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LA BATALLA DE CIDORIAL
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Narradora Pov
—¡Quiero a dos mil caballeros en la Baja Borgoña! —exclamó como orden quien había visto la catástrofe que se llevaba a cabo en ese lugar.
Una nube de color amarillenta que formaba un cuadrado perfecto le mostraba las vidas que se estaban perdiendo. Su mente calculaba el tiempo aproximado en que sus caballeros les tomaría en llegar, e incluyendo las pocas posibilidades que tenía de salvar a las personas que era asesinadas sin alguna piedad.
«Rey de Dunot...», pensó con clara molestia provocando que su pecho ardiera con intensidad.
—Diana está con Sucy, ¿verdad? —preguntó Hannah, igual de desesperada que la reina.
—Diana no puede usar magia —le recordó mientras trataba de calmarse.
«Piensa, piensa, piensa». ¿Existía algún método para que sus caballeros alcanzaran a apoyar a la Baja Borgoña? Por supuesto que no. El camino más corto y sin algún descanso, les tomarían tres días. Las cosas cada vez más se complicaban y le molestaba tanto el no haber pensado antes de un ataque tan obvio.
«Que desgraciado...» Lotte y Hannah trataban también de buscarle alguna solución a lo que pasaba, pero todo apuntaba a la caída del reino de la Baja Borgoña. En ese día habían visto el potencial de Bernicia, sin embargo, Bernicia apenas iba a empezar a distribuir a sus caballeros.
Y Lotte, temió lo peor en ese momento; ella había dejado a Barbara y a sus hijos en el castillo. ¿Era posible que estuvieran atacando igualmente a Betraña? No lo sabría hasta regresar a sus tierras.
Se sentía impotente. Akko se sentía con las manos atadas. Si el rey de Dunot cumplía su cometido, se demostraría una parte de vulnerabilidad de Bernicia. Akko no podía permitirlo; ningún reino aliado podía caer. Pero sus manos en verdad parecían estar amarradas, no obstante, su mente continuaba trabajando en busca de posibilidades.
—Es Diana —dijo Lotte.
Rápidamente su cabeza se levantó y observó lo que se mostraba. El rey estaba rodeada por unos doscientos caballeros frente a las puertas del castillo de la Baja Borgoña. Su caballo relinchó y su mirada se endureció.
La reina tembló; sus manos se agitaron y sus ojos se humedecieron al verla gritar de dolor por la magia utilizada. Por suerte, Sucy había respondido de inmediato tomándola en brazos para llevarla a un sitio seguro que estaba segura que no duraría mucho.
—Por los dioses... —murmuró Hannah con sorpresa; doscientos hombres habían muerto en tan solo unos segundos. «La fuerza del rey...» Le provocaba realmente escalofríos.
—Akko —llamó una persona ingresando al salón—. ¿Qué está sucediendo? Los caballeros se están alistando.
—Baja Borgoña y Dunot —respondió juntando sus manos en la frente.
Isabella miró lo que ocurría dibujando una expresión leve de horror en su rostro. Reconoció de inmediato la bandera roja con negro que se hallaba dibujado en las armaduras de los caballeros y que era cargada por otros. «Dunot...» El amigo de Alcides.
—Avisaré a tu padre.
—Iré también —habló.
—No puedes abandonar el castillo.
—Si, si puedo.
—Es una decisión precipitada.
—Lotte tiene razón —siguió Hannah—. Lo mejor sería planear un contraataque lo antes posible.
Su razonamiento era justo, pero sus emociones como el agobió y la desesperación le decían otras cosas. Diana estaba en el reino de la Baja Borgoña, resguardada por la reina, sin embargo, era seguro que no tardarían en encontrarlas. Además, si iba como deseaba no llegaría a tiempo.
Su ceño se frunció con más fuerza y su cabeza se agachó por unos largos segundos que parecieron minutos. Isabella aprovechó para retirarse, y Hannah y Lotte la miraron con impaciencia. Ella era la reina de Bernicia, el reino que poseía la mayor fuerza de todos y necesitaban de una orden superior e inmediata.
Akko suspiró calmando ligeramente sus temblorosas manos, a la vez su mirada se posó en ellas con neutralidad y firmeza.
—Dunot piensa en acabar con las defensas aliadas de Bernicia, e incluyendo a mi rey. Esa es su prioridad.
Estaba segura de que lo era.
***
Hace 6 años atrás...
—¿Estás segura de que deseas asistir?
—Sí. Como rey de Bernicia es mi deber demostrar la fuerza que posee este reino. Mi magia puede que no esté lista para una batalla de esa magnitud, pero mis habilidades como caballero me ayudarán.
Sucy se rio.
—Siempre tan egoísta, eso me gusta, pero, no olvides que tu reina no tardará en dar a luz a la cría que le pusiste adentro.
—Estaré en ese día.
—Como sea. —Despojó y colocó cerca una botella de vidrio con un líquido azul, para después darse la vuelta con intenciones de retirarse del balcón secundario del castillo—. Solo no mueras.
Diana la observó irse y tomó la poción por la parte delgada. La contempló unos segundos, y luego miró con una sonrisa complacida por donde se había ido.
El reino de Cidorial había empezado a hacer de las suyas para apoderarse de las fuerzas de Bernicia. La reina respondería a su traición y actuaría de la manera adecuada, sin embargo, grande fue su sorpresa cuando su rey se ofreció voluntariamente a asistir.
Estaba en desacuerdo. Su magia no era estable y no confiaba del todo en sus habilidades obtenidas como caballero. Ella había visto el manejo ágil que tenía con la espada y la manera en que luchaba, pero no le parecía suficiente. Temía perderla y no dormiría tranquila pensando en que su vida peligraba.
No obstante, no pudo negarse al haberlo ella pedido frente a una multitud importante. Se molestó un poco, pero al final accedió.
El rey ahora se hallaba preparándose junto a los caballeros, lista para cabalgar hasta el anochecer. La reina la veía desde la lejanía con sus brazos cruzados. Diana no tardó en darles la orden para avanzar y se dio la vuelta.
Akko agradeció el gesto y colocó sus manos en el rostro una vez estuvo cerca.
—Te quiero aquí en veinte días —murmuró con cariño.
—Estaré contigo en veinte días —repitió con seguridad.
La reina asintió en agradecimiento a sus palabras y tiró sutilmente de su camisa para depositarle un corto beso. A Diana le encantaba lo emocional y amorosa que había llegado a ponerse gracias al embarazo, puesto que, si no fuera por eso, el contacto hubiera ocurrido en la mejilla.
Los días pasaron con normalidad y al quinto inició lo esperado: la batalla contra el reino de Cidorial. Una de las tierras que le proporcionaba apoyo a Bernicia en cualquier circunstancia que llegara a necesitarlo, luego de que, estuvo a punto de caer en desgracia debido a una guerra provocada por el reino de Abjasía, mejor conocido como Abjasos.
Las diferencias entre ambas tierras se dieron a relucir con la decisión de la próxima al mando de Bernicia. La reina Atsuko Kagari, había tomado como rey a un caballero que era considerado por muchos como un demonio; algo que no pertenecía a ese mundo. Y, para el colmo, la reina estaba embarazada y traería a uno más de esa especie.
Estaba seguro que nacería igual a, como la fueron apodando al paso del tiempo, la bruja.
La magia que contempló en esa cena le hizo sentir un desagradable escalofrió que le trasmitió una señal de peligro en todo su cuerpo. Él debía ponerle un final, pero en el momento que sus labios se abrieron el rey de Servia lo interrumpió, pidiendo que su hijo luchara contra ella aprovechándose de su mal estado.
Él contempló la lucha con detenimiento, asombrándose de la gran capacidad de su resistencia. «Aún puede moverse...» Era impresionante; sumamente extraordinario. Ni un ser humano común llegaría a soportar tanto. Y eso, aseguró más sus pensamientos.
Ella debía morir; no importara lo que pasara, la bruja moriría.
Y en el sitio menos esperando, no se sorprendió de verla con la mirada enfurecida, la armadura sucia y la espada goteando de sangre de sus caballeros. «Alguien invencible...» Nunca pensó que fuera posible y aún no daba por aseguración ese hecho.
El castillo estaba vacío, la lluvia era fuerte y la fría oscuridad en el lugar daba una sensación sombría al ambiente. Su mirada estaba calmada, su cuerpo sentado en el trono y su cabeza recostada en su puño.
Él la estaba esperando.
Con lentitud y firmeza, se levantó despojando su espada que creó un sonido resonante. El rey de Bernicia se encontraba lastimada y utilizaría eso como ventaja, no obstante, no iba fiarse del todo.
Ella no era humana.
Fuera del enorme hogar se escuchaba el ruido de las espadas chocantes; los gritos de los caballeros luchar; el sonido de las catapultas y de las flechas, al igual que el chapotear del agua con barro, pero, en ese instante solo importaban ellos dos. Y la mirada que le dedicaba la bruja, no le creó alguna intimidación.
—Es una completa ridiculez como alguien como tú puede llegar a ser un rey —dijo bajando paso por paso los escalones—. Cuando te vi no pensé en ti gobernando un reino tan importante como lo es Bernicia. —La ventana de cristal fue rota por el cuerpo de un caballero, dejando entrar algo más de luz que provocó que, su cabello, su barba gris y sus ojos amarillos relucieran y sus cabellos se movieran a la dirección del viento—. Cuando vi lo que eres capaz de hacer, decidí que debías morir —aclaró.
—¿Por qué los reyes como ustedes no pueden aceptar la diferencia? ¿Por qué derramar tanta sangre por un sentimiento de envidia?
—¿Envidia? —repitió confundido llevando su mano libre al mentón—. Lamento que mis acciones te hayan guiado a esa conclusión. Mis intenciones van más allá de hacerme con el poder de Bernicia. —Hizo una pequeña pausa para levantar su cabeza imponiendo autoridad. En ese instante, un rayo cayó alumbrando la habitación—. Mi verdadera intención, es matarte.
El choqué de espada resonó y el enfrentamiento dio inicio. El ceño fruncido y la concentración que poseía la impresionó demasiado. Luchar contra un rey, era completamente diferente a un caballero. Nunca imaginó la fuerza bruta que guardaba, hasta que un simple golpe en sus costillas le creó un dolor agonizante.
Su cuerpo fue pateado y enviado sin piedad contra los barriles de vino. El impacto la hizo apretar los dientes con fuerza, pero, con prisa se movió esquivando otro de los ataques.
Diana reconoció su fuerza y se lamentaba de haber utilizado la magia posteriormente, debido a eso tenía heridas que no la ayudaban del todo.
Se puso de pie tomando su espada y, justo en el momento que se encontró contra la otra, el lugar cambió. La intensa lluvia ahora chocaba contra su armadura creándole confusión. Su cabeza se movió de izquierda a derecha sorprendida del irreconocible sitio donde se encontraba. «¿Qué paso?», se preguntó, pero el fuerte pisar de una persona la hizo reaccionar; sin embargo, de manera tardía.
—¡Argh!
Una cortada poco profunda se dibujó en su vientre. Con molestia observó al rey y se quitó lo poco que le quedaba como protección. Su mano derecha emanó una sutil luz verde que no notó, y con pesadez volvió a ponerse de pie.
La batalla se decidió y acabó. El cuerpo del rey de Cidorial se hallaba sin vida en el suelo, y a Diana le costaba respirar. Su rostro estaba cubierto de sangre impidiéndole ver del todo; sus huesos dolían dificultándole el movimiento; sus cortadas ardían demasiado; y su cuerpo se sentía demasiado agotado.
La lluvia parecía no tener intenciones de cesar pronto al igual que su agonizante tormento. Cada vez más su aliento se volvía lento y su mente no podía dejar de pensar en el dolor y frio que sentía. Sus parpados se fueron cerrando, pero antes de que pudieran hacerlo por completo logró ver, de manera borrosa, y escuchar unos pasos acercándose.
Si era un caballero perteneciente al reino de Cidorial, su muerte estaba asegurada. Ya no tenía fuerzas para continuar, pero a la vez agradecía que la reina de la Baja Borgoña le diera aquella poción; sin ella no hubiera podido llegar hasta ese punto. Además, la magia había actuado de manera negativa e inconsciente.
—H-hada...
No recibió respuesta y su visión se oscureció. Escuchó la leña en fuego por unos segundos; escuchó el paso pesado en barro de unas botas; observó la espalda de una persona cubierta por un abrigo de cuero; sintió la comodidad de una cama; saboreó el sabor de la sangre y de la menta. Y cuando sus ojos al fin se abrieron y su mente empezó funcionar captando su entorno, se sorprendió al reconocer la calidez de la habitación del castillo de Bernicia.
A su costado, una persona la miraba con molestia. Y debido a su borrosa visión y el dolor aún viviente en sus huesos, le costó conocer su identidad.
—Buenos días, Diana.
«Esa voz...»
—Tu cuerpo está bien, la magia que utilicé ha funcionado. Solo sentirás un poco de dolor.
Su ceño se frunció y sus ojos se posaron en las mantas blancas. No le parecía que fuera poco, sin embargo, agradeció de que sus heridas fueran corregidas.
Su mirada cansada se dirigió a ella una vez más.
—M-mi reina...
—En la enfermería —contestó. De nuevo su entrecejo volvió a arrugarse, pero de extrañes—. Está en camino.
Se sorprendió e impactó por cortos segundos y su corazón no tardó en rebosar de emoción y de felicidad. Quería verla y lo haría, no obstante, recordó lo que había pasado con anterioridad.
—¿T-tú... m-me salvaste...?
Ella, negó con la cabeza.
—Un hombre te encontró y te trajo al castillo.
«¿Un hombre...?»
—¿C-cuál...? ¿C-cómo se...?
—Esmond. Su nombre es Esmond.
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Fin del Cap. 34 (La batalla de Cidorial)
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