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EL REINO DE KARAT

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Narradora Pov

Todo... le estaba dando muchas vueltas. Lentamente abrió sus parpados topándose con dos pequeñas luces de velas en su entorno. Sacudió la cabeza y parpadeó unas tres veces volviendo a sí mismo. Intentó mover sus piernas, pero éstas le dolían y sus brazos no podía tampoco moverlos; estaba atado.

—Buenas noches, Sir. Kaarlo Mubralel —le dijo una voz que le costó identificar.

Aún se encontraba un poco aturdido por el choque recibido con anterioridad, y Akko lo notó enseguida con complicidad. El hombre que tenía intenciones de dañarla psicológicamente y físicamente estaba reaccionando a las heridas causadas. Ella esperó a que se recuperara por completo para dirigirle de nuevo la palabra.

En la cabeza del caballero una voz pequeña resonó haciéndolo temblar. «Kalet...», reconoció y su ceño se frunció cuando un recuerdo en específico del muchacho le causó un sentimiento de arrepentimiento y molestia. "A llegado tu momento de que seas como yo." "Pero no quiero ir." "Es un lugar de entrenamiento, tienes que asistir."

Cuanto se arrepentía de haberlo mandado a ese sitio. Sabía que el líder era un estúpido, pero nunca creyó que lo fuera tanto como para amenazar la vida de la hija de los reyes de Bernicia. «Viejo loco». Al menos se alegraba de que estuviera muerto.

Akko arqueó una ceja observando como la persona que tenía en frente tenía una discusión o charla en su cabeza. Hizo una mueca y movió su mano encendiendo nuevamente esa llama de fuego que levitaba arriba de su palma. Esa acción captó la atención del caballero que giró a verla con leve impresión y seriedad.

«¿Puede hacer magia?», se preguntó arrugando ligeramente el entrecejo. «Eso es imposible. Sólo la bruja puede hacer magia», se dijo recordando los rumores escuchados. «Es la mujer de la bruja; tal vez no es una idea tan loca...» Él intentó mover nuevamente sus piernas sin tener algún resultado.

—Has perdido la movilidad de tus piernas —le dijo Akko causándole gran sorpresa.

«Maldición...». Él le creyó, puesto que, si no lo estuvieran al menos las sentiría. El ceño del caballero se frunció más y su mandíbula se apretó con fuerza. «No debí aceptar esta orden», se dijo y bajó la cabeza. «Debí haber escapado cuando tuve la oportunidad». No obstante él no era uno de esos hombres que se iban del reino sin permiso de su rey. Kaarlo juró servirlo y debía estar cuando él lo necesitara.

La muerte de su hijo lo había lastimado severamente hasta el punto de pensar en huir de las tierras donde se crio; era algo extraño ese tipo de pensamientos viniendo de él, ya que, siempre había sido uno de los mejores caballeros leales del rey, no obstante, su corazón había sido herido de la misma manera que sucedió en su pasado. La mujer que más amaba también la había perdido, y ahora su hijo se encontraba con ella; estaba solo y acabado.

—Le había prometido cuidarlo... —murmuró calmando lentamente su expresión.

Akko lo escuchó y lo miró con neutralidad.

—Tomaste una mala decisión —respondió la reina poniéndose de pies.

—Era necesario que entrenara para que cuidara de su propia vida y pudiera defender a las demás —le explicó—. Es lo que hace el reino de Karat con nuestros hijos; los convierte en caballeros fuertes como nosotros para que le sirvan.

—¿Y a las mujeres? —le preguntó con curiosidad.

—Las mujeres... —murmuró no queriendo responder. Tardó unos pocos segundos y, al final lo hizo—, le complacen cuando tienen una edad mayor.

Akko se disgustó por dicho dato.

—¿Ese es tu rey?

—Mi rey no les haría daño a los inocentes —respondió mirándola por fin.

—Pero le encanta tener sexo con jovencitas. ¿Qué hubieras pensado de él si el hijo que tuviste hubiera sido una niña? ¿Dejarías que él la tome y le haga cosas en contra de su voluntad?

Kaarlo desvió la cabeza y, nuevamente su ceño se frunció. «Tiene razón». «No dejaría que mi hija cayera en manos de mi señor. Desearía que ella tuviera una vida tranquila con una persona que ama, sin embargo... en Karat uno no puede tener una vida en paz». En las tierras donde se había criado, los caballeros de alto rango como él violaban a las mujeres por el simple hecho de satisfacer sus hormonas; no obstante él no podía juzgarlo.

El hombre frente a la reina de Bernicia, también se había aprovechado de algunas jóvenes para calmar el dolor agonizante en su pecho. Y, admitía que le funcionó hasta cierto punto donde el placer se volvió nulo y el interés de tener relaciones se perdió. Ahora era uno de los mejores caballeros gracias al enfoque que tenía en su trabajo y la frialdad de cómo los realizaba.

Además, él había tenido un pensamiento impuro contra la reina al verla tan hermosa sentada en su escritorio; aparte de la furia que se encontraba en su pecho y los impulsos incontrolables. Él había sentido nuevamente excitación después de tantos años con tan sólo imaginar follarse a la reina de Bernicia.

Sin embargo, sabía que eso no pasaría, pero dentro de su cabeza y corazón tenía la esperanza de cumplir lo ordenado, y su repentino deseo.

—Tu reino caerá.

Kaarlo se rio y nuevamente bajó la cabeza.

—Estoy seguro de que lo hará —admitió tomando por sorpresa a la reina—. La magia de la bruja es sorprendente y hermosa. Si tuviera la oportunidad de que me otorgara una petición antes de morir, le pediría ver la destrucción del reino de Karat bajo la mano de su rey.

«Que petición tan extraña», pensó Akko.

—Tenía la esperanza que pudieras moverte y trasmitirle de mi parte un mensaje a tu señor, sin embargo, no creo que sea posible por tu estado, Sir.

De nuevo Kaarlo rio.

—Mi rey no merece recibir un regalo tan bello de su parte como lo es una carta. Al menos agradezco ver a una mujer hermosa como usted, antes de ir con mi familia.

—Aceptas tu derrota; aceptas la caída del reino al que le servís; y aceptas tu muerte. No bastas de impresionarme, Sir. Kaarlo Mubralel de Karat. Pero lastimosamente para ti, no morirás en este momento.

El caballero levantó una ceja y con dificultad volvió a verla.

—Quiero respuesta a algunas preguntas que tengo —dijo y se acercó encendiendo nuevamente la llama en la palma de su mano. La poción no tardaría en perder su efecto—. Y por el emblema y broche que poseías puedo asegurar que eres uno de los más fieles caballeros del rey.

—No debería importarle Karat si sus intenciones son destruirlo. En mi opinión es una pérdida de tiempo.

Akko sonrió e incrementó la llama.

—¿Colaborarás, Sir?

«Esta mujer...», pensó apretando los músculos que podía mover de su cuerpo. «Que valentía», se dijo mientras miraba directamente los ojos rubíes que esperaban una respuesta. «Es una lástima».

A punto de mover su brazo derecho para zafarse del amarre y atacar a la reina, una persona levantó la carpeta provocando que la reina sonriera, y que el caballero detuviera de inmediato su acción. Él lo sintió en ese momento y no pudo evitar que el miedo le recorriera por todo el cuerpo; con tan sólo su presencia lo había hecho temblar.

—Mi rey —saludó con amabilidad—. He tenido una visita en esta noche —dijo acercándose a la persona que miraba con gelidez al caballero amarrado a la silla.

Su corazón latía con rapidez, y palpitó aún más al escuchar sus pasos acercándose. «El rey de Bernicia...» Los ojos de Kaarlo temblaron cuando vio sangre y suciedad en la túnica del rey. «La temible bruja...» Con esfuerzo levantó la cabeza y la miró topándose con una expresión seria y contundente. «Cavendish».

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Larius: ¿Algún aviso?

El caballero se acercó.

—Sí, mi líder. Nuestro rey y los demás han despejado con éxito las tierras Biraz.

Frank: ¿Algunas bajas?

El hombre asintió con la cabeza.

—La magia no fue requerida en el ataque, sin embargo, algunos caballeros resultaron heridos y están siendo atendidos en este instante por las enfermeras. Cincuenta hombres murieron y hay cien heridos —aclaró.

Larius no hizo una mueca de disgusto y despidió al caballero que dio el mensaje. El numero era bastante bajo a comparación de las guerras pasadas que Bernicia había tenido. «En realidad... es demasiado inferior».

Larius: Si nuestro rey no usa su magia en esta batalla moriremos todos —dijo.

Frank: Somos suficientes contra más de cinco mil. De seguro mi rey nos ayudará cuando sea necesario.

Larius: ¿Por qué el reino de Bernicia no trajo a todos sus otros caballeros? Tendríamos una ventaja mucho mayor ahora mismo.

Frank: La princesa Alice se encuentra en el castillo y los ciudadanos necesitan de protección mientras los reyes no están.

Larius: La princesa tiene magia.

Frank: Es una niña —respondió con rapidez—, aunque sea una bruja no logrará defenderse sola contra unos caballeros de alto rango.

El líder chasqueó su lengua y se acomodó su armadura.

Larius: Esperemos a que el rey venga con los caballeros que aún puedan combatir —le dijo y se separó de Frank para reunirse con sus hombres y dar la noticia.

Habían otros reinos Biraz que el reino de Bernicia poseía, sin embargo, le había pedido, específicamente, a él y a Bernand, que preparan a sus hombres. «¿Por qué los reyes no trajeron a más caballeros?», se seguía preguntando con molestia.

Pasaron unas cinco horas donde tuvieron que esperar a que el rey apareciera con los que aún podían combatir. Era de tarde y los hombres agradecían estar debajo de unos árboles que los ocultara del resplandeciente y ardiente sol.

Cuando Diana llegó algunos tomaban agua y otros hablaban entre sí con diversión, sin embargo, éstos se detuvieron al verla seguida por el caballero Moisés y el líder Bernand dirigirse a Frank y a Larius.

Frank: Bienvenido, mi rey.

Diana le sonrió tenuemente y le asintió en respuesta, para después dirigirse a los lideres.

—¿Alguna acción o hecho visto en el reino Karat?

Larius: Por el momento no, su majestad, pero es probable que se encuentren preparando a sus hombres.

Diana sospechó. «No veo a ninguno de nuestros enemigos fuera esperando a contraatacarnos», se dijo. «Algo está mal, y no podré descubrirlo en este lugar». Tenía un plan y un mensaje de su reina que trasmitiría luego de saber un poco más de información.

Bernand: El reino de Karat posee otros reinos Biraz que no podrán responder a tiempo cuando comencemos.

Larius: A menos que se hayan preparado con anterioridad.

Bernand: No recibimos algún informe de nuestros vigilantes acerca de una preparación anticipada.

—Mi reina ha capturado a uno de los mejores caballeros de Karat —dijo, y todos la miraron impresionados—. Ella deseaba enviar un mensaje al rey, pero el caballero resultó gravemente herido por mi hechizo y es imposible enviarlo en esas circunstancias.

Larius: ¿Cómo está él?

Diana giró a verlo y le contestó fríamente.

—Muerto. —El rey había acabado con la vida de Sir. Kaarlo después de haber tenido una pequeña charla que se extendió dos largas horas—. El caballero soltó información importante acerca de los planes de ataque del rey de Karat y sus demás caballeros. —«Sin embargo es posible que estuviera mintiendo simplemente para complicarnos las cosas»—. Y otros lideres —concluyó.

Frank: Se prepararon —dijo.

—Es correcto. Dentro del castillo de Karat se encuentran los lideres de los reinos Biraz que posee. En total nos triplican el número.

Larius: ¡No puede ser! —murmuró en voz baja para que sus hombres y los otros no lo escucharan.

Bernand: Necesitamos pedir refuerzos.

Moisés: Son muchos. No podremos con todo.

Y era verdad. Debajo del castillo estaban los hombres que ocultaba el rey, no obstante, era un poco extraño que las "víboras" no hubieran visto ese detalle; ah no ser que Karat se hubiera preparado mucho antes de enviar esa declaración de guerra, sin embargo, ellos igualmente perderían; su plan era absurdo. Debieron haber atacado cuando tuvieron la oportunidad.

Diana suspiró y detuvo sus palabreríos con unas simples palabras que les causó conmoción y miedo. «No necesitamos a más hombres».

Bernand: Su majestad, es una locura.

Diana estaba consciente que eran demasiados en comparación con ellos, pero ella recordaba claramente las palabras de su reina. La petición recibida fue firme; el tono de su voz demostraba clara seguridad.

—Esperen a mi señal —dijo y empezó a caminar hacia la salida de aquel bosque.

Frank, Bernand, Larius, Moisés y los caballeros la miraron con sorpresa. El rey continuó avanzando sin mirar atrás; sus ojos azules empezaron a brillar intensamente y sus dedos cosquillearon.

"Destrúyelos". Diana se arrodilló y tomó su mano derecha. "Lo que ordene, mi reina".

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Fin del Cap. 19 (Reino de Karat)

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