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🔒27🔒

Si hubiera podido, habría salido corriendo por los pasillos detrás de algún policía de allí dentro, habría salido por las puertas y una vez en el exterior, habría robado un puto coche. Habría acelerado tanto como para que le metieran de nuevo en prisión.
La única carera que puede echar es la suya propia en los pasillos estrechos entre celdas. Es irónico, siempre que suceden estas cosas esperas que el mundo pare de funcionar, al menos unos minutos. Que te de tiempo a coger aire y fuerzas, y seguir adelante. Pero no, el mundo continúa y tú te quedas atrás. Siente que todo ha acelerado y se queda atrás.

- Un coche ha chocado contra ella en un cruce. - Axca coge aire y mira al techo, tratando de que las lágrimas no caigan. - Apenas le hemos visto.

- ¿No... sabéis nada? - Lance niega lentamente. Le tiemblan las manos.

- No. Sólo que está ingresada en cuidados intensivos. - Lance frunce el ceño. Sus labios tiemblan y se curvan en pequeños espasmos que amenazan con traer el llanto. - Lance, no pasa nada ¿vale? La mamá, Rachel y yo estamos con ella.

- ¿Cómo- dónde ha sido? - Lance parece tener la mirada perdida. Perdida y cansada. Axca vuelve a negar, extendiendo su mano para acariciarla. Sin tocarse, escucha de un vigilante.

- Lance. Escúchame: tú quédate tranquilo aquí.

- Axca no puedo.

- Va a ir todo bien. - Lance niega y esconde su cara entre sus manos. Las lágrimas de la azabache comienzan a brotar y caer de forma inevitable. - Lance la mamá no va a permitir que pase nada...

- Quiero hablar con ella. - entre pequeños hipidos, Axca contesta.

- No puede ser Lance... La mamá no está para llamadas.

- Si. - destapa sus ojos. - Quiero hablar con ella Axca. Por favor.

- Sabes cómo se va a poner. - el cubano bufa.

- ¡¿Y como me voy a poner yo, Axca!? - y con rabia en los ojos que caen en forma de gotas, tira el aire. - Necesito saber cómo está... - los vigilantes de la sala de encargan de cerrar la visita.

Da la vuelta y se acerca a las cabinas. Lo primero que hace es buscar en cada una si hay dinero suelto. No, un una mísera moneda. Y tampoco hay tarjetas sueltas. Sumerge una mano en sus pantalones blancos, rezando por encontrar una moneda algo. No, nada. Nada de nada. El algodón de la tirita. Golpea con rabia la primera cabina que encuentra y esconde entre sus brazos su cara. Nada va bien. Nada está bien.
No sabe qué hacer. Por primera vez en mucho tiempo no sabe que hacer. Le tiembla el cuerpo. Sólo puede imaginar a su hermana, atrapada entre el volante y el asiento, con el cabello enredado y con nudos debido a la sangre que brota de su cuerpo, con los ojos cerrados y la piel ligeramente entumecida. La imagina casi muerta. No lo está, pero siente eso, por qué no verla ni oírla es lo más parecido a la muerte. Y un está bien, ciego y sin caricias, es como una tirita sobre una hemorragia.
Hunk aún está en su turno. Apenas ha ocurrido todo en diez minutos, un cuarto de hora. Está solo, en cabinas, mirando el suelo, con sus uñas en su boca, con la mirada totalmente perdida. Necesita hacer una llamada, una, como sea. Le da igual lo caro que le salga. Y sale de cabinas muy a su pesar. Los pasos son pesados, aún siente el olor a sudor y el peso en sus hombros. Y el peso que ahora cae en su conciencia, que no es poco. Cruza dos dedos en su espalda y sube una escalera de más a otra celda. Camina recto, sintiendo miradas de algunos presos. Sus plegarias han sido escuchadas:

- Hola. - susurra Lance, tratando de esbozar su mejor sonrisa. Dentro de la celda — un piso más arriba que la suya — hay un hombre de melena recogida en un moño, barba afeitada y mirada peligrosa. Aún así, sus labios esbozan una pequeña sonrisa amable. En sus dedos, una revista de vete tú a saber que historia militar.

