Capítulo ocho.
Las grabaciones, se mantenían en lo alto, gracias a todo el equipo de producción, que colaboraba para que cada toma y secuencia saliera a la perfección. Los actores bromeaban, compartían sus pocos instantes en la hacienda. Pues, las semanas pasaron volando y ya era momento de volver al set y terminar de filmar la película.
―Nuevamente les doy las gracias, por seguirme en mi proyecto, por quedarse a grabar hasta muy noche, por la entrega en cada escena y por estar aquí, compartiendo estos manjares conmigo, su productor ―parloteó Martín, de pie tras el mesón que contenía distintos tipos de bebidas y comidas típicas de la región. A su lado, los protagonistas jóvenes y más allá Virginia y Carlos con el equipo y el elenco restante.
―Gracias a ti, por creer en nosotros ―acotó Aracely, la principal imagen de la película. Alzó un caballito de tequila―. Brindo, por la próxima nominación. ¡Salud!
― ¡Salud! ―exclamaron los demás, al unísono.
Culminaron su comida en bromas, un ambiente laboral exquisito, con ese calorcito familiar, de donde no quieres salir nunca, ya que te sientes en confianza para querer quedarte para siempre. Ese era el objetivo de Martín y logró.
La tarde caía, enseñando la puesta del sol en el atardecer, con matices amarillo y naranja.
El elenco, caminaban esparcidos por el amplio jardín, mientras que Virginia permanecía estática en una silla en la terraza y se empinaba una botella de tequila que a cada trago le quemaba la garganta. Entre los dedos un cigarrillo, y expulsaba a cada tanto el humo retenido en los pulmones.
La valió madres todo, ese era su último día allí y lo gozaría. No quería pensar, en que llegaría al día siguiente a la ciudad y tendría una cita con Augusto, pero no podía echarse para atrás.
―Si sigues bebiendo así, amanecerás con una resaca terrible ―pronunció Martín, que pasaba por allí y la vio de espaldas, ella ladeó la cabeza y le guiñó un ojo.
―No estoy borracha, pero pretendo llegar hasta las consecuencias ―dijo, riéndose.
―Debo marcharme, sino me quedo a cuidarte. Te mandaré a un ángel, así te protege ―bromeó, pensando en decirle a Carlos que estuviera con ella. Estaba seguro, que él no la dejaría sola.
―Uno guapo, por favor ―mencionó y bebió desde la botella, apenas y empezaba―. Que sea Carlos. ¡Ay! ―Se tapó la boca con una mano.
Al segundo se arrepintió de decir aquello. Martín soltó una risotada, y se encaminó en busca del ángel de la guarda de Virginia, pedido por ella misma.
Se lo topó en el lobby de la hacienda, y le contó el estado de la morena. No lo pensó dos veces y corrió a socorrerla.
― ¿Por qué bebes así? ―Trató de quitarle la botella, pero la zafó de un manotazo que ella le lanzó―. ¿Todo bien?
―Perfectamente ―le enseñó su mejor sonrisa. La colilla de cigarro, yacía alrededor del pavimento. Los ojos de Virginia eran rojos, y con ese brillo resaltándole lo ebria que estaba―. ¿Tú?
―Bueno, me preocupa verte borracha. ¿Mal de amores? ―cuestionó, recordando su mala experiencia. De alguna u otra forma, le causó una puntada de celos en el estómago. No quería que sufriera o bebiera por un tipo, que no la valoraba.
―Sí ―apretó los labios, y expulsó el hedor del alcohol etílico―. Los amores...ay no, el amor es un caso perdido.
―Deberías ir a tu habitación ―propuso, halándola con cuidado de un brazo y encaminándola.
―Solo si vienes y me haces compañía ―ronroneó y él se asustó. Detuvo el andar y la admiró, con esa expresión de sorna, que de seguro era por culpa del tequila―. Por favor. ―Le hizo un puchero, que lo derritió en su totalidad.
―Te dejo y me voy ―indicó y siguieron por las escaleras, el primer pasillo, el segundo y la puerta de su recamara. Con una llave, Virginia abrió con dificultad y antes de que Carlos siquiera atrasara un paso, ella lo arrinconó dentro y cerró con un pie―. Aquí ya estás segura, no me necesitas más.
―Claro que si ―farfulló, acercándole el pico de la botella a los labios masculinos―. Bebe, embriágate también.
―Pe... ―no continuó, ya que Virginia lo hizo tomar de un golpe, dejándole un ardor en el gaznate, cerró los ojos con fuerza―. ¡Caramba!
― ¡Si! ―chilló, aplaudiendo con felicidad, el simple hecho de verlo beber le causó un no sé qué en su interior―. Voy a poner música ―titubeó y a trastabillas, llegó a donde había un reproductor y colocó un cd aleatorio, que estuvo escuchando ayer. Se sacó los zapatos, quedando en calcetines.
Carlos cerró con pestillo, y evitar una desgracia si esa noche él llegaba a perder la razón igualmente. Después, fue con la actriz que tomó asiento con las piernas cruzadas en el piso.
―Dame ―pidió la botella y ella se la entregó, a fin de verle libar―. Ah... Está fuerte.
―Delicioso, quieres decir. ―Se mojó los labios con la lengua y esbozó una sonrisa, que pareció más una mueca―. ¿Se puede amar a alguien, antes...antes de co...nocerlo? ―preguntó, apoyando la espalda en la madera de la cama. Intercambiaban el frasco con tequila, y cada uno se daba un guamazo, para volver a rotársela.
―Pienso que si ―hipó Carlos, sintiéndose mareado. El aire que entró por la rendija de la puerta, le avisó que ya comenzaba a embriagarse―. Por ejemplo, a los hijos. Se les ama, y no nacen todavía.
―No conozco así, yo te...te digo de...de amor de corazón, de aquí ―palmeó su pecho, soltando un eructo―. Perdón.
― ¿Amas a un desconocido? ―La morena negaba con afán―. ¿Entonces?
―No lo amo, pero me gusta un chingo el condenado ―declaró, cerrando los ojos―. Se supone, que es para mí, pero el destino se equivocó.
― ¿Quién...es el afortunado? ―Frunció el ceño, con el semblante apagado, la esclerótica roja y las pupilas dilatadas.
―Un amigo ―contestó, ejecutando un mohín―, que tiene que ser mío.
― ¿Cuál es el pro...blema? ―hipó.
―Su familia. Está casado... ¡El muy canijo! ―siseó, volviendo a eructar. Las lágrimas se agolparon en sus ojos.
―No llores, shh ―La cayó, poniéndole el dedo índice en medio de los labios―. Ese desgraciado...
Virginia dejó escapar un sollozo. Hablaba de él en ese estado, porque sabía que sobria no soltaría ni una palabra. Tenía frente a ella, el motivo de su guayabo. Si bien no estaba enamorada, sentía un gran cariño por Carlos...por su hombre de bigote y chivera.
¡Maldita predicción fallida!
O eso era lo que creía la mujer, ya que lo que está escrito con tinta indeleble no se borra con nada, lo que tiene que ser será. El destino le tenía preparada una jugarreta complicada, que nadie sabía con certeza si era para bien o para mal. No obstante, allí descansaba. Esperando que ambos se cruzaran más adelante, a fin de hacerlos felices o culminar con la aniquilación total de sus corazones que estaban empezando a sentir amor mutuo.
―A mí me gusta una morena de ojos verdes ―confesó con titubeos. La botella vacía, a un lado de sus cuerpos recostados en el suelo, con las piernas entrelazadas, con sus rostros demasiado cerca uno del otro―. Y no me pela, caray.
―Si te pela, hombre ―Se carcajeó, rastrillando con sus dientes delanteros su labio inferior―. Creo que no te das cuenta.
―Soy un ciego ―murmuró, riendo y estremeciendo la delgada silueta de Virginia―. Eres hermosa.
La actriz entrecerró los ojos, acortando el espacio entre ellos; expulsó aire y selló sus pestañas, para tomar posesión de la boca de Carlos. Lo hizo con brusquedad, dejándole una corta impresión, pues se incorporó y la cogió por la cintura hasta tenerla a horcajadas sobre su pelvis. Iniciaron un juego de mordidas, que los llevó a introducir sus lenguas y enredarlas en una guerra placentera, dándole pie y acercarse, como si quisieran unirse más de lo que sus caras ya lo estaban. Ladeaban el rostro, solo para tener un mejor acceso de sus labios. El deseo carnal creía, y la música seguía corriendo en el reproductor.
Lo que hacían se veía mal, pero ellos flotaban en algodón de azúcar al por fin sentir esos besos húmedos que se daban, sin intención de parar en un punto del encuentro. Luego, vendrían los arrepentimientos, y los remordimientos a calcinarles la conciencia. Por ahora, vivirían el momento, sin afligirse pensando en el después.
―Ven ―croó Virginia, agarrándole la mano y levantándolo del suelo junto a ella―. Me encanta esta canción.
Carlos le dedicó una sonrisa cansada, y entrelazaron sus dedos.
Entre risas, besos robados con el cabello color negro de por medio, pasaron su última noche en la hacienda, con la mente en júpiter y los pies en las nubes, sus pieles lo bastante cerca como para alarmarse, también para erizarles el cutis. La libertad que poseían, la felicidad que los embargó era inescrutable, era algo que sabían que no dictarían otra vez, y menos estando juntos.
Todavía pareces dinamita
Y quiero terminar contigo
Oh, no necesito ningún lugar para ir
Solo pon la radio
Sabes lo que quiero hacer
Podemos bailar con esto
No tardes mucho en iniciarme
Querido amado
Acerca esos 501 un poco más cerca
Y cariño, mi amante
Haz eso que nunca hacemos sobrios, sobrios
Seguían compartiendo en esas cuatro paredes, lo que les daba la gana y lo que no. Desde unas risillas ingenuas, unos besos apasionados, salvajes y unos picos, con la canción que en ese efímero instante los describía en su ebriedad.
No quiero dormir esta noche-noche-noche-noche-noche
Solo quiero tomar ese paseo
No quiero dormir esta noche-noche-noche-noche-noche
Solo quiero tomar ese paseo
Podemos bailar con esto
No tardes mucho en iniciarme
Podemos bailar con esto
Empujar hacia arriba en mi cuerpo, sí
Sabes que ya hemos visto todas las fiestas
Podemos bailar con esto
Cayeron como piedras, al frío colchón. Se observaron un minuto y cerraron los ojos, porque la pesadez los llenó y venció hasta dejarlos sumidos en un sueño profundo. Solo eran ellos dos. Abrazados, dándose calor y repartiendo el olor de tequila por el reducido cuadro.
No existió Viviana, ni Augusto, ni Martín... nadie. El tiempo era de Virginia y Carlos. Dos personas que, su destino era amarse y se encontraban en la tarea de descubrirlo, tomando las enseñanzas buenas y malas, que el camino les fuera dejando.
(***)
La punzada en el lado derecho de su cabeza, aguardaba allí, para retumbarla en cuanto la luz de la bombilla le diera en los ojos.
Se removió, arrugando el rostro por el mal sabor que yacía en su paladar. Los flashbacks, de la noche anterior llegaron a su psiquis y se incorporó de golpe. Con la palma de sus manos, se tapó el rostro avergonzada, cuando determinó en donde estuvo durmiendo gran parte de la madrugada. Se bajó del cuerpo inmóvil de Carlos, y los colores se les subieron a las mejillas.
―Que hice... ―refunfuñó, tocándose la cabeza, el dolor agudo la sobrepasaba al igual que el malhumor. Se colocó los zapatos y recogió la botella vacía, quitó la música y desconectó el reproductor. Volvió la vista al hombre dormido en su cama, e inconscientemente afloró una sonrisa, apretó los labios para no reírse. A pesar de tener una batalla interna, la había pasado tan bien...
Lo besé.
Me besó.
Nos besamos...
¡Nos besamos!
Se asomó por la ventana, rodando la cortina y advirtió el sol a punto de salir. Ojeó su reloj de mano, dentro de su cartera y le enseñó las seis en punto de la mañana. En hora y media, debían estar todos en el lobby para partir a la ciudad.
Su primer instinto fue despertarlo, pero al verlo con esa expresión cálida, los labios entreabiertos y sus leves ronquidos, le causaron un revoloteo en el corazón.
