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SIN ARREPENTIMIENTOS

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Narradora Pov

El aire era fresco, y las nubes negras daban una clara señal de que llovería en unos minutos. En sus manos no sostenía ningún arma, pero en la cintura se encontraba guardada. La vestimenta que tenía consistía en una túnica con capucha de color azul oscuro y bordados dorados, sin embargo, ésta no se notaba del todo debido a la armadura plateada que se ajustaba correctamente a su cuerpo.

La capucha ocultaba su rostro, pero mostraba parte de su cabello. El rey de Karat y sus otros integrantes que la miraban desde una torre, con ayuda de un telescopio pequeño, la observaron aproximarse y fruncieron su ceño con extrañez.

—¿Qué está haciendo? —dijo el rey.

Líder 1: No se preocupe, su majestad. Caerá en la trampa y nuestros caballeros la asesinaran.

—Es una bruja —les recordó.

Líder 1: Eso sólo son cuentos de personas desesperadas —le aclaró—. Las brujas fueron extintas hace años y es imposible que existiera la magia de ese tipo. Es obvio que el reino de Bernicia se salvó de las manos del reino de Georgia en el reino de la Baja Borgoña gracias a los caballeros que se encontraban en ese momento.

—Maldito inútil, yo estuve ahí —habló el rey—. Sé lo que vi en esa noche.

Líder 2: Sin ofenderlo, majestad, si mal no recuerdo usted se encontraba subido de copas.

—¡Había una maldita hada!

Líder 1: Las hadas, los duendes, los elfos y los dragones son sólo un mito.

El rey estaba exasperado con sus palabras. Él conocía de lo que era capaz esa bruja, pero los súbditos que había puesto como lideres eran más estúpidos que sus propios caballeros. Muchos de ellos se ofrecieron a capturar a la reina de Bernicia con intenciones de, obviamente, poseerla antes de entregársela, sin embargo, el rey estaba consciente que sería imposible; no obstante, envió a uno de sus mejores caballeros por peticiones de sus lideres que comandaban los reinos Biraz que poseía.

Los hombres no creían absolutamente nada en la magia y se rehusaban a hacerlo, ya que les parecía algo completamente estúpido; algo sacado de un cuento que las o los mayores contaban a sus nietos.

Las trampas que habían puesto eran simplemente hoyos gigantes con estacas muy bien enterradas y afiladas como para traspasar más de dos cuerpos de caballos. Lo siguiente era activar las catapultas y dar la señal a los arqueros preparados para matarlos mientras no podían defenderse.

Diana no lo notó hasta que cayó en uno.

Líder 3: Está muerta —declaró y aseguró.

Líder 1: Prepararen a los caballeros —ordenó a uno que se encontraba detrás de él.

Líder 4: No la des por muerta tan rápido.

Líder 1: No hay manera que escape. El hoyo es bastante profundo como para que nadie pueda escalar. Además, en unos minutos lloverá y la tierra se convertirá en barro.

El rey no dijo alguna palabra y ajustó su telescopio en la dirección donde había caído el rey de Bernicia hace unos segundos. Él estaba esperando impacientemente a la vez que los lideres se encontraban dando órdenes y hablando entre sí.

—Maldita... —musitó con nerviosismo llamando la atención de las personas discutiendo a su costado derecho.

Diana estaba saliendo de aquel agujero profundo por unas plataformas que no podían ser vistos por el ojo humano. Su rostro se mantenía aún cubierto por la capucha, y de nuevo empezó a avanzar hasta encontrarse entre medio del reino de Karat y del lugar donde había salido con anterioridad.

La tierra era amplia y el rey de Bernicia observó algunos otros dos agujeros de gran magnitud y profundidad unos pasos más adelantes. Los caballeros y lideres de su bando la miraban con sorpresa desde la lejanía.

Líder 1: Imposible... —murmuró.

—¡Preparen los caballeros ahora! —exclamó el rey.

Líder 2: Majestad, es una decisión precipitada. Quedamos en atacar cuando todas las trampas...

—¿Acaso no estás mirando? —le dijo con molestia—. Tenemos que acabar con ella. ¡Envíenlos a todos y activen las catapultas!

Líder 3: Mandar a un ejército de veinte mil hombres contra una persona, es excesivo.

—No... —susurró—. No lo es —aseguró mirándolos con un semblante serio—. No es suficiente.

Tres enormes rocas viajaron a dirección donde se encontraba el rey de Bernicia. Diana las observó y las detuvo en el aire. Los lideres, el rey y los caballeros que miraban a su propio rey, otra vez quedaron impactados. Seguidamente la bruja situó las rocas en los agujeros y dio una señal que fue respondido con un grito de valentía.

—¡¡¡Ahora!!! —exclamó Bernand.

