Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo veinticuatro.

Dos nuevos guardaespaldas, cuidaban a Virginia Moreno y la acompañaban a cada sitio para el que se movía. Fueron contratados por Augusto y su jefe, luego de que el gobernador le platicara todo lo que ha sentido últimamente por parte de su esposa y Carlos Herrera. Entre los dos, decidieron colocarle guaruras y ella aceptó sin rechistar, porque confiaba en su marido.

En esta ocasión, Virginia fue al ginecólogo a fin de ponerse en control con la doctora, para que le recomendara algunas vitaminas, realizarse una ecografía y revisar las semanas y días que realmente estaría ovulando. Los sujetos, se situaron afuera del consultorio descansando el cuerpo en las sillas puestas en la sala de espera.

―Entonces, Virginia, aquí tienes el récipe con el cual vas a poder comprar las vitaminas en la farmacia de la clínica ―ordenó la doctora, sonriendo entre tanto firmaba la hoja―. Tenías tiempo sin venir, me alegra verte.

―Gracias ―respondió, guardando el papelito en su cartera―. Ya me tocaba, Augusto y yo queremos un hijo.

― ¡Qué bueno! ―exclamó―. De eso escuché en la televisión.

―Si ―respondió con una fingida sonrisa de lado―. Estaremos en contacto, nos vemos.

Las mujeres se despidieron con un beso en la mejilla, y un abrazo.

Virginia se colocó las gafas oscuras, e ignoró a las personas en la sala de espera. Los guardaespaldas, la siguieron por detrás hasta la farmacia donde se postraron a su lado, haciendo que la mujer se sintiera sumamente incómoda.

― ¿Me esperan en el coche? ―demandó, con un deje obstinado.

Los sujetos ni se inmutaron, pero uno de ellos le respondió:

―Señora, estamos contratados para nunca dejarla sola ―afincó en las últimas tres palabras. Virginia, frunció el ceño y un pensamiento pasó como flash por su cabeza, negó con rotundidad y bufó.

―Compraré cosas personales, me siento cohibida aquí con ustedes viéndome ―expresó.

Ambos escoltas, intercambiaron miradas por debajo de las gafas de sol y decidieron salirse a la puerta de entrada.

Virginia, sacó su tarjeta de crédito y con ella pagó cada vitamina escrita en el récipe. Aparte, tomó varios billetes y compró con el efectivo otras cosas, que podían servirle también.

La farmacéutica y su ayudante, reconocieron a la actriz y le pidieron un autógrafo con las lágrimas escociéndole los ojos. La pelinegra, con todo el gusto y una sonrisa de boca cerrada, firmó el anuario de las dos y evacuó las instalaciones hospitalarias entre tanto guardaba su bolsa de medicinas dentro de su cartera.

Se subió al automóvil e indicó la dirección de su apartamento de soltera.

Mientras la ciudad se mostraba una velocidad moderada, por las ventanas del carro; Virginia escribía un mensaje para su hermana Gisela:

"Tengo una cita, hermana, pero estoy contigo por si te preguntan. Besitos".

Al instante, como siempre; Gisela le contestó:

"Cuenta con ello hermana. ¿Dónde vas a estar?".

"En mi apartamento, con mi hombre".

"¡Mándale un saludo!, cuídense mucho".

La morena suspiró, y al cabo rato llegó a su destino. No obstante, la carga de los guardaespaldas empezaba a hastiarla. De un salto, se bajó del coche y los hombres la siguieron a la puerta del edificio, donde en efecto; había paparazzi.

Se timbró por breves minutos.

―Quiero estar sola ―siseó, rodando los ojos―. ¿Será que puedo? ―Cruzó los brazos, realzando sus senos.

―Lo estará, pero nosotros nos quedamos aquí en la entrada del edificio ―aseguró uno de ellos, sin inmutarse ni un poco.

Virginia bufó, y disimulando un berrinche entró a la residencia y no fue hasta que estuvo dentro del apartamento, que le marcó a Carlos.

Estoy manejando, mi cielo ―comentó el hombre, con dificultad―. Te aviso cuando esté cerca.

