Capítulo seis.
Por la noche, Martín, Virginia y Carlos platicaban sobre la película en su despacho. Sentados en unas sillas reclinables, y cenaban unas tortillas que pidieron a cafetería.
―Sé que apenas estamos comenzando ―habló, después de tragar―, sin embargo, puedo presenciar su aura y estoy seguro que ustedes también lo notan. Miren, quiero química entre mis dos protagonistas, por favor. Esta conversación la tuve con mis dos jóvenes.
La morena carraspeó, dejando a un lado la comida.
―No sé de qué "aura" hablas ―dijo, haciendo comillas―. En cuanto a la química, no te preocupes, daré el cien por ciento porque el público sea el mejor receptor con la pareja.
No se inmutó en mirar a Carlos, que se terminaba su cena, pensando en la actitud seca de su compañera.
―Cuenta con ello, Martín ―enfatizó, estremeciendo a Virginia. Satisfecho por lograr su cometido, sonrió en sus adentros―. Y yo sí sé cuál es esa aura, nos define como pareja estelar, por cierto.
Virginia enfureció, pero lo disfrazó con una buena carcajada. No lograba aceptar, que Carlos estaba casado, y no se desahogó con nadie, porque su hermana tenía mucho trabajo y ella no descansaba entre escena y escena. Cargaba atorados miles de verborragias, a punto de ser soltadas de manera grosera y tajante, solo que debía ser precavida. Ni siquiera, sabía por qué sentía eso en su pecho. Negaba con insistencia, que se tratase de celos.
―Me alegra su entusiasmo. Dentro de poco, tenemos que hacer un viaje a un pueblito a dos horas de aquí ―informó, paseando los ojos entre los actores―. Con todo el elenco, visitaremos una hacienda para las escenas intermedias. Grabaremos completo, serán dos semanas. Arreglen sus asuntos en casa.
―Viviana se infartará, pero de seguro lo entenderá ―profirió él, ausente a la llamarada de celos que se encendió en el interior de Virginia.
―Con Ángelo me pongo de acuerdo, los días que Gisela cuide a mamá ―respondió y cerró la boca, así evitar decir algo comprometedor.
―Bueno, eso era todo muchachones. Gracias por su esfuerzo, buenas noches.
Los tres se encaminaron al estacionamiento, Martín fue a por su coche y antes de que Virginia llegara al suyo, una voz que la desubica la frenó.
― ¿Tienes tiempo esta noche? ―preguntó, con las manos en la cadera mostrándose varonil, con ese porte irresistible.
―No lo creo ―contestó, realizando un mohín―. Debo ir temprano a casa, lo siento. ―Dio media vuelta, pero él fue ágil y la sujetó por un brazo, cerrándole la muñeca.
Ese tacto la quemó, su piel se enchinó y en el pecho miles de sensaciones aparecieron, desordenándole el pensamiento a su vez.
―Solo son unos tragos ―insistió.
―Está muy mal visto que seas casado, y salgas con una compañera de trabajo a estas horas. ―No supo el motivo de decir aquello, pero lo hizo y no lo cambiaría.
―Tienes razón. No me gustaría un escándalo, perdón.
Virginia se entristeció, esperaba que él insistiera, así estuviera mal hecho.
Todos los hombres son iguales.
¡Pero, este es casado! No debe seguir insistiendo.
Su conciencia le recriminó.
―Nos vemos. Que descanses ―esperó sin verle y de un tajo se subió a su automóvil.
Echó un suspiro agotador, encendió el motor y arrancó. En el camino, envió un mensaje a Gisela para que preparara unos tequilas, esa noche era para desahogarse, no lo retrasaría más, o si no terminaría vomitándolo todo.
Carlos manejaba y pensaba en lo estúpido que fue. Esas invitaciones, se las reservaría a su mujer, su esposa, la madre de su hija, su compañera de vida, la cual no amaba ni un poco, la que dejó de darle placer... Y podía seguir torturándose con sus pensamientos, pero los acalló con música radial. De seguro Virginia se ofendió y no es para menos.
