Capítulo quince.
― ¿La Mujer del Retrato? ―cuestionó Virginia a Martín.
―Sí ―afirmó él, a la expectativa de una respuesta por parte de ella―. Eres perfecta para el papel.
―Quiero volver a las películas, la vida como primera dama es agotadora ―confesó, resoplando―. Además, estando aquí puedo distraerme.
―Aja. ―Martín enarcó una ceja, y ella rio―. Distraerte con algunas personas.
―Ay ya. ―Rodó los ojos, sin borrar su sonrisa―. Cuéntame, ¿no sabes si tiene algún proyecto?
―No, ni idea ―mintió, y por supuesto que la morena no le creyó.
― ¡Si sabes, compadre! ―exclamó, acusándolo―. Anda, dime.
―Estás demasiado interesada, como para que lo quieras como un amigo ―tanteó ese terreno ajeno, por solo poder mirarla nerviosa―. ¿No crees tú?
―No lo quiero como un amigo, tú sabes que es más que eso ―mencionó, mojando con su lengua―. ¿Me dirás o no?, ustedes ahora son mejores amigos.
―Bueno, bueno. Me comentó que le propusieron una película, pero no es nada concreto ―soltó, con un poco de mentira en su comentario. Quería que se sorprendiera por ella misma, cuando se toparan en el set―. No lo sé.
― ¿Cuándo empezamos a grabar? ―cambió el tema, después de haber obtenido la información que quería―. ¿Cuándo es la lectura del guion?
―Para la semana que viene, es la reunión del elenco en el foro ―avisó, pendiente de anunciarle lo mismo a los demás compañeros―. El lunes, a las ocho y media de la mañana es la presentación entre ustedes y el martes a la misma hora, es la lectura del libreto en grupo.
―Está bien ―accedió, yo me leeré mi copia en la casa―. Gracias por considerarme, y por evitarme el casting.
Se incorporaron de los asientos reclinables, en la oficina del productor; y se abrazaron en modo de despedida.
―Oye, ¿no me dirás quién es el galán? ―interrogó por última vez, de pie en el umbral de la puerta―. Por favor.
―Pronto sabrás, ya verás ―aseguró, guiñándole un ojo―. Que tengas buen día, amiga.
―Adiós, Martín; igualmente. ―La actriz, caminó dando largas zancadas con su toque de feminidad irradiando su alrededor.
Saludó a algunas personas en el pasillo, y mientras salía por el estacionamiento; los flashes de las cámaras que cargaban los paparazzi, la abundaron en las ventanas polarizadas de su automóvil color negro. Bajó el vidrio, y les enseñó el dedo del medio; para verse mañana en la primera plana del periódico en la sección de farándulas.
Llegó a casa, y cogió una manzana amarilla de bol puesto en la cocina. Estaba sola, Augusto tenía que trabajar y se pasarían las doce de la noche, cuando éste abordaría la mansión.
Sacó el libreto de su cartera, y se tumbó en el sofá de la sala de estar a leer.
Básicamente, ella interpretaría a una mujer que fue encarcelada por una injusticia durante bastantes años, y cuando logra salir; lo hace con sed de venganza incontrolable. De inmediato, busca al padre de sus hijos quien se los arrebató y la dejó abandonada en la cárcel a su suerte, diciéndole a los niños que su madre había muerto y pintándole en un cuadro otra imagen que no calzaba con su verdadera esposa. Entonces, la mujer tiene que luchar por ganarse a los jóvenes y arrancarles de la cabeza esa desconocida pintada en el retrato del salón.
Continuó leyendo las líneas, en especial las que se diría con Esteban, el protagonista de aquella historia de amor y dolor. Hubo unas, que llamaron su atención; le pareció desafiante y bonito imaginarse la escena entre ella y su compañero.
―Pospuse la boda ―leyó, tratando de imitar la voz de un hombre―. Ay, ¿la pospusiste? ¿Por qué? ¿Cuál es el motivo? ―Esta vez, era su propio tono de voz y aprovechó para actuar como se le indicó en el guion―. ¿De verdad quieres saberlo? ―habló él―. ¡Ja!, por supuesto. ―Virginia soltó una risotada, de solo pensar que debía comportarse así en esa escena, le encantaba cuando sus personajes eran altaneros y retadores. Aunque, la mujer baje la guardia en la mayoría de la película, junto a su ex esposo―. Tú. ―dijo, agravando su voz.