 ―Amor, los escoltas que contrató Augusto están conmigo, plantados en la entrada ―advirtió―. No quiero que te vean, pueden pensar lo que sea.

¿Tienes algún plan? ―inquirió, aunque él estaba pensando en uno. El semáforo alumbró en rojo, y se detuvo. Estiró las piernas, y los brazos.

―No, mierda, no sé ―sonó desesperada.

Mi amor, respira. Puedo entrar por otro sitio, ¿tiene alguna otra puerta, el edificio?

― ¡Eres tan inteligente, por eso estoy tan enamorada de ti! ―estalló en carcajadas aliviadas―. Cuando estés aquí, justo en el estacionamiento, me marcas.

Carlos se carcajeó, removiéndole las emociones a la morena, causándole una sensación de satisfacción inmensa por tenerlo en su vida. Le mandó besos, y tuvo que colgar porque debía continuar manejando.

Apenas estacionó su auto por fuera del parqueadero, no salió de allí hasta que le marcó a Virginia y siguiendo algunas instrucciones le indicó que entrara por la puerta casi escondida del parking, donde tuvo que usar una gorra, suéter y lentes, con el fin de simular ser otra persona más. Pues, los fotógrafos, estaban cerca tratando de conseguir el motivo de próximo aumento de salario: una buena nota para la prensa.

Se besaron intensamente, casi sollozando por la agonía de tenerse lejos todos estos días.

Solo fueron dos días, pero para ellos era una eternidad 48hrs.

―Tus besos son mi hogar, eres mi hogar, mi vida ―musitó sobre los labios femeninos, Carlos. Dejó a un lado la gorra y las gafas oscuras, y poco a poco Virginia le quitó el suéter.

―Mi vida eres tú, amor ―ronroneó la pelinegra, guiñándole un ojo.

Le había comentado a Augusto, semanas después de casarse que ese apartamento lo vendió y que no tenía ninguna propiedad más que la mansión a las afueras de la ciudad que compartía con él. Decidió mentirle, porque sabía que podía sentir la necesidad de salir corriendo de allí y refugiarse en un lugar donde esté cómoda, y esa estancia era perfecta para ella. Más ahora, que la acompaña su hombre de bigote y chivera.

Fue a la cocina, abrió el refrigerador y sacó una manzana para él, y otra para ella. Tomaron asiento en un sofá, muy pegados uno del otro. El calor que emanaban, los hacía sentir en casa, les daba mil años de vida.

― ¿Cómo has estado, mi amor? ―cuestionó Carlos, dándole un mordisco a la fruta, ocasionando un breve eco en el lugar. La cabeza Virginia, reposaba sobre el regazo del hombre y él con su mano libre le pintaba caricias por la cabellera azabache. Mientras que toda su anatomía descansaba sobre su lado del mueble.

―Ahorita, pensando en tomar vacaciones, por ahora no quiero proyectos ―expulsó, masticando de la manzana. Pensó en Augusto, y que era posible que le diera hijos. Omitió esa parte―. ¿Te imaginas, tú y yo en una playa, sin tener que ocultarnos?

―El paraíso perfecto para mí, señora Moreno ―exclamó, sugestivo―. Yo, por mi parte, no quiero vacaciones; estoy esperando que me llamen de un nuevo proyecto.

― ¡Mi amor! ―lanzó un gritillo, emocionada por él―. ¡Platícame sobre aquello! ¿De qué trata?

―Es una miniserie, trata sobre un asesino serial ―comentó, orgulloso de haber obtenido semejante papel. Siempre le llamó la atención, ese tipo de géneros, lecturas interesantes y ahora él sería parte de una producción teniendo el papel protagónico.

―Guao, mi vida, te felicito. Lo harás genial ―lo animó, dándole halagos. Dejó la manzana a la mitad, sobre la mesita de vidrio y se apoyó de las rodillas sobre el sofá. Besó la mejilla lisa del hombre, y lo abrazó por el cuello―. Ya te quiero ver en acción.

Calos sonrió, encantado por ser él quien olfateara su fragancia, el aroma que su piel desprendía. Por tenerla así, a una diosa del Olimpo sobre sus piernas perdidamente enamorada de lo que él era: un simple mortal.

