Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo veintinueve.

― ¿Segura que usarás eso? ―inquirió Gisela, admirando a su hermana mayor en un vestido rojo, que le llegaba hasta un poco más arriba de los muslos, calzando unos Louboutin en un tono azabache. Virginia, terminó de perfumarse, dejó la fragancia Chanel Number five encima de la mesilla y enarcó una ceja―. Digo, se te ve precioso, pero es solo una cita con...

―Anda, dilo ―soltó la pelinegra, y procedió a colocarse su reloj de mano y algunas joyas.

―Carlos.

Virginia exhaló y emitió una pequeña queja, chasqueando los dientes.

― ¿Estoy demasiado arreglada? ¿Me veo tan interesada en acudir? ―de pronto, comenzó a alterarse. Volteó a ver el resultado final en el espejo, y se sonrió, un poco insegura―. ¿Crees que deba ir?

―Ya le dijiste que sí ―recordó Gisela, colocándole las manos en los hombros, demostrándole su apoyo―. Hermana, todo va a salir bien. Luces muy bonita, imponente y sobre todo, estás demostrándole que ya no te duele el corazón.

―Aunque sí lo haga ―lamentó Virginia, soltando un suspiro despechado―. Ni siquiera, fue capaz de decírmelo directamente a mí. Ahora usa emisarios, cobarde.

―Me lo dijo a mí, que no soy cualquier persona ―refutó Gisela, en un intento por aliviar la situación―. Vamos, cariño, de seguro se reconcilian.

―No tengo ninguna intención, que zanjar esto con Carlos Herrera ―bramó, sintiendo una puntada en el corazón―. Así se me parte el alma en mil pedazos.

―Está bien, mi hermana. Suerte. ―Compartieron un abrazo en medio de la habitación y Gisela la acompañó hasta el estacionamiento del edificio.

Virginia había vuelto a Florida, hace varios días a mucha insistencia de su abogado, su agente y su familia.

Demandó a Augusto, y ganó la partida luego de haber pagado su cláusula por incumplimiento de contrato. Se sintió libre esa mañana al salir del juzgado. Muchas personas la arremolinaron, ahí fue que se enteraron que había aparecido finalmente.

De camino al restaurante, sentía como los nervios hacían y deshacían con su estómago famélico, apenas y mordisqueó una rebanada de pan con jalea, la ansiedad le quitaba el hambre al instante.

Encendió la radio, mientras conducía a fin de distraerse. Sin embargo, las emisoras solo transmitían canciones depresivas, que la trasladaban al tiempo en el que estuvo en brazos de Carlos, pero eso ya era parte del pasado, un pasado que enterró hace tanto...

A su vez, Carlos entraba al restaurante con el corazón en la garganta y los pelos de punta.

Varias personas lo reconocieron, y él les sonreía por mera cortesía, los guardaespaldas habían quedado afuera del sitio, siempre atentos a cualquier situación.

Con una seña llamó al maître y este enseguida se acercó. Lo llevó a una mesa para dos, que Carlos ya había reservado y tomó asiento.

― ¿Va a ordenar de una vez? ―inquirió el sujeto.

―No. Mejor, tráigame una botella de vino tinto, por favor ―ordenó, ejecutando un ademán.

Pegó la espalda a la silla y cruzó los brazos. Su semblante serio, sus ojos color verde admiraban el bonito lugar con una sonrisa triste.

Por fin tendría una cita con ella, con Virginia, esta vez sin la molesta necesidad de ocultarse. Solo que, había un detalle que hacía que todo cambiara en esa ocasión.

No sería una cita en plan de pareja, ni de amigos. Simplemente dos conocidos, con recuerdos en común. Dos personas que se conocen desde el pelo, hasta la punta de los pies, pero que por cosas del destino, ya no hablan más.

Pasados cinco minutos, apareció ella.

Algo irreal, para él que no la veía desde hace tiempo.

Su pecho se desbocó, cual caballo al que le dan sabana para galopar, escalofríos recorrieron su espina dorsal y aquel amor guardado, renació como una oruga que se convierte en mariposa.

Se incorporó de golpe, dejando la copa a medio beber a un lado de la mesa. Se acomodó el traje, sin quitarle la mirada de encima.