―Entonces, suena el tema principal ―farfulló, ojeando otras líneas―. No está mal.
Como también cargaba en su carpeta el contrato, aprovechó de leerlo y firmarlo de una vez.
Oficialmente, estaba dentro de la producción de Martín Alonso.
Terminó de devorar su manzana, viendo la televisión. El programa de farándula, ese que la entrevistó un día después de su boda; narraba una nota que llamó su completa atención.
―Se rumora, que el actor Carlos Herrera, regresará a la pantalla grande por un proyecto que está a punto de ser consolidado. No se conoce nombres de productores, ni algún compañero que comparta el set con él. ―La reportera, se acercó al hombre que salía del parqueadero privado en su automóvil―. Aquí, tenemos al mismísimo artista, para que nos detalle y nos aclare esos chismecillos. Hola, Carlos; ¿podrías contarnos acerca de esto?
―Hola, hola ―saludó, sonriente; gesto que hizo flaquear a Virginia. Se acomodó mejor en el sofá, y le dio volumen a la nota que a leguas se mira que está pregrabada. Admiró a Carlos, con el corazón revoloteándole a dos mil por segundo y se lamió los labios; él ya no llevaba ni el bigote ni la chivera. La masculinidad, le brotaba por los poros y el solo mirarlo en la pantalla; le desubicó los sentidos―. No puedo decir nada, eh ―se carcajeó, y Virginia suspiró―. Estoy emocionado, y ansioso por soltar la sopa, pero no puedo. ¡Nos vemos!
El automóvil del hombre arrancó, y la reportera finalizó con palabras concretas de que hay nuevo proyecto para el actor. Virginia le bajó todo el volumen al televisor, y se tapó la boca para ahogar un grito.
―No puede ser ―musitó incrédula, y a su vez rebosando de felicidad.
El regocijo la nubló, sirviéndole de anestesia para dormir su razonamiento; y marcarle a él.
― ¿Diga? ―contestó, casi al segundo repique. Ella jadeó.
―Hola, Carlos ―verbalizó―. ¿Cómo estás?
―Muy bien, un poco cansando ¿tú? ―devolvió el saludo, timbrándole el cuerpo entero a Virginia.
―Estoy genial, gracias. ―El oír su voz, contra su oreja la dejó satisfecha. Ahora no sabía que preguntarle.
―Disculpa la pregunta, ¿para qué me llamas?
La mujer quedó en silencio y desubicada. No podía decirle, que solo quería escuchar su voz y ya.
―Quería escucharte, Carlos. ―Sin embargo, terminó por confesárselo. Él explayó los ojos, con el corazón más acelerado de lo normal. Virginia, era puramente ramé en su vida.
Ella se arrepintió al instante de haberlo soltado. Cerró los ojos nerviosa.
―Yo... ―Carlos carraspeó―. Me alegro por esto, también quería escucharte.
―Ohm, ¿qué estás haciendo? ―preguntó, colocándose más cómoda en el sofá.
―Estoy leyendo un libreto ―expresó, mordiéndose los labios―. Tengo que empezar a grabar pronto. ¿Tú, qué haces?
―También estuve ojeando algunos diálogos ―dijo. Ambos, ajenos a que se referían al mismo proyecto. El timbre en su casa sonó, y la señora del servicio corrió a abrir. Para evitar algún altercado, decidió cortar―. Debo irme, adiós.
―Gracias por llamar, cuídate ―se despidió, y cerró la llamada.
― ¿Con quién hablabas, Carlos? ―cuestionó con desdén, Viviana. Llevaba toda la llamada, parada en el umbral de la puerta.
Se acercó a su esposo, con los brazos cruzados y el ceño fruncido. Había llegado hace rato del jardín de infantes, solo que pasó primero a dejar las compras que hizo a la cocina. También, debía ir por su hija al colegio en un aproximado de veinte minutos.
Carlos la enfrentó, dándole la cara y tragando en seco. Él siempre estuvo de espaldas a ella, sentado en la silla a una esquina de la alcoba.
―Con Virginia ―masculló, viéndola con fijeza y firmeza.
―Y te alegra haberla escuchado, ¿no? ―afirmó, enarcando su rubia ceja.
―Fue cortesía, nada más.