Fue al servicio, tomó una ducha relámpago, se cepilló y vistió con un conjunto deportivo color gris. Ordenó el pequeño desastre, que causó su borrachera. Miró el reloj, era hora de despertar a Carlos. De puntitas se acercó, y dejó caer su peso en el colchón. Lo movió con una mano, entonces él murmuraba palabras ininteligibles.
―Carlos, despierta ―musitó, cerca de sus labios. Moría por probarlos de nuevo, respiró con más fuerza―. Tenemos que irnos...
― ¿Mmm? ―abrió un ojo y lo cerró, por el dolor de jaqueca―. ¿Qué haces aquí?
―Estás en mi recamara tú, tienes que marcharte ―espetó, dándole la espalda―. Anoche pasaron cosas... cosas que no tuvieron porqué ocurrir.
El pelinegro se incorporó y calzó sus deportivos, caminó a la puerta y antes de salir le dijo:
―Nosotros vamos a hablar. Nos vemos abajo ―enfatizó, dando un portazo. Virginia se sobresaltó.
Llegó Carlos al lobby, con un semblante fresco, sin embargo; su mente era un lío y su cuerpo un manojo de nervios. Visualizó a Virginia, en una llamada telefónica y caminando en círculos cerca de Martín.
La sensación satisfactoria de haberla besado, no desapareció de sus labios. Pasó la yema de sus dedos por la zona, y sonrió embobado. No estaba para nada arrepentido, al contrario, lo repetiría cuantas veces fueran necesarias, hasta saciarse de esa boca tan adictiva.
―Sí, hermanita, espérame con una caja de aspirinas, comida y una botellita de tequila ―parloteaba la morena, sin percatarse de la presencia de Carlos a unos metros de ella―. Tenemos que hablar, no sabes lo que pasó aquí.
―Que habrá sucedido, Virginia... Te oyes nerviosa, eh ―respondió Gisela, soltando una risita―. Mi mamá preguntó por ti, le dije que estabas bien. No ha vuelto a sentirse mal.
―Gracias al cielo. ―Una sombra imponente, la hizo voltearse y tragar saliva―. Te llamo cuando llegue, te quiero.
―Te quiero, mi hermana.
Virginia guardó el celular en su bandolera, y le saludó agitando su mano.
―Vamos a conversar, por favor ―pidió, tratando de no clavar la mirada en esos labios, que aseguraba pedían otro encuentro como el de anoche.
―No tenemos de qué, ya te dije...No debió pasar, fue un error ―dijo, empezando a exaltarse. Carlos la tomó por un brazo, alejándola del grupo―. Suelta. ―Se zafó con brusquedad.
―Sí que sí. Además, te recuerdo que fuiste tú quien insistió hasta el cansancio para que bebiéramos juntos ―rememoró, tajante y con el rostro contraído―. No me negué, porque quería pasar el rato contigo, me embriagué y nos besamos, no te voy a pedir disculpa por eso. Tú también lo disfrutaste, lo sé.
― ¡Estaba alcoholizada! ¡No razoné, no pensé! ―se excusaba, manteniendo los brazos cruzados y el ceño fruncido.
Desde lejos, los demás los veían más nadie se acercó, ni preguntaron sobre su micro discusión. Cosa que agradecieron internamente.
―No intentes culpar al alcohol, si no, no recordarías nada ―escupió, haciendo una mueca―. Y sé que no paras de reproducirlo en tu mente.
Virginia se intimidó y trastabilló dos pasos hacia atrás, de inmediato se disculpó por hablarse así.
―Aléjate, están viéndonos mucho. Y por lo que más quieras, no toques más ese tema. ¡Olvídalo! ¡Entiérralo, no sé!
―No me pidas, eso ―susurró, en un hilo de voz. El corazón de la morena se suavizó, igual que sus facciones―. Mira, yo lo disfruté tanto que...jamás lo voy a eliminar de mi esencia.
Se alejó a grandes zancadas, dejándola dolida y confundida.
Al pasar unos minutos, Martín los envió a los autobuses, donde ni siquiera cruzaron palabras. Ambos se miraban de reojo, y lo disimulaban con alguna charla entre su compañero de asiento. Después de dos horas y media, arribaron a la ciudad y cada quien cogió su camino, prometiendo estar puntuales el lunes a primera hora en el foro.
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