- Pero bueno. - el hombre sonríe y se incorpora lentamente. Permanece sentado en el borde de la cama, observándolo detenidamente. - Que haces aquí, morenazo. ¿Te has perdido?

- No, no me he perdido. - Lance sonríe y juega nervioso con su uniforme. Trata de no aparentarlo. Traga seco, coge aire y vuelve a hablar, con el carisma que le distingue. - Quería saber si podías hacerme un favor.

- Sabes que no hago favores, ¿no? - el hombre sonríe. - Venga, dime.

- ¿Tienes tarjetas de teléfono? - Kollivan sonríe.

- ¿Con quién crees que hablas? Si que tengo. De 1, de 3 y de 5 llamadas. - coge la revista que yace en sus muslos y la deja a uno de sus lados, mirándola, como si fuera a cobrar vida. Y sigue hablando. - Pero yo quiero algo a cambio. - Lance asiente.

- Si si. - el hombre sonríe

- Hacia mucho que no venías por aquí.

- Un poco ocupado... - sonríe como puede, tratando de no venirse abajo y liarse a patadas con todo lo que pille.

- ¿Has estado en el gimnasio? Tienes todo el cuello de la camiseta mojado.

- Si.

- Pues... vamos a hacer una cosa. - la cama chirría al perder el peso del hombre. Su cuerpo camina por la pequeña y hacia habitación. De debajo del colchón, saca una tarjeta con un trozo de cinta aislante. Saca un rotulador del pequeño mueble que hay en todas las habitaciones. Escribe una "L" en la cinta y sacude la cartilla frente los ojos de Lance entre dos de sus dedos. - Yo te doy una de 5 llamadas. Pero tú vas a irte a las duchas y me vas a esperar allí, ¿vale? - Lance asiente.

- Si

- Así me gusta. Anda, no te pierdas al volver a casa, caperucita. - Lance da la espalda al hombre, desapareciendo de su vista en instantes. Se aguantas las ganas de liarse a hostias, y no precisamente con él. Siente que todo lo que ha estado consiguiendo comienza a venirse abajo. Todo.

Entra en su celda. No hay nadie, ni siquiera Prince. Coge uno de sus uniformes limpios, ropa interior y un preservativo. Sabe de sobra que va a pasar, y prefiere ir listo.
Aún recuerda el consejo de Samuel y las duchas. Que poco se equivocaba ese hombre: son las ocho y cuarto y las duchas están prácticamente vacías. Las pocas personas que hay van a su bola, están agotadas de trabajar o simplemente de mal humor. Sabe que no va a pasar nada. De echo, juraría que ha visto algún compañero de celda de Kollivan.
Se sienta en un banco de madera. Está húmedo, pero podría ser peor, podría estar podrido o lleno de hongos. Da gracias que las duchas aún son algo higiénicas, no como el patio o algún baño exterior. Mueve su pierna nervioso. De verdad, quiere llamar a su madre. Ya. Absolutamente ya. Necesita preguntarle cómo está, que sabe, quien ha sido. No quiere atar cabos, por qué si empieza, todo desembocará a la misma persona y al mismo problema. Y de verdad que no quiere, ahora no quiere abrir los ojos.
Peina su pelo con sus dedos mientras sus ojos se deslizan con agilidad sobre una baldosa blanca. Escucha unos pasos y la puerta abrirse. El moreno mira por encima de su hombro.

- Hola Lance. - susurra. Y sin más cuento, el hombre se mete en un baño, en una de las duchas. El cubano le imita, dejando su ropa en el suelo del mismo sitio. Kollivan mira al moreno con cuidado y detalle, con una sonrisa en los labios. - Sabes que has venido por cuenta propia. - eso habría que verlo, hijo de puta, piensa, tratando de no derrumbarse entre tanto pensamiento. Su cabeza va a estallar, tiene demasiadas cosas atormentadole la mente.

- Si. - alcanza a decir, pegando su espalda en la pared del cubículo.

- Toma. - Kollivan extiende la tarjeta de llamadas. Sabe de sobra que no va a salir corriendo por la puerta, por que eso sería sinónimo de traición y castigo por parte de Kollivan, y quién sabe si paliza. Mejor no probar a él y los suyos.

- Gracias. - murmura el moreno.

