El mejor y peor día de mi vida
Me arrepiento desde lo más profundo de mi ser.
Me equivoqué contigo. No tengo excusa para justificar lo que te hice. Sé que tengo culpa, no hay palabra en el universo que pueda expresar cuánto lo lamento realmente, ni mucho menos el dolor que me causa saber que te hice daño, tanto como jamás pensé hacerte. Haberte perdido ha sido lo más doloroso que me ha ocurrido en la vida, no logro entender cómo fue que no hice nada para evitarlo, irremediablemente te aparté de mi vida, causándote una herida tan grande que se que jamás serás capaz de olvidar aquella cicatriz.
Diez de octubre, once años atrás
Eran apenas unos adolescentes. Sorrento observaba, como todos los viernes, cómo un grupo de estudiantes del último año hacían ejercicio. Miraba con detenimiento a uno de ellos, Kanon se llamaba. Había escuchado su nombre en varias ocasiones.
Kanon era un muchacho deslumbrante. Alto como ninguno de sus compañeros y musculatura muy bien desarrollada; facciones faciales marcadas; voz ronca y una sonrisa resplandeciente. Su cabellera corta de color cian despeinada siempre jugaba con el viento y su risa invadía los espacios con una melodía contagiosa.
Era bellísimo. Sorrento anhelaba el último día hábil de la semana solamente para verlo entrenar. Estaba consciente de que no era el único que lo miraba en aquellas ocasiones, lo cual lo hacía sentir más cómodo haciéndolo porque pasaba desapercibido. Ahí estaba, entrenando con su polera sin mangas, sus brazos marcados y el sudor recorriendo su piel. Sorrento cerraba sus ojos y podía asegurar que sentía el efecto del aroma de su cuerpo sobre él, aunque no fuera un olor notorio. Su cuerpo reaccionaba con una exquisita electricidad, cerraba los ojos profundamente y se dejaba invadir por aquel placer.
Sorrento era más joven, dos años de diferencia para ser exactos. No era mucho, pero él era más pequeño físicamente, su color de pelo era violeta y su afición era la música, no los deportes. Eran polos opuestos claramente, pero Sorrento no podía -ni quería- evitar aquel instante en donde vería a aquel descomunal hombre poniendo a prueba su destreza física. Era un deleite antes de separarse durante el fin de semana, en donde pasarían dos días sin poder encontrarlo en el colegio.
Se sentía enamorado. No podía describirlo de otra manera, pensaba todo el día en él. No se atrevía a acercarse, porque pensaba que él no era del tipo que Kanon buscaba como pareja... ¿Pareja? Bah, imposible. Tampoco quería tener pareja. Sólo quería poder verlo ahí, contemplarlo, saber que existía y mirarlo con descaro. Era todo lo que Sorrento deseaba y con eso era suficiente.
O al menos, eso creía... Hasta que vio que otra persona se acercaba a Kanon. Era un compañero de deportes, un chico casi tan alto como él, de piel morena y pelo parado de color negro. Máscara de Muerte solían llamarlo, por sus tatuajes de calaveras en sus brazos. Un día los vio estrechando la mano con mucha alegría y abrazándose, no parecía ser algo romántico, sino más bien una felicitación... Pero este simple hecho hizo que Sorrento ardiera en un fuego que no conocía. Ya no deseaba pasar desapercibido, y menos no ser él quien estuviera siendo abrazado por aquellos inmensos y turgentes brazos.
Así, Sorrento comenzó a pensar en la posibilidad de que Kanon ya abandonara el colegio, porque estaba cursando su último año. Faltaban dos meses para dejar de saber de él para siempre, a menos que hiciera algo... De tal manera que Sorrento ideó un plan para llamar la atención de Kanon. Como era un excelente músico -el mejor de su edad- comenzó a practicar en un punto alejado de la zona de práctica deportiva, pero no lo suficiente para no ser escuchado.
El susurro de su melodiosa flauta comenzó a invadir a Kanon, quien disfrutaba más que nunca sus prácticas con aquella hermosa música de fondo. Y de esta manera, luego de un par de semanas, Kanon se acercó sin tapujos a Sorrento, y comenzaron a conversar.
Interesado en su música de manera muy genuina, intercambiaban elogios ante sus pasiones y se daban ánimos de continuar. Las sonrisas abundaban, sus ojos curioseaban la sonrisa siempre recíproca del otro. Se gustaban, y mucho.
Fue uno de los últimos días de clases, donde Kanon estaba tomando sus fotos de curso -las últimas, aquellas que van en el anuario- y estaba impecablemente vestido y peinado, lo cual lo hacía ver realmente irresistible. Sorrento se encontró con él luego de cambiarse el uniforme en el camarín, lugar donde se encontraba él también porque tenía que prepararse para acompañar una ceremonia del colegio con su excelente destreza musical.
- Me alegra mucho que vayas a tocar en la licenciatura, Sorrento. Será inolvidable.
- Muchas gracias Kanon. Debo decir que esto debería causarme alegría, pero saber que ya no te veré más no me entusiasma mucho.
Kanon lo miró de costado, sorprendido.
- ¿Por qué dices eso?
- Porque... No lo sé, me acostumbré a conversar contigo... A verte entrenar, practicar y que me escuches...
- Pues en ese caso, también te echaré de menos. No creo que vuelva a entrenar jamás acompañado de tan bellas melodías.
- Eres tan gentil, sólo es música... no es...
- Sorrento, se que no soy músico, pero puedo decir sin lugar a dudas, que tienes un talento excepcional.
- Gra... Gracias. - dijo Sorrento sonrojándose.
Kanon repentinamente comenzó a respirar más profundamente. La sonrisa de sus labios se había borrado, y en ese momento miraba el rostro de Sorrento, deteniendo su recorrido en los labios del muchacho.
- No me des las gracias. Te estoy diciendo la verdad.
- Kanon... - dijo el muchacho tapándose con ambas manos el rostro.
Kanon soltó una carcajada. Internamente agradeció haber roto aquella tensión.
- ¿Te da vergüenza? ¡Estás todo rojo! Eres tan adorable, Sorrento... -dijo tomando las manos del muchacho, acercándolo a su pecho y dándole un caluroso abrazo.
Sorrento nunca había sentido esa proximidad con Kanon. Pudo percibir su olor, calor, y la suavidad de la caricia de una de sus manos sobre su mejilla encendida. Estaba en el cielo. Era exquisito sentirlo así... Demonios, demasiado exquisito. Su cuerpo estaba relleno de llamas candentes, sus mejillas amenazaban con estallar y ahora su pantalón también. ¿Cómo no había sido capaz de controlarse?
Entonces Kanon se separó de a poco, buscando con insistencia la mirada de Sorrento, quien intentaba concentrarse en otra cosa pero sus sentidos estaban tan imbuidos en aquel instante que fue imposible. Se miraron unos segundos con una intensidad enorme, agitando su respiración dramáticamente. La mano de Kanon, que estaba acariciando la mejilla de Sorrento, se sumergió entre aquellos cabellos de color lila, apretando con la fuerza suficiente para hacerle entender al muchacho que estaba atesorando la idea de poder tener aquel contacto por fin. Soltando su respiración en forma de un pequeño gemido, Kanon comprendió que Sorrento estaba pidiendo con todo su cuerpo ser invadido por él, así que sin más pensarlo, encontró sus labios con los del muchacho mientras sus manos recorrían con desesperación su cuerpo.
No sabían qué demonios estaban haciendo, pero se sentía increíble. Sus besos robaban todo el aire que les quedaba, sus manos curiosas se introducían entremedio de la ropa que les estorbaba, acariciando la suave y cálida piel de sus cuerpos.
Kanon se detenía en instantes a observar a Sorrento, quien estaba con sus mejillas encendidas disfrutando cada contacto, mientras mantenía sus ojos cerrados. Tal vez lo hacía para contenerse, pero Kanon sentía que lo hacía para no olvidar la sensación de cada caricia.
¿Adónde iba a llegar todo eso?
Pasaron largos minutos, los besos ya no eran suficientes. Su piel ardía por dentro, el sudor de la excitación estaba haciendo estragos. Kanon se quitó la camisa, lo cual hizo que Sorrento quedara petrificado mirándolo. Era descomunal, perfecto, apolíneo. Kanon tenía el cuerpo de un Dios griego, era simplemente esculpido y tallado por los mismos ángeles.
Sus manos quisieron palpar para cerciorarse de que era cierto. Así era. Una gota de sudor recorría los abdominales marcados del muchacho, y su impulso lo llevó a besar su vientre y lamer aquella salada piel, pero eso seguía sin ser suficiente. Ahí, arrodillado frente a él, estaba ante sus ojos aquello que él no conocía, aquello de lo que había oído hablar, aquello que había visto en internet pero que jamás había visto en persona.
Kanon lo miró. Sorrento usó sus manos para desabrochar el cinturón, luego el botón y el cierre, quedando en ropa interior frente a él. Comenzó a acariciar a la criatura oculta por sobre esa delgada tela, y cuando por fin se armó de valor, lo bajó lentamente, lo tomó en sus manos, y como pudo dentro de su inexperiencia, lo metió en su boca y lo besó como su instinto le indicaba que debía hacerlo. Se guiaba por los gemidos suaves del peliazul, quien se miraba en el espejo mientras observaba a Sorrento muy ocupado moviéndose. Era increíble lo que estaba sintiendo...
Luego de unos minutos, Kanon hizo un gesto para que el muchacho se levantara. Se limpió la boca con rabia, el fuego no se había apagado, todo lo contrario. Entonces Kanon lo llevó a una de las duchas, le sacó la ropa a Sorrento con mucha prisa, giró la llave y dejó que ambos se mojaran con el agua. En silencio, ambos se acariciaban, hasta que Sorrento se dió vuelta instintivamente y Kanon se movía detrás de él, en una pequeña danza extremadamente provocadora.
Girando su cabeza hacia atrás, logrando besarse apasionadamente, Kanon se posicionó en la entrada del muchacho. Sorrento no necesitó decir nada, sus besos pedían a gritos que por favor continuara sin pedir permiso. Y así fue, lentamente Kanon se deslizó dentro de Sorrento. Fue el placer más grande experimentado por ambos, y así estuvieron mucho rato entregados a los placeres de la piel...
Si no hubiese sido porque alguien ingresó al camarín al cabo de unos minutos, la relación de ambos jamás se hubiese arruinado...
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