―Tengo que decirte algo todavía más importante ―verbalizó, apartando el corazón de la manzana a un lado de la fruta a medio acabar de ella.

 Virginia frunció el entrecejo y el estómago se le llenó de aire, causándole una sensación de temor, el tono de voz con que lo escuchó soltar esas palabras, influyó a sobremanera.

Se movió sobre el regazo, y el hormigueo le bailó en la planta de los pies.

―Cuéntame, mi amor ―dijo, dubitativa.

―Me voy a divorciar de Viviana ―soltó, sin anestesia. Observó como el rostro de Virginia se tornó pálido, como sus labios se despegaron y dejaron una abertura de pocos centímetros y expulsaron un aire sorpresivo. La escuchó tragar saliva, y su respiración se aceleró. Así pasaron dos minutos, los más largos de su vida hasta ahora; Virginia no decía nada, y él tampoco, pues el nudo formado en su garganta―debido a la reacción de su mujer―, no lo dejaba articular. ― ¿Y bien?

―Carlos... ―suspiró, cayendo en cuenta de la situación―. ¿Estás seguro?

―Como nunca antes. ―El actor continuaba en su posición, decidido a terminar con una farsa innecesaria, dañina―. Por favor, dime que te parece esto, me asusta muchísimo, pero quiero cerrar el ciclo con mi esposa.

―Estoy en shock todavía ―rio nerviosa―. Me alegro por ti, pero ¿y tu hija? ¿ya lo sabe? ¿Cómo lo tomó Viviana?

―Cristina ignora esto, estoy preparándome para decírselo de la mejor manera ―explicó, sujetándola por las caderas―. En cambio, mi esposa fue pasiva y como que ya lo sospechaba, para mi sorpresa lo tomó con calma. Me dolió verla así.

―Ya, no me digas más ―lo detuvo, no necesitaba detalles.

No pudo continuar con la conversación, la revolución de emociones incomprensibles que corrían por su torrente sanguíneo no se lo permitían. Le sonrió, con los ojos llorosos. Carlos se asustó, no supo interpretar los sentimientos de la mujer. Iba a protestar, no obstante; la humedad de unos labios ansiosos y cargados de pasión, le nublaron la razón, chocándolos con los de él. Fundidos en su mejor pasatiempo, empezaron una faena que no por ningún motivo querían que se culminara.

Carlos descendía sus besos por el mentón de ella, bajó al cuello y se tomó un pequeño tiempo para explorarlo. Virginia, con sus dedos desabotonaba la camisa del hombre y la deslizaba por sus fuertes y velludos brazos, la arrojó al suelo y serpenteó la mano por el amplio y fornido torso de él. Echó la cabeza hacia atrás, cuando sintió la virilidad erguirse bajo unos molestosos pantalones desgastados. Lo besó con brevedad, y salió del regazo para bajar al piso, arrodillarse y sin despegarle la mirada de los ojos verdes a Carlos, desprendió la hebilla del cinturón, bajó la bragueta y soltó el botón. El hombre, se despegó del sofá y bajó los vaqueros y la ropa interior a la mitad de sus piernas, y Virginia se encargó de enroscar sus delicadas manos alrededor del miembro con el espesor de los vellos arropándolo por sus lares. Lo masturbó, moviéndolo de arriba abajo, con el dedo pulgar acariciando el glande húmedo, goteando casi con desespero. Dejó un montículo de saliva sobre el pene, y lo introdujo casi por completo en su boca. Tosió, con las mejillas expandidas, Carlos maldijo por lo bajo y la cogió por el cabello ayudando con la penetración bucal. El sonido, hacía un eco exquisito en el apartamento, aquel rincón que se había convertido en el nido de amor de dos personas que fingían ser amigos en la calle, y se convertían en amantes cuando el cariño les faltaba. Lamió sus testículos, y volvía a subir su lengua por la longitud dura y venosa de su hombre. Carlos gruñía, casi obligado a mantenerle los ojos puestos a Virginia, que se dedicaba a darle placer y dedicarle miradas lujuriosas y asomarle sonrisas cargadas de sornas.

