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CLASES CON LA PRINCESA ALICE
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Narradora Pov
—Léalo en voz alta, por favor.
Alice hizo una mueca no estando cómoda por la petición de su profesora. Había pasado exactamente un mes desde que sus madres abandonaron el castillo para asistir a una guerra en contra del reino de Karat. Claramente eso no lo sabía la pequeña niña que se encontraba con un libro en sus manos en uno de los salones de estudio.
—Un cuento... Un cuento... Es lo que... te voy a contar. Aves y aves son... las que te van a cantar. Y tus pequeños oídos... captarán cualquier... sonido en el andar —dijo levantando con extrañes una de sus cejas—. ¿Qué es esto? —le preguntó.
—Un cuento, mi princesa.
—¿Y por qué tengo que leerlo si ella lo está leyendo?
La mujer de unos cuarenta años arqueó en confusión su ceja.
—¿Quién lo está leyendo?
—Ella —mencionó y le mostró la imagen de una señora dibujada en el libro.
Su profesora sonrió y la miró con ternura.
—Ella no es real.
Alice se desconcertó inmediatamente.
—¿No lo es? —repitió.
—No lo es —afirmó.
—Mi madre hace que salgan de aquí —comentó causándole leve impresión a la mujer.
—Bueno... eso es magia. Y estos estudios no están basados en magia. Lo primero que debes aprender es a leer en nuestra lengua e intentar trasmitirlo de una manera más fluida.
—¿Qué es fluido?
—Entendible.
Alice asintió sin quitar su expresión de confusión.
—¿Lista para escribirlo?
Alice negó con la cabeza.
—Sé que puedes.
—Es... difícil.
«Pero no le es complicado escribir hechizos en su cuaderno», pensó la mujer. En ese tiempo la princesa no había soltado una peculiar libreta donde guardaba conjuros mágicos que podían ser realizados únicamente por su persona o su madre bruja.
La pequeña niña no lo soltaba en ninguna ocasión y le gustaba hacer ligeros hechizos cuando tenía tiempo libre; sin embargo, eso no era visto por nadie del castillo.
Alice tenía prohibido utilizar magia, debido a que su madre Diana no estaba para vigilarla y nadie del lugar podía contrarrestar un conjuro mal realizado. No obstante, Alice practicaba por las noches en su habitación.
Los hechizos eran simples; nada peligroso que causara un desastre enorme. Pero encontrándose en clases hacía que se aburriera con rapidez. A ella no le interesaba aprender costumbres o necesidades humanas; a ella le gustaba hacer magia. Era una bruja. Y sentía en algunas ocasiones un leve cosquilleo en sus venas y dedos que la incitaban a crear esos conjuros de bajo riesgo.
Su profesora empezó a hablar de la importancia de conocer los diferentes reinos que luchaban por obtener la corona de su madre humana y la posición de su madre bruja. La señora lo explicaba de una manera que Alice pudiera entender a su corta edad de cinco años, pero la niña como no estaba interesada en algunas de esas cosas y se puso a jugar con sus manos creando una ligera escarcha de color azul.
Ella sonrió y rio sutilmente, para después asegurarse de que no la estuvieran viendo.
A su poca de edad de cinco años, Alice, era capaz de entender, pensar por sí misma y comunicar, con un poco de dificultad, sus pensamientos. Era considerada una niña lista y especial. Una niña única con un talento hermoso y destructivo. Las personas estaban consciente del daño enorme que podía causar la magia, y de las maravillas que también podía crear.
Algunos pensaban que, porque era una bruja, su conocimiento en respectivas áreas era más avanzadas a comparación de los niños humanos. Y no estaban en lo incorrecto. Gracias a que poseía magia y era la siguiente descendiente del linaje de su madre, su cerebro Captaba las cosas con más rapidez y su aprendizaje cada vez subía de nivel.
No obstante, sus emociones y comportamientos infantiles eran parecido a los de un niño común. Ella deseaba divertirse; deseaba compartir la cama con sus madres y recibir mimos que la hacían sentir amada y querida. Era una niña. Y algunos quería ver en la mujer que se convertiría.
¿Sería igual que su madre o una versión mejor? ¿Tomaría el mismo camino o crearía el suyo? Nadie lo sabía; y nadie podía predecir lo que sucedería.
—¿Estás copiando? —dijo volteando a verla. Alice de inmediato deshizo el pequeño hechizo.
Ella asintió varías veces y su maestra arqueó una de sus cejas. Era obvio que la mujer frente a ella no era estúpida y se acercó con seguridad para revisar que estuviera haciendo lo ordenado, sin embargo, se sorprendió ligeramente de que fuera así. «Que extraño...», pensó al ver que no tenía el lápiz en su mano derecha.
Nuevamente la inspeccionó, para luego darse la vuelta y seguir hablando. Alice al verla de esa manera continuó haciendo lo anterior. El conjuro que realizaba sin necesidad de pronunciar una palabra, estaba transcribiendo lo dicho por su profesora. Era una manera de hacer trampa con agilidad. Sin embargo, por fin había podido hacer un hechizo sin necesidad de mirar su cuaderno primero, pero, lastimosamente su madre bruja no se encontraba para felicitarla.
—¡Ajá! —exclamó provocando que la niña se sobresaltara bruscamente—. No estás escribiendo.
«¿Eh...?», se dijo y la miró con culpabilidad y arrepentimiento. La habían descubierto. La mujer suspiró profundamente y restregó con suavidad su mano en el rostro.
—Alice... —llamó con sutileza, pero a punto de decir lo siguiente se espantó al sentir una enorme ola de calor proveniente de su costado izquierdo.
Rápidamente volteó encontrando la cortina en llamas y, velozmente tomó a la niña en sus brazos dispuesta a salir del lugar. No obstante, antes que pudiera dar un paso cerca de la puerta, el salón explotó y el cuerpo de la mujer protegió el de la princesa.
Alice miraba con sorpresa el ceño fruncido de su maestra mientras era cubierta. La espalda de la mujer frente a sus ojos había recibido quemaduras graves que le causaron un leve lagrimeo.
—Lo... siento... —murmuró Alice al darse cuenta de lo que había pasado.
El hechizo que estaba realizando fue descontrolado gracias al susto causado por su profesora, provocando que las pequeñas escarchas se convirtieran en chispas que fueron lanzadas en varias direcciones, pero que a la vez viajó a una sola y luego pasaron a hacer explosivos.
Los caballeros no tardaron en llegar y la antigua reina ingresó con espanto al ver el lugar en llamas. Con rapidez y desesperación buscó a la princesa. Al encontrarla cerca de la mujer y darse una idea de cómo acabó en esa posición, se acercó a ellas y le pidió a uno de los caballeros a llevar a la maestra a ser atendida por las enfermeras.
Una vez con Alice en sus brazos salió del salón y observó a los demás cargando baldes de agua para apagar el fuego. Alcides fue el último en llegar.
—¿Qué rayos ocurrió?
La habitación donde normalmente se llevaba a cabo los estudios de la princesa, estaba ardiendo. Alcides inspeccionó a Alice y se alivió de verla sin ninguna herida.
—Alguien ha estado utilizando magia.
Alcides la volteó a ver y Alice bajó la mirada.
—Está bien —dijo tomando por sorpresa a las dos.
—¿Está bien? —repitió Isabella.
—Sí —respondió seguro—. Pudo haber destruido un salón, pero nadie salió herido.
—Su maestra tiene algunos daños de quemaduras.
—¿Y está viva?
—Alcides —reclamó.
—No ha muerto —dijo nuevamente con seguridad y observó a Alice—. No has matado a nadie, pero has desobedecido una orden. Tu magia es maravillosa, pero debe usarse bajo supervisión de tu madre bruja. ¿No lo volverás a hacer?
—Quiero practicar magia. ¿Cuándo regresará mamá?
—Pronto —contestó y le sonrió—. He recibido una carta —avisó mostrándosela—. ¿Quieres poner a prueba tu lectura?
Alice asintió con una gran sonrisa y tomó el sobre cuando Alcides se lo extendió. Isabella la dejó en el suelo y la pequeña niña los dejó solos. Sus madres le habían escrito.
—No puedo imaginar que no la reprendieras de su acto.
—Lo hice, pero de una manera diferente. No deseo que desarrolle miedo de algo que lleva en su sangre.
—Casi mata a alguien —le recordó.
—Pero no ocurrió. Se encuentra con vida y, posiblemente no quiera trabajar de nuevo, pero conseguiremos a otra. De los errores se aprende, Isabella. Y no quiero recibir otro regaño de mi hija.
Isabella se rio recordando ese momento en el que, Akko, entró con permiso a su habitación para regañar a Alcides.
—Te lo merecías. Meterle ideas a su rey no fue favorable. Las tierras del norte han sido atacadas por nuestros hombres y las de Ulabel recibieron un aviso que pareció más a una amenaza de parte de la bruja. ¿Qué falta? ¿Las tierras de Red Wilds, Ivory y Sleeted, serán también atacadas? Te recuerdo que hay unas tierras donde se construyó un reino grande. Podemos ser uno de los más fuertes, pero si atacan todos a la vez... Que los dioses nos aparen.
***
—¡Maravilloso, princesa! —exclamó una de las sirvientas.
Alice puso a prueba su magia luego del pequeño regaño recibido por parte de su abuelo. Una de las criadas del castillo había aceptado que la hija de los reyes acomodara de manera sutil las prendas en la canasta. Ella quería ayudar y lo estaba haciendo, aunque no era tan necesario que realizara tal acción. Aun así, la persona le premió con una sonrisa que acogió su corazón.
Isabella la miraba desde la distancia sintiendo un poco de remordimiento por permitir que la pequeña hiciera magia. Ella no deseaba que nadie más saliera herido, sin embargo, los hechizos que realizaba la princesa eran inofensivos.
La antigua reina sabía que, Alice, era una bruja, sin embargo, no podía evitar sentir una pequeña tristeza.
Diana era una de las personas más poderosas actualmente. El rey de Bernicia había dado a conocer su poder más de una vez desde que ascendió al trono, aunque su magia anteriormente no fuera mucha, era considerada demasiado para las vistas curiosas y de alto rango. Ella reconocía el gran potencial que tenía como pareja su hija.
Diana Cavendish, era consideraba más como un... peligro. Y los reyes de reinos grandes se alzaron en contra de Bernicia. «Tanto poder no puede ser concedido a una sola persona». Y estaba en lo correcto. Muchos añoraban extraer la magia de la bruja y hacerse dueños de las tierras con mayor riqueza.
La guerra había llegado luego de varios años a las puertas de Bernicia. El reino de Georgia fue uno de los primeros en tocar, pero ahora la mayoría deseaba poner sus manos en los muros que habían construido. Diana era su objetivo. «Y la debilidad de Diana...» Eran Alice y su hija Akko.
***
Los días fueron pasando con naturalidad. Alice continuaba asistiendo a sus clases y, para sorpresa de los antiguos reyes, estaba prestando atención. La nueva maestra se encontraba enseñándole de una manera diferente para no aburrir a la pequeña niña. La anterior sólo hizo que la princesa, básicamente, creara un incendio y le quemara la espalda.
—¿Puedes? —consultó la princesa.
Ella sonrió con diversión y amabilidad.
—El rey no es el único que escribe canciones. Muchas personas del pueblo se dedican a crearlas y cantarlas. Eso nos lleva al siguiente punto, mi querida Alice. Si posees la voz de tu madre, ¿A dónde deben llegar?
—A todo el mundo.
—Es correcto. ¿Puedes mencionar los reinos que tienen una alianza con Bernicia?
Alice frunció ligeramente el ceño tratando de recordar. Sus pequeños deditos tocaban la mesa de madera que tenía como soporte.
—Betaña.
—Betraña —corrió e inquirió para que continuara.
—Baja Bogoña...
—Baja Borgoña. ¿La otra es...?
—Alta.
—Alta Borgoña.
—Y Sevia.
—El reino de Servia.
La princesa asintió con una sonrisa.
—Perfecto. ¿Y qué especialidades tienen esos reinos que los hacen importantes? Es necesario conocer las habilidades de canto que conservan cada uno de éstos para así poder requerirlos cuando llegue el momento.
Alice nuevamente frunció su ceño tratando de recordar, sin embargo, sus pensamientos fueron interrumpidos por una persona que ingresó al salón.
—Lamento la intermisión. Los reyes han regresado, princesa.
Una sonrisa amplia se dibujó en sus labios y sus ojos rubíes no demoraron en brillar. Alice giró a ver a su maestra y ésta le asintió concediéndole el permiso que esperaba para ir a recibirlos.
La pequeña niña salió corriendo en dirección a la entrada principal donde se encontraban sus dos madres. Al verlas no contuvo su emoción y las llamó.
—¡Mamá!
Akko fue la primera en sonreír y en recibirla con un fuerte abrazo y muchos besos en su cabeza y mejillas. Diana la acarició en la primera zona luego de que su reina terminara de mimarla. Alice la miró y extendió sus brazos en deseo de recibir también cariño de su parte.
Diana correspondió e igualmente la abrazó, pero, al contrario de Akko, Diana empezó a sobar su espalda causando que sus pequeñas manitas se aferraran con más felicidad a su cuello.
—Te extrañe.
—Yo también, mi princesa.
—Me alegra que llegaran sanas y a salvo —habló Isabella.
—Gracias, madre. Estaré lista en unos minutos para me informes de lo que ha sucedido en mi ausencia.
—Bueno... hay algo que no puede esperar, mi dulce hija.
La reina actual de Bernicia levantó una ceja.
—En esta mañana el reino de Dunot ha enviado su declaración de guerra en un paño manchado de sangre seca.
Akko frunció el ceño y suspiró de manera frustrada.
—¿Acabo de venir de una y ya hay otra? —soltó con molestia.
—La vida de una reina no tiene descanso —le contestó—. ¿Qué harás?
Akko miró a Diana en busca de una afirmación. Al recibirla con un leve asentimiento, le sonrió tenuemente y volteó a ver a su madre con una mirada decidida.
—Llamar a nuestros aliados.
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Fin del Cap. 21 (Clases con la princesa Alice)
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