Virginia, por su lado observaba el alrededor, buscándolo con la vista y... ¡dio en el blanco!

Con un esmoquin color beige, corbata azul rey perfectamente planchado. El cabello negro, peinado hacia atrás y la pulcritud de su rostro lo hacía ver más guapo de lo que ya era.

La actriz quedó embelesada, con las piernas temblorosas, cada uno de los recuerdos vividos con él, llegaron en una brisa que le bailó el cabello, entrando por la ventana. Parecía un reencuentro, sacado de una película de Hollywood, pero no, era su realidad.

Chocaron miradas, y entonces pasó. El pecho de ambos, subía y bajaba, la adrenalina de salir corriendo a abrazarse, a darse un beso, a sentir el calor uno del otro, estaba consumiéndolos. Sin embargo, ella llegó a pasos rápidos, pero difíciles de dar a la mesa y le extendió la mano.

Carlos, no lo pensó y la recibió estrechándosela.

Lo único que quería era halarla a él y abrigarla en sus brazos, deshacerle los labios y recibir lo que su piel tenía que ofrecerle.

Le arrimó la silla, todavía incapaces de romper el silencio y ella tomó asiento dejando su bolso de mano a un lado de la mesa.

―Hola, Virginia ―pronunció él, con esa voz gruesa y varonil que la mencionada anhelaba escuchar―. Guao, yo... Dios, estás muy bien, muy hermosa.

Usando sus mejores dotes histriónicos, controló sus emociones, sus ganas de lanzarse a aquel cuerpo tan fuerte y suspiró.

―Hola, Carlos. Bien, gracias ―espetó, como si no le afectó el hecho de que la llamó hermosa―. ¿Qué quieres? ¿Para qué estamos aquí?

―Bueno, creo que nos debemos una conversación, Virginia ―dijo Carlos, tratando de ver en ella alguna señal, que le diera a entender que todavía lo quería. No obstante, solo halló a una mujer reservada, con una mirada aniquilante y carente de brillo―. Gracias por venir.

― ¿Por qué no me llamaste directamente a mí? ¿Ah? ―escupió, llena de ira, a punto de estallar en preguntas reprochadoras. Su psiquis, le pidió calma, y prefirió hacerlo. Pero, no sabía cuánto tiempo estaría tan serena. Ella solo quería bombardearlo con sus cuestionamientos, liarlo a golpes, comerle la boca, hacerle el amor... ¡Por Dios! Tenía que enfocarse.

―No ibas a responderme, ni siquiera ibas a querer venir ―aclaró, encogiéndose de hombros.

El maître llegó a ellos, y en esta oportunidad si pidieron sus platillos. Una vez quedaron solos, ella le contestó:

―En eso tienes razón. ―Hizo una mueca―. Lo pensaste bien, al menos.

Se instaló un silencio, aún más incómodo que el anterior. Carlos lo quebró, otra vez.

Ambos eran el centro de atención en ese restaurante, pero, como es característico en ellos, estaban sumergidos en su burbuja, ignorando lo que sucedía a su alrededor.

―Perdóname, Virginia ―exclamó, con voz queda―. Lo menos que yo quería era dejarte plantada, la salud de mi hija se vio afectada-

―Por una niñería, según me enteré ―le interrumpió, con la ceja enarcada. El maitre dejó las órdenes sobre la mesa y se retiró en silencio.

―No fue una niñería, por favor ―defendió, cogiendo los cubiertos y empezando a comer. Virginia lo imitó, solo que la mujer jugueteaba con lo que estaba servido allí―. Ella quiso salvar el matrimonio de sus padres, no de la mejor manera, pero lo intentó.

Auch, auch, eso duele.

―No le sirvió de nada. Espero que esté bien ―sinceró, bajando un poco la guardia―. En serio, lo espero.

―Sí, ya eso pasó. También ha estado yendo a terapia por eso ―acotó, aunque ella no le preguntó. Se concentraba en acabar la comida, para poder huir de esa cita, se sentía incómoda con esa presencia, que sin duda le afectó hasta el más mínimo hueso―. ¿Y tú? ¿Cómo has estado?

