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CUATRO PALABRAS

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Narradora Pov

Una línea de sangre pintaba las paredes del castillo de la Baja Borgoña, junto con los lujosos pisos donde yacían caballeros enemigos y aliados sin vida. En las afueras, las personas continuaban muriendo y los únicos dos caballeros reales de Bernicia, estaban empezando a cansarse; sus músculos deliraban y sus heridas aumentaban.

Dentro de una de las habitaciones escondidas del castillo, se hallaban la antigua reina y el antiguo rey, junto con la actual y el rey de Bernicia. La nube que mostró lo ocurrido había desaparecido dejándolos en un pesado silencio.

La Baja Borgoña estaba cayendo a manos de uno de los reinos que antes tenía una alianza con Bernicia. El ceño del antiguo gobernante se frunció con fuerza a la vez que lágrimas de desesperación, tristeza e irá eran contenidas.

—Debí haberla acompañado —murmuró colocando sus manos temblorosas en el rostro. Josephine contuvo lo mejor que pudo su llanto recostándose de su hombro, Rosalie intentaba que sus emociones no salieran a flote, y Diana... no podía sentirse más responsable en ese momento; el reino caería y no podía hacer nada para evitarlo.

Leves ruidos de armaduras chocantes se escucharon en el pasillo subterráneo. Valerius tomó enseguida una de las espadas y se posicionó para luchar. Daría su vida, como su hija lo había hecho para defender a las personas del reino e incluyendo a la bruja. Su entrecejo se arrugó más cuando los pasos se escucharon cada vez más cerca y, en el momento que la puerta se abrió, levantó el arma.

—¿Q-qué haces, a-anciano?

Una ensangrentada reina se hallaba recostada en el marco de la puerta con el ceño fuertemente arrugado. Valerius soltó la espada y se acercó ayudándola.

—E-eres una... —susurró con el labio tembloroso. Sucy sonrió y pidió que la dejaran en el frio suelo. Y su madre enseguida se acercó con rapidez.

La herida que poseía era demasiado como para ser sanado, y el pequeño brillo escarchado de color azul que salía de esa zona iba disminuyendo. Diana la miraba con preocupación y sorpresa desde la cama. Deseaba moverse, pero no podía. Sus músculos desgarrados dolían excesivamente; un simple movimiento la haría sin dudar gritar.

—L-la p-poción —dijo con dificultad. Josephine la despojó de su cinturón y la extendió a Rosalie. La segunda reina se colocó de pie y la tomó, para después acercarse a Diana.

—¿Estás lista?

—¿C-cuánto tardará e-en dar efecto?

Sucy la miró débil y sonrió con esfuerzo.

—C-cinco minutos, b-bruja... ¡Argh! —exclamó apretando esa zona.

—No te esfuerces —pidió con dulzura su madre.

«Cinco minutos...» Sucy no tenía cinco minutos. Cada vez su respiración se hacía más lenta y profunda; cada vez más le costaba inhalar aire. El líquido rojo que la envolvía brotaba igualmente de sus otras heridas proveniente de sus labios, nariz, brazos y piernas.

Su mente regresó a aquel momento de dolor; a aquella muerte que todavía le seguida afectando y, cuando volvió a ver los amarillentos y humedecidos ojos de la segunda reina que sostenía la poción en su mano y miraba el mal estado de Sucy, lo entendió todo.

—¡Hada! —gritó ignorando el dolor causado—. ¡H-hada madrina! ¡Ah!

La mencionada apareció levitando cerca del suelo con sus brazos cruzados. Sus labios se separaron a punto de decir algo, sin embargo, al escuchar los fuertes gritos de hombres morir y luchar, los volvió a cerrar. Su cabeza se movió contemplando su entorno y, de inmediato reconoció la poción que tenía la mujer albina en su mano.

—¡S-sálvala! ¡Por favor, s-sálvala! —rogó.

Su mirada se dirigió a la persona que fallecía lentamente por una herida demasiado abierta. Tardó unos segundos en considerarlo, y en ese tiempo se dedicó a escuchar los débiles latidos de su corazón. El hada tocó suelo y se aproximó hacia Sucy; los antiguos reyes le abrieron paso observándola con inquietud.

Los parpados de la reina se abrieron con esfuerzo reconociéndola enseguida. Una sonrisa forzada se dibujó en sus labios.

—H-hola de n-nuevo... m-madrina —dijo con diversión ganándose una mirada gélida de su parte.

—Quiero decirte que mis palabras dichas en aquel día siguen en pie —aclaró—. Te dolerá.

Una risa acompañada de quejas de dolor se escuchó en la habitación.

—H-hazlo... de una v-vez.

El hada extendió sus manos y cerró sus ojos. Sutilmente inhaló y exhaló, lista para comenzar.

—La poción —susurró Rosalie.

Diana la miró con dolor y con su ayuda la bebió por completo.

—¡Argh...! —ahogó la reina captando la atención de los demás.

Su cabeza se agachó y sus puños se cerraron. Las venas de sus brazos y piernas notoriamente brillaron de un intenso color verde. En la profunda herida de su abdomen se podía ver los tejidos de su cuerpo y de su piel reconstruirse con lentitud.

Lágrimas salieron de sus ojos y sus piernas débilmente respondieron sintiendo esa poca energía llenarla, pero una vez el hechizo terminó se permitió respirar; no obstante, aún leves pulsadas le causaban una horrible aflicción.

El hada se colocó de pie y la observó desde arriba.

—Estás estable, pero tendrás consecuencias —avisó y movió su mano atrayendo la botella de la poción vacía a su palma. Examinó el poco contenido y lo abandonó con algo de fuerza en la mesa donde se encontraba un árbol mágico—. Tú. —Giró a verla—. Conoces el resultado que tendrás.

Diana asintió y Rosalie se apartó al verla ponerse de pie.

—¿Me ayudarás?

—Siempre lo hago, ¿no? —Exhaló—. Pero no te acostumbres. Te dije el motivo por el cual debías llamarme y, obviamente no era para esto —dijo.

Diana le sonrió.

—Te agradezco por darle otra oportunidad.

—No hagas que me arrepienta. —Se dio la vuelta—. Vamos.

El rey dio dos pasos al frente y se detuvo junto al cuerpo de la reina. La levantó cargándola como lo que era.

—¡¿Q-qué e-estás h-haciendo?! ¡B-bájame! ¡Urgh! —exclamó molesta, adolorida y avergonzada.

Diana se rio y la acostó con cuidado en la cama que antes estaba, para luego tomar distancia y mirarla con una sutil sonrisa.

—Hiciste un buen trabajo —dijo y extendió su puño—. Es momento que haga mi parte.

Sucy levantó una ceja mirando con extrañes y dolor su mano. Exhaló segundos después desviando la mirada.

—C-como sea. Solo no... m-mueras.

***

—Sigamos mirando —pidió Lotte—. N-no puede estar muerta —dijo con miedo.

Akko frunció el ceño y bajó la mirada. La nube creada frente a sus ojos había desaparecido en ese preciso momento. «Sucy...» Sus parpados se cerraron e imágenes del pasado se presentaron en su mente. No quería demostrarlo, pero le dolía el solo hecho de pensar que no estaría a su lado; no obstante, sabía cómo era. No podía desconfiar de ella tan rápido.

—Iré a la Baja Borgoña cuando reciba una noticia de mis primeros caballeros —avisó. Lotte y Hannah la miraron con sorpresa—. Diana está con ella —les recordó mirándolas a las dos—. Y no puedo dejar a mi rey sola.

—Es peligroso, Akko.

—Lo reconozco y tomaré la responsabilidad.

—Alice te necesita.

La reina sonrió.

—No pienso dejar a mi hija sola.

Lotte asintió confiando en sus palabras, sin embargo, Hannah no estaba del todo convencida.

—Tendrán a cinco mil caballeros de Bernicia en sus tierras y permanecerán hasta una nueva orden.

Las reinas se colocaron de pie.

—En este momento —continuó—, las necesito más que nunca.

***

«Que extraño...», pensó observando los papeles frente a sus ojos. Habían pasado tres días desde la ida de las reinas y faltaba poco para que recibiría una carta de su padre. Ella quería conocer el estado de la Baja Borgoña, pero no utilizando la magia, aun pese a que sabía la razón por la cual funcionó de manera repentina en esas tierras.

Diana había creado otro árbol, cuando no debió hacerlo, para encontrar a las falsas brujas. Otra vez había desobedecido a sus palabras y la reprendería cuando la encontraran; eso sí seguía con vida. No quería pensar en alguna posibilidad negativa, sin embargo, no podía descartar ese hecho.

Tres días; tres noches que no había descansado. Su mente trabajaba en contraataques diferentes contra el reino de Dunot, pero ninguno le parecía bueno. Necesitaba algo más para acabar con esas tierras de una vez por todas; de nuevo, tenía las intenciones de demostrar el poder de Bernicia.

«Diana está con Sucy...», se dijo. «Diana está con Sucy. Diana está con Sucy». Sus manos temblaban y el toque de la puerta la sobresaltó.

—Adelante...

La antigua reina, Isabella Kagari, ingresó a la habitación con una carta en sus manos. Al verla, se levantó y se acercó con prisa. Por la mirada que le dedicaba su madre, no parecían ser buenas noticias.

Con cuidado abrió el sobre y leyó lo contenido. Sus parpados se abrieron en grande y sus manos arrugaron la hoja.

—Akko —llamó con sutileza, no obstante, la reina no respondió.

