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PASEO
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Narradora Pov
Había dormido en otra habitación. Después de la discusión que tuvo con la reina, Diana había preferido descansar en el cuarto de "castigo" que era utilizado para eso: castigo. Y para su sorpresa, Alice no estaba. Lo que significaba que Akko no la había castigado como supuso, pero pensó que, tal vez la reina, había confiado en ella para que corrigiera la acción errónea que cometió la pequeña o, simplemente se le había olvidado, aunque Akko no era de dejar pasar esas cosas en alto.
Sin embargo, en esa noche no quería pensar en nada. Akko se había dirigido a ella como un caballero y no era la primera vez que sucedía, pero si la primera vez que se lo reclamaba. No sabía de donde había sacado tal valor como para decirle aquellas palabras, pero ya estaba dicho. No había vuelta atrás.
Muy internamente se arrepentida, no obstante a la vez sabía que había hecho lo correcto: en enfrentar por una sola vez a la reina que le dio el puesto de... rey. Claramente Diana no había aceptado el lugar porque quisiera, y Akko se encontraba consciente de eso: que Diana había aceptado por ella, y que se estaba esforzando por ser un buen rey.
Sin embargo, en momentos como ese parecía que la reina lo olvidaba. En esa noche sentía la necesidad de envolver con sus brazos a la mujer que tanto amaba, pero también sentía que no debía; no esa noche. Y eso lo había aprendido a controlar perfectamente gracias a ese "castigo" que la separó tres meses.
En esa noche, el recuerdo fugaz que se había presentado en los estudios y entrenamiento de su hija regresó, aumentando esa emoción de tristeza interior. Odiaba que su magia no la ayudara a hacer desaparecer ese mal sentir: aun no tenía la experiencia necesaria como para hacerlo; se requería de un alto nivel que alcanzaría una vez llegase a los cincuenta años.
Ella se odió internamente por no haberse percatado antes de que era una bruja. Estaba segura que, si lo hubiera descubierto en ese tiempo, su magia y experiencia serían mayor, además que hubiera salvado... a las personas que estaban en peligro aquella vez sin necesidad de perder... a una importante que la acompañó y apoyó a lo largo del camino.
"Hermana..." había susurrado con un hilo de voz al vacío y silencio de la habitación. El tono que utilizó sin consentimiento la sorprendió y disgusto demasiado. ¿Desde cuándo se había vuelto tan frágil? Las lágrimas se empezaron a asomar por tales recuerdos y con enojo las quitó, y se dispuso después a dormir a la fuerza tratando de no pensar en nada por esa noche.
A la mañana siguiente cumplió con cada uno de sus deberes y evitó verse con la reina en la hora del desayuno y almuerzo. Imaginaba a Alice preguntando por ella, pero en unos minutos la vería y la llevaría consigo de paseo.
En esa tarde muchas cosas rondaban por su mente mientras sostenía uno de los libros de magia que le fueron entregados. Recuerdos pasados donde era un caballero y peleaba con otros demostrando quien era el más "fuerte" o "ágil". Recodaba aquellos momentos donde se divertía en compañía de Frank, Lucas, Moisés y Sebas, sin miedo a como la vieran las demás personas.
Sin embargo, esos momentos habían acabado y ahora tenía una reputación que cuidar. La vida de caballero parecía más tranquila y menos ajetreada, pero a cambio de eso dabas la mitad de tu libertad y vida por personas que gobernaban en grandes castillos. Ella se sentía honrada de servir al reino del Bernicia —uno de los más poderosos y respetados—, sin embargo actualmente el reino de Bernicia le servía a ella.
Para desestresarse o desahogarse llevaba entrenamientos físicos o con espada contra otro caballero o, simplemente muñecos de practica que creaba con su propia magia o tomaba de la armería. Agradecía de que las habilidades que había obtenido de caballero no estuvieran perdidas y se mantuvieran bien pulidas para alguna ocasión que lo requiriera.
Era el rey y debía cuidarse, no obstante, no podía morir. Eso... era algo extraño para ella. Ser rey era importante, en eso estaba aclarada, pero... ¿No morir? Desde los cinco había sido entrenada para morir por personas importantes, le era aún extraño recordar e intentar acoplarse a ese y otras reglas más.
Esos comportamientos y aprendizajes de caballero todavía permanecían en su cabeza y se reflejaban inconscientemente después de siete años. Y tal vez por eso la reina a veces se le olvidaba que ya no era más... una sirviente.
Diana suspiró y dejó el libro en la mesita de al lado. «No puedo concentrarme», se dijo con molestia. No le gustaba discutir con la reina por varios motivos, y uno de esos era ese: su mente... no estaba tranquila. No sabía cómo Akko conseguía olvidarse de ella mientras elaboraba los trabajos de cada día, pero sospechaba que era por el gran orgullo que nació y creció después de que naciera Alice.
