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VALENTÍA
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Narradora Pov
—¡Mamá! —exclamó Alice corriendo hacia Akko que se encontraba hablando con su abuela.
La reina se extrañó, ya que su hija no era de hacerlo muy a menudo y menos con su persona, pero no dudo en recibirla.
—¿Estás bien, cariño?
Alice negó con la cabeza recordando lo que había ocurrido hace dos días atrás. Diana se acercó y exhaló suavemente conteniendo el enojo que aún le provocaba el recuerdo. Debía controlarse para soportar el regaño de su reina y las preguntas que haría.
—Las personas son malas —musitó la niña.
Y con eso, Akko se hizo una idea de lo ocurrido. Rápidamente volteó a ver a Diana quien tenía una expresión de preocupación, pero molesta a la vez. La reina calmó a la pequeña, y luego la pasó a brazos de su madre siendo bien recibida.
—¿Lista para cenar? Han preparado tu postre favorito —animó Isabella provocando que Alice la mirará con sorpresa.
—¿Enserio?
—Sí, cariño.
Alice giró a ver a su madre Akko, y ésta le asintió. Seguidamente Isabella abandonó el salón junto con Alice; diana, que estaba esperando pacientemente, tomó asiento en uno de los sofás y, cuando la puerta se cerró se permitió hablar.
—Tenían a un rey.
Akko parpadeó confusa y nuevamente giró a verla.
—¿Un rey? Eso es imposible. El reino Biraz que controla esas tierras es el único rey, aparte del rey que sirve.
Diana exhaló con frustración, recostó su espalda en el sofá dejando caer su cabeza hacia atrás, juntó sus manos y jugó con sus dedos.
—Nos descubrieron. Alice se expuso y, por poco... Bueno... Lo siento, mi reina. Tendré más cuidado a la próxima.
Silencio. Pasaron unos minutos y Diana miró a Akko extrañándose de que no hablara después de ese tiempo. Akko estaba analizando lo que había pasado con una vaga explicación y, en el momento que, pareció haber terminado una sonrisa tenue se dibujó en sus labios.
—¿Próxima? —dijo y cruzó sus brazos—. No habrá próxima vez.
Diana la miró confundida pensando en que su reina... no volvería a confiarle una tarea como esa, sin embargo su pequeña risa la desconcertó más y quitó esa idea de su mente. Luego se dio la vuelta y caminó hacia la puerta. Antes de retirarse y prepararse para la cena, la observó de reojo.
—Nadie se mete con mi hija.
Los parpados de Diana se abrieron en grande ante esa declaración y, cuando abandonó el lugar, se tomó unos segundos para imaginar lo que pasaría.
Con sus palabras aseguraba que el reino de Bernicia, se daría a respetar una vez más. Sin embargo, el significado verdadero era que, las tierras de Ulabel, no serían las primeras en ser despojadas.
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Encontrarse nuevamente en la montura de un caballo acompañada de un caballero real y otros más, era un poco tranquilizante. Diana pensaba aún en las palabras dichas por su reina hace una semana atrás. Después de hacer tal declaración, su reina actuaba con un poco de frialdad a las demás personas fuera de su círculo y era más sobreprotectora con Alice.
Esa información claramente la había molestado; y mucho.
Tal vez era un poco exagerado su comportamiento, pero... cuando Akko había deseado tener a una hija, no lo había hecho con el propósito de que tomara solamente su puesto o el de ella en su momento. Lo había hecho porque tenía el sueño de poder formar una familia con la persona que amaba. Además, le hacía mucha ilusión.
Diana estaba cerca del reino en donde intentaría hacer un "trato" justo para aquellas personas de Ulabel que quedarían sin hogares. Imploraba que las cosas salieran como las había planeado en su cabeza, pero estaba consciente que posiblemente no resultaría de esa forma.
Había leído, por encima, sobre el reino de Nuster, y no eran de los más amistosos con los "visitantes". Tenía suerte que aceptaran a verla, pero antes de hablar de la razón por la cual se encontraba en ese lugar, Diana, debía comer de su pan, dormir en su lecho y compartir armonía por dos días completo.