Alzó las cejas y rodó los ojos, frustrado. Terminó de llegar a su casa, entonces el problema que se imaginó que tendría, lo destruyeron los gritos de su esposa.
―No tienes que alzar la voz, Cristina está en la habitación de al lado ―masculló, cruzado de brazos. Los músculos se le marcaban―. Además, no entiendo por qué te pone así. Es mi trabajo.
―Sí, discúlpame. Solo que me tomaste desprevenida, un viaje por dos semanas es mucho tiempo ―verbalizó, abrazándose a sí misma, de pronto entró la brisa violenta, moviendo con auge las cortinas―. La niña y yo te extrañaremos. Desde un principio, te brindé mi apoyo y lo haré.
―Gracias por ser tan comprensiva, Viviana ―la atrajo y la abrazó, plantándole un beso en la coronilla―. Prometo traerles algo de allá, algún recuerdo.
―Te amo, Carlos. Te amo, como la primera vez contigo. ―Suspiraba enamorada.
Comenzó a besarla, trastabillando hasta llegar a la cama y la acostó, a fin de subirse sobre ella, despegaron sus labios solo para despojarse del pijama que en un minuto les estorbaba. En menos de lo esperado, se entregaron a el amor. Bueno, amor por parte de ella, él solo necesitaba cubrir sus necesidades de hombre. Sonaba cruel, sí, pero era la verdad y no la cambiaría. Aunque se sintiera como un auténtico cobarde, por no decirle a su esposa que desde hace tiempo ya no la amaba.
Al terminar, la dejó dormida y se tumbó muy asustado en su lado del colchón. Por breves segundos, le pareció ver el rostro de Virginia y no el de Viviana. Le causó miedo, jamás le pasó algo similar y era un asunto de preocuparse. Tardó en conciliar el sueño, porque no dejó de martirizarse con lo que acabó de pasarle.
Al mismo tiempo, Virginia se bebía el tercer caballito de tequila y no enunciaba lo que tenía atorado en la garganta. Gisela la miraba con diversión.
―No vayas a embriagarte, eh ―advirtió―. Mira que, mañana hay trabajo.
―Estoy bien. Sabes que, necesito decirte unas cosas, mi hermana.
―Suelta la sopa. Te ves angustiada.
―Creo que lo estoy. No, peor aún. ¡Creo que estoy celosa! ¡CELOSA!
―Deja los gritos ―escupió, lanzándole un manotazo―. ¿Celosa de quién?
―Carlos Herrera. Está casado, Gisela. ¿Puedes creerlo? ¡No es el hombre de bigote y chivera!
La rubia abrió los ojos estupefacta, y la quijada le llegó al suelo.
―Caramba, que noticia más...mala.
―Malísima ―farfulló―. Le pregunté, como me dijiste. Sentí muy gacho, hermana, No me gustó nadita, enterarme que es casado. Prohibido.
Prohibido. De repente, amó como sonó esa palabra al salir de su boca.
Y lo que no sabía, era que se convertiría en una adicta a lo prohibido.
―A mí tampoco, nada que hacerle, mi reina. Pero, si creo que es el de la predicción.
―Yo no. Se supone, que ese desconocido sería libre, para mí.
―Lo peor que puede hacer el ser humano, es suponer.
Gisela se empinó un shot y agregó algo más, antes de irse a dormir:
―Nunca mencionó como vendría, se equivocó porque lo conociste antes del mes seis. Eso sí. Insisto, ya no es ningún extraño, Carlos es ese hombre y deja de pensar en eso. Lo encontraste, el único detalle es que es casado.
―Salomón dijo, que marcaría algo importante en mí ―masculló, recordando el nerviosismo que la invadió en aquel momento―. ¿Qué podrá ser?
―Averígualo con el pasar de las semanas, de los meses. Es una misión que te corresponde. Buenas noches, Virginia. ―Y cerró de un portazo su recamara, dejando a una mujer con miles de incógnitas en la sala de su apartamento.
(***)
La primera semana del viaje, por fin llegó.
Carlos y Virginia, aparentaron olvidar el encuentro en el estacionamiento y entablaron una conversación casi todos los días que les tocaba grabar juntos. Reían, hacían bromas a sus compañeros y cada tanto se lanzaban una que otra mirada furtiva. Ella no mencionó más el tema de su esposa, él tampoco la invitó a salir y un poco se decepcionó de Carlos, muy en el fondo quería salir con él. Sin evitarlo y sin saberlo, dentro de ambos nacía un sentimiento que, a medida del pasar el tiempo, crecería y se agigantaría, para embargarlos y aferrarse a su piel, a su alma y no desprenderse jamás. Martín los veía más unidos que antes, y eso le fascinó. Todavía quedaba un mes para acabar con las grabaciones de la película. La química en cada escena se hacía notoria y no pudo maravillarse más, por todo el rating que tendrían.
Tres autobuses, esperaban aparcados en las instalaciones de la cadena televisiva, con el fin de llevarse a cada miembro del elenco. La mayoría estaba dentro, incluyendo pertenecientes a la parte de la producción. Martín advirtió a Virginia bajarse de un coche que no era el de ella, y frunció el entrecejo.
―Amiga, ¿ese es el carro de Gisela? ―le preguntó, y a la vez se saludaban.
―No, es un amigo... ―comentó nerviosa.
―Entiendo. ―El productor le sonrió con picardía y ella se sonrojó.
Se trataba de Augusto Fuenmayor. El sujeto la convenció de salir con él, a beber algo y la actriz aceptó a duras penas. Después de esa primera cita, como el candidato político la catalogó, siguió invitándola y ella accedía sin mucho rollo. No compartieron más que un beso, que terminó por robarle en su última salida. Fue receptiva, pero no como le hubiera gustado.
Virginia subió al autobús que le corresponde, y por instinto paseó la mirada entre los puestos. No visualizó a Carlos y se entristeció. Había formado un lazo, que no pensaba romper con ese sujeto, le encantaba pasar tiempo con él, su humor era increíble y la hacía reír. Cobraba vida, cuando Carlos estaba cerca. Además, que esa fragancia inconfundible la enloqueció, al igual que su voz. Apartó dos puestos, tomó el de la ventana y abrió la cortina.
Fue una mala decisión. Lo vio besarse con su esposa y abrazar a su hija, de dos años de edad. Caminaba apurado a saludar a Martín, mientras intercambiaban algunas palabras. Apretó los labios, y su cuerpo sintió una descarga de coraje. Se negaba a admitirse, que se trataban de celos.
―Buenas ―expresó, alegre porque por el rabillo del ojo, pudo ver a Virginia―. ¿Cómo están?
Todos los presentes, le contestaron menos ella.
―Creo que Virginia, te guardó un asiento ―mencionó alguien.
― ¿Así que me guardaste un puesto? ―bromeó, sentándose a su lado. Seguía sin verle.
―Sí ―espetó, cruzada de brazos.
― ¿Te pasa algo? ―inquirió, acercándose a besarle la mejilla.
―No, descuida. Recordé un trago amargo ―mintió y se relajó. Le devolvió el saludo, simulando una sonrisa―. Y si, te guardé el puesto.
―Hubiera hecho lo mismo ―concordó.
Quedaron platicando, volviendo a reír y algún ojo curioso los veía muy acaramelados. En el trayecto, ella recostó su cabeza del ancho hombro y se quedó dormida. Él la admiró, y le encantó que sus olores se mezclaran entre sí.
El chófer, subió el volumen a la estéreo y Carlos tarareó la canción.
―Abrázame que Dios perdona, pero el tiempo a ninguno. Abrázame, que a él no le importa saber quién es uno...
Y veía a su compañera dormir.
Cuando hubo llegado los autobuses, lo principal fue descargar toda la maquinaría de producción, Martín se adelantó con el elenco y repartió en el lobby las llaves de las habitaciones que le correspondían a cada uno. La recamara de Virginia quedaba en el segundo pasillo, mientras que la de Carlos estaba en el ala principal.
―Oye, Carlos ¿qué pasó con tu chemise? ―preguntó uno de sus compañeros.
El mencionado bajó la mirada, extrañado y encontró su hombrera sudada. Se sonrió.
―Yo sudo mucho ―explicó, yéndose a su alcoba.
Por la tarde, cenaban en el descubierto jardín trasero de la hacienda. El tiempo de trabajo pasó, y ahora se dedicaban a compartir como grupo y a mencionar algunos cambios que se realizarían en el final.
―Aprovechando que están todos, quiero felicitarlos por su éxito en las escenas ―mencionó Martín―. Estoy seguro, que de aquí me llevo los mejores recuerdos y las grandes amistades que he formado. ―Vio a Carlos, porque a Virginia ya la conocía―. Espero que, sigamos así, que ya solo quedan pocas semanas.
―Yo también les agradezco, por recibirme y darme una oportunidad. He conocido a las mejores personas, aquí en este equipo ―expresó con sinceridad. La morena volteó a verlo, ya que ella estaba con un grupo de amigas y él con Martín. Cruzaron miradas e instintivamente el corazón les palpitó aún más rápido―. Nunca olvidaré estos momentos.
El lugar estalló en aplausos y continuaron con su comelona. El productor se fijó en la estrecha relación, que sus protagonistas maduros forjaron en todo este tiempo juntos. Ahora era difícil, no verlos riéndose o hablando de cualquier cosa. En un punto llegó a preocuparle, porque él determinaba como se veían y por su parte Carlos era casado. Esa amistad no era común, de repente se pegaban como chicles y quien no los conociera, diría que son pareja.
―Que agradable velada ―musitó Virginia, que caminaba con Carlos por la grama. La luz de la luna, les hacía compañía, con la fresca brisa de la noche―. Me la he pasado bien.
―Lo mismo digo, tenía siglos sin reírme así ―concordó y se detuvo a apreciar la esfera plateada en lo alto del cielo―. Mírala, es hermosa...como tú.
Virginia se sonrojó y lo admiró sin premura, le detalló las escazas pecas en sus mejillas y como el brillo destaca en sus ojos. El bigote y la chivera, que... indiscutiblemente la trasladaban al vidente y su predicción.
―Creo que el hermoso es otro ―dijo, y se tumbó en el césped―. Si te acuestas, puedes visualizar las estrellas que la adornan por los lados. Ven. ―Toqueteó el suelo a su costado, y él la acompañó, pasándole un brazo por el cuello, así afincaba la cabeza en su antebrazo.
―Me parece que la luna estaría celosa ―murmuró―. De ti. No puede brillar más que tú, Virginia.
Ella se carcajeó y él le tomó la barbilla con cuidado, para que lo mirara. Su anatomía se estremeció completa.
―No te rías, lo digo en serio ―enfatizo, acercándose a sus labios. La pelinegra clavó sus ojos en los labios entreabiertos de él, y tragó saliva―. Eres la mujer más dulce, amable y preciosa que he conocido.
Cerraron los ojos, al sentir como sus respiraciones estaban a nada de mezclarse. Sin embargo, la duda embargó a Virginia y se incorporó de un solo golpe.
―Esa mujer que describiste, no soy yo ―espetó, sacudiéndose el trasero con la palma de su mano―. Las labias a tu esposa. Buenas noches.
― ¡Virginia! ―gritó, pero fue en vano. Ella había desaparecido por los arbustos―. Maldita sea.
Fue justo en ese instante, donde se arrepintió de estar atado a un matrimonio que ya no tiene futuro, a una dama la cual no ama.
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