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Capítulo doce.

Reproduzcan la canción, brujas.


Febrero debes tenerlo muy en cuenta, febrero va a ser un mes radical; algo cambias e inicias con nuevas perspectivas.

Y ahí estaba ella.

Mirando su reflejo en el espejo, llena de desdicha. Las estilistas hacían su trabajo en silencio, por su semblante intuían que algo malo pasaba, así que callaron y procuraron terminar lo más rápido posible.

Giró la cabeza a un costado de la habitación, y observó el pulcro vestido de novia con el que se casaría en dos horas. Su vida estaba a punto de cambiar, y podía echarse para atrás. Sin embargo, no lo hacía aún. Solo mordía sus labios por dentro, y aguantaba el nudo en su garganta.

No pudo evitarlo y recordó las palabras del vidente, claramente él le dijo que el mes de febrero cambiaría y ahí tenía su respuesta.

Se iba a casar con Augusto Fuenmayor, el nuevo gobernador del Estado. Logró ganar las elecciones gubernamentales, y no tuvo que suceder demasiado para que él le declarara su amor y le pidiera matrimonio. Ella aceptó sin detenerse a pensarlo, tan solo un segundo. Solo dio el y eso les fue suficiente, para organizar su boda en pocos días y con la fecha escogida para dos semanas después de la victoria del político.

―Hola ―dijo Gisela, entrando a la recamara y dejando la puerta entreabierta―. ¿Podrían dejarnos solas, por favor? ―preguntó, dirigiéndose a las chicas que culminaban su labor.

Las tres mujeres asintieron, y se marcharon del cuarto cerrando la puerta tras sí.

―Pensé que no vendrías ―admitió Virginia, incorporándose y yendo a sentarse al lado de su hermana en la cama―. Gracias, una vez más.

―Estoy aquí por ti, para ver como dolorosamente arruinas tu vida, hermana ―espetó, decepcionada de esa repentina decisión―. Sin embargo, dejé de cuestionártelo porque es tu futuro, y no debo inmiscuirme.

―No es algo doloroso, quiero hacerlo ―mintió, apretando los labios pintados de color carmín―. Ya hemos hablado de esto, Gisela. Por fin puedo decir que encontré la paz, esa que se me perdió cuando terminé con Francisco, pude hallarme con Augusto y mi oportunidad de comenzar de nuevo está aquí, con él.

―Espero que puedas ser feliz de verdad, cariño ―sinceró, tomándola de las manos―. Él es un buen sujeto, se ve que te adora.

―Pero, no te cae bien ―recalcó, haciendo un mohín―. Tampoco, es que me importe mucho.

Las hermanas Moreno se carcajearon, y se fundieron en un tierno y reconfortante abrazo.

―Bueno, dejaré que las chicas culminen ―apuntó, incorporándose y besándole la coronilla. Huyó de la habitación, para coger su móvil de su cartera y marcarle a alguien importante.

Uno, dos, tres, cuatro, cinco... El número que usted marcó, no está disponible o está fuera del área de servicio; por favor intente más tarde.

Resopló frustrada e intentó.

¿Bueno? ―atendió y ella sintió alivio.

―Hola, Carlos. Ohm... ―Entonces, se arrepintió de la estupidez que estaba por hacer―. Lo siento, no debí llamarte.

Dime, ¿pasó algo? ―interrogó, sabiendo que ese día se casaba Virginia y no podía solo aceptarlo, aunque no se inmutaba en detenerlo.

―No, nada ―aseguró, observando a su hermana salir vestida de novia y una sonrisa―. Debo colgar, disculpa.

Adiós ―dijo, y él cerró la llamada―. Maldita sea.

Su estudio en casa, ahora era su refugio. La libreta reposaba encima del escritorio, y al lado el bolígrafo. Cruzó los dedos, afincando primero los codos en la mesa y apoyó el mentón en el dorso de las manos. Cerró los ojos, dolido; con esa puntada tan aguda en su corazón que no se quitaba con ninguna aspirina, ni el sangrado se detendría por solo colocarse una bandita.

Su esposa no se hallaba. Por ende, estaba solo en su estancia. Se levantó y rodeó la mesa del fondo, para encender la radio y colocar un CD con toda la intención de despecharse.

De pronto, la melodiosa voz de Al Green inundó la habitación, agregándole dramatismo al instante. Carlos estaba devastado, y esa era la verdad.

Tuvo momentos dolorosos antes, muchísimas. Sin embargo, justo ahí de pie en pleno salón solitario y el piano de fondo; percibía el ardor más atrincherado en su pecho y a la vez se sentía tan absurdo por estar extrañando algo que nunca pasó.

Regresó a la silla y abrió la libreta, en la segunda hoja afincó el lapicero y escribió:

Hoy empieza lo que ya se terminó. Algo que jamás pasó, ni pasará. De seguro, estás dándole el sí a tu futuro esposo, al gobernador. Mentiría si digo que estoy feliz, la verdad que el inexplicable dolor que se instaló en mi corazón, me calcina y me está dando el valor para escribir esto como si realmente lo fueras a leer. Que placer conocerte, que dicha poder besarte y confesarte que me gustas. Me faltó decirte, que eres el otro extremo de mi hilo rojo. Bueno, así lo siento yo.

Que seas feliz, amiga.

Suena tan amarga esa palabra.

Pensar que te perdí... y ni siquiera te tuve ni una sola vez.

Talló sus ojos y salió de allí, sosteniendo el cuadernillo a la altura de su caja torácica.

Entre tanto, el sacerdote que ofició la boda de la famosa actriz Virginia Moreno indicaba que los ahora esposos podían besarse. La ceremonia había terminado.

―Felicidades, señora de Fuenmayor ―mencionó Ángelo, aplaudiendo a la pareja que salía tomados de la mano de la iglesia.

―Gracias por cuidar a mamá ―contestó, volteándose y dedicándole una amable sonrisa de boca cerrada―. ¿Has visto a Gisela?

―Cariño, el auto espera ―interrumpió Augusto, halándola del brazo―. Nos vemos en la fiesta, cuñado.

―Okey.

Virginia paseó la mirada por el lugar, pero no la divisó. Frunció el ceño y aguardó el auto.

Gisela platicaba con su madre, dentro de la catedral esperando que el montón de personas despejaran el lugar.

Llegaron reporteros, fotógrafos oficiales, paparazis que no perdieron detalles del matrimonio entre una actriz y un político. Algo inusual, pero con todo el sentido de la lógica.

―Mira, ¿por qué permitiste que se casara entonces? ―riñó doña Graciela, propinándole un guantazo en el hombro a su hija menor―. No quiero que sea infeliz, y por lo que me has dicho ella lo será.

El semblante de Virginia, durante toda la misa nupcial fue icónico. Según la pelinegra, no le cabía tanta felicidad de haber unido su vida con la de ese hombre. No obstante, el rostro le transmitía otro tipo de sentimiento, más bien tristeza. Los ojos le brillaban, pero eran ganas de llorar. Eso lo notaron todos, solo que es preferible callar.

Graciela lo determinó y de inmediato supo que algo ocurría. Ajena al asunto, cuestionó a la rubia y tuvo que soltar la confesión casi a tirabuzón.

―Mamá, hice demasiado para impedir eso ―defendió, con ademanes―. Ya la conoces, hizo e su voluntad. Escuchó mis consejos y advertencias, más no los siguió.

―Ya está hecho, hay que dejar que se estrelle.

―No le comentes nada, por favor. Finge que no sabes de esto, mami ―pidió haciéndole un puchero.

―Está bien, y no tuerzas esa boca así. Vámonos.

De llegada a la fiesta de compromiso, Augusto presentaba a su esposa a algunos de sus colegas y más importante, al que lo llevó a dar ese paso. Su jefe.

―Un placer, Virginia. ―El sujeto le extendió la mano, y ella la miró unos segundos antes de corresponder.

―Igualmente ―espetó, fingiendo una sonrisa―. Si me disculpan, caballeros... ―Se alejó, para ir en busca de su hermana.

Sosteniendo su vestido, cuidando de no doblarse un tobillo con los tacones llegó a la mesa de su madre y tomó asiento frente a su progenitora.

―Mami, ¿has visto a Gisela? ―cuestionó, cogiendo una copa con champán y dando un trago―. Desde que salimos de la capilla, no sé de ella.

―Ha de estar por ahí, comiendo, bailando, merodeando... ―farfulló, aguantándose las ganas de reprenderla―. ¿Puedo aconsejarte, hija?

La pelinegra dejó la copa, de vuelta a la mesa y tomó la arrugada mano de su mamá.

―Claro que sí ―asintió, besándole el dorso.

―El amor y las decisiones apresuradas, nunca fueron una buena combinación ―indicó, zafándose del agarre de Virginia y tomando su copa―. Del apuro, solo viene el cansancio y no quiero que sufras. ―La morena iba a interrumpir, pero Graciela alzó la mano―. No digo que estés destinada a ello, solo es mi punto de vista. El amor, es tan complicado, hija... Solo, trata de ser feliz, ¿sí?

Virginia no entendía la manera tan dulce y amarga a la vez, en la que su santa madre le dio aquel consejo, que era tan valioso para ella. Le sonrió, le besó la frente y la abrazó. Compartieron un brindis, por la felicidad eterna.

Unos firmes brazos la sostuvieron, a pocos centímetros del suelo.

―Ten cuidado, mi amor ―habló Augusto, aprovechando la cercanía para besarla.

―Gracias ―dijo―. Sí, creo que el champán me afectó ―bromeó.

― ¿Quieres bailar? ―inquirió, tomándola por la cintura con propiedad.

― ¡No! ―exclamó, riendo―. Soy tan mala, tengo dos pies izquierdos.

―Descuida, puedo enseñarte ―sugirió, pegándola más a él.

―Pero, hoy no. Mejor, bebamos y cantemos, ¿va? ―propuso. Virginia quería sentirse bien, en su fiesta de compromiso, olvidar ese vacío en su estómago y empezar a construir la felicidad con su esposo.

A su vez, Gisela terminaba una conversación con una persona a la que le tomó mucho aprecio en poco tiempo.

―No sirve de nada, que te haya llamado, pero gracias por no tomarlo a la mala ―contestó, desganada―. Yo...mantuve una mínima esperanza de que ella se arrepintiera, pero no pasó.

No tenía por qué ―espetó él, todavía apretujando la libreta contra su pecho―. Espero, de todo corazón que sea feliz.

―Chao, Carlos, cuídate.

Igualmente, bye ―cerró la llamada, largando un resoplido.

Guardó su móvil, dentro del sostén, en medio de sus senos y caminó con una sonrisa resignada a la mesa de las botanas y las bebidas.

Cogió una copa de brandy, y varios canapés. Se acercó a un grupo de personas, y entabló discusión con ellos.

A lo lejos, una persona había escuchado la llamada con dificultad, de Gisela. Sacó sus propias conclusiones, y con la mirada buscó a alguien en específico.

Unos mariachis, comenzaron a tocar una melodía muy animada, con la que la mayoría de los invitados se levantaron de sopetón y movían sus cuerpos al compás de la trompeta y la guitarra.

Augusto tomó el micrófono, e improviso una voz que él no tenía y cantó un poco de la canción.

No sé ni desde cuando llegaste, de repente mi corazón se puso a cantar ―La veía directamente a ella, sonriéndole y ella devolviéndole el gesto con las lágrimas a punto de salir. El momento, era muy emotivo y a eso le aunó su sentimentalismo tan característico―. Te quiero, niña hermosa y te entrego en esta rosa, la vida que me pueda quedar...

Las personas aplaudían, gritaban y les daban porras, muriendo de amor por la pareja.

El político le entregó el micrófono de vuelta al mariachi, y su puso a bailar, ganando la atención de las mujeres y alguno que otro guiño.

―Son tan perfectos, ya quisiera yo ―suspiró una joven, al lado de Gisela en una esquina del amplio jardín―. Ojalá, me toque uno tan detallista y atento, así como él.

―Sí, son lindos ―respondió, por mera cortesía―. También quiero un príncipe azul.

La chica le sonrió, y alzó su bebida en su dirección.

―Salud, por ellos.

―Salud ―concordó ella, alejándose.

Tomó asiento con su madre, contándole como se sentía y evitando soltarle sobre la llamada con Carlos Herrera.

Cuando el cielo pintó destellos naranjas y amarillos, y la luna se asomaba incompleta; los invitados salían del espacio, no sin antes dejar en una gran caja todos los regalos de boda para los recién casados.

―Mi hermana, tú y yo tenemos que hablar ―riñó Virginia, tomándola por los brazos y apretándolos―. Estuviste distante, y un poco gruñona. ¿Todo bien?

El coche de Augusto, tocó la bocina avisándole a la morena que debían marcharse. Se volteó y exclamó que la esperara, solo un minuto.

―Luego hablamos, después de tu luna de miel ―aseguró, abrazándola―. No está pasando nada, te adoro. Disfruta tu viaje.

―No lo dudes, adiós. Te amo.

La observó alejarse, y se encaminó a su propio auto con su madre y Ángelo.

La actriz y el político, arribaron al hotel cinco estrellas, destinado para su noche de bodas y en cuanto pisaron la suite; se despojaron de sus ropas. Brindaron, comieron fresas mezcladas con champán y consumaron su matrimonio en lo que les quedó de la madrugada.

Al día siguiente, una cadena televisiva que se enteró de la localidad de ambos famosos, los embargó en el hotel y antes de hacerles una pequeña entrevista les indicó lo que les diría, con el fin de que preparan sus cortas respuestas.

Virginia se enfundó en una bata de satén, color azul rey y el logo del prestigioso sitio. Mientras, Augusto solo calzaba una cómoda sudadera y un pantalón de chándal.

―En tres, dos, uno... ―dijo el camarógrafo―. Grabando.