¿Y dónde estaba su orgullo? ¿Dónde estaba la persona firme que enfrentó a más de dos mil enemigos con el primer uso de su magia? Parecía que todo se había perdido cuando esa persona... se fue. Algo se rompió en ese momento, y ni la reina podía ayudarla.
Si lo pensaba, estaba sola. Sus dos madres adoptivas, Merides O'Neill y Anne Finnelan, aun se encontraban con vida, pero vivían en otros reinos lejos de su ubicación. El único que estaba cerca de ella, era la persona que había mentido frente a los antiguos reyes e intentó matarla: Kelvin, su hermano.
Era su familia, pero Diana no lo quería a él. Simplemente lo apreciaba por ser hijo de su verdadera madre y le ayudaba por cierto tiempo.
Además, ella había hecho una familia. Tenía una hija y una hermosa esposa, sin embargo aún se sentía sola. No podía decirle a Alice sus sentimientos; no podía expresarse con una niña. Y los amigos que había hecho se encontraban siempre en su trabajo y, cuando tenían tiempo libre se iban a un bar. Ellos obviamente podían ir a divertirse, pero casi por eso no los veía y si lo hacía hablaban muy poco: porque ella también tenía responsabilidades que cumplir.
—¡He llegado! ¡He llegado! —exclamó una pequeña niña entrando a la biblioteca. Diana le disgustó un poco que el silencio hubiera sido interrumpido abruptamente, pero lo dejó pasar fácilmente al ver a su hija tan feliz de verla—. ¡Mamá, he llegado! —dijo nuevamente con una sonrisa que contagió a Diana.
El rey la levantó por sus brazos y la sentó en sus piernas. Seguidamente le depositó un tierno y suave beso en la cabeza para después acariciarla.
—Has llegado —dijo—, diez minutos tarde —le recordó.
—Pero he llegado —se excusó en un murmuro haciendo un pequeño puchero.
Diana nuevamente besó su cabeza y la abrazó siendo correspondida al instante. Lo necesitaba. Ella necesitaba ese afecto que su hija le estaba estregando. Y gracias a eso, le ayudó a dispersar cualquier malestar y pensamiento pasado o negativo.
Parecía que el positivismo en ella también se había ido aquel día.
—¿Dónde estabas? —le preguntó inocentemente la niña sin separarse del afectuoso abrazo—. No viniste a desearme los buenos días.
—Lo lamento, mi princesa —dijo, omitiendo porque había desaparecido. Diana la separó un poco para verla—. ¿Lista para ir de paseo? Iremos a un nuevo lugar esta vez.
—¡Sí! ¡Yo quiero el mando! —gritó emocionada refiriéndose a manejar el caballo.
—Siempre estarás al frente —le aseguró con una sonrisa.
Esa energía y entusiasmo... la había sacado de su otra madre.
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En el transcurso, Alice "guio" el caballo, aunque Diana sostenía la soga muy por debajo para que no viera que ella era quien "dirigía" al animal. Sin embargo, la niña estaba contenta y eso la hacía feliz.
El rey había dejado el castillo sin avisarle a la reina. Diana quería un poco de aire. Y que mejor obteniéndolo saliendo de paseo con su hija, sin embargo, ellas no se dirigían a cualquier lugar. Diana llevaba a Alice a las tierras que antes le pertenecían al reino de Bernicia; a las tierras que Akko se había negado a adquirirlas de regreso.
Les tomó alrededor de dos horas a caballo para llegar. Por suerte Alice no se quejó y disfrutó del todo el trayecto mirando su entorno con emoción. Los lugares que contemplaba eran nuevos para ella y nada parecía pasar desapercibido por sus bellos ojos rubíes.
Diana se sentía segura y más tranquila. Ella había puesto una barrera invisible alrededor de ellas para evitar cualquier ataque repentino que no alcanzara a ver. Estaba consciente de que las personas que "no tenían" un rey, eran algo agresivas cuando uno se presentaba.
Y no estaba en lo incorrecto. Una lanza creada de madera se rompió cuando choco contra la barrera que creó. El andar del caballo se detuvo y, enseguida se bajó con cuidado ondeando su capa blanca con el viento. Seguidamente Alice extendió sus brazos, y Diana la tomó y cargó en los suyos.
La persona que las atacaron no estaba lejos. Ella lo presentía y sus defensas estaban activas por cualquier otro movimiento.
Antes de abandonar el caballo y continuar con su camino, pero a pie, le dio unas palmadas al animal para protegerlo si querían matarlo, y también lo amarró en la rama fuerte de un árbol que se encontraba cerca de un pasto donde podría disfrutar ingiriéndolo mientras no estaba.
—¿Dónde estamos? —consultó Alice observando su entorno.
—Se llama: . Unas tierras que le pertenecían a nuestro reino.
—¡Estas no son tus tierras, maldita bruja! —gritó alguien. Diana lo ignoró y levantó la cabeza observando el hilo de humo negro en el cielo. Ella estaba cerca del pueblo de esas personas—. ¡Vete de aquí! —volvió a decir y, nuevamente fue ignorado.
Diana empezó a caminar con un semblante serio y superior, adentrándose lentamente al pueblo que ansiaba ver desde que supo de su existencia. Las personas que trabajaban; pasaban en caballo y carretas; y comerciantes, se detuvieron en seco al verla. Alice se aferró al cuerpo de su madre, al ver el semblante de asombro de la gente que las miraban.
El rey de Bernicia, caminó con tranquilidad creando un eco en cada paso que daba. Ella se aproximó a un mercado de frutas y despojó del bolsillo de su pantalón una moneda de oro. La dejó a un lado y tomó una manzana. Seguidamente la limpió utilizando su magia y se la entregó a Alice que la agarró dudosamente.
—Todo estará bien. Nada te pasará —le susurró tranquilizando los nervios de su hija.
Alice asintió y dio un mordisco a la fruta. Las personas no dejaban de verla, y Diana simplemente las omitió y continuó contemplando los alrededores. Sin embargo, su pequeño paseo fue interrumpido por un viejo ciudadano.
—Su majestad —llamó con cordialidad—, ¿A qué se debe su visita a este humilde pueblo?
—He venido a conocer. Y luego vendré a negociar —dijo con firmeza.
—¡No te pertenecen! —exclamó con enojo la misma persona que había fracaso en atacarla. Era un joven terco, de aproximadamente quince años. Diana esta vez lo miró no cambiando su semblante—. ¡Vete de aquí!
Y de nuevo atacó con una piedra que rebotó contra la barrera. Las personas que observaban se quedaron impresionadas al no a ver visto tal magia físicamente.
—No pierdas la energía —aconsejó Diana, y otra vez se dio la vuelta para dirigirse al pueblo—. Es un hermoso lugar —dijo—, si mi presencia es molesta para ustedes me retiraré enseguida, pero si me dan la oportunidad de conocerlos... Entonces, en mi segunda visita puedo traer recursos que le favorecerán.
—¡Eso es soborno! ¡Sabes que estamos necesitados y nos quieres sobornar! ¡No aceptaremos tu lástima! —gritó ahora una niña, uniéndose a lado del niño.
Diana entró en cuenta que sus palabras no valdrían. Así que, se giró una vez más, despojó y dejó otra moneda de oro a lado de la otra y tomó otra manzana. Alice que se hallaba comienzo la suya, solamente observaba y escuchaba con más tranquilidad lo que decía y hacía su madre.
—Permítanme —dijo Diana, para luego caminar hasta el centro del pueblo. Las personas se apartaron de inmediato para darle paso. Algunas la miraban con curiosidad, otras con enojo y las demás con repugnancia al ser una bruja y un rey al mismo tiempo.
Diana con su magia nuevamente limpió la manzana; luego le quitó el cuerpo dejando sólo el corazón; y se agachó con Alice en sus brazos. Mientras acercó el corazón de la fruta a la tierra, ésta se abría para recibirla. Y, cuando estuvo cultivada, Diana, a medida que se ponía de pies y levantaba su mano, un árbol fue creciendo dando frutos al llegar a su punto máximo.
La belleza del árbol resplandeció y anonadó a todos. Alice, quien había acabado su manzana, se estiró y tomó otra cerca de su ubicación. Diana la detuvo en el momento que la guio a sus pequeños labios y la limpió para después devolvérsela.
Antes de retirarse del lugar, le dejó dos monedas de plata al mercader de frutas para que su negocio no se viera afectado. Y sin más nuevamente montó su caballo y retomó el camino a su hogar.
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El caballo relinchó al detenerse en la entrada del castillo. Los encargados de cuidarlos aparecieron en cuestión de segundos y se lo llevaron en el momento que, Diana, se bajó junto a Alice.
Al ingresar al castillo, una molesta reina esperaba su llegada.
—Hasta que se digna a aparecer, mi rey.
Diana suspiró levemente y dejó a Alice en el suelo para que se fuera a preparar para la cena. El rey hizo una reverencia de manera cansada.
—Lamento haberme ido sin previo aviso.
Akko saludó a Alice agachándose para darle un rápido beso y recordarle que la estaban esperando en el baño de su habitación.
—He estado buscándolas por todo el castillo —le dijo mientras se acercaba.
Diana se sintió un poco culpable, pero no cambió su semblante neutro y la observó aproximarse. La reina colocó sutilmente la mano en el hombro de su rey y su expresión se suavizó.
—¿Podemos hablar en privado? —pidió.
Diana apreció su tacto enseguida y no tardó mucho en acceder a su petición.
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Fin del Cap. 2 (Paseo)
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