―Bien, después de todo lo que sucedió, yo me encuentro bien, estable, tranquila. ―Se encogió de hombros y realizó una mueca―. ¿Sabes? Creo que por algo pasan las cosas, y no sé si estoy empezando a agradecer que me hayas dejado plantada.

― ¿Cómo puedes agradecerlo? ¿Por qué ahora piensas así? ―cuestionó, anonadado por la realidad que lo estaba golpeando con fuerza―. Eres otra persona, Virginia.

La pelinegra, de pronto la inundaba la rabia que sentía al recordar cuanto sufrió, la magnitud del dolor que le tocó sobrellevar con mucho esfuerzo, con dificultades, casi que imposible le parecía salir de ese agujero.

―Soy la misma persona, Carlos ―rectificó, puesto que, a pesar de todo el daño causado, ahí se hallaba, frente a él y tan profundamente enamorada―. La misma a la que le rompiste el corazón, a la que ilusionaste, a la que le prometiste cuidar y fue lo último que hiciste.

Las personas miraban, cotilleaban y volvían a mirar. Eran la comidilla de todos en aquel sitio, y próximamente, serían el tema de conversación de todo el país. Seguro los paparazzi, ya merodeaban por allí.

―No puedo arrepentirme, porque no fue lo que yo quería hacer, lo juro por lo más sagrado que no ―bramó Carlos, haciendo el plato a un lado. Virginia se empinó la copa, bebiendo el vino tinto de sopetón―. De hecho, jamás te hubiera dejado en esa estación si no fuera sido por la salud de Cristina. Te pido encarecidamente que me perdones, Virginia. También yo he sentido este tiempo, lleno de soledad, amargura, tristeza y dolor, un dolor en el alma tan abrasador que hasta empiezo a sentir como me quema la piel.

―No puedo perdonarte nada, no por ahora ―soltó, incapaz de verle a los ojos. Sentía unas ganas de echarse a llorar, que no se comparan con ninguna situación que antes vivió―. Tampoco tengo que seguir aquí, creo que ya lo hemos conversado todo.

―Sabes bien que nos falta tanto por platicar... ―farfulló. Con un ademán, llamó al maître con el fin de que este se acercara y retirara las cosas de la mesa―. La cuenta, por favor ―pidió, una vez el sujeto llegó, hizo lo propio y se marchó.

―Me hubiera encantado cambiar el rumbo de las cosas, pero lastimosamente no se puede ―lamentó el actor, con el dolor reflejado en los ojos.

Mientras que, en las esmeraldas de Virginia, se encontraba una mezcla de ira, felicidad de por fin verle, amor amargo, resentimiento, ganas de golpearle en la cara...

El maître le entregó la factura a Carlos, y el hombre se encargó de saldar el consumo. Al final, ambos se encaminaron a las afueras del restaurante, sin tocarse ni un pelo, todavía.

Los guardaespaldas, enseguida se posicionaron detrás de Carlos y lo cubrieron. Uno de ellos se acercó, y le informó al oído sobre la presencia de los paparazzi en el bonito lugar.

― ¿Qué? ¿Ahora con escoltas? ―se burló Virginia, puesto que en el pasado Carlos la había comentado sobre lo desagradable que le parecían. Qué ironía.

―Es por mi seguridad ―aclaró, colocándose un poco más cerca. Aspiró con delicadeza ese aroma, que tanto extrañaba―. ¿A dónde irás ahora?

―No es de tu incumbencia ―espetó, encogiéndose de hombros. Sacó su móvil, y marcó el número del apartamento de su hermana. Nadie contestó en cinco repiques.

―Ya me tengo que ir, ¿te irás ya? ―A decir verdad, se moría por saber a quién llamaba.

―Sí. Gracias por la comida. ―Y por primera vez, ella le sonrió en forma sincera.

―No hay de qué. ―Torció la boca, en un gesto que la pelinegra le pareció adorable.

Quería comerle la boca.

Querían, a los dos le brotaban por los poros la necesidad de volverse a probar.

Al final, se despidieron con un estrechamiento de manos a las afueras del restaurante y cada quién se subió a su coche para tomar rutas diferentes.

