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¿Habéis perdido el juicio?


La luna se reflejaba en el cristalino río que rodeaba la gran ciudad. Las antorchas rasgaban la oscuridad y el silencio fue interrumpido por los gritos de una muchedumbre enfurecida que llevaba en sus manos cuchillos y horcas. El gentío perseguía a una joven de no más de dieciséis años, cuyo rostro se encontraba desencajado por el pánico. Su cabello castaño ondeaba con el movimiento del viento. Ella seguía corriendo, pero su camino se cerró por un tramo incendiado. Aprovechando la situación, la multitud se aproximó para acorralarla.

De repente, Mary se despertó con todo el rostro repleto de sudor y el pelo enmarañado. Se incorporó, fijó sus ojos de color miel sobre la ventana y vio a su hermano Elric. Se trataba de un muchacho de cabello rubio y ojos azules, el cual portaba una cota de malla, grebas, brazales y una espada con funda atada a su cadera. Así que Mary se apresuró a ponerse un vestido que le llegaba a los tobillos, de mangas largas y ajustadas, y salió en su búsqueda tan rápido que le faltó poco para golpearse la pierna con una mesita. Cuando llegó a la entrada, vio a su hermano, le saludó cordialmente y le preguntó:

–¿Qué tal te ha ido? ¿Me has traído lo que te pedí? –Elric asintió, sacó de su bolsa un libro y se lo dio.

No era propio de una mujer leer en aquella época, pero, afortunadamente, su padre fue un noble de prestigio que le enseñó. Además, Mary aprendió, gracias a su madre, distintos conocimientos de medicina, hierbas y ungüentos. A pesar de la muerte de sus padres, los dos hermanos siguieron subsistiendo gracias a las actividades de la muchacha como curandera. Elric estaba más tiempo a las afueras de la ciudad, ocupado con sus escaramuzas que en casa, y no llevaba mucho dinero a la vivienda. Así que Mary se vio obligada a valerse por sí misma si quería sobrevivir, pues a pesar de su título como noble, sus padres les dejaron más deudas que fortuna.

Como todos los días, Mary se dirigió al centro de la ciudad para ofrecer sus oraciones a Dios en la Gran Catedral de San Pablo. Ésta se conocía en aquella época como una de las catedrales de mayor longitud y altitud de toda Europa. En sus muros destacaban unos grandes ventanales decorados con vidrieras de colores. Una de las torres se hallaba rematada por una aguja de aproximadamente 140 metros de altura.

Mary se disponía a entrar en la catedral cuando vio al padre Thomas que se acercaba a saludarla. Éste, al enterarse del éxito de la joven como curandera, le pidió como favor que curase a su hermana, la cual padecía una enfermedad que ningún médico era capaz de detectar. Mary, que siempre quería ayudar a los demás, aceptó. Así que Thomas le acompañó y le indicó el camino para llegar hasta donde se encontraba su hermana: una casa ubicada en la parte este de la ciudad. El cura abrió la puerta y empujó a Mary al interior de la casa; ella se quedó tirada en el suelo sin poder reaccionar. Entonces, el padre Thomas le confesó:

–Hace tiempo que te amo, Mary.

–¿Ha perdido el juicio,padre? –contestó la muchacha asustada–. Es un sacerdote y su deber está con Dios.

Thomas no le contestó, sino que se acercó a ella para besarla. Mary se asustó, lo apartó y salió corriendo de aquella casa. Corrió confusa hasta llegar a su hogar sin mediar palabra con nadie, y se echó en la cama, guardando en su interior lo que acababa de ocurrir.

A la mañana siguiente, alguien golpeó la puerta. Mary abrió pensando que se trataba de algún cliente, pero no era así, sino que se trataba de los guardias de la ciudad, los cuales la llevaron presa por mantener supuestas relaciones con el Diablo.

Elric había salido esa mañana, así que no se enteró hasta pasada la tarde de que su hermana estaba prisionera por falsas acusaciones.

Los ciudadanos acusaron a Mary de todos los males de la ciudad, como la esterilidad de los campos, la muerte de ganado, las enfermedades de los ciudadanos, etc. Incluso las personas a las que Mary había ayudado se pronunciaron para acusarla de brujería. El padre Thomas afirmó haber visto a la joven realizar sacrificios al Demonio.

Después de las múltiples acusaciones, se procedió a un interrogatorio en el cual Mary se declaró inocente. No obstante, los guardias, no contentos con su respuesta, le sometieron a métodos de tortura, tales como el potro y la rueda. Ella soportó los maltratos esperanzada a que se probase su inocencia.

Para rematar, la sometieron a una última vejación que consistía en sumergirla en un pozo de agua y sacarla hasta que confesase. Mary estuvo a punto de morir ahogada dos veces. Llegó un momento en el cual sintió que sus fuerzas se desvanecían e hizo una confesión falsa. Prefería morir a seguir sufriendo las múltiples torturas.

El juez dictó que la acusada sería condenada a muerte en la hoguera dentro de tres días por brujería y por servir al Diablo.

El frío y la humedad de la celda la hacían tiritar, su cuerpo se perdía en la oscuridad; apenas podía ver sus propias manos. No parecía correr ni un ápice de aire y comenzaba a sentirse mareada y desorientada. Llevaba dos días incomunicada en aquel calabozo y echaba de menos a Elric. Aunque no tanto como sentir los rayos de sol acariciando su piel o el tacto del césped en sus pies descalzos.

Estaba sentada y pensativa en el suelo de la mazmorras cuando su atención fue captada por el sonido de pasos y luces de antorchas que se acercaban a su celda. Mary siguió sentada, aunque dirigiendo su mirada hacia los barrotes. La silueta se iba acercando poco a poco; se trataba de un par de soldados.

<<Probablemente vendrán a traerme la cena>> pensó, dirigiendo la mirada hacia el suelo.

Pero una voz que le resultaba conocida susurró:

-Tranquila, Mary -alzó la mirada y se dio cuenta de que uno de los soldados era su hermano-. Ya venimos en tu ayuda.

Entonces, el otro soldado, llamado Jan, abrió la celda y ayudó a Mary a ponerse de pie. Ambos lograron sacar a Mary, burlando a los pocos guardias que había.

Se dirigieron al norte en busca de un lugar en el que vivir, aunque su persecución no hacía más que empezar.

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