―Sí, claro. Deja de mentir, Carlos ―espetó, señalándolo con el dedo acusador―. Sé que esa mujercita te gusta.
El mencionado quedó frío, estático.
― ¿Qué? ―retó, consumiendo una rabia altamente peligrosa, con las mejillas encendidas y el corazón quebrado en montones con trozos incontables. Sus sospechas fueron acertadas, pero confirmarlo de esa manera le ha ocasionado un dolor inmenso―. ¿Ya no tienes nada que decir? ¿Te descubrí? ―escupió, golpeándole el pecho con desprecio; dejando que sus lágrimas amargas le quemen las mejillas.
―Viviana, cálmate―
― ¡¿Qué me calme, desgraciado!? ―bramó, sin dejar de pegarle; desparramando toda su furia en él―. ¡Eres un traidor!
―Yo no te he traicionado, Viviana ―contestó, casi inerte. La sujetó por los brazos, y con cuidado la guio a sentarse en el colchón; la mujer se cubrió la cara y no dejó de sollozar―. Disculpa, pero me he enamorado de otra persona. De verdad, yo lo siento mucho.
―No me hables ―siseó, con el rostro enterrado en la palma de ambas manos―. Déjame sola, te lo pido.
Carlos salió, decepcionado de él y su cobardía como hombre.
Lo menos que deseaba, era que su esposa se enterara así de su amor por Virginia; esa rubia no lo merecía y el cargo en su conciencia lo estaba martillando. Sin embargo, un parte de su psiquis permanecía en total agradecimiento y alivio. Al menos, ya ella lo sabía y eso lo dejaba más relajado.
Cogió las llaves del mesón en la sala de estar, y salió en busca de Cristina.
(***)
Ese lunes, justo a las ocho y media de la mañana; Martín sonreía mientras esperaba con paciencia sus dos protagonistas. Virginia y Carlos, llevaban el mismo horario para el encuentro.
El productor, hizo una jugarreta y les fijó una hora antes del verdadero momento a ambos; con el fin de presentarlos como nuevos compañeros en otra película. Conocía casi meticulosamente, la necesidad que esos actores tenían en trabajar otra vez juntos.
Carlos estacionaba su coche afanado, sacó las llaves, quitó su cinturón de seguridad y posó los pies en el asfalto del parqueadero privado. Se estiró, guardó su móvil en el bolsillo y acomodó su chaqueta. Su cutis liso, le daba motivos para estar alegre. Ahora tenía otra imagen, se había despojado del bigote y la chivera y se sentía despejado. Vio la hora en su reloj de muñeca, iba a tiempo.
Saludó a varias personas que encontró en el camino, esquivó reporteros y no pudo pasar desapercibido para los paparazzi. Estuvo frente a la oficina de Martín, ya que de ahí irían al foro donde grabarían la mayor parte de la película. Respiró, y tocó.
―Pase ―le indicó él. Abrió la puerta, y con una sonrisa entró.
―Buenos días, buenos días ―farfulló, saludando al productor con un choque de puños y un abrazo.
― ¿Qué tal? ―Martín indagó, y regresó a su silla.
―Bien, todo bien ―exclamó y tomó asiento frente a él―. ¿Y los demás?
―Ellos llegarán más tarde ―masticó, esperando el cambio de expresión.
― ¿Por qué? ―Frunció el ceño, y se acomodó mejor en la silla; colocando una pierna sobre otra.
―Cité a mis protagonistas primero, ellos deben conocerse antes que todos ―dijo, con un deje de diversión y enarcó la ceja, sugestivo.
― ¿Qué? ―cuestionó, plantando ambos pies cubiertos por los zapatos, sobre el suelo―. Martín, ¿de quién se trata?
―Ya lo verás, paciencia.
―No, me has dicho que la tenga desde aquella vez aquí.
―Confórmate con saber, que te encantará.
―Ah, ¿sí? ―Martín asintió, riendo―. ¿Cómo estás tan seguro?
―Yo lo sé y ya.
Acto seguido, alguien toca la puerta repetitivas veces haciéndolo fastidioso.
― ¡Ahí voy! ―gritó Alonso, incorporándose y yendo a abrir―. Hola, ¿cómo estás?
―Bien. ―Esa voz. Esa voz, ocasionó una revolución de emociones dentro de Carlos. Solo que, se quedó estático de espalda a ella―. Espero no haber llegado tarde.
