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Capítulo siete.

Viviana colgó una llamada, esbozando una sonrisa satisfecha. Su plan marchaba de viento en popa. Abrochó el cinturón de seguridad, después de haber sentado a Cristina en su puesto especial para bebés, se fue al asiento de piloto y encendió el coche, con el fin de darle una buena sorpresa a su esposo. Colocó música y con la mejor actitud, partió al pueblito.

Entre tanto, la producción transmitía un programa especial a una televisora que llegó hasta allá y los entrevistaron. Martín explicaba su mecanismo de trabajo, sin detallar tanto como emplea sus métodos en los actores. Virginia le tocó hablar con Carlos, y una reportera curiosa. Podía cortarse la tensión con un cuchillo, pues ella estaba molesta por el atrevimiento

―Me da curiosidad, porque me enteré que él es un villano ―dijo la mujer, con un micrófono en la mano―. ¿Cómo es que tú lo soportas en la película?

―Ay, mira eso me lo pregunto todas las noches antes de irme a dormir ―exclamó, rodando los ojos con fingida molestia―. La verdad, es que mi personaje tiene mucha paciencia y pocas opciones, ¿no? Entonces, le toca aguantarse al Federico... Así se llama Carlos en la película.

Carlos se carcajeó, porque fue una excelente respuesta que dejó a la periodista satisfecha.

―Pero, ya quisiéramos todas tener un cuero de esposo así ―bromeó, riéndose. Virginia, estiró sus labios en una sonrisa falsa. El comentario estuvo demás, quiso escupirle―. ¿Y tú, Carlos? ¿No te pesa la conciencia, con todo el mal que le haces a la pobre?

―Él ama a Cristina ―respondió, revelando el nombre del personaje de su compañera―. Muy en el fondo, en la cloaca de corazón que tiene, él la quiere y siente aprecio por ella. Además, si crees que con las escenas que lograste ver, es un desalmado. Espera al estreno de la película, que quedas traumada.

Los tres explotaron en risotadas, y la reportera se despidió no sin antes agradecerles:

―Gracias, por tomarse el tiempo de platicar conmigo, sé que tienen que terminar de filmar. Adiós, chicos.

―Así que, Federico ama a Cristina ―mencionó con clara intención, Virginia―. Que interesante.

―Puede que sí. Tienes que entenderlo, ella no lo quiere y por eso se frustra ―mencionó, siguiéndole el juego.

―Por favor ―espetó con sarcasmo―, ¿quién va a querer a un ser tan maligno?

―Dímelo tú.

―No lo sé ―enarcó una ceja, y se mordió el labio inferior―. Me voy a grabar, al rato te veo.

―Chao.

Carlos la escudriñó un poco más, cuando caminaba lejos de él. Ladeó la cabeza e hizo una mueca. Las lagunas de la noche anterior, le recordaron lo mal que actuó al querer besarla, cuando es un tipo casado. Si lo hubiera hecho, sería la primera vez que engañaría a su esposa. No le pidió disculpas, pero en cualquier momento lo haría.

Un técnico le colocó el micrófono a Virginia, mientras una chica de maquillaje le retocaba el labial y el creyón de ojos. A su vez, Carlos le tocó irse a un bosque a dos cuadras de allí, para grabar junto a otros actores una escena de peleas.

Dos horas después, se hallaban en unas sillas puestas en una terraza. Solo eran Martín, quien fumaba un cigarrillo, Carlos y Virginia. A nadie le sorprendía ver a los tres juntos, ya sabían que eran muy buenos amigos. Sin embargo, algunos de ellos tenían la leve impresión de que se algo se traían entre manos, los protagonistas maduros.

―Presiento que vamos a tener éxito, muchachos ―verbalizó Martín, expulsando el humo del veguero―. Y todavía no se estrena. Estará en cines, y muy posible lleguemos a la nominación de los premios de la academia.

―Estoy ansiosa por acabar ―confesó, ahogando un gritillo―. No me puedo contener los nervios. Estar entre los nominados, si es que lo logramos; es un sueño para mí.

―Nuestro trabajo es digno de un premio ―soltó Carlos, carraspeando. Automáticamente, Virginia volteó a verlo y él le devolvió la mirada, acompañado de una sonrisa amable―. Aseguro que el público nos acogerá bien.

―Con semejante galán ―expresó el productor, apagando el cigarrillo acabado con un pisotón―. No lo sé, les confieso que me asusta un poco la reacción de los espectadores.

―Solo queda esperar a la premier ―agregó la pelinegra, cruzando las piernas.

― ¡Señor Martín! ―le llamó alguien―. Lo solicitan en utilería, por favor.

―Estaba buena la conversación ―musitó―. Nos vemos al rato, pareja.

Ambos rieron nerviosos, y rompieron su contacto visual de un tajo.

―Me quería disculpar por lo de anoche ―mencionó él, tomando asiento más cerca de ella. Le agarró las manos y las apretó. Virginia se le aceleró la respiración, y sus piernas temblaron―. Actué mal, soy un hombre con una familia y no debí sobrepasarme.

―No lo hiciste, pero igual, te disculpo ―le dijo, dedicándole una sonrisa de boca cerrada―. Que no se repita, me pones incómoda.

Que se repita, que se repita, que se repita.

Su voz interior, siempre estaría allí para recordarle cuáles son sus verdaderos sentimientos y deseos, con las personas a su alrededor.

―Descuida. ¿Por qué tu hermana no vino?

―Las cosas con la edición las hace desde casa, puede enviarlas por fax ―comunicó, enderezando la espalda―. También, debía cuidar a mamá.

―Entiendo. Me cae bien, es agradable conversar con ella.

―Es mi mejor amiga ―contestó, de pronto recordando todo lo que ha vivido con su gorda, como solía decirle en ocasiones―. No me hallo, sin Gisela.

―Yo no tengo hermanos, me hubiera gustado. Pero, mis padres decidieron que conmigo era suficiente.

―Vaya, entonces eres único ―Carlos arqueó una ceja, sugestivo―. Hijo único, quise decir.

―Efectivamente, amiga ―se rio, por lo ruborizada que se colocó. Se miraba preciosa así―. ¿Tienes hijos, tú?

―No. Me gustaría tenerlos, sé que lo haré.

―Con mi hija Cristina, me es suficiente. Tampoco mi esposa, quiso tener más niños.

―Oh.

―Carlos, te buscan ―profirió una asistente del director.

― ¿Quién? ―Frunció el ceño, tratando de imaginarse la persona―. ¿Un compañero?

―No. Su esposa, señor. Permiso.

Virginia parpadeó y adoptó una expresión incrédula. Carlos no se lo esperó, en lo absoluto.

― ¿Te molesta, si te dejo sola? ―preguntó, con preocupación en sus facciones.

―Para nada. Atiende a tu mujer.

Los celos tocaron a su puerta, pero supo disimularlos, usando sus dotes actorales.

―Entonces, con permiso, Virginia. ―Se incorporó y a grandes zancadas despareció por el espacio.

―Ay sí. Que detallista, la mujercita ―masticó celosa, revoleando los ojos. Caminó a su recamara y llamó a Augusto.

Primer error.

¿Bueno? ―hablaron del otro lado―. Hola, Virginia.

―Hola, ¿cómo estás? ―saludó, simulando una emoción que solo parecía desgana.

Estoy bien, mejor ahora que llamas ―por inercia sonrió―. ¿Cómo vas con tus grabaciones?

―Genial, mañana continuo con lo que falta. ¿Tu campaña, todo bien?

Perfecto, me han dado excelentes noticias. Las elecciones las pospusieron, a la última semana de febrero. El presidente, lo dijo esta mañana.

―Me alegro por ti.

Augusto quiso preguntarle, el motivo de su llamado. No obstante, calló. Estaba feliz por escucharla, a su llegada a la ciudad le haría la pregunta, que sería el primer paso para pronto convertirla en su esposa. Ya tenía tiempo de sobra.

― ¿Nos veremos cuando vuelvas?

―Por supuesto que sí. ―Ni supo por qué lo dijo. No quería ver más que a su familia.

―Así será, chiquita. Nos vemos.

―Que te vaya bien. ―Colgó, emitiendo un resoplido frustrado―. ¿Qué hice?

Fue un error llamarlo, por varios motivos. El primero, es que se comprometió, sin tener ganas de salir con él, segundo, solo lo hizo por el coraje que le dio saber que a Carlos, lo visitó su mujer; y tercero...seguía sintiendo los mismos celos del principio, seguía con ese vacío que solo hablar con él, la llenaba.

Se recostó en su cama, y de una maleta sacó un libro que su hermana le recomendó a leer.

Empezar de nuevo, por Danielle Steel.

(***)

― ¿No te da gusto vernos, mi amor? ―inquirió desconcertada, Viviana, mientras cargaba en brazos a su hija.

―No es eso, solo que estoy sorprendido ―mintió. Solo le agradó ver a su pequeña, nada más. Se acercó a darle un beso en la boca, y le quitó a la bebé―. Mi chiquita, ¿cómo estás, princesa?

―Bien, papá ―chilló, plantándole un beso húmedo en la mejilla y lo abrazó.

―Vamos a mi habitación.

Se encaminaron y llegaron al sitio, Carlos con un descontento y una preocupación por haber dejado sola a Virginia.

―Sabes que, me gusta el ambiente que hay aquí, eh. Está bien bonito ―comentó la rubia, dejando las cosas en el suelo.

― ¿Por qué trajiste tanto?

―Solo es un bolso, Carlos. Son los biberones de la bebé, una muda de ropa y mis pertenencias.

―Debiste avisarme ―espetó con rudeza. Viviana sintió su corazón desvanecerse―. Lo siento, es que me tomaste desprevenido.

―Para la próxima, me lo pienso dos veces ―escupió, cargada de decepción―. Y no me voy ahorita, porque es tarde y esta carretera es peligrosa.

La mujer se dio media vuelta y se encerró en el sanitario. Carlos pudo escuchar los sollozos, y se recriminó su comportamiento tan macabro. Ella no merece ser tratada así, una persona que te entrega todo, que te ama, lo mínimo que debe recibir es afecto y amor, y más si se trata de su esposo.

―Viviana ―le llamó, y tocó con sutileza la puerta. Cristina jugaba con una muñeca, sentada en la cama―. Abre, por favor.

―No, déjame quieta. Cuida a la niña, salgo después que me duche.

―Viviana... ―insistió, pero en vano. Se oyó el agua caer, y él se alejó de ahí y regresó con su pequeña―. ¿Tienes hambre?

Cristina palpó el rostro de su papá, con una manita regordeta y asintió con los ojos brillosos. El hombre la dejó en el suelo, y juntos caminaron a la cocina a buscar algo para cenar.

Las cocineras, y mucamas en la hacienda llenaron de besos y arrumacos, le dieron cariñitos y una bandeja de comida al señor Herrera, como era conocido Carlos allí.

―Es una bebé preciosa, Dios la bendiga ―expresó una señora.

―Amén, muchas gracias.

― ¡Papi! ―Se carcajeó la nena, y besaba la mano de su papá.

―Te amo, mi vida. Ya viste, conseguimos suficiente comida.

A lo lejos el lobby, divisó una cabellera suelta color azabache, que reconocería en la inmensa lejanía. Se acercó con Cristina, y sopló en su nuca, haciéndola sobresaltar.

― ¡Baboso! ―gritó, y le arrimó un guantazo―. Me asustaste, Carlos. ―Se tocó el corazón, sintiéndolo acelerado.

Él solo reía y su hija lo imitaba, dando pequeños saltitos y con los deditos metidos en su boca.

― ¿Qué hacías ahí parada? ―demandó, con las mejillas rojas por reír tanto. La morena lo fulminó con la mirada verdosa.

―Esperaba a Alejandra, que me iba a entregar una cosa que le presté temprano ―mintió, fue lo único que se le ocurrió. Después hablaría con su compañera de actuación, por si acaso.

―Qué raro, que no pasaste por su recamara ―no lo creyó del todo. Optó por no protestar―. Está cerca de la tuya.

―Creo que se estaba duchando ―volvió a mentir. Bajó la vista, ya que una personita le halaba insistentemente el pantalón―. Hola, cariño ―se colocó de cuclillas y le saludó―. ¿Cómo te llamas?

Tristina Valetina Hererra Rodridez ―balbuceó y toqueteó el rostro de Virginia, con sus dedos mojados por la saliva―. Linda.

―Que cosita más tierna ―farfulló, llenándole la cara de besos―. Yo soy Virginia Moreno. ―Le sonrió―. Tú eres más linda.

La mujer se tragó las ganas de decirle que se parecía a su padre, porque no era así. La niña era copia fiel de su madre.

―Ya mi bebé hizo una amiga ―bromeó Carlos, admirando la escena con regocijo―. Nos vemos mañana, la comida se va a enfriar.

―Claro. Buenas noches.

Su afán por verlo, se esfumó cuando la sorprendió en el lobby, con la intención de buscarlo. Conservó la esperanza, de que había sido un error que su esposa llegó hasta esa hacienda para visitarlo. Se decepcionó cuando vio a la criatura, tomada de la mano firme de él.

Regresó con pereza y tristeza, a su habitación a retomar la lectura, que se tornó interesante para ella.

(***)

El día que siguió, fue lluvioso. El cielo se pintó de gris, y algunas escenas fueron retrasadas debido a los chubascos que caían de las grandes nubes oscuras.

Viviana salió temprano de la hacienda, y manejó nuevamente a la ciudad sin avisarle a su esposo. Lo dejó durmiendo, porque era casi de madrugada y esa hora no deseaba causarle problemas. Además, que fue un error ir sin avisarle. Él no estuvo contento con verla, y eso le destrozó el alma.

Carlos hacía el último intento por marcarle a su mujer. Ella tenía el teléfono apagado, sabía que al no verla en la mañana la llamaría enseguida. Alguien tocó la puerta de su alcoba, logrando espabilarlo.

―Adelante ―dijo con vos firme.

―Hola ―entró Virginia, sonriéndole. Él sintió su corazón acelerarse, y se volteó a recibirla con un beso y un abrazo.

Se sentía mal por lo de anoche, pero al parecer ya las aguas se calmaron. Ambos estaban de buen humor, o bueno, al verla a ella sonriente, él apaciguó su preocupación y le devolvió el gesto.

― ¿Cómo vas? ―inquirió, cerrando la puerta tras sí―. Esta lluvia atrasó todo.

―Mantuve una lectura interesante ―respondió, tomando asiento en un sofá que estaba allí. Carlos permanecía de pie, cruzado de brazos―. Con este frio, preferí acurrucarme en las sábanas. No me han llamado, para grabar.

―No sabía que te gustaba leer ―comentó sorprendido. Se acercó, y ella tensó los músculos, se sentó a su lado―. ¿Cómo se llama el libro?

―Empezar de nuevo. Y, me siento identificada, solo un poco con la protagonista, porque ella tiene la necesidad de obviar el matrimonio por lo mal que la ha pasado con sus anteriores amantes.

―Entiendo. A veces, ya no es necesario arriesgarse tanto, debido las fallas amorosas. Sin embargo, no hay que perder la esperanza.

―Si es una persona que yo amo, y es prohibida ―enfatizó en la última palabra―, dejo todo y me lanzo al abismo.

―Creo que también haría lo mismo ―musitó, acercándose a ella...otra vez.

Mantuvieron el contacto visual, el brillo en sus gemas esmeraldas destelló fugaz. Estaban al punto de sentir sus respiraciones en el rostro del otro.

¿Carlos? ―vociferó Martín, del otro lado―. Necesito tu presencia en cinco minutos.

Se sobresaltaron, y rompieron la magia del momento.

―Iré abajo, puede que también me soliciten a mí ―balbuceó Virginia, con la mirada en el suelo, no se atrevió a darle la cara. Esta vez, se dejaría llevar y lo besaría, y pasaría lo que tuviera que pasar.

Ese hombre la ponía, y mucho.

El actor salió tras ella, pero la mujer llevaba ventaja y no la divisó por el pasillo.

Caminó escaleras abajo, y se encontró con el productor que lo esperaba para grabar lo que faltaba de ese día, aprovechando que la lluvia había cesado.

 

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