Su ceño se frunció en preocupación, y con un movimiento leve la guio al sofá del lugar donde juntas tomaron asiento y permanecieron en silencio por unos largos minutos.

—¿Por qué está pasando esto...?

Isabella evitó contestar.

—¿Por qué las personas...?

—¿Son unos engreídos, envidiosos y maleducados? —dijo y Akko alzó la cabeza para verla sin energías. Isabella tomó sus hombros y le regaló leves caricias—. Ser reina es una tarea pesada, ¿no es así?

—¿Todo esto... por Diana? —Le parecía tonto.

—El amor tiene un alto costo, pero, no todo tiene que ser de esta forma.

Akko la observó con un hilo de esperanza.

—Eres una reina. Una hermosa reina. Cuando coloqué mi corona en tu cabeza, no dudé en ningún segundo de que serías una grandiosa gobernante. Tal vez las cosas no están saliendo como esperabas, pero recuerda que de--

—Dentro de las noches más oscuras, existe la confianza de que habrá un nuevo amanecer.

Isabella sonrió.

—Y no estás sola. Tienes a Alice, Diana, tus amigas, a mí y a tu impulsivo padre.

Akko se rio por eso último, seguidamente la antigua reina la acercó más a su cuerpo arropándola con sus brazos.

—Somos una familia, y juntos sobreviviremos a la más temible tormenta.

La castaña bajó la mirada y disfrutó de su sutil calidez. Por primera vez en ese día se permitió respirar; estaba tan agobiada que no había tenido ni tiempo para comer y, seguramente Alice la extrañaba demasiado.

—¿Qué pensaste en ese momento? —preguntó arrugando su prenda—. Cuando te dije quién me gustaba.

—Tu primer latir... Estaba preocupada y sorprendida. No creía en esa leyenda que una vez me contó mi madre.

—¿Mi padre...?

—No —la interrumpió—. Alcides no fue mi primer amor —dio a conocer con tranquilidad mientras acariciaba con lentitud la larga cabellera castaña frente a sus ojos.

—¿Entonces... quién?

Isabella suspiró.

—Era un chico apuesto; su cabello era gris y sus ojos marrones. Cuando lo vi por primera vez sentí un hormigueo por todo mi cuerpo, era realmente atractivo, y después de ver su sonrisa no pude evitar caer por completo.

—¿Y qué pasó con él?

La antigua reina la movió acostándola en sus piernas, Akko, agradeció el gesto, aun pese a que se sentía levemente avergonzada. Diana era la única que veía esa parte de ella y no deseaba parecer débil ante su madre; no quería que pensara que no fuera digna del puesto que le otorgó. No obstante, lo agradecía; su mente se sentía aliviada.

—Era un simple ciudadano. Mi madre nunca estaría de acuerdo con esa relación y... para impedir cualquiera desgracia tomé distancia.

—¿De qué tierras pertenecía?

—Del .

«Reino de Kandral...», repitió sorprendida. «El segundo más fuerte».

—No sé si sigue con vida, pero... no me arrepiento de tomar esa decisión.

—¿Por qué? Fue tu primer latir.

—Porque llegó un magnífico hombre con armadura que se arrodilló ante mis pies, aunque no lo amaba aprendí a hacerlo con el tiempo. Nuestra historia es un poco divertida, quizás algún día llegue a contártela.

Akko rio y se movió ligeramente tomando en cuenta su propuesta.

—Además, tuve una hija maravillosa.

—Una hija que está cometiendo muchos errores —dijo y se levantó para verla—. Muchos errores que están costándole la vida a personas inocentes y poniendo en peligro la de mi rey. —Su ceño se frunció—. Debí suponerlo. Ningún reino actual que haya tenido una alianza con Bernicia, es confiable. —Exhaló cansada—. Necesito volver al trabajo. Las tierras del Norte casi están terminadas y debo asegurar la vida de las personas que vivirán en ese lugar. He recibido una carta de Karat acerca de la situación actual y...

Isabella no le quitó la mirada y, Akko, al notarlo se detuvo, cruzó sus brazos y desvió la mirada.

—¿Tienes algo más que decirme?

La reina se puso de pie y se posicionó frente a ella.

—Los errores te ayudan a aprender y a crecer, no los veas de una forma negativa —dijo y apartó su flequillo para depositarle un pequeño beso y abrazarla. Las suaves caricias entregadas y el pequeño canto escuchado, provocaron que sus ojos rubies se humedecieran—. Eres la reina ahora y estoy segura de que podrás hacerles frente a todos estos problemas.

Su prenda fue arrugada, lágrimas fueron derramadas y un pequeño sollozar se escuchó en la habitación. Isabella sonrió con suavidad y cerró sus parpados compartiéndole más de su calidez.

—Estaré contigo, Akko. Mamá siempre estará contigo.

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Fin del Cap. 36 (Cuatro palabras)

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