― ¡Bueno, aquí estamos con la pareja del momento! ―exclamó la entrevistadora, viendo a la cámara―. Virginia Moreno, ¿qué tal?, ¿cómo te preparas para tu luna de miel?

―Hola, estoy genial ―dijo, sonriente. Augusto y ella, entrelazaron sus dedos por encima de la mesa en la terraza―. Mi esposo es magnífico, tan atento... Estoy enamorada, me siento tan bien, tan emocionada por mi viaje.

― ¡Tu radiante mirada, me lo dice todo, cariño! ―expresó la mujer―. Augusto, te conviertes en gobernador y luego te casas. ¿Dirías que suerte, o lo planeaste? ―se burló ella, ajena a lo que realmente sucedía.

El hombre carraspeó y esbozó una sonrisa abierta.

―Es cuestión de proponértelo, ya cumplí mis metas ―comunicó, besando a su esposa―. Al menos las principales, ahora quiero ir a por la presidencia y tener hijos con ella.

―Es hermoso, señores. Irradian amor, los esposos Fuenmayor ―vociferó la periodista―. Felicidad eterna para ustedes. Aquí Alicia Carreño, para The Soup.

El camarógrafo cortó el vídeo, y se despidieron de la pareja.

―En un ratito, salimos al aeropuerto. Nuestro jet, nos espera ―anunció él, besándole la comisura de los labios.

―Dos semanas estando perdidos, me encanta ―masculló, abrazándolo.

―A mí también, mi amor.

Al gobernador, le sonó el celular y ella le dio espacio para que contestara. Mientras, se fue a duchar y arreglarse para su luna de miel.

Ayer no te vi más ―dijo la voz de un hombre, tras la corneta―. No es relevante, pero quiero decirte lo que oí.

― ¿De qué se trata? ―preguntó, extrañado.

Escuché a tu cuñada hablar por celular, no sé, hablaba con un tal Carlos ―contestó―. Se oía triste.

―No sé por qué me lo cuentas, eso es asunto de ella no mío, ni de mi esposa ―espetó.

―Sí, soy un idiota. Perdón por interrumpir tu día. ―Colgó.

― ¿Quién era? ―La pelinegra entraba a la sala, totalmente lista.

―Un compañero de trabajo, nada importante.

― ¿Seguro?

―Sí, en serio ―tranquilizó. Sin embargo, vio su ceño fruncido y entonces le dijo―. Oye, ¿Gisela ha estado deprimida últimamente?

―No, ¿por qué? ―inquirió, preocupada.

―Alguien la escuchó deprimida, hablando por teléfono en la fiesta.

― ¿Qué?, pero, ¿cómo? ―Colocó las manos en su cintura, esperando una explicación. Le decepcionó que su hermana le haya ocultado, que tenía un amor y ahora estaba triste por cualquier razón relacionada a ese sujeto.

―Lo único que sé, es que el tipo se llama Carlos.

Virginia palideció, sus labios se secaron y el corazón le palpitó.

― ¿Ca...car...Carlos, dices? ―titubeó, incrédula. De inmediato, apartó la mirada color esmeralda; y la fijó en una pared.

―Sí, ¿estás bien?

―Perfectamente ―mintió―. Solo estoy molesta, mi hermana ahora me oculta cosas.

―Bueno, ya no pienses en ello. Iré a bañarme, no tardo.

Augusto desapareció por un pasillo y ella tomó asiento en el sofá, no sin antes buscar su celular en la recamara.

Se sentía traicionada, pero algo le decía que tras de aquello había una explicación.

Era imposible, que Gisela y Carlos estuvieran hablando; no después de todo lo que ha pasado entre Virginia y él. Tal vez, era una equivocación.

Sin embargo, al día anterior, la notó distante y decaída; como si no quisiera hablar con ella.

Ató cabos con rapidez, y la conclusión a la que llegó no fue para nada agradable. Se enfureció más. Le marcó, pero fue directo a buzón. Quiso llamar a Carlos, solo que no había nada que reclamar.

Respiró hondo, cerró los ojos y meditó unos instantes.

Gisela no podía hacerle eso, ella no es así.

No obstante, todo coincidía con todo.

Ahora, la pobre de Gisela estaba en problemas sin saberlo. Carlos estaba siendo odiado por su amiga querida y Virginia hacía una tormenta en un vaso de agua.

Como siempre, ella prefería sacar sus propias conclusiones sin dar el beneficio de la duda.

Eso la llevaría a la perdición.


N/A: 

Solo quiero decirles, que en el próximo capítulo sabrán como reacciona mi pobre Carlitos a esta boda. 

Absolutamente todas nosotras las T, nos dolió eso y algunas ni habíamos nacido para esa fecha. 



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