Capítulo treinta.
Virginia se incorporó jadeante y exudando.
Abrió los ojos con pereza, la garganta seca y los labios resquebrajados. La respiración le salía con dificultad, su pecho subía y bajaba y la taquicardia aumentaba. Se colocó una mano entre ambos senos, para sentir su corazón latir con rapidez.
La luz de la habitación, permanecía apagada. Menudo sueño había tenido.
Se sacó las cobijas, e incluso intentó levantarse a fin de ir al servicio. Sin embargo, unos brazos la halaron y su espalda chocó contra un torso que ella conocía a la perfección. Suspiró y esbozó una sonrisa tranquila. Todo había sido un mal sueño.
¡Y que sueño aquel!
Se quedó inmóvil, entre los brazos de él. Aspirando ese aroma tan familiar, tan característico de su esposo. Pensó en que apenas Carlos se despertara, le contaría a lujo de detalles la pesadilla que había tenido.
Trató de volver a dormir, sin embargo; el chillido de un bebé la devolvió de golpe a la realidad.
Su realidad.
Vamos, Virginia, que fue una larga noche, un mal sueño. Lo importante es que ya pasó.
Se repetía una y otra vez.
Salió de la cama como pudo, y caminó a la alcoba de su bebé. A medida que iba avanzado, encendía las luces de su casa y caía más en cuenta de que todo aquel embrollo extraño, las peleas, el amor prohibido, el accidente, Augusto―quién era su asistente, gay―, Viviana, ―la conserje del edificio donde vivía su hermana Gisela―, era parte de una fantasía que su psiquis recreó durante la noche.
Y lo agradeció más que nunca. El hombre que ella ama, dormía cada noche a su lado, vivían un matrimonio desde hace diez años.
Entró a la recamara de la niña, Victoria era su nombre, y la admiró succionando un juguete de hule, dentro de su cuna, con los ojos brillosos de las lágrimas que seguro antes derramó.
De inmediato la tomó entre sus brazos, y la llevó a su habitación. Pretendía volver a dormir, pero Carlos se hallaba haciendo la cama. Observó a ambas chicas, y sonrió. Virginia le plantó un beso en la frente a la niña, y se acercó a su esposo.
Que dicha llamarlo así.
―Amor, necesito contar-
Carlos la cogió por la nuca y le besó los labios, con fuerza, como cada mañana lo hacía.
―Te amo, Virginia ―le dijo, y cargó a Victoria―. Mi princesa hermosa. ―A la pequeña de dos años de nacida, le imprimió un beso en la coronilla, entre tanto la niña le palpaba el rostro a su padre, mientras fruncía el ceño.
―Carlos, soñé algo muy extraño ―confesó, sentándose en la cama. Él la acompañó―. No sé, más bien era una pesadilla.
―Cuéntame, mi vida ―pidió, con la ternura que lo caracterizaba―. Lo bueno, es que nada de esa pesadilla es real, ¿sí?
Virginia le relató cada parte de aquel sueño, sin saltarse ningún acontecimiento. Le contó que se habían conocido en el estudio de Martín Alonso―cosa que fue real―, pero que no podían estar juntos, porque él era casado y ella próxima a casarse. Que vivían un amor clandestino, que jugaban con la prensa, las revistas de farándula, las personas a su alrededor, que fingían un matrimonio feliz, ser buenos amigos, mientras que en las paredes de cualquier camerino se comían como si no hubiera un mañana.
―Lo sentí tan real ―indicó sobre el sueño―, que desperté asustada, hasta que sentí tu calor, tu torso en mi espalda. Había regresado a la vida, sonriendo porque mi vida a tu lado, esa que anhelaba en aquella pesadilla, era algo verdadero.
Carlos quedó conmocionado con la situación. Creyó que se trataba de algo menos dramático, una típica pesadilla, donde ves cómo se te caen las muelas. Esto era distinto, fantástico para que alguno de ellos vendiera la historia a cualquier productora.
―Amor, ¿estás bien? ―inquirió la mujer, preocupada. Cargó de nueva cuenta a Victoria, mientras que la niña se zafaba y quedaba de pie en la moqueta de la habitación. A pasos cortos, llegó a una pequeña cesta de juguetes y comenzó a divertirse con ello―. ¿Carlos?
El aludido, miraba a un punto fijo en la habitación. Como tratando de analizar el relato de su esposa. De pronto, la sujetó con fuerza de la mano y la acercó a su boca para besarle el dorso.
―Había eventos reales en tu sueño, Virginia ―finalmente habló―. Como las entrevistas en La Mujer del Retrato. Protagonizamos esa película, es increíble que hayas soñado algo tan descabellado. ―Decidió mirarla a los ojos. Brillaban como esmeraldas―. ¿En qué te pensabas, mientras intentabas dormir?
Virginia soltó una risotada, causando que su pequeña volteara a ambos y riera también. Ese gesto, le ocasionó un cálido apretón en el pecho a cada uno.
―Leía el guion del próximo proyecto en el que trabajaré, aparte que conversaba con Gisela donde me mencionaba que Viviana la invitó a la fiesta anual del edificio ―explicó, ejecutando ademanes. Carlos se concentraba en oírla y admirarla. ¿Cómo podía ser tan perfecta, con un pijama desaliñado, el cabello alborotado y la cara sin lavar? No lo sabía, ni pretendía conseguirle un significado. Ella era así todo el tiempo, y para él era suficiente―. También, Augusto me recordaba sobre la entrevista en el programa de Confesiones, con Pilar del Río. Es hoy por la tarde, debo ir a grabar la primera parte.
―Okey, sí. Es suficiente, para que tu cabecita loca haya imaginado todo esto ―bromeó, para luego plantarle un casto beso sobre la frente―. Que fortuna saber que es irreal, que sí estamos aquí, juntos en nuestra casa. Felices, sin la necesidad de escondernos.
―Te amo, Carlos.
―Te amo, Virginia.
Esa mañana, luego de que el autobús escolar pasara a recoger a la pequeña Victoria con el fin de llevarla a la guardería, hicieron el amor sin prisas. No obstante, ocurría algo diferente ese día, Virginia se entregaba a su esposo más plena que nunca, porque mientras dormía sintió el verdadero miedo y una angustia de no tenerlo.
Comenzaron el día, alegres, con un aura que sobresalía sobre ellos y que impedía que cualquier mala vibra penetrara en ambos.
Iban juntos en el coche, como era habitual en su rutina. Oyendo la radio, platicando sobre nimiedades, lo que sería el resto de su tarde, algunos planes improvisados para la noche, o tal vez el fin de semana.
―Llegamos, amor mío ―informó Carlos, estacionándose a la acerca y quitándole el seguro al auto―. ¿A qué hora estás desocupada?
Virginia se sacó el cinturón de seguridad, y se acomodó mejor en el asiento del copiloto. Inclinó su cuerpo con ligereza a él, subió la pierna al acolchonado y con la yema de su dedo pulgar acarició el rostro de su amado.
Él, por su parte, le tocaba el cabello con una delicadeza infinita, observaba cada uno de sus gestos, aunque los conociera como a la palma de su mano.
―No sé cuánto me demore en estas grabaciones, cielo ―dijo, con tantito pesar―. Recuerda que hablaré sobre la trayectoria que llevo, de ti, de Victoria. Quizás sea todo el día, y parte de la noche.
Carlos rezongó.
―Odio cuando llego a casa y no estás ―resopló. Entrelazaron sus manos―. Victoria te extrañará. Y yo también, a horrores.
―Veré que puedo hacer. Con Pilar somos amigas, de años. Creo que puedo convencerla, para que me deje ir más temprano y seguir mañana.
― ¡Por eso te amo! ―exclamó él, y le llenó el rostro de besos tronados. Virginia se reía, al tiempo que disfrutaba aquello.
Se despidieron con un beso fugaz, y ella salió del coche casi pitando. Llevaba cinco minutos de retraso.
Al llegar al set, ambientado como la sala de estar de una casa antigua, Virginia suspiró y con absoluta confianza lanzó su bolsa a un sofá que permanecía allí.
―Buenos días ―vociferó, para después bostezar. Se cubrió la cara con una mano―. ¿Pilar llegó? ―cuestionó al equipo de producción, quienes se encargaban de dar vida a Confesiones.
La mayoría de los presentes, agitaron la mano en forma de saludo y la pelinegra les correspondió.
―No, señorita ―respondió uno de ellos―. Avisó que llegaría en cinco minutos.
Virginia asintió, y cogió su bolso y salió a la cafetería.
Observó a Augusto desayunando con Chantal Andrade, pues el hombre también era representante de la primera actriz. Se acercó a la mesa, y tomó un asiento.
―Buenas ―exclamó. Augusto y Chantal, voltearon a verla y le sonrieron―. ¿Qué tal?
―Hola, mi niña ―saludó la mujer, y le tomó la mano para apretársela―. Todo bien, tú, ¿qué haces por aquí?
―Grabaré la primera de parte Confesiones ―contestó. Echó un vistazo al platillo de Augusto, le quitó un pedazo de hot cake―. Estoy muy nerviosa.
―Haz las respiraciones que siempre te indico ―intervino Augusto―. Y recuerda, si no hay que mencionar gran parte de tu historia, no lo digas.
―Sí, hombre, me lo has recalcado desde que Pilar me invitó ―bufó, fastidiada―. Ya debo irme, puede que hayan comenzado y me estén buscando.
―Apenas termine unas cosas con Chantal, iré a verte ―aseguró su manager. Virginia se despidió de Chantal y partió de nueva cuenta al estudio.
La pelinegra asintió, y se encaminó al estudio.
Carlos, a su vez; hacía la prueba de vestuario para un nuevo proyecto en donde él era un villano.
Disfrutaba mucho hacer estos papeles.
Martín Alonso, amigo y compadre de años, era con quién trabajaría en esta ocasión.
― ¿Cómo está la comadre? ―preguntó a Carlos, por su esposa.
―Genial. Hoy grabará en Confesiones ―exclamó, con el pecho hinchado de orgullo.
El programa Confesiones, llevaba más de veinte años al aire y con su misma presentadora: Pilar del Río. El objetivo principal, es brindarle al actor/actriz, una confianza absoluta para que pueda desahogar con lujo de detalles su verdad. Lo que le tomó llegar a la cima, los obstáculos, sobre su familia, escándalos más grandes y los mejores proyectos en los que han trabajado.
Entonces, el estar en Confesiones, que ya tenía varios títulos y premios de reconocimiento a nivel internacional, era motivo de orgullo, era hacer crecer un poco más tu carrera como profesional. Puesto que, la audiencia del programa era de un 80% mensual.
―Felicidades, lo merece mucho ―vociferó. Carlos le asintió, quitándose unos zapatos y colocándose otros―. Y tú también, compadre.
―Ya me tocará a mí, Martín ―comentó. Se incorporó y se colocó un blazer.
El fotógrafo, llamó a Carlos a fin de hacerle varias imágenes para promocionar la serie.
Desde los veintitrés, está metido en este mundo del espectáculo y los escándalos. La fama y el poder. Carlos Herrera, saltó al estrellato al protagonizar AMF, dirigida y producida por Martín Alonso, en el año 1999. Aunque, ya había trabajado en varios proyectos, pero ninguno donde haya destacado. Él, se topó en la oficina del productor con Virginia Moreno, quién lo enganchó con la mirada, desde el primer instante en que se vieron.
Tiempo después, se hicieron pareja y dos años más tarde se casaron. Vivieron de aquí, para allá, disfrutando el matrimonio, la buena vida que conllevaba ser una figura pública, los rumores, el cotilleo y el falso testimonio de algunas personas, que los arrastraron a muchas discusiones sin fundamentos. Era como un sueño, vivir en una relación tan perfecta como la de ellos, la confianza, la lealtad y el amor, abundaban en ambos. Siete años luego, Virginia queda embarazada y en nueve meses nació la pequeña Victoria Moreno Herrera, que llegó con el fin de completarles la felicidad que ya residía en ellos.
Lo que Carlos no sabe, es que, en el destino de Virginia él estaba escrito. Justo para llegar a interponerse en su camino, en el año de 1999. Le habían leído las cartas. Sin embargo, ella nunca le contó nada, y como el pelinegro no es de ver entrevistas, ni inmiscuirse mucho en la vida de alguien, nunca se enteró. Aunque, ella no lo soñó, se lo mencionó sin tanto detalle, pero Carlos creyó que se trataba parte de aquella fantasía tortuosa.
Ellos estaban destinados, y eso no lo cambiaría nadie.
Entre tanto, el set de Confesiones ya estaba preparado, las cámaras listas, los micrófonos, Virginia y Pilar tenían el maquillaje listo, vestuario en buen estado. El director de escena, esperaba por la señal de la conductora para empezar.
―Supongo que ya tienes lo que dirás ―soltó Pilar, cruzando una pierna sobre otra.
―Sí, querida ―afirmó Virginia, guiñándole un ojo―. ¿Podríamos salir hoy más temprano?
Augusto llegó, y tomó asiento en una de las sillas de producción. Bebía del té que cargaba en las manos. Compró uno para la actriz.
El director dio la orden, y empezaron a grabar.
―Bienvenidos, señores televidentes a un nuevo Sábado de Confesiones ―presentó Pilar―. En esta sección, traemos el trayecto de la talentosa y simpática; Virginia Moreno. ¿Cómo estás, Virginia? ¿Cómo te va?
―Hola, Pilar. Es un gusto estar aquí, muchas gracias por invitarme ―inició. Al fondo, Augusto le hacía porras.
―A ti, por acceder a darnos esta exclusiva. ―Se sonrieron―. ¿Cómo fueron tus inicios, como actriz?
―Bueno ―suspiró―. De chiquita, siempre quise ser actriz. Con mi hermana Gisela, jugábamos a serlo. Un día, mi mamá nos llevó a las dos a un casting para una publicidad de unas muñecas bebé, y quedé yo. Con mi madre, tratamos de animar a mi hermana, pero fue en vano. La cosa es que, pasaron los días y ese comercial quedó en el olvido. Las muñecas fueron un desastre.
―Vaya ―exclamó Pilar.
―Al cumplir los dieciocho años, fui a dar por mi cuenta a un estudio muy reconocido y me hicieron unas pruebas para un programa de televisión de animación ―continuó―. Gisela, descubrió que su verdadera pasión era la escritura y la adaptación. Yo seguí, y terminé conduciendo el programa de los Domingos, junto a otra chica y un cómico que me trató de maravilla. A mis veinte años, se empezó a regar la bola de que Frank Soto, buscaba protagonista para su película, y fui al casting. Me quedé con el papel, quitándoselo a grandes actrices de esa época. Me sentí grande, sentí que yo podía lograr todo lo que me propusiera a partir de ahí.
―Esa película te lanzó a la fama ―afirmó Pilar, y Virginia la secundó―. Recuerdo que cuando la vi, me maravilló tu talento, tu forma de transmitir el dolor y la pasión que vive el personaje. Increíble.
―Gracias.
―Entonces, esta interpretación desencadenó la carrera artística que llevas hasta el sol de hoy.
―Exacto. De ese momento, para acá, no he tenido ningún papel secundario. Bueno, no rechazaría ninguno si me lo proponen y es algo bueno para mí.
―Entiendo. ¿Cómo surge, tu relación con Carlos Herrera? ¿Él te vio primero? ¿Tú lo viste? ¿Cómo fue?
Virginia dibujó una sonrisa en sus labios, y rio nerviosa.
―Esto es algo que él no sabe, pero en 1998; la señora y muy amiga mía, Cristina; me invita a su programa, puesto que yo había estado en grabaciones de una miniserie.
Era mediados del 2006. Sin embargo, ella lo recordaba como si fuera ayer.
» El Show de Saralegui, yo voy con mi mamá que se queda entre el público y, como estaba saliendo de una relación tóxica con Francisco, no tenía muchos ánimos de hacer algo. Solo llevé el programa como lo indicaron por el audífono que llevaba en el oído. Transcurrió con normalidad, hasta que Cristina me comenta que un vidente me iba a leer el tarot. No era muy creyente yo. Bueno, el hombre me dice una cantidad de cosas y entre ellas que voy a conocer en el año de 1999 a un sujeto de bigote y chivera. No había entendido nada, la verdad yo no quería más nada en el asunto del amor. Y no le creí. Llegamos a 1999, y me topo con el hombre de bigote y chivera. ¡Fue algo increíble! Al principio, no lo asumía, no podía asegurar que Carlos fuera ese hombre. Lo conocí en la oficina de Martín Alonso y de inmediato conectamos, ambos lo sentimos así. Es algo que lo platicamos muchísimo. Entonces, empezamos a hablar y con el pasar de los días yo me iba enamorando de él, cayendo como chancla―Virginia y Pilar se carcajearon―. Hubo mucha complicidad en nuestro primer proyecto juntos, aunque su personaje era un maldito y yo la víctima. Para La Mujer del Retrato, fue más llevadero. Ya éramos marido y mujer. Yo me sentía orgullosa por eso. Y empecé a creer en el tarot, y las cosas que el destino, Dios y la vida tienen para ti. Ninguno ha hecho nada para faltarle al matrimonio, y eso es algo que valoro mucho, porque a estas alturas ya nadie es tan respetuoso. Tiempo después, tenía yo veintiocho años de edad; nace mi Victoria, mi luz, mi nuevo motivo para seguir adelante. Siempre teníamos esa rencilla, Carlos y yo de a quién se parecía más. Resulta, que la niña salió a mí. En carácter, forma de ser, algunas actitudes, pero físicamente es todo su papá, Carlos. Mi vida, mi matrimonio es de ensueño, a decir verdad, lo he disfrutado al máximo «.