En la vía, Carlos recordó que debía darle su agenda a Virginia. Después de todo, él no la deseaba conservar, cada escrito plasmado en esas líneas, llevaba una dedicatoria tan indirecta que quién quisiera, podía leer y no sabría de qué persona estaban hablando...

Fue una decisión que tomó antes de enterarse que ella había regresado a Florida, noticia que le puso a brincar el corazón, y que a su vez lo desolló dejándole todo un rastro de cenizas en el cuerpo.

Le picaban las manos por marcarle, sin embargo; esperó llegar a su casa para hacerlo.

Virginia, por su parte llegó al apartamento con Gisela y la rubia ya la esperó con una botella de tequila, limón y sal.

¿Qué era demasiado temprano para beber?

El reloj marcaba las dos en punto de la tarde, y las horas restantes pasaban volando estando ebria.

―Quiero morirme, ¡que guapo estaba, maldita sea! ―chilló la mujer, colocándose las manos en el rostro, como clara señal de frustración―. Gisela lo fueras visto, Dios, que ganas de llorar me cargo.

Rodearon la sala de estar, tomaron asiento cada una en un sofá. Virginia se sacó los tacones y estos cayeron en un ruido sordo al suelo. Gisela, sirvió los caballitos y le extendió uno a su hermana.

Lo bebió de golpe, arrugando la cara en el proceso.

¡Como quemaba!

―Cuéntamelo todo, ya, de una vez, no esperes más ―objetó Gisela, para luego chupar un limón.

Virginia se explayó, desahogando su versión de los hechos. Lagrimeó un poco, con el hecho de que ansiaba poder perdonarle, era lo que su corazón le dictaba. No obstante, su cerebro era algo muy distinto, y por ahora, pesaba más su consciencia.

―Ay mi hermana, pareces sacada de esas telenovelas mexicanas que ve mamá ―bromeó Gisela, aunque tenía razón. Su historia de amor y dolor, podía ser vendida a las cadenas televisivas en México.

―Te pasas, Gise ―se burló de su tragedia, solo para impedir que salieran más lágrimas.

En ello, el celular de Virginia comenzó a sonar. De un salto, se levantó del sofá y corrió a sacar el teléfono de su bolso y contestar sin detenerse a mirar en la pantalla, el número que le estaba marcando.

― ¿Diga?

Virginia, habla Carlos. ―La pelinegra observó con rapidez a su hermana, y se mordió los labios a fin de reprimir un grito.

Entre señas y ademanes, Virginia le indicó que se trataba de Carlos.

― ¿Qué quieres? ―Usó la voz más neutral que le salió.

¿Sabes?, yo necesito entregarte algo. ―La mujer iba a replicar, pero él siguió―. Es importante para mí que lo leas, no lo llevé a la cita, puesto que lo olvidé aquí en casa.

―No me interesa, Carlos. ―Mentira. Moría por saber de qué se trata―. ¿Y qué es?

Una agenda que escribí. Por favor, acéptala, solo...quiero que leas.

La línea quedó en silencio y al final, Virginia accedió.

―Okey.

Bien ―celebró él―. ¿Te lo llevo a tu casa o...?

―No ―se apuró en decir―. Iré yo a la tuya. ―Gisela enarcó una ceja con picardía, mientras se bebía otro caballito de tequila―. Me olvidé de decirte algunas cosas, tengo que zanjar esto de una buena vez.

Perfecto ―dijo―. ¿Tienes donde apuntar?

Virginia afirmó y Carlos le dictó la dirección de su nuevo domicilio. Al finalizar la llamada, la pelinegra explicó a su hermana lo que haría y salió disparada al otro sitio de encuentro.

Sin embargo, la vida no es tan bonita como la pintan en los anuncios, la muy perra seguía manejándolos a su antojo, dejándoles más trabas. El destino continuaba haciendo de las suyas. Y esa tarde, en pleno camino los frenos del coche de Virginia se descontrolaron y el auto quedó impactado en un árbol, cerca de la residencia de su amado.


N/A:

el siguiente capítulo es el final, chicas, nps. 

gracias por leer <3

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro