Capítulo trece.
Apagó el televisor, porque ya no quería martirizar su rasgado corazón con esa nota.
Viviana acabó de llegar con Cristina, y lo abordaron en la sala.
―Carlos, ¿qué tal? ―habló la mujer, dejando a la bebé que caminara hacia su padre.
―Muy bien, ¿cómo les fue? ―preguntó, por mera amabilidad. La verdad, esa tarde sus ánimos no eran los mejores y no quería platicar con nadie. Recibió a su hija en brazos, y la sentó en su regazo.
―Todo tranquilo. Gracias por preguntar ―espetó, y se marchó a su recamara.
La rubia conocía mucho a Carlos, y sabía que en ese momento él fue cortés, que realmente no tenía deseos de hablar. Con un suspiro cansado, se frotó la cara y se encerró en la habitación.
Mientras tanto, el actor jugaba con su pequeña de dos años en el sofá para tratar de olvidar lo que antes vio en el programa de chismes.
―Soy un idiota ―se reprendió a sí mismo.
― ¿Idiota? ―titubeó Cristina.
―Sí, hija, yo lo soy. Pero, no digas eso frente a mamá, ¿okey? ―advirtió dulcemente.
― ¿Por qué no?
―Es una mala palabra.
―Ah ―dijo, enseñándole los minúsculos dientes de leche al hombre de bigote y chivera.
Al poco rato, creyó sentirse mejor por haber pasado el tiempo con la pequeña. Entonces, le dio un baño de agua caliente, la vistió, la peinó y le dio de comer la cena que previamente preparó. Su esposa dormía, así que tomó a la niña en brazos y la meció con un programa de caricaturas animadas reproduciéndose en la pantalla de su colorida alcoba, no pasó mucho y se quedó rendida. La acostó en la cuna, apagó la luz y salió de allí.
Se fue a encerrar al estudio, decaído por la noticia. Ni siquiera tenía porqué mirarla, pero la curiosidad le ganó y terminó por ver a la mujer que le roba el aliento, en un hotel de la ciudad; despertando de su noche de bodas.
Parecía una picada de escorpión, que te dolía y te dolía y poco a poco ibas muriendo. Se sentía mal, tenía un cargo de conciencia gigante y creía que era un completo estúpido.
Él sabía que ambos se gustaban mucho, pues en su último encuentro lo habían discutido. Solo que, bueno; prefirieron quedar como amigos.
Amigos que no se hablan, que no se escriben. Sin embargo, se extrañan, se besan y se sienten.
Que amigos tan raros ellos, ¿no?
Decidió escribir un mensaje para una persona, a la cual le cogió aprecio en poco tiempo. Buscó el número entre sus contactos agendados, y redactó:
Espero estés bien, te quiero dar las gracias por tomarme en cuenta para que tu hermana cambiara de opinión. Lástima que ella ya lo hizo. Saludos para ti, un abrazo.
Lo envió y regresó el teléfono a su bolsillo. De su mini bar, que adquirió luego del pago por la película; sacó una botella de tequila reposado y sirvió un caballito. De golpe lo bebió, arrugando el rostro por el ardor pasar por su garganta; preparó otro y esta vez fue más moderado para tomárselo.
Colocó un cd de música romántica, de esos que escogía para martillarse el alma y caminaba con lentitud alrededor del estudio.
Era masoquista, porque a pesar de estar triste no hacía nada para cambiar de ánimos. Ese ambiente, gris y opaco era lo que lo mantenía de pie justo ahora.
Entre tanto, Gisela mantenía un pleito con Virginia. Uno gigante.
― ¡No sé cómo puedes siquiera pensarlo! ―exclamó llena de furia e indignación, la hermana menor―. ¡Me sorprende tu poca capacidad de raciocinio!
― ¡Todo indica que es así, no me vengas con cuentos ahora! ―gritó, en medio de la sala del apartamento de Gisela.
La calurosa discusión, era seria. Ahí, Virginia ponía en duda la fidelidad de su propia hermana, su mejor amiga; por una confusión y sus propias decisiones mal tomadas.
― ¿Indicar, ¿qué? ―escupió, con el rostro encendido y las orejas coloradas―. ¿Cómo te ignoraba, mis alejamientos?, ¿pondrás esos motivos? ―Las lágrimas le escocían los ojos, se sentía decepcionada, y ese sentimiento mata cualquier tristeza.
― ¡Sí! ―contestó de vuelta, moviendo los brazos―. Me evitabas, tu semblante decaído y la manera tan esquiva de tratarme el día de mi boda. ¿No atarías cabos?
―No, Virginia; no cuando se trate de ti ―confesó, con un hilo de voz―. Me gusta preguntar primero, y aclarar mi mente antes de hacer conclusiones.
― ¿Tienes algo con él o no? ―lanzó la última pregunta, que quedó guindada en el aire. Gisela terminó de retener sus lágrimas, y empezó a llorar.
―Me duele que lo pienses, y no, absolutamente nada fuera de lo común ―comunicó, secando con la yema de los dedos sus mejillas rojas y mojadas―. Necesito que te vayas, no puedo verte ahora. En su mirada cristalina, se transmitía todo lo que en realidad deseaba decirle.
―Gracias por aclararlo, buenos días ―enfatizó, tomando su bolsa del mesón junto a sus llaves.
Salió de la estancia como si nada, disimulando la vergüenza que la invadió por haber dudado de su hermana. Su orgullo no le dejaba pedirle disculpas al momento, por eso prefirió salir de allí.
Dentro de su coche, lloró de amargura. Su luna de miel no fue bonita, Augusto se portó bien pero no era lo que ella quería. Nunca dejó de pensar en Carlos y en Gisela.
Dio rumbo a una cafetería, había quedado con una de sus grandes amigas para verse y tomar algo juntas. Ella recién llegaba de su natal Costa Rica. Cuando hubo llegado, la mujer de piel pálida ya esperaba en una mesa, dándole la espalda.
Se acercó y le jaloneó un mechón para atraer su atención. La dama se volteó, se incorporó de golpe y la refugió en sus brazos.
―Te extrañé, tarada ―musitó a la altura de su oído―. No puedo creer que te hayas casado.
Se despegaron y tomaron asiento, una frente a la otra. Un mozo se les acercó, y ellas ordenaron una café expreso y unas rosquillas sin sal.
―Lo hice ―expresó, explayando los ojos y cruzando sus brazos por encima de la mesa―. Me siento como una mujer nueva.
―Te creo ―aseguró, sonriéndole―. Sin embargo, ¿tus fotos de boda?, esas me dicen lo contrario. Quizá si te sientas una mujer nueva, pero no una mujer feliz.
Virginia se estremeció de miedo. ¿En serio, fue tan determinante?
Sus alarmas se encendieron.
― ¿Por qué lo dices? ―Frunció el ceño.
―Tu rostro, querías llorar, querías ser... ―Melanie, buscaba que palabras usar―. ¿Salvada? ―terminó por decir.
―No ―negó con rotundidad―. Eran los nervios.
―Ah, entiendo. ―Melanie entrecerró los ojos, y decidió cambiarle el tema―. Felicidades por la película, me encantó tu papel allí.
― ¡Gracias! ―exclamó, usando sus dotes histriónicos. El mesero las abordó, dejándole su pedido sobre la mesa y retirándose―. Disfruté mucho hacerla. Ahorita estoy esperando otra producción, quiero seguir trabajando.―Yo por ahora quiero un descanso ―dijo, fingiendo bostezar―, ya pasaron varios años, desde el Miss Universo y todavía las personas me abordan en la calle y es agotador.
Melanie Gutiérrez, llegó a representar a su país en el legendario concurso de Miss Universo, ganando entre muchas participantes internacionales y siendo ella la ganadora de la corona y el título de la mujer más hermosa del mundo. Conoció a Virginia, mientras ambas filmaban una película distinta, chocaron más de una vez en el pasillo y de las casualidades se hicieron amigas. Comenzaron a compartir a fondo, a contarse las cosas y actualmente son muy buenas consejeras.
―Siempre serás una Miss Universo, es normal que te sigan alabando ―recalcó, hincándole el diente a la rosquilla que antes mojó con el café―. ¿Regresaras a grabar?
―No sé, ahorita me ofrecieron conducir un programa matutino ―confesó, enseñando una sonrisa blanqueada―. Voy a aceptar.
―Perfecto, me alegro por ti ―dijo, con suma sinceridad.
―Oye, te quería comentar acerca de este actor... Carlos, ¿así se llama? ―Virginia asintió, removiéndose en la silla―. Que guapo es, amiga. Tiene mucho talento.
―Sí, es lindo y sabe actuar excelente ―contestó, logrando que Melanie ni siquiera pensara que todo se descolocó dentro de la morena.
― ¿No te han dicho nada de las nominaciones del año siguiente? ―cuestionó, bebiéndose el café.
―Martín está moviéndose, pero es depende de la aceptación del público, ya sabes.
Melanie asintió y continuaron con otra conversación.
(***)
Varias semanas después, Carlos regresó a la cadena televisiva y participó en una audición para obtener un papel muy distinto a su anterior. Logró quedarse con el personaje, y lo interpretó de manera pulcra y excepcional. Permanecía en las grabaciones de su película, metido de lleno en el trabajo.
Había logrado despejar su mente, estabilizar su matrimonio, pero todo por la niña que estaba próxima a cumplir tres años de edad. Virginia seguía en sus pensamientos, cada vez más se incrementaba su cariño por la pelinegra y llegó a asustarse por su obsesionada mentalidad con ella. No obstante, se apaciguó a si mismo aceptando su propia realidad: Estaba enamorado de Virginia Moreno, con todo su corazón, con todas sus fuerzas.
Y se trataba de un amor no correspondido, o al menos eso pensaba él.
Después de su jornada laboral, decidió tener una noche diferente y condujo hasta un bar, el más cercano a su domicilio.
Él no era tan reconocido, y eso lo aliviaba un poco. Como las luces permanecían apagadas, mientras una que otra alumbraba las mesas. Llegó a una esquina de la barra, y un mesero se acercó a ofrecerle las bebidas que tenían.
―Un tequila que raspe, por favor ―ordenó, con la mirada abajo. El hombre le colocó la sal, y los limones picados a un lado; entre tanto le servía su caballito.
Al menos en el lugar, había música bailable. Agradeció el gesto, aunque lo hayan hecho sin pensar en él. Fue solo cuestión de suerte. Algunas personas se movían en la pista, sonriendo y sudorosas de tanto bailar con sus parejas, o amigos.
El sujeto le entregó el caballito, y al lado le puso la botella.
Carlos se empinó el shot, para luego chupar el limón y coger un poco de sal. Arrugó la cara. El sabor le trajo recuerdos, y era tan increíble como algo tan minúsculo le llenara la psiquis de tantos momentos con ella, así hayan sido escasos.
El mismo se sirvió otro trago, y esta vez lo bebió despacio mientras tenía un limón entre los labios.
―Ay Virginia, olvidarte es recordar que es imposible ―masculló al espacio, dejando el particular olor a tequila.
Deseó beber más, pero tenía que manejar. Así que, dejó unos billetes sobre la barra y salió como un rayo a su casa.
Para los meses venideros, Carlos le celebró el cumpleaños a su hijita con sus compañeros del jardín de infantes. Fue una fiesta sencilla, pero emotiva. Viviana y él supieron comportarse a la altura y lograr que el ambiente fluyera tranquilo.
Además de todo aquello, Virginia se encontraba en su faceta de primera dama del Estado, desenvolviéndose con naturalidad. Para nadie era un secreto, que Augusto era muy querido por tener a una esposa como ella. El público lo aclamaba, pero solo si se encontraba esa mujercilla menuda y de cabellos azabaches a su lado. Él hacía un trabajo limpio a ojos de los demás, solo los del partido político sabían las movidas tras esas acciones.
Ella y Gisela seguían sin dirigirse la palabra. Doña Graciela, quien se enteró por error las riñó a cada una, pero no consiguió que cedieran. Las mantiene al margen, las hermanas se miran inescrutables, cada una con ganas de lanzarse a los brazos de la otra. No continuaron conversando, Gisela estaba decidida a no ceder, ella no había hecho nada mal.
Augusto quería hijos, y Virginia no. Antes los quería, pero ahora ese pensamiento estaba muy lejos de su cabeza. Él no la forzaba a nada, era un completo caballero y la actriz lo apreciaba mucho. Sin embargo, no lo miraba enamorado y tan solo habían pasado algunos meses desde su casamiento. No tan entregado como al principio de su relación.
En cambio, Carlos era una constante que no variaba, siempre era él. Su subconsciente, le interrogaba que estará haciendo, si pensará en ella o disfrutará recordar sus momentos en las grabaciones y en los pocos que compartieron―pero que significaron mucho―juntos.
En la gaveta de su cómoda, yacían las fotografías de su matrimonio con Augusto. De verdad, sus caras dejaron mucho que desear. A medida que las pasaba, el arrepentimiento la asechaba con dolor, arrimándole las lágrimas a los ojos. Estrujándole el alma con afán, abofeteándola por cobarde y estúpida, por tomar una decisión a punta de despechos.
Se habían cambiado de casa, su esposo compró una mansión a las afueras de la ciudad. Él le ordenó que vendiera su apartamento, pero ella se negó y lo conservó para escapar de su marido cuando se sintiera ofuscada y sin salida.
Regresó las fotografías al cajón y se acomodó en la cama, cubriéndose con la cobija. Augusto avisó que llegaría tarde, y lo agradeció. Secó su lagrimal, y expulsó el aire contenido en sus pulmones.
Le ocurría tan a menudo...
Regresó las fotografías al cajón y se acomodó en la cama, cubriéndose con la cobija. Augusto avisó que llegaría tarde, y lo agradeció. Secó su lagrimal, y expulsó el aire contenido en sus pulmones.
Como ya no platicaba con Gisela, mantenía conversaciones consigo misma y deseaba sacar algo que tenía muy atorado.
―He llegado a sospechar que, en mi afán de no recordarlo, es lo que me tiene enferma de recuerdos ―musitó al silencio de la alcoba―. Maldita sea, malditos sentimientos.
(***)
La brisa fresca del año 2000, abrazó al mundo entero. Especialmente, a un cúmulo de personas emocionadas por la tan esperada noticia de haber sido nominados a los premios de la Academia.
La alfombra roja de la premiación, se llevó a cabo horas antes de que oscureciera. El asesor de Martín, le aconsejó que ambos protagonistas y antagonistas deberían posar para las fotos. El productor accedió, y avisó a los cuatro que tenían que llegar a tiempo.
―Augusto, por cosas publicitarias, debo encontrarme con Carlos para estar juntos en la alfombra roja ―informó Virginia, vestida con un elegante vestido negro de tirantes dejándole al descubierto una pierna. Tacones de aguja del mismo color, su cabello recogido en un chongo y una cadena de fina plata alrededor del cuello―. ¿Te importa?
―No, amor. Ve tranquila, yo me iré después y nos vemos dentro del teatro ―contestó, besándola en la mejilla―. Estás radiante.
―Muchas gracias, guapo ―dijo, sonriendo la mar de nerviosa―. Entonces, iré a llamar a mi compañero.
Augusto le asintió, dejándola sola en la cocina.
Las manos de Virginia sudaban, hacía tanto que no sabía de él. Tan solo lo miró en la promoción de su nueva película, hermoso como siempre.
Alzó el teléfono a su oreja, y esperó que contestara.
Carlos se acomodaba la pajarita frente al espejo, mientras Viviana le descolgó el móvil.
― ¿Diga?
―Por favor con Carlos ―pidió―. Es Virginia.
La rubia arqueó una ceja, y le entregó el celular.
―Una tal Virginia ―espetó. Carlos contrajo el semblante, y el corazón le latió desbocado, acción que determinó Viviana.
―Hola ―carraspeó―. ¿Cómo estás?
―Bien, ¿tú? ―inquirió de vuelta, controlando sus emociones.
―Me alegro bastante, estoy bien. ¿Qué pasó?
―No sé si Martín te avisó, pero cuestiones de ranking debemos posar juntos en la alfombra roja ―comunicó.
―Ohm, si me dijo ―mintió―. ¿Dónde nos vemos?
―Quería preguntarte si podías venir por mí ―Su voz sonó tan gentil y cálida, que lo enterneció―. Si puedes, claro.
―Claro que sí ―afirmó, de pronto anonadado por tan maravillosa jugada del destino para volver a juntarlos. Viviana colocó las manos en su cadera, esperando una explicación―. Nos vemos en quince minutos, adiós.
―Chao, Carlos ―soltó una risita, y colgó.
― ¿Entonces? ―exigió la rubia.
―Tengo que llegar con Virginia, me llamó para avisarme. Solo que, ya Martín me había dicho antes.
― ¿Quién es ella?
―Mi compañera de trabajo, Viviana.
La mujer asintió, y le plantó un beso en la comisura de la boca. Carlos cerró los ojos, cansado.
―Debo marcharme ya.
―Espero que te diviertas, iré a ver a Cristina ―anunció, dejándolo solo en la recamara.
El hombre cogió sus cosas, se perfumó por última vez y fue a por la chica de sus pensamientos.
Durante el camino, no dejaba de maquinar cómo reaccionaría estando frente a ella; hasta lo ensayó en silencio mientras conducía. Abrió la guantera, y sacó un CD para colocarlo.
Se detuvo en seco, ocasionando un ruido por parte de las ruedas al frenar. Él no sabía la dirección de su casa, envió un mensaje rápido y continuó.
Recibió una respuesta, y cambió de rumbo.
Se estacionó afuera de la gran mansión, y silbó impresionado. Tocó la corneta del coche.
Dentro de la casa, permanecía Virginia mordiéndose las uñas por los nervios. Apenas oyó el ruido, se incorporó y caminó en círculos por la estancia.
― ¡Augusto, me voy! ―avisó, cogiendo su bolsa de mano―. ¡Allá nos vemos!
― ¡Iré a la oficina un momento! ―mencionó―. ¡Diviértete, mi amor!
― ¡Seguro!
Apuró el paso, sin importarle si caería de bruces o no. Cerró la puerta de un tirón, y cruzó el pequeño sendero hasta el automóvil.
―Hola ―le dedicó una sonrisa ladeada. Acto seguido, Carlos se bajó y la acunó en sus brazos, propinándole un beso en la mejilla.
―Que preciosa te miras ―halagó, sonrojándola―. Ven, sube.
Le abrió la puerta de copiloto, y luego se subió él.
Dio marcha al anfiteatro.
―Felicidades por tu trabajo ―masculló la pelinegra―. Estuviste genial.
―Gracias, amiga.
La mujer volteó a verlo, porque sintió que la palabra fue expulsada con sarcasmo.
―Me alegra verte, Carlos ―sinceró.
―Lo mismo digo.
Al llegar al sitio, muchos escoltas los acompañaron y el flash de distintas cámaras los espabilaron. Ellos se sonrieron, y ella entrelazó su brazo con el de él.
Martín los observó y se acercó a la pareja.
―Ahorita deben entrar ―informó, palmeándoles el hombro a los dos.
Carlos y Virginia asintieron y continuaron el trayecto.
Los reporteros y paparazzi los invadieron, exclamando diversas palabras. Ellos sonrieron, demostrándoles al público televidente y al presente la buena mancuerna y la química con la que caminaban juntos.
Se tomaron distintas fotografías, donde se miraban con ternura, y hasta se besaron en la mejilla, ocasionando que los fans echaran gritillos.
Varios minutos después; las personas pasaron al teatro y esperaron con nervios que empezaran a nombrar los ganadores. Obtuvieron seis nominaciones; mejor película, mejor guion original, mejor actriz, mejor actor, mejor actriz de reparto y mejor actor de reparto.
Ganaron en la categoría de mejor película y mejor actor. Lastimosamente, los demás no consiguieron el premio. Sin embargo, les quedó la satisfacción de haber estado presentes; ya que es algo muy difícil entre tanto talento.
En el after party, bebían y gozaban con los demás artistas.
Augusto avisó que no llegaría, cosa que alegró a Virginia quien disfrutaba su velada al lado de Carlos.
―Ay, extrañaba reírme así ―farfullaba la pelinegra, posada en una silla arrinconada casi donde no daba la luz―. Contigo ―agregó, viéndolo fijamente.
―Igual. Es reconfortante, la sensación que queda en el cuerpo; luego de haberte reído a mares con la persona que quieres. ¿Cierto?
―Sí, justo ahora me siento así...
La champaña se le subió a Virginia, no estaba ebria; pero muy cerca de estarlo.
Ningún paparazzi, ni periodista se fue a descansar. Ellos continuaban laborando, captando cualquier movimiento, a fin de colocarlo como la primera plana del periódico al día siguiente.
Se subió al regazo del hombre, que tensó su anatomía al acto.
― ¿Qué...haces? ―la tomó por los brazos, así se detiene.
Ella no respondió, y lo besó en la comisura del labio.
―Vámonos de aquí, Carlos ―arrastró las palabras. Se veía hermosa, con los ojos rojos y el atuendo impecable.
― ¿Estás loca? ―preguntó―. No, mejor quedémonos.
―No seas aguafiestas, vámonos, anda.
A trastabillones, se logró colocar de pie y le tomó la mano.
―Hay muchas personas aquí, no es conveniente. Además, estás borracha.
―No lo estoy, sé lo que hago. ―Soltó un eructo y una risita.
―Nada más mírate. No.
―Entonces me voy con otro ―espetó, cruzándose de brazos y haciendo puchero.
―Ah, ¿sí?, ¿con quién? ―La imitó en la posición.
―Con el que quiera, adiós.
Quiso irse, pero él enrolló su mano en el delgado brazo de ella y la haló. Ambos torsos chocaron.
―Nos vamos, pero para que no cometas una locura ―advirtió.
Y, con un limpio movimiento lograron salir por la puerta de emergencia y rodear el automóvil.
Virginia dio brinquitos torpes de felicidad, y se acercó a darle un beso en el mentón.
―Nos vamos a ser felices ―titubeó, mordiéndose los labios.
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