―Llegas a buena hora, tranquila.
Cuando Martín se aparta, ella puede admirar a Carlos con su imponente porte de hombre y esa fragancia inolvidable para sus fosas nasales.
―Virginia ―habló Carlos, quedando a completa vista de la pelinegra; la cual le sonrió y bajó la mirada. Se había sonrojado―. ¿Tú eres la protagonista? ―le cuestionó, anonadado―. ¿Es ella, Martín? ―Se dirigió al hombre; el cual le asintió con una sonrisa―. Tienes razón, me encantó.
Se unieron en un abrazo, caliente y sentimental. Lo venían deseando, todas las noches antes de dormir. Y vaya que se las había cumplido, ahora más que nunca.
― ¿No sabías que éramos compañeros? ―entrecerró los ojos, alternando la mirada entre él y Martín.
―No, no quiso soltarme nada.
―Pero, valió la pena ―resaltó el productor, carcajeándose.
Virginia, aniquiló a Martín con la mirada esmeralda que se cargaba; puesto que tampoco soltó nada a ella.
―Te ves radiante, guapo ―halagó ella, quedando impregnada en ese aroma. Por su parte, él en su abrigo denotó el característico perfume Channel number five.
Martín, como siempre veía la escena encantado. Además de ser el amigo de los dos, los apoyaba incondicionalmente y sin restricciones. Decidió darles espacio, y evacuó su propio despacho.
Los artistas, nerviosos, con ese vacío emocionante revolviéndoles el estómago, regocijados de participar en este proyecto. Yacían sentados en el sofá, que Martín ordenó colocar hace un año.
― ¿Cómo te ha ido? ―demandó ella, asomando una sonrisa de boca cerrada y como no, llenándose de la pulcritud del rostro del hombre a su frente. A pesar, de ya no llevar el bigote y la chivera, él seguiría siendo el amor que el destino le envió.
Solo les faltaba amarse.
―Genial, ha marchado todo bien. ―Mientras le sonreía, sus ojos se le achinaban y ella no era consciente del efecto que ejercía en Carlos―. Las labores de primera dama, son agotadoras; pero me divierto. ¿Tú?
―Me alegro mucho ―sinceró, aunque no del todo―. Ahora eres más famosa, el pueblo te quiere mucho por tus buenas acciones.
―Sí, es algo nuevo para mí. No solo me conocen por ser actriz, sino por primera dama.
―Bueno, he grabado varias cosas y las personas han estado aceptándome. Me gusta ser querido. Martín me platicó de esta idea, y acepté. Me pareció interesante.
―A mí igual, me propuso ser la protagonista y firmé el mismo día que leí el guion.
―A mí me tuvo en ascuas todo el tiempo. ―Virginia se carcajeó, y él rodó los ojos con diversión―. Fue una exquisita sorpresa, saber que eres tú mi compañera.
―Lo mismo digo, Carlos ―profirió, mirándolo con cariño, con amabilidad, con amor...
La morena, ansiaba conversar con el sujeto tantas cosas; entre esas lo de la boda. No obstante, no se apuró en evadirlo con temas para platicas. Tenían largos meses de arduo trabajo, donde podían darse el lujo de charlar en los descansos.
No pudieron extender la conversación, porque debían ir al set a conocerlo y a conocer a sus compañeros. Algunos, ya habían congeniado con anterioridad; pues antiguos proyectos los unieron. La mayoría se empezó a llevar bien, mientras que muy pocos se escudriñaban con recelo.
Al día siguiente, fue la lectura del libreto; donde las risas estuvieron siempre presentes y una que otra práctica, para irse adhiriendo a los personajes correspondientes.
Virginia y Carlos, regresaron como los buenos amigos que eran. Dejaron atrás sus discusiones, sus dolores personales que eran causados por ellos mismos y e inconscientemente el uno al otro. Respiraron, despejaron sus conciencias y continuaron como si nada hubiera pasado; efectuándolo de manera consolidada.
Sin embargo, eran ajenos a la visualización propia de sus destinos. Porque, vamos; era una patética mentira que seguirían como si nada y saldrían ilesos.
Ya la vida los juntó en la cacerola, le faltaba colocarle los ardientes condimentos y encender el fogón, para revolverlos con el cucharón. Desde la cima, los veía con los ojos llameantes y una sonrisa malévola.
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