Mientras los caballeros de su mando se acercaban, los otros igualmente lo hacían. Diana descubrió su rostro y posicionó sus manos en la tierra. «Están acabados», dijo y el suelo empezó a levantarse a una altura suficientemente alta que acabó y aplastó a más de mil hombres enemigos en camino.

Seguidamente grandes figuras de piedras con aspectos espeluznantes y altura impresionantes, comenzaron a caminar en dirección a los adversarios. Diana levantó la mirada e hizo contacto visual enseguida con el rey de Karat. De su boca salió un leve vapor blanco.

Esos dos hechizos le habían costado realizarlos por la magnitud y el daño que tenían, sin embargo, aún poseía energía como para hacer muchos más; no obstante, iba a dejar que los caballeros demostraran sus habilidades.

Diana desvainó su espada, y sin despejar sus ojos de los ajenos que la miraban con miedo, frunció el ceño haciéndolo estremecer. «Eres el siguiente».

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Muchos hombres sin vida yacían en el suelo y las grandes esculturas de piedra miraban todo a su alrededor en busca de alguien más. Diana pasó entre ellos sin pisar los cuerpos. Ella se encontraba cansada; un poco lastimada; y sucia por el barro y la sangre.

Estaba lloviendo y los caballeros y lideres gritaron en victoria. Habían conseguido ganar gracias a la magia de la bruja que creó a más "hombres" para combatir, sin embargo, no había sido el único hechizo que pudieron contemplar.

Diana no tuvo opción cuando miró a sus caballeros caer uno por uno; ella logró controlar a una cantidad de cincuenta hombres e hizo que se suicidaran; después elevó más de quinientas espadas que se hallaban sin uso en el suelo y las enterró en el corazón de sus adversarios; luego paralizó otra gran cantidad dándole la facilidad a sus caballeros para atacar.

Lo que observaron los caballeros había sido asombroso, pero tuvieron tanta suerte. Algunos murieron y otros estaban gravemente heridos. El rey ordenó de inmediato, después de la corta celebración, a llevar a los lastimados en donde estaban las enfermeras.

Diana terminó con la vida del rey de Karat y se aseguró de que nadie más intentara hacerle algún daño a las personas que seguían cada una de sus órdenes, para llamar a traer a su reina y hacer una tregua con los lideres. Ella creó en ese reino una planta mágica que reconocería los indicios de algún ataque contra su persona; simplemente la planta se tornaría de un color purpura, y cuando ésta sintiera aquellas vibras negativas fallecería dando un aviso inmediato a la bruja.

Era algo absurdo desde el punto de vista de algunos, pero era bastante positivo en cuanto a su función. Además, no avisaría solamente al rey, sino también, a la reina. El hechizo le había costado realizarlo y sus energías estaban por agotarse. Diana calculaba que únicamente alcanzaría a llegar a donde los demás caballeros heridos fueron llevados a atenderlos.

Luego de terminar esa pequeña junta, y que los lideres firmaran un contrato y lo sellaran con el sello de la casa de Bernicia, Akko salió acompañada de su rey, y de los caballeros que aún se podían mantener en pie. Diana estaba agotada e intentaba que no se le notara.

Las personas de aquel reino miraban con temor a los reyes de Bernicia y a sus caballeros. Madres y padres aferraban con fuerza a sus hijos contra su pecho.

Akko observaba de reojo a las personas y Diana simplemente miraba directamente al frente con una postura firme. El rey deseaba desde lo más profundo de su corazón descansar. Usar tanta magia la había dejado realmente exhausta.

—Felicidades, mi rey. Tu magia fue asombrosa.

Diana la miró a ver y sonrió tenuemente.

—Gracias por permitirme usarla. La verdad... pude poner a prueba lo practicado y estudiado.

—Me alegra saberlo. La guerra contra este reino acabó —habló—. Me hubiera gustado hablar con el rey de Karat antes de que falleciera, pero a la vez no quería entregarle tal lujo.

Diana frunció ligeramente su ceño.

—Mi reina...

—Vi tu magia —declaró interrumpiéndola—. Fue asombrosa —halagó con una sutil sonrisa. Diana la miró con sorpresa. «¿La vio?». Si eso era verdad significaba que la reina se encontraba cerca del campo de batalla.

—Akko —llamó—. ¿Dónde estabas? —le consultó con leve preocupación y miedo.

—En el bosque.

El rey frunció ligeramente el ceño ante esa contestación.

—Eso ha sido peligroso para ti —murmuró trasmitiendo esa molestia que sentía en su pecho. El rey no quería que alguien más la escuchara y menos los ciudadanos del reino que la miraban.

—Estoy bien —le aseguró—. He tenido las dos pociones restantes conmigo todo este tiempo.

Diana asintió y se apegó un poco más a ella.

—Esta victoria es mutua —dijo cambiando su semblante por uno más tranquilo.