A sus caballeros y a ella le habían tomado siete días en llegar al reino de Nuster, y Diana debía regresar a tiempo a la celebración que se llevaría a cabo en el castillo de Bernicia. Era una fiesta importante que Akko esperaba que estuviera, y el rey no iba a faltar o, al menos, intentaría de no hacerlo.
En ese tiempo que le tomó en llegar, pensó en la información del libro que había llevado consigo. Ella quería leer con profundidad las últimas páginas que le faltaban en esa noche que estaría en el hogar de los Nuster; sin miedo de ser vista o descubierta.
Su nuevo hallazgo en la biblioteca de las hadas, hizo que un sentimiento que había perdido hace mucho tiempo después de varios intentos fallidos, nuevamente naciera e incrementara a medida que pasaban los días y leía cada vez más páginas.
Había recuperado la esperanza.
—Mi rey —llamó Frank—, hemos llegado.
Diana salió de sus pensamientos y observó la enorme puerta frente a ella. Los caballeros que la cuidaban hicieron una reverencia ante su presencia y, lentamente fue abierta para que ingresara al reino. Las personas del pueblo que la observaban en el andar pasivo de su caballo empezaron a murmurar cosas que, obviamente, no alcanzó a escuchar y no deseaba hacerlo.
Ella se mantuvo firme y no volteó completamente la cabeza para ver a aquellas personas que se sorprendieron por su presencia. Al llegar a las puertas del castillo, bajó de su caballo ondeando su capa blanca y se permitió contemplar el reino que, Bernicia, había dejado de comunicarse hace muchos años.
Diana admitió que era hermoso, y que el ambiente le creaba una sensación... de tranquilidad. Dibujó una sutil sonrisa en sus labios y, nuevamente se giró cuando las puertas se empezaron a abrir. Antes de entrar, suspiró calmando sus nacientes nervios.
«Aquí vamos...»
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Una semana y dos días después
Ingresando al castillo de Bernicia, el rey no se extrañó de no ver a su reina por los alrededores como acostumbraba a estar cada vez que regresaba de algún viaje. Ella suspiró y recordó que era de noche y había llegado una hora después de que comenzara la celebración.
Estaba cansada y deseada irse a la cama, pero su hija y esposa la esperaban con ansias en el salón de gala. Tuvo las intenciones de ir a su habitación, tomar una ducha con agua fría y ponerse un vestuario adecuado para la ocasión que se estaba llevando a cabo. Sin embargo, al imaginar la cama que compartía con su reina la hacía tambalear ligeramente.
Diana estaba acostumbrada a andar a caballo, pero el viaje había sido bastante extenso y agotador que no se le permitía demostrar la fatiga que sentía, ya que tenía que cuidar su imagen en cualquier momento que se encontrara frente a ojos ajenos.
Despidió a los caballeros y ordenó a Frank a asegurar los alrededores del castillo. El atuendo que llevaba consigo era considerado formal para la ocasión, sin embargo, se sentía un poco incomoda porque no lo había cambiado desde que salió del castillo de los Nuster.
Después de meditar unos segundos más, no contuvo la incomodidad y se dirigió a sus aposentos para quitarse el malestar de encima. Pasaron aproximadamente unos treinta minutos para que estuviera nuevamente lista, pero el cansancio gracias al baño se había reflejado en su rostro.
No obstante, con sencillez optó una expresión neutra y abandonó su habitación pensando en las dos propuestas que la tomaron por sorpresa por parte del rey de Nuster. Era un hombre simpático y alegre, pero cuando presentó a su esposa, la reina, Diana tuvo que contener la impresión en su rostro.
El había dicho: "Esta es mi reina, mi amiga y acompañante de toda la vida, y mi hermana, Celia." «¿Hermana?». ¿Había dicho hermana? Eso la desconcertó, pero luego de procesarlo cayó en cuenta de las palabras escuchadas. Diana no tenía idea, sin embargo, después de una explicación e historia contada en la cena sus dudas se habían aclarado por completo y las cosas habían agarrado más sentido.
El reino de Nuster, era conocido por no tener alguna alianza con otro reino. Pero, ¿Cómo hacían entonces? La respuesta era simple. Ellos, se casaban entre sí para conservar su sangre; eran también conocidos por tener la sangre más "pura".
Diana obviamente no opinó nada acerca de eso, y tampoco quería hacerlo. Sencillamente... lo había dejado pasar, pero las siguientes dos propuestas eran las que se habían quedado en sus pensamientos en todo el viaje.
Suspiró y despejó su mente para concentrarse en la actividad que tenía en esa noche. Sin embargo, se quedó pensando en las palabras que utilizaría para contarle a su reina... lo que haría dentro de dos años.
Ella se había leído completamente el libro que tomó de la biblioteca de las hadas, y poseía el conocimiento necesario para poner su plan en acción, pero necesitaba más experiencia para lograr hacer el hechizo. Sin embargo, estaba segura que, lo que haría... cambiará y afectaría, de manera positiva o negativa, al reino; no obstante, ¿Su reina la apoyaría?
Nuevamente suspiró antes de avanzar unos pasos más hacia la puerta. Al llegar, los caballeros le abrieron y el anunciador dio aviso a su llegada. Ingresó con su típica postura firme y saludó a los invitados con un asentimiento ligero.
Ella estaba cansada y no tenía ganas de conversar, pero debía, puesto que, en las mesas se encontraban las reinas de Gran Betraña, las reinas de la Baja Borgoña, la reina de la Alta Borgoña y otros más con sus pertenecientes príncipes y princesas en sus respectivos asientos.
Akko se levantó de su silla cuando Diana se hizo presente, y con un abrazo la recibió.
—¿Cansada? —preguntó en susurró.
—No tienes idea, mi reina. Me alegro mucho de verla —dijo con alivio apretándola ligeramente contra su cuerpo. La sensación y calidez entregada por su reina, siempre tenía un efecto positivo en ella.
—¡Mamá! —exclamó Alice, acercándose alegremente.
Diana la recibió con una sonrisa y la cargó en sus brazos, para luego besar su frente.
—También me da gusto verte. ¿La estás pasando bien?
Alice asintió y pidió volver al suelo. Diana cumplió con su petición y volvió a mirar a su reina.
—¿Malas noticias? —le consultó Akko, mientras guiaba a su rey a los asientos que le correspondían.
Había música y los invitados parecían pasarla de maravilla. Diana internamente deseaba sentirse de la misma manera, pero el enredo que tenía en su cabeza no se lo permitía. En una semana más se iría al reino de la Baja Borgoña para lidiar con las "falsas brujas", y quedaba aun otras cosas por hacer.
—Unas buenas y otras malas. Necesito decirte algo —dijo y Akko acarició su brazo con sutileza.
—Cuando acabe la fiesta —le contestó con sutileza.
Diana tendría toda la atención de su reina después, pero no podía esperar. Ella quería saber qué respuesta o reacción poseería al decirle lo que deseaba llevar a cabo. Sin embargo, no quería arruinar la fiesta o crearle el mismo enredo mental que tenía. Eran muchas cosas y la explicación de cómo lograría ese objetivo era igual de larga.
Suspiró una vez más y se volteó a ver a la reina de Betraña de cabello rubio reír en compañía de la, antes princesa, de la Alta Borgoña. Nuevamente suspiró, pero con más suavidad y, seguidamente tomó la copa de vino frente a ella y observó a las personas que se acomodaban para empezar un baile en el centro. Entre ellas, se encontraba la reina Isabella con el rey Alcides.
Pasaron los minutos y Diana no lograba concentrarse o sentirse mejor con lo que sucedía a su alrededor. Le resultaba un poco agobiante mantenerse aún con energías luego de haber emprendido un largo viaje; y a caballo. Si hubiera sido en barco, no estaría tan cansada. Sin embargo eso era una simple excusa que no le ayudaba en nada.
Diana miró de reojo a su reina y contempló la sutil sonrisa en los labios que había besado más de una sola vez. Luego fijó su vista en el poco contenido de su copa y, cuando la música acabó, soltó, en un tono que sólo la persona a su lado podía escuchar, aquellas palabras que provocó que, su reina, la volteara a ver con gran sorpresa.
—Traeré a Amanda de regreso —dijo con seguridad.
«Por el precio que cueste».
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Fin del Cap. 10 (Valentía)
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