Estás muy cansada?

—Demasiado... —dijo y devolvió la botella a su lugar.

—Hoy te invito un dulce de la panadería por tu esfuerzo, ¿Quieres?

Ella le sonrió y Diana la imitó tirándose aire con la palma de su mano.

—Sería grandioso.

«Y el calor no ayuda en nada».

—¡Va! ¡Cuando salgamos de aquí iremos a la panadería más cercana! Mi mamá me dio mi mesada, ¡Así que comeremos muy bien!

***

Las personas estaban reunidas, tanto los antiguos y actuales reyes de la Baja Borgoña, Betraña, el heredero y la reina de la Alta Borgoña, la siguiente al mando de Bernicia; la misma reina del Bernicia; y los caballeros reales más cercanos.

El hechizo había dado inicio hace unos minutos, y la luz que emanaba y apuntaba directamente al cielo, era sumamente escandalosa. Sin contar los sonidos del crepitar, la fuerza de la ventisca y el comienzo de los relámpagos chocar contra el suelo.

Los presentes se cubrieron con sus brazos, observando el crecimiento y el aumento de la magia que los rodeaba. No evitando que, en ese momento, esas sensaciones provocadas viajaran por cada parte de su cuerpo, recordándoles un suceso crucial que marcó e hizo historia.

La reina de Bernicia, Atsuko Kagari, miraba con severa preocupación las acciones de su rey, rememorando una conversación anterior y un momento compartido.

Esto era lo que ella quería; esto era lo que buscaba.

Y Akko no deseaba nada más en el mundo que ver a la persona que amaba feliz, otra vez.

Los parpados de Diana se cerraron, sus brazos se posicionaron a cada lado, desprendiendo cada vez más la energía de su magia y causando que sus pies lentamente dejaran de tocar el suelo.

Y al abrir sus ojos, estos brillaron de un intenso color azul, opacando por completo la parte blanca que prevalecía.

"Quiero esto, esto y esto". Fue señalando cada uno de los dulces. "Dos botellas de agua de vidrio y..." Ella volteó a verla.

"Solo uno de estos, por favor".

"Enseguida".

"Dime, ¿Hiciste algunas amigas cuando jugamos?"

Los caballeros reales miraban; los reyes, miraban; las princesas y los príncipes, miraban. Y dentro de poco, todo el mundo también lo haría.

"La amistad, la calidad de vida dependerá, en gran medida, de con quién hayas decidido pasar tu tiempo. El perdón, aquellos que no pueden perdonar fácilmente, no disfrutaran de muchos amigos. Trata de ser mejor que los demás. Honestidad-".

"Para, para. Esto es lo que debe hacer un caballero, ¿verdad?"

"Es lo que se debe saber y hacer".

"Yo digo que uno debe ser lo que quiera–"

"Podrías hacerlo ahora mismo, porque no eres un caballero".

"Hay que cumplir reglas y ordenes, recuerda eso".

"Para sólo tener seis años sabes mucho". Ella sonrió.

"Tenemos la misma edad, pero con diferente mentalidad", dijo con burla.

"Eres el cerebrito y pronto serás... ¡El mejor caballero de todos los reinos!"

El sonido repentino de las rocas desmoronarse, el canto de las aves silvestres y el aullido de llamado de los lobos, resonaron e hicieron estremecer los muros que cubrían el castillo.

Sin embargo, lo que más llamó la atención de todos fue la voz que se escuchó entre el remolino de viento que la cubría bajo el manto de las nubes del cielo oscurecidas.

Eran sus recuerdos.

"¿Te puedo pedir un favor?"

"Lo que quieras".

"Si mis emociones se llegan a descontrolar, sujétame".

"Eso lo sé. Eres de golpear lo primero que vez cuando sientes decepción, estrés, ansiedad o depresión. Estaré ahí para ti, no te preocupes".

"Muchas gracias".

Una figura parecida al rey se separó de su cuerpo, empezando a tomar una forma diferente.

"Descansa, mañana hay trabajo que hacer, pero tenemos el día libre pasado mañana y adivina, ¿Quién es la niña que está de cumpleaños?"

"Estúpida".