«Estoy tan... cansada», pensó.

—Esto ha sido solamente el comienzo, mi rey. Gracias por pensar en mí en el momento que luchaste, pero... eso hizo que te contuvieras y resultaras lastimada.

Y era cierto, Diana, no podía usar toda su magia por miedo a que la protección que le había concedido a Akko, desapareciera. Además, no deseaba mostrar algunos hechizos más, puesto que, tenían a otros reinos en su contra y añoraba poder demostrarles lo poderosa que era, pero en carne y hueso.

—Un reino asegurado —continuó y sujetó con delicadeza el brazo de Diana—. ¿Estás bien? —musitó.

—La verdad, no.

Akko de inmediato se preocupó.

—¿Qué sucede?

—Me siento... exhausta. La magia...

La reina entendió enseguida.

—Consigan una carreta —le ordenó a Frank con una mirada seria.

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Diana abrió sus parpados lentamente encontrándose dentro de una tina con agua tibia. La reina se hallaba frente a ella restregando su cuerpo con delicadeza. «¿Qué hago aquí?», se preguntó confusa. «¿Cuándo entré a la bañera?», nuevamente se cuestionó.

—Pareces estar más consciente —dijo Akko llamando la atención de Diana—. Después descansaras plácidamente. Tenemos un largo camino que recorrer para volver, y deseo que me acompañes —pidió refiriéndose a que no quería que fuera a caballo y se encontrara dentro de la carreta con ella—. Necesitas reposar —le recordó.

—¿Qué sucedió?

—Actuabas de manera inconsciente. Primero descansaste un poco sobre mis piernas en la carreta que pedí. Luego te desperté y caminaste sonámbula hasta nuestra campaña; tus ojos parecían apagados y tu andar no fue el mejor visto, pero los demás llegaron a entenderlo. Llegaste a la carpeta y empezaste a despojar tu vestimenta. Ordené a calentar agua y, por suerte, la tenían en el momento.

«Oh...», dijo recordando en pedazos. «Tiene sentido».

—Nunca te había visto de esa manera. ¿Cómo te sientes ahora?

—Un poco mejor... —susurró.

—Hubo quinientos fallecidos y más de dos mil heridos. Hace unos minutos me dieron el reporte.

Diana asintió y acostó su cabeza hacía atrás sumergiéndose un poco más en las tibias aguas.

—Esas cortadas deben ser atendidas lo más pronto posible y...

Las palabras de la reina y su atención en las heridas, fueron interrumpidas por la acción repentina del rey. Diana la había tomado por la cintura atrayéndola más su cuerpo. Akko se ruborizó levemente recordando que las dos se encontraban sin ninguna prenda encima.

—Mi reina... —susurró.

—¿Sí, mi rey?

Diana posicionó delicadamente su mano derecha en la mejilla izquierda de Akko. La reina apreció el gesto y el tacto inclinándose un poco para sentirlo más.

—Me alegra que te encuentres con vida —dijo.

—Eran muchos.

—Y lograste hacerles frente. Tu magia ha avanzado mucho, pero... si hubiera pedido la caballería no hubieran muerto tantos.

—No es tu culpa, mi reina. Llegaste a sentirte confiada y me gustó esa confianza que tuviste en mi magia. Hemos ganado y es lo que importa en este momento.

Akko sonrió tenuemente agradeciendo aquellas palabras.

—Extraño a Alice. No puedo esperar para verla de nuevo.

Diana sonrió.

—Seguramente ella también te extraña.

—Más a ti que a mí.

El rey levantó una ceja.

—No es cierto. Nuestra princesa nos quiere por igual.

La reina rodó sus ojos.

—Ojalá fuera cierto. Mi hija tiene a su madre preferida. La que hace magia —dijo levantando sus manos y moviendo sus dedos. Diana se rio ligeramente ante esa acción y palabras, y se acercó para depositar un suave y corto beso en los labios de su reina—. Tengo una noticia que darte —avisó al separarse.

—Te escucho.

—He estado pensado acerca de lo que pasará con Sir... Amanda. —Hizo una pequeña pausa—. Yo... pienso que, una vez que lleguemos a nuestras tierras y nos acodemos nuevamente en el castillo, digamos la noticia.

Diana agarró aire y la miró con sorpresa.

—¿Segura, Akko?

La mencionada asintió.

—Creo que es el momento que, los demás conozcan lo que se llevará a cabo en doce lunas —dijo, y los ojos de Diana se humedecieron. Ella no podía sentirse más agradecida y acompañada en ese momento.

Akko sonrió con dulzura y tomó su rostro con sus dos manos. Sus ojos rubíes conectaron enseguida con los orbes azules que tanto les encantaban.

—Sir. Amanda, volverá con nosotras —le aseguró.

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Fin del Cap. 20 (Sin arrepentimientos)

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