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Esperar

Regresó a casa directamente hacia su habitación, buscó entre sus pertenencias y ahí lo encontró: el afiche de Saga.

Sorrento se detuvo a verlo. Se sorprendió apretando los puños como si estuviera encontrando la fuerza para seguir resistiendo el revoltijo de sensaciones que lo invadían con tan sólo mirarlo.

Y qué beso más torpe. Rico, pero torpe. Sorrento lo había imaginado todo tan distinto...

Kanon estaba diferente, no era diferente. Podía sentirlo, estaba ahí oculto después de todo. La coraza que había creado le servía mucho, pero algo había de cierto: el hábito de Kanon era algo que no se podía fingir. Muy controlado y muy parecido al Kanon de antes, pero finalmente había aprendido otras cosas. Eso sí era diferente en él... Sorrento se maldecía por no tener más experiencia. En parte por haber crecido dentro del clóset y aún no salir, y también por su romántico recuerdo con Kanon. A pesar de ser un episodio traumático, no fue el acto en sí, fue la consecuencia.

Y ahí estaba el afiche. Era él, tanto tiempo después. Kanon siguió entrenando, comenzó una nueva disciplina, aprendió a valerse por sí mismo y... Hasta pensarlo le costaba, pero sabía que debía considerarlo en su ecuación: tenía una vida sexual activa. Y a sospechar por todo el tiempo que requirió en su camarín con ese hombre rubio, no era simplemente activa. Era intensa y muy frecuente.

¿Qué estará haciendo Kanon ahora? ¿Estará con alguien más? No, no podría haber dormido con él. No estaba preparado. Aún no me siento bien con eso...

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Kanon

Mierda. Mierda, mierda. Sorrento...

No puedo creerlo. Estás mejor de lo que te recordaba. No me reconozco. Esto no debería estar sucediendo.

Agradezco que me hayas dicho que no, no hubiese podido reaccionar. Si supieras en lo que me he convertido...

Kanon agarraba su cabeza con ambas manos.

Muchos pensamientos aterrizaban en su cabeza. Comenzaba a sentirse extraño. Sorrento le había reconocido que había abandonado su casa. Él se veía tan hogareño, tan bien educado y cuidado. Ahora está básicamente igual. No, mejor. Se veía muy atractivo con su camisa abierta, su pelo bien cuidado. Su cuerpo es más grande... Y está delgado...

... Y aún toca música.

Kanon había ocultado algo. No podía contarle su secreto. Se puso de pie, fue al espejo de su habitación y dijo en voz alta:

- Si supieras lo que significaste para mí, Sorrento...

Y al terminar la frase, comenzó a cantar dulcemente la melodía que Sorrento solía tocar. Su voz era sublime, ronca, afinada y precisa. Kanon, al ver la meticulosidad de Sorrento hace tantos años, comenzó a entender cuánto amaba la música. No sólo escuchar la impecable y tan hermosa forma de interpretación de Sorrento, sino también la música en sí. Llegaba a su casa en las tardes y cantaba, era adicto a la música en muchos estilos, y en el fondo de su corazón él deseaba ser músico.

Nunca se lo dijo a nadie, y el día en que Sorrento le informó que seguía tocando, la fe inundó su corazón.

Su imagen de chico rudo y sensual lo habían ayudado tanto, esa disciplina fue precisa para darle -literalmente- fortaleza de todo tipo. Se había transformado en un increíble luchador, preciso en cada acción y decisión. Ganaba bastante dinero, pero seguía viviendo de manera muy modesta. Todo lo estaba ahorrando para poder estudiar en una universidad privada, donde ya no le importaba el prestigio sino la idea de poder aprender, eso era todo.

Si había aprendido algo de Sorrento era que no solo compartía - en secreto, por supuesto - su amor por la música, sino también mucha pasión hacia él. Le gustaba de tantas formas, y cuando hicieron el amor, que había sido la primera vez de ambos, despertó su propia pasión hacia el sexo. Eso había sido encendido como una llama que jamás se apagaría, era parte de quien era hoy.

Pensó que disfrutaba el sexo con otras personas, sin embargo, jamás se volvió algo más allá que simple sexo. Era tan poco significativo, que ahora parecía una práctica deportiva, por lo cual Kanon ahora sería algo así como el ganador absoluto de las olimpiadas.

Sorrento, ¿Qué sería de ti? ¿Tuviste a alguien más? ¿Alguien te tocó luego de mi? Todo este tiempo... Seguro que sí. Desearía tanto que no fuera así... Estaba loco por ti, juro que si no nos hubiesen obligado separarnos, hubiese sido siempre tuyo. Me hubiese hecho adicto a ti... Si supieras, ninguna persona me ha hecho sentir lo que tú me hiciste sentir aquel día... no hay nadie como tú...

Ya no soy la misma persona. Me he acostado con tantas personas... Y eso me gusta... Y a pesar de que quiero poseerte, no podría simplemente estar contigo.

Soy una bestia. Soy un lobo. No soy el mismo, necesito domesticarme. No puedo verte así... No puedo. ¿Me esperarás, Sorrento? Ya no soy una persona digna de ti, pero prometo serlo.

Sorrento, dame tiempo. No me olvides...

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Sorrento intentó volver a ver a Kanon en varias ocasiones, sin éxito. Las primeras tres le dijeron que había desaparecido Saga. Ya no se presentaba luchando en ninguna parte, estaba totalmente desparecido.

Fue a verlo en otras ocasiones a los bares, donde tal vez tendría oportunidad de encontrarlo... Pero no era así. No logró dar con su paradero.

Sorrento se arrepentía por no haberle pedido el número siquiera, y en otras ocasiones maldecía no haber ido con él aunque saliera cojeando de su casa.

Había sido un cobarde, al menos eso él creía.

Las primeras semanas se sintió muy ansioso, luego entró en una etapa de rabia en donde no lograba entender sus errores y finalmente, luego de un año entero, se resignó a que había desaparecido de la faz de la Tierra. Tal vez estaba incluso muerto... Ese pensamiento en particular le dolía profundamente.

Vivió otra vez la pérdida de este ser humano, y la forma era la misma: desaparición. Si tan sólo se hubiese despedido correctamente... Hubiese hecho algo tan distinto si hubiese sabido que iba a ser la última vez.

En el transcurso del tiempo, Sorrento terminó su carrera de música, había conseguido trabajar en la Filarmónica de su ciudad -algo tan codiciado por tantos músicos- pero Sorrento lo había logrado siendo el más joven, pues su talento era único.

Se enamoró de un compañero en su trabajo, Orfeo. Muy atractivo -casi tanto como Kanon- pero ahí el problema, no era Kanon. Era talentoso, divertido, luchador, guapo. Tal cual hubiese sido Kanon si hubiese continuado su tranquila estrategia de vida sin que el maldito padre de un antiguo enamorado no le hubiese destruido sus sueños.

Orfeo era un hombre perfecto. Lo tenía todo. Sorrento se sentía tranquilo con él, eran una pareja envidiable. Sorrento jamás le mencionó sobre Kanon, no había necesidad de hacerlo. Sin embargo, en secreto, cuando ambos hacían el amor, Sorrento cerraba sus ojos e imaginaba que era Kanon quien lo estaba penetrando. Esa idea lo estimulaba tanto, que lograba perder sus inhibiciones y disfrutar de la relación sexual al máximo. Orfeo, por su parte, era feliz con su compañero. Tanta pasión y entrega en todo lo tenían realmente enamorado.

De esa manera, pasaron varios años. Cuatro, para ser exactos.

Kanon se sentía preparado al fin.

Ya era el momento de regresar a la vida de Sorrento...

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