En un ágil movimiento, Carlos la tomó por un brazo y la besó con afán. Terminaron por despojarse de la ropa, que desde un buen rato estorbaba. Los pliegues de Virginia, mojaban las piernas peludas de su amado, le frotó el clítoris con dos dedos y fue bajando hasta su entrada, el cuerpo de la morena se arqueó y él tuvo mejor acceso a la gloria.

Con una mano, consiguió su billetera dentro del bolsillo de su pantalón y con pesar sacó sus dedos de la intimidad de la mujer, y buscó un preservativo. Rasgó el envoltorio, y lo colocó en su polla. Cogió a Virginia por la cintura, y la penetró con lentitud tortuosa.

―Oh, Dios... ―exhaló, sintiendo el cosquilleo en su abdomen bajo y todo su vientre. Pasó sus brazos, alrededor del cuello de Carlos, y empezó a moverse de atrás hacia adelante. La anatomía de ambos, comenzaba a calentarse y el sudor se hacía presente en la frente de Carlos.

Compartían besos salvajes, en medio de su unión. Las uñas de Virginia, se clavaban en los hombros y parte de la espalda pecosa de Carlos. Mientras que, él se dedicaba a explorar y contarle las pecas esparcidas por sus clavículas, hombros, senos y el lomo. Le sujetó el cabello, sin dejar de mover sus pelvis, sin dejar de gemir, sin dejar de un lado el contacto visual. Virginia, dejó caer unas lágrimas de felicidad sobre sus enrojecidas mejillas, suspiraba y jadeaba tan regocijada como la primera vez con él.

Entre el vaivén, y la cercanía de su orgasmo; imaginó toda su vida soñada con el hombre que ama, porque realmente es un amor genuino; sin ataduras, sin algún tormento golpeándoles la mente a mitad de la noche y no pudo expresar más que llorar, era lo mejor que hacía en las películas que actuaba: llorar y llorar, como si de una magdalena se tratase. Él besó sus ojos, rojos y mojados, imprimió besos en su nariz, su frente sudada y su boca hinchada. Virginia, incitó a Carlos a subir y bajar los movimientos y así lo hicieron hasta llegar al orgasmo más pletórico.

Mantuvieron esa unión, abrazados y jadeantes; enamorados y exudando sus emociones. El olor a sexo, bailaba de un lado a otro por la sala, por el sofá.

No había nada que decir, el silencio después de hacer el amor era sencillamente perfecto.

(***)

Dos semanas después, la actriz Virginia Moreno; presentaba síntomas de vómitos, mareos y diarrea incesante. Había adelgazado, no podía salir de su casa. Su médico de confianza, fue a hacerle unos chequeos y revisar que pasaba con ella. Augusto, entre entusiasmado y preocupado; la consolaba, porque ella no dejaba de sollozar y él pensaba que era porque creía que se trataba de alguna enfermedad.

No era de ese modo, pues la mujer sabía que cometió el error de su vida. Las malditas pastillas de emergencia no le funcionaron, había tenido sexo con su esposo sin protegerse y corrió a tomarse una aspirina cuando él ya no estaba en casa. No preguntó a su ginecóloga, solo lo hizo para salir del paso, porque se arrepintió de acceder a formar una familia con el político.

Los resultados llegaron a sus manos, con una nota del doctor en el sobre de manila.

Antes de abrirlo, inhaló aire y lo contuvo. Sus manos picaban, estaba a nada de quebrarse. Rezó una plegaria en su mente, y lanzó su lado en el colchón los papeles.

Le marcó al médico, le indicó que no dijera nada a Augusto, que eso correría por su parte, fuese el resultado que fuese.

Acto seguido, dubitativa y temblorosa, abrió el sobre y sacó los análisis. Ignoró sus defensas, hemoglobina, potasio, presión, tensión, entre otros resultados. Fui directo al grano, soltando unas lágrimas gruesas y exhalando el aire de sus pulmones.

―Negativo ―dijo al vacío, con una sonrisa de alivio adornándole el rostro.

N/A:

esto no pega ni con pega loca, pero ajá. 

se les quiere, un besito.  

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro