hallazgo
Tenía dos opciones. Iba a la casa de Kanon a recuperar lo que había encontrado para limpiar la imagen de su amado, o simplemente se dedicaba a hacerle caso y olvidarse de su recuerdo. Por mucho que intentaba no actuar, estaba detenido frente a su puerta mirando la cerradura sin poder dar un paso.
Se sentía tentado de ir, de aparecer en aquel lugar. Había sido un sueño, no necesariamente significaba algo más. Lo que fue real en vida era lo que contaba, y por mucho que Kanon haya actuado de esa manera pervertida, él creía conocerlo de verdad. En eso no se equivocaba.
Entonces comenzó a pensar en las palabras del sueño, en donde decía que se sentía poseído. En el cuaderno además mencionaba que se sentía como el mismo demonio, ¿Qué era ese juego? ¿Realmente a Kanon lo invadían espiritualmente? ¿Era eso algo que él quería? ¿Cómo pudo controlarlo? Y lo que más llamaba la atención de Sorrento: ¿Por qué con él había sido distinto?
- Necesito una señal. - dijo en voz alta y clara, apretando sus puños - esto es demasiado para mí, Kanon. Necesito que me des una señal.
Al regresar a casa luego de una larga jornada de ensayo -bastante desastrosa, por cierto- Sorrento se dejó caer en su sillón y cerró sus ojos. Imaginó a Kanon trayendo algo para comer, sentándose a su lado a ver una película mientras lo besaba suavemente en su cuello...
- Kanon me estoy volviendo loco, no sé qué pensar. ¡Dame una señal...! - decía agarrando su cabello.
Se levantó de aquel lugar, dispuesto a prepararse algo para comer. Comenzó a ver su celular ociosamente cuando esperaba que su plato de comida preparada favorita estuviera listo en el microondas - Kanon hubiese detestado comer algo tan malo - pensó... Una vez más pensando en Kanon.
Fue difícil para Sorrento lograr sobreponerse a la inmensa pena de la pérdida de su gran amor. Se acostaba pensando en él, despertaba luego de soñarlo y luego caía en la realidad, sabiendo que ya no podría volver a verlo. Se acurrucaba llorando con pesadumbre.
Una mañana, resignado a seguir su vida sin ningún ánimo, comenzó a limpiar su habitación. Había pensado en ir a rescatar las pertenencias de Kanon - especialmente las que lo delatarían como un abusador - pero pensó que debía seguir el consejo que él mismo le otorgó en aquel sueño. Además, no había manera en que pudieran inculparle, ya que en ninguna foto aparecía él, sólo sus víctimas. Y por cierto, víctimas que iban voluntariamente no podrían ser víctimas... ¿O sí?
Siguió apilando libros, sacando basura, organizando sus cachivaches en sus estantes hasta que una pequeño sobre cayó al piso al mover un libro de su biblioteca.
Al recogerlo, se dió cuenta inmediatamente de quién era.
Unas semanas antes de la muerte de Kanon
- Me gusta el lugar donde vives, Sorrento. Es muy tú. No sabía que tocabas otros instrumentos - dijo tomando un saxofón - ¿De verdad sabes tocar éste?
- Siéntate y escucha - dijo tranquilamente Sorrento. Se sentía tan cómodo con la música como si fuera una extensión de sus pensamientos.
Interpretó una hermosa melodía de jazz, otra faceta que Kanon no conocía de él. El peliazul se aferraba a su silla apretando sus puños y mandíbula, se contenía para no saltar de su asiento y devorar al muchacho en cuestión de segundos.
- Pues sí, sabes tocarlo. Eres increíble - dijo Kanon acariciando sus labios con la punta de sus dedos mientras seguía sentado. Estaba excitado mirando al muchacho - tienes tanto talento, no sé porqué me sorprende.
- Gracias, Kanon. Me gusta mucho la música y los instrumentos de viento...
- ¿Podrías... ? No... No, nada, olvídalo....
- ¿Qué? Dime, Kanon.
- Me preguntaba... No, es ridículo - dijo mirando el piso, sonriendo coquetamente mostrando sus hermosos dientes mientras abrazaba su cuerpo.
- Sólo dime.
- ¿Podrías tocar nuestra melodía? Ya sabes... Va pensiero...
- ¿Quieres escucharla nuevamente?
- No sabes cuánto me gustaría poder hacerlo.
Sorrento tomó su flauta traversa con sus dedos delgados. Luego de muchas semanas se sentía nervioso con la idea de interpretar específicamente esa melodía. Respiró profundo y comenzó a tocar.
Kanon lo miraba con su cabeza inclinada, sus labios entreabiertos y sus ojos inflamados en la más genuina emoción. Al terminar la primera parte, dedicada sólo a la parte instrumental, cantó junto a la melodía de Sorrento. Su voz grave y afinada acompañó en una danza sublime de sonidos, mientras sus respiraciones se conectaban haciendo que sus corazones palpitaran al unísono. Esa bella canción significaba para ellos traducir en música todo el amor que podían sentir por el otro con música, fue un instante mágico en el que ambos se conectaron como nunca lo habían hecho.
Al terminar, ambos se miraron perplejos. Unas lágrimas escaparon de los ojos de Kanon, quien corrió hacia Sorrento, levantándolo del entusiasmo, girando sin dejar de reír. Cuando Kanon depositó a Sorrento en el suelo, acompañó el gesto con una caricia de sus manos cálidas sobre la suave piel del muchacho, apartando el cabello de Sorrento de su rostro. Se miraron unos instantes, y con una sonrisa en los labios, Kanon lo besó. Se podía sentir que le diría que lo amaba, pero no lo hizo. Ya lo había hecho y no había obtenido la respuesta que necesitaba. Sorrento también quería decirlo, pero temía malgastar las palabras... Pero lo amaba. Cada instante que pasaba mirando sus profundos ojos, sintiendo su mano suave rodeando su cuello, acariciando su pelo con tanta ternura. ¿Cómo no amarlo con locura?
Luego de aquel momento inolvidable, pasaron la tarde compartiendo. Kanon intentó tocar - sin éxito alguno - todos los instrumentos de su amado, sacando una que otra risotada. En algún momento en el cual Sorrento decidió cocinar para su amado en retribución de todas las veces que él había cocinado para ambos, Kanon se fue al escritorio de Sorrento, sacó un papel y un lápiz y escribió una carta, escondiéndola en uno de los libros.
- Me gusta mucho ese libro, es uno de mis favoritos.
- Lo conozco. Lo leí hace algunos años - dijo Kanon desviando la conversación para que fuera sorpresa el momento en el que encontraría la carta - ¿Necesitas ayuda?
- Sí, pensaba que podrías acompañarme en la cocina. Nunca habías estado acá y se siente muy bien tu compañía...
- Hecho - dijo sacándose la polera - y debo decirlo, me siento muy cómodo.
- Pero Kanon...
- ¿Te molesta...? - dijo acercándose a Sorrento, sumergiéndose en su cuello, mientras sus manos se detenían en su cadera con firmeza.
- N... No.
- ¿Te pongo nervioso?
- No.
- Te tiemblan las rodillas. Ven acá - dijo comiéndose la boca de Sorrento en un seductor y húmedo beso - ¿Mejor?
- N... No, de hecho, creo que quedé peor.
- Mmmm - dijo ronroneando en su oreja mientras sus manos recorrían la piel de su espalda por debajo de su polera - ya veo, no podré tranquilizarte... Voy a tener que hacer algo que no quería hacer...
- ¿Qué...? - Sorrento había entrecerrado sus ojos, sabía perfectamente lo que venía a continuación.
- Mantén tus ojos cerrados, no los abras... Sólo siénteme...
Las manos expertas de Kanon comenzaban a hacer estragos... Sus respiraciones se agitaban... Sus labios se encontraban con furia...
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En las manos de Sorrento estaba ese papel. La carta tenía que ser de Kanon. Sus manos temblaban, su sonrisa esbozaba una extraña sonrisa. Suspiró profundo.
Sorrento
No puedo evitarlo, me haces tan feliz. Quisiera poder pasar mi vida entera a tu lado. Espero que logres darte cuenta de quién soy y entiendas que no soy una mala persona. Tú me haces ser un mejor hombre. Me haces feliz.
Cuando encuentres esta carta, espero puedas entender al fin que te amo. Tal vez tú no sientas lo mismo, pero necesito que lo sepas. Si sientes lo mismo, donde quiera que esté... Por favor dímelo. Te amo tanto, Sorrento. Quiero pasar el resto de mi vida a tu lado. Eres lo mejor que pudo haberme ocurrido.
Te ama,
Kanon.
Sorrento se dejó caer apoyándose en la pared, apretando con firmeza el papel contra su pecho. Sus ojos se contrajeron tan fuerte que veía puntitos de colores, mientras múltiples lágrimas caían sin control sobre su rostro.
- Yo también te amo, Kanon. Yo también te amo... ¡¡Kanon, yo también te amo!!
Pasó media hora en aquel lugar, apretado sobre sí mismo sin querer moverse. No soportaba la ausencia de su amado y no sabía qué hacer. Lo único que se le ocurrió fue tomar sus cosas e ir a visitar la tumba de Kanon. Si era cierto que había fallecido, lo mínimo que podía hacer era visitarlo y entregarle algunas flores.
Avisó en su trabajo que faltaría durante algunos días, tomó un bus a la ciudad natal de Kanon y emprendió su viaje.
La carta lo decía: donde quiera que esté, por favor dímelo. Lo tomó literal.
Al llegar a la ciudad, no conocía prácticamente nada. Lo único que hizo fue visitar la casa donde vivían los padres del peliazul... Un taxi le acercó a la dirección que tenía y en un vaivén, ya estaba parado frente a aquel lugar.
Tocó la puerta dos veces. Iba a tocar la tercera, pero antes de poder hacerlo, alguien abrió la puerta.
Un muchacho de cabello azul prusia extremadamente parecido a Kanon abrió, se quedó detenido un momento y lo observó con detención.
- ¿Kanon?
- Saga. Mi nombre es Saga.
El muchacho sonrió. Algo le pareció familiar en él, no sólo por el parecido con Kanon, sino más bien de aquel ser de cabello gris que lo había intimidado en aquel sueño tan lúcido.
¿Dijo que su nombre era Saga? ¿Saga, como Kanon cuando luchaba? ¿Era Saga su alter ego, u otra persona?
Sorrento ya no se sentía seguro. Estaba lejos de casa, sin Kanon, y para peor, frente a un ser que parecía venir desde una incómoda pesadilla para alterar sus recuerdos.
Nada de esto podía estar bien.
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