"Saldremos al pueblo de día, ¿Estás de acuerdo?"

"Me parece bien, me ayudará a distraerme y mandarle dinero a mi madre por el correo, pero aprovecharemos esa noche para unir tus recuerdos"

"Ten buenas noches, Diana".

"Duerme bien, Amanda".

—No puede ser... —murmuró el rey Valerius de la Baja Borgoña.

Unas resplandecientes luces de la nueva silueta salieron disparadas en direcciones distintas.

"¿Crees que ganemos esta guerra que está por venir?"

"¿Por qué dudas?"

"No lo sé."

"¿Y quién sabe?"

"Tengo miedo, Diana".

Diana colocó su mano en el hombro, apretándolo ligeramente.

"Tranquila, la ganaremos".

Lentamente, lo empezado llegaba a su final. Y el hada, quien había reducido su tamaño, observaba con detalles desde lo más alto del castillo.

"No quiero que llores, aunque sé que lo harás. No me encuentro a tu lado para hacerte una broma o apoyarte, pero, no olvides que, aunque este sin vida ahora mismo, te estaré cuidando, sea donde yo este, voy a permanecer contigo, recuerda que siempre estaremos juntas".

Un fuerte relámpago de color azul impactó contra el suelo, seguido de otros más pequeños que fueron cesando junto al torbellino de viento.

"Pero, si hemos ganado, ¡Celébralo en grande con los chicos y los reyes! Vive y haz tu vida, eres la mejor hermana y compañía que he podido tener. Me hiciste muy feliz al estar a mi lado en los momentos de mi vida. Cada sonrisa, risa, abrazos, chocadas de puños y sentimientos de cariño y alegría, los llevaré guardados en mi corazón y mente. Aunque fuéramos chicas, logramos superar las expectativas de todos, ¡Somos los mejores caballeros!"

El silencio abundó después que la calma llegara en una ola de fugaz.

El antiguo caballero que salvó y venció a más de cinco mil hombres en una guerra, ahora rey de Bernicia y madre de la siguiente generación de brujas, miró a la persona que estaba a su lado de pie con los ojos cerrados y con un atuendo desaliñado, pero reconocido.

Y sus esferas azules, se humedecieron con tanta rapidez que las abundantes lágrimas se hicieron presentes en sus mejillas.

"Me hubiera gustado asistir en tu boda con la princesa. Verte sonreír, feliz y coronada como: ¡El futuro rey de Bernicia!

Estos años que pasamos juntas fueron grandiosos. Te quiero mucho y agradezco la paciencia y cariño que has tenido conmigo. Sé que seré como una página bonita de tu historia. No se me da muy bien esto, pero, lamento haber tomado el barco antes, me fui muy temprano y no te esperé. Creo que entiendes la referencia. Bueno, para finalizar, solo tengo que decirte una cosa más:

Gracias por ser mi amiga".

—Ah...

Un quejido se escapó de sus labios y con gran pesadez estiró su brazo en su dirección.

"Somos hermanas, ¿Lo olvidaste?"

El rey de Bernicia lloró, sin importar la multitud; sin importar el cansancio. Sus brazos la alcanzaron.

"¡¡¡Amanda!!!".

El dolor y pesar se intensificó en su pecho, pero rápidamente cargó de un enorme alivio.

Diana la abrazó aferrándose a sus prendas.

"¡No vas a morir! ¡Y no desperdicies fuerza hablando! R-resiste... p-por favor".

Diana cerró sus ojos, apretándola con mucha fuerza.

"L-lamento h-haberte d-decepcionado, n-no s-soy tan f-fuerte. Eres... l-la mejor... a-amiga y h-hermana".

Sus dientes se presionaron y sus hombros temblaron.

"Por favor... no quiero que te vayas, no quiero perderte a ti también, quédate a mi lado... p-prometo q-que te protegeré".

Un suspiro lento escapó de unos labios, seguido de un leve movimiento; un respirar fue iniciado en inhalaciones y exhalaciones cortas y seguidas.

A la distancia, los demás las miraban sin palabras.

Y los ojos verdes que nunca esperaron ver nuevamente, se abrieron por primera vez en 8 años.

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Cap. 42 (Hermanas)

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