― ¡Corte! ―gritó el director de escena―. Maravillosa historia. Un aplauso.
Los presentes, obedecieron la orden y Virginia agradeció el elogio.
La asistente de producción, sirvió agua en un vaso y la pelinegra bebió de él. Faltaban varias tomas más, para completar la primera parte del programa. Sin embargo, se tomaron un descanso de cinco minutos, en los que Augusto, Virginia y Pilar se enfrascaron en una pequeña discusión que las siguientes preguntas que se le harían a la invitada.
Días después.
En la sala de aquella casa, la casa de la familia Herrera-Moreno; se hallaban Carlos, Virginia y Victoria. Sentados en un sofá acolchado y lo suficientemente espacioso para los tres, frente a televisor y cenando un sándwich de jamón de pavo, cada uno.
La entrevista iba a comenzar, Carlos estaba ansioso, mientras que Virginia jugueteaba con su hija y la comida. Nerviosa por la reacción de él. No obstante, Confesiones dio por comenzada y Pilar apareció presentando el programa, como es de costumbre. La pelinegra se sabía cada dialogo de memoria, de tanto que lo miró y aportó ideas para la edición.
―Victoria ―llamó Carlos, a la niña―. Mira a mamá, en el televisor.
La pequeña de ojos verdes, sonrió y balbuceó algunas palabras. Virginia la dejó en el suelo y la nena caminó hasta la pantalla y la tocó. Luego, soltó una risotada. Señaló a su madre, y al final dio un beso a la imagen.
―Muero de ternura ―musitó la joven madre―. Te amo, mi amor.
―Yo a ti, cielito. ―Compartieron un fogoso beso, y se abrazaron, dejando la comida de lado. Victoria se quedó sentada en la alfombra, mientras jugaba con un lego.
La entrevista corría y a medida de ello, Virginia percibía el vacío en su estómago y los latidos de su corazón acrecentaban.
―No era muy creyente yo. Bueno, el hombre me dice una cantidad de cosas y entre ellas que voy a conocer en el año de 1999 a un sujeto de bigote y chivera. No había entendido nada, la verdad yo no quería más nada en el asunto del amor. Y no le creí. Llegamos a 1999, y me topo con el hombre...
Carlos quedó conmocionado, y se despegó de su esposa, solo para mirarle el rostro.
Virginia lloraba.
―Entonces... Sí estábamos destinados, amor ―murmuró, haciendo una mueca―. Yo...Dios, ahora puedo entender todo. Nuestra conexión, el destino, tú, la forma en la que me quedé prendido en ti.
―Carlos, era nuestro momento y vaya que agradezco haber confiado en mi instinto.
―Gracias por jugártela, vida mía. Eres lo mejor que me ha pasado, te amo, infinito.
―Lo haría hoy, aquí, mañana y siempre. Y si es posible, en otras vidas. Te amo.
Unieron sus bocas, compartiendo las lágrimas de la genuina alegría en la que habitaban. La pequeña Victoria, los interrumpió y se lanzó a ellos en un abrazo.
Y ahí, en aquella sala de estar, con la luz tenue y ese calorcito familiar, no cabía más nada que la incesante dicha. Si bien, todo había sido un mal sueño, donde hubo altos y bajos, donde su amor nació en la oscuridad, donde tenían que vivir ocultos un amor imposible, estaba segura que, si no era momento de despertar, habrían terminado juntos, porque no dejarían de luchar por conseguirlo; y no sería por completo una pesadilla. Solo que, en su realidad, estaban más unidos que nunca, y después de todo, era lo único que importaba.
Fin.
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