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COSAS DE REYES

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Narradora Pov

—¿Por qué tenemos que cambiarnos de ropa?

—Es importante mantener una buena apariencia, mi princesa.

Alice frunció el ceño, extrañada. No le gustaba salir de sus cómodas telas para entrar en otra donde tenía que acostumbrarse. Akko, por otra parte, estaba conforme con el trabajo de las sirvientas por la selección de vestido.

El sutil color lila, los encajes blancos, el cuello en forma de uve, el largo y suelto de la falda, le quedaba a la perfección. E incluyendo el collar con el dije de plata de una estrella.

—¿Cuándo volverá mamá? —preguntó inocentemente caminando agarrada de su mano.

—Pronto, cariño.

—Quiero usar magia... —susurró desanimada.

—Lo sé, pero, por el momento concentrémonos en esta salida.

—¿Cuándo entrenaré? —volvió a consultar.

«Entrenar...», pensó con leve molestia. Había recordado la pequeña discusión que tuvo años atrás antes de que naciera. Y lo peor, era que el rey se lo había dicho a su hija antes de retirarse de las tierras.

***

Hace 6 años atrás...

—¿Por qué tenemos que cambiarnos?

—Es importante mantener la apariencia.

Diana levantó confundida una ceja.

—Pero nuestras vestimentas anteriores eran de buena elección.

Akko rio y tomó las prendas colocadas en la cama por sus sirvientas. En ese momento se encontraban a solas.

—Has pedido salir en este día, y he realizado un espacio en mis deberes para complacer tu petición.

—Agradezco que lo hicieras, pero sigo sin entender...

—Eres un rey ahora —le recordó y le puso lo tomado en sus manos. Seguidamente empezó a bajar el cierre de su vestido y un rubor enseguida apareció en las mejillas de Diana—. Hay clases de vestimentas para cada ocasión, te acostumbrarás con el tiempo. No hay apuro, my lord —dijo, para después depositarle un suave beso en su mejilla y continuar.

En ese día el rey y la reina saldrían por primera vez después de la coronación. Diana, lo había pedido con anticipación luego de reconocer el arduo trabajo que llevaba Akko todos los días. Y, para su sorpresa, accedió.

Pensaba que un respiro sería lo más adecuado después de encontrarse estudiando día y noche lo necesario para empezar con su liderazgo como rey y a utilizar su magia como bruja.

Al encontrarse en el enorme pueblo acompañada de diez caballeros comunes y dos reales, las personas las miraron con impresión y otras con desdén, sin embargo, todas hicieron una reverencia.

Diana se sentía ligeramente incomoda por la presencia de los caballeros cuando había pedido personalmente a cada uno de ellos que no asistieran, pero reconocía que la voz de la reina era mayor que la suya. «Mejor hubiera hablado antes con ella».

Ser rey era algo extremadamente agotador desde su punto vista. Le parecía un poco extraño los protocolos y las ordenes que tenían; no le gustaba que una de sus sirvientas ingresara por las mañanas a su habitación compartida con la reina para preparar la ducha y escoger lo que usaría en ese día.

Estaba consciente que se acoplaría, pero aun así no podía pensar en que le parecía molesto.

—¡Bruja! —exclamó uno de los ciudadanos. Diana respondió a su llamado, pero como consecuencia un tomate impactó contra su rostro; había sido tan brusco e inesperado que la lastimó.

El caballo relinchó y se movió agitado. Diana lo detuvo jalando de su cuerda y empezando a quitarse los trozos del rostro. Akko, que estaba en otro de los entrenados animales, paró el andar y miró a uno de sus caballeros. Él enseguida entendió y se bajó del corcel.

—¿Estás bien?

—Sí, estoy bien —dijo disgustada. «Debí verlo venir», pensó y bajó la cabeza observando su chaleco marrón y camisa blanca abotonada manchadas. «Por eso es bueno no cambiarse tan seguido». Suspiró.

—Regresemos. Pediré un nuevo atuendo y...

Diana negó con la cabeza y cerró sus parpados. No iba a dejar que el único día que la reina tenía libre fuera arruinado por una simple acción de un ciudadano. En otras palabras, no habían tenido una cita en el pueblo desde hace mucho y deseaba que las cosas salieran bien.

Un hechizo fue murmurado por sus labios y un ligero brillo verde adornó su rostro y pecho. Las manchas salpicadas y los trozos caídos desaparecieron en cuestión de segundos.

El rey sonrió satisfecha y volteó a ver con tranquilidad a su reina.

—Continuemos.

Akko asintió ligeramente sorprendida y nerviosa.

Las cosas fueron de maravilla. En el transcurso del día todo había sido tranquilo y conmovedor. Diana estaba complacida de la compañía de su reina mientras ingería uno de los dulces que compró para ambas. Parecía una niña en todos los aspectos reconocibles, pero poco le importaba, ya que no había nadie más en el hermoso sitio donde estaban.

Las flores rosas, azules y amarillas de un campo les daban una vista maravillosa encima de una colina. Se encontraban descansando luego de un largo paseo en el pueblo comprando diversas cosas que fueron del interés de las dos.

Akko, sonrió con ternura al recordar el momento de cómo su rey le había pedido con pena el oro del reino que cargaba un caballero real. Por supuesto, su respuesta no se hizo esperar. «Eres el rey ahora, tienes el derecho a tomar lo que desees de la tesorería». Sus manos acariciaron sus hombros despreocupándola y calmando lo tensa que se había puesto.

Diana asintió en agradecimiento y pidió un poco de oro al caballero, aunque, para Akko no era necesario que pagara personalmente. El caballero real debía encargarse de liquidar lo correcto mientras escogían lo que querían, pero, por ese día, no la corregiría tanto.

«Antes no recibía una mesada», le dijo después salir de aquella tienda. Su mirada estaba fija en la moneda de oro que sostenía. «Amanda era la que pagaba las cosas». «¿Y cuándo asistías a la escuela de Betraña para mujeres?», consultó y recibió un movimiento de cabeza en negación. «No era necesario. Llegaba al orfanato a la hora acertada para el almuerzo y desayunaba antes de irme».

«¿Quieres verla?» Diana la miró con curiosidad. «Has estado estudiando arduamente y puedo entender si deseas ir a visitarla, sin embargo, bajo algunos reglamentos». El rey se rio por lo bajo y tomó su mano para depositarle un suave beso. «Lo pensaré, gracias».

Le resultaba curioso la personalidad que tenía. Diana lo comprendiera, porque se encontraban fuera del castillo y a vistas de los demás, no obstante, amaba y adoraba los momentos cuando Akko no tenía que guardar las apariencias. En cambio, ella, todavía estaba aprendiendo a desarrollar ese otro comportamiento; la personalidad de un rey.

—Quiero que la princesa entrene a sus cinco años.

Se sobresaltó. Su cuerpo reaccionó ante su repentina petición y su mirada de sorpresa no se hizo esperar. Diana le sonrió con confianza y, seguidamente dejó el aperitivo a un lado.

—¿Cinco años...?

—Esa fue la edad que empecé a entrenar.

—¿Quieres instruirle las habilidades de un caballero?

—¿Por qué no? Sería de mucha importancia que aprendiera a defenderse si alguna vez su magia no le llega a funcionar como debería.

Akko no estaba conforme con esa solicitud. Ella sería una princesa; una princesa no debería aprender ese tipo de defensas. Además, después de ver lo que era capaz la magia no le cabía duda que no pudiera responder ante una amenaza.

—Con que pueda aprender a controlarla, es suficiente —dijo.

El lugar quedó en silencio por unos cortos segundos que parecieron minutos. Akko giró a verla percatándose de que Diana no la veía a ella. Su mirada estaba perdida en el campo de flores y la suavidad del viento que movía su cabello le daba un toque encantador.

Las mejillas de la reina se ruborizaron y una sonrisa ligera apareció en sus labios. Diana era hermosa y se sentía sumamente feliz de que fuera ella su primer latir, no obstante, su reciente alegría desapareció al escuchar lo siguiente:

—Un caballero aprende a defenderse y a proteger a los demás. Para un caballero es importante pulir sus habilidades hasta el máximo. Los caballeros de Bernicia no son lo suficientemente fuertes para sobrevivir mucho tiempo en batalla. Y eso... es un gran problema.

—Sugieres que la niña...

—Tengas las habilidades —le interrumpió y la miró—. No es necesario que se comporte como uno, porque no lo será. Solo quiero que pueda responder adecuadamente en un momento inoportuno cuando su magia no llegue a funcionar.

—¿La magia tiene fallas?

Otra vez, Diana contempló el horizonte.

—Por lo que he estado aprendido gracias a la ayuda del hada, la magia no era utilizada para la protección personal. La magia era recurrida cuando uno de los miembros de los diferentes clanes que existían necesitaba de ayuda. —Suspiró y volvió a mirarla—. Algunos no lograban aprender a utilizarla y ocurrían errores que les costaba la vida. La magia es peligrosa, pero también hermosa.

«Espera, ¿Qué?» Ella desconocía eso ultimo.

—¿Qué quieres decir con que les costaba la vida?

—Algunos hechizos son realmente riesgosos si no llegan a realizarse de la manera adecuada. Hay que tener cuidado y mucha concentración para manejarlos a la perfección sin la necesidad de recitarlos verbalmente.

«Tiene sentido», pensó y se puso a analizar. El rey se acercó y le dio su tiempo.

—La niña tendrá más conocimiento de la magia y sabrá lo que es una vez que entienda las palabras —dijo y la observó—. Confío en que no correrá ningún peligro.

—¿La reina me ha llamado inexperta?

Akko se avergonzó y desvió la mirada.

—N-no... Q-quiero decir. Mi princesa sabrá controlar mejor la magia y podrá defenderse perfectamente. No veo necesario que aprenda a luchar... físicamente.

Diana se rio con suavidad y situó su mano derecha en la mejilla de la reina, apartando con sutileza su cabello castaño.

—Escuché una vez que tener a un hijo o una hija, era como tener a tu corazón corriendo por todos lados. —Akko la volvió a mirar—. No quiero que le pase nada y sé que tú tampoco lo deseas. Mientras más antes aprenda, mejor defensa conseguirá.

La reina movió un poco su cabeza pensando en sus palabras y contempló el suelo por unos largos segundos, luego acercó sus manos a la ajena y se recostó ligeramente disfrutando de su tacto.

—Está bien...

Diana sonrió complacida y se aproximó para besarla. Sus labios se movieron con suavidad y su cuerpo se impulsó lentamente hacia el frente acostándola en la manta. Al separarse, el rey viajó sin pensarlo a su cuello y situó sus manos en las costillas de la reina.

—Diana, aquí no.

—No hay nadie cerca —dijo con diversión y bajó su cabeza para depositar un beso cerca del escote. Akko sintió la calidez en su corazón, pero no pudo evitar sentir también una leve incomodidad.

—Espera, ¡Espera! —Los dedos de Diana empezaron a moverse y su risa no duró en aparecer. El rey la contempló con dulzura y deslizó sus dos pulgares de arriba hacia abajo encima de su vientre—. ¡Ja, ja, ja, ja!

La risa de la reina causaba que su corazón se derritiera. Y cuando se detuvo la dejó respirar, para luego, besar sus labios de manera dulce. Akko correspondió sin dudarlo soltando a la vez un leve sonido gutural de gusto, y se movió cambiando de posiciones.

Besarla se sentía como si estuviera en un mundo diferente; un mundo lleno de felicidad, armonía y bondad, donde deseaba permanecer siempre. Era un sitio en el que solo estaban ellas dos compartiendo el amor que latía con fuerza en sus corazones.

Al volver a separarse, colocó un mechón en su oreja y le sonrió con encanto. Sin embargo, al estar tan concentrada e hipnotizada, no se percató de la presencia del caballero a su costado.

—Su majestad.

El llamado la hizo dar un pequeño salto en el regazo de su rey y, de manera rápida se levantó con las mejillas sonrojadas y aclarando su garganta.

—¿Sí, Sir. Sebas?

—Lamento interrumpir, pero le ha llegado una carta.

Akko la tomó y lo despidió con la mirada. El símbolo del cello rojo le pertenecía a uno de los reinos que no asistieron a su coronación. Sin necesidad de leerla, sabía que, lo que contenía no podía ser bueno.

Diana la miraba con una sonrisa todavía acostada en el suelo y Akko la miró con el ceño fruncido, causando que se riera.

Había sido un día divertido.

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Fin del Cap. 32 (Cosa de reyes)

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