- De nada. - el cubano deja la tarjeta entre su ropa y mira al mayor a los ojos. Sabe que quiere. - Sabes que quiero a cambio. - da un paso. Lance asiente

- Ajá...

- ¿Te parece bien?... - susurra cerca de su rostro. El moreno asiente de nuevo, mirando sus labios.

- Si.

- Desnúdate. - el hombre sonríe y aleja su cuerpo del ajeno, observando a Lance. Sus manos comienzan a deshacerse de su propia ropa, empezando por la camisa. Luego la camiseta de tirantes. La pasa por encima de su cuello, flexionando sus brazos, sintiendo los ojos de Kollivan subir a ellos y bajar a su pecho desnudo. La piel se le pone de gallina, y zonas de su pecho también reaccionan. Su cadena cuelga y se adhiere a su piel. Un suspiro de Kollivan   inunda el cubículo. Se vuelve a acercar a Lance en cuanto se ha deshecho de sus pantalones, acercando una mano al grifo de la ducha — dejando que el agua caiga en ellos — y segundos después colocando sus manos en su delgada cintura. - Eres un caramelo aquí dentro, Lance. - susurra sonriendo. Ladea su rostro, acercando sus labios a la zona de su mandíbula, nota la barba afeitada. Y allí mismo los planta un par de veces, de forma lenta. El agua cae entre ellos, ya siente como cala su ropa interior. - Y te pienso devorar...

Y a Lance, la verdad, le cuesta poco abrazarse a su cuello, pegar su espalda al cubículo y dejarse llevar. No es su mayor fantasía sexual, ni algo que desearía con locura por su parte, pero es lo que toca. Si quiere algo, tiene que dar también a cambio algo. Y este algo, es su cuerpo, un polvo esporádico. No pasa nada, tiene práctica.
Pega su frente a su hombro mientras aguanta la voz, cerrando los ojos con fuerza. Apenas se ha acordado de darle el preservativo, porque cuando se ha querido dar cuenta, Kollivan está preparándolo. Ahora siente como Kollivan sale, y como gira su cuerpo con práctica, sin pregúntarle, a su gusto.

- Mira que buen chico... - susurra el mayor. Lance trata saliva al sentir como vuelve a entrar. Cierra los ojos y arquea la espalda mientras deja salir de sus labios y jadeo. Una mano del mayor está pegada a un azulejo, mientras la otra coge con fuerza una de sus caderas. Tiene suerte de que sea un polvo esporádico, eso significa una ronda y ya, y además una corta.
Siente la mano libre agarrar su boca, tratando de guardar los pequeños jadeos que libera Lance en cada movimiento. Lo puede pensar en que ha conseguido a cambio.

Cuando se quiere dar cuenta, está limpiándose solo en el baño. Le gustaría llorar o algo, hacer de aquel sacrificio una hazaña, pero no le salen. Será el cansancio, piensa. Vuelve a revolver su cabello en la toalla y se acomoda la ropa interior. Va a ser difícil hacer como si nada.
Al abrir la puerta, Kollivan continua allí, con un cigarro en los dedos y el cabello suelto, en un intento de trenza sin goma.

- ¿Ya? - Lance asiente.

- Si. Gracias. - susurra el moreno, guardando la tarjeta en su bolsillo.

- Ah, sobre eso. Otra cosa. - el hombre sonríe, no buscando algo en su bolsillo. - Me vas a hacer otro favor, uno pequeñito.

- Kollivan no sé si ..

- Si, si sabes. Es una tontería, mira. - el mayor abraza sus hombros, hablando cerca de su oído. - Solo necesito que lleves esto - entre sus dedos una bolsa con polvo blanco. No es imbécil, sabe que es y cómo se ve una bolsa de drogas. - a la celda 157. Está en tu planta, un pasillo al fondo. ¿Lo haces por mí? - el mayor sonríe,mirándole a los ojos. A Lance siempre le dieron mucho respeto esos ojos miel, tan brillantes, tan semejantes al ámbar.

- Pero...

- Tranquilo, tienes hasta la hora de dormir. Le dices que viene de parte de arriba, si sabe quien soy. Es una bolsita de nada, la puedes llevar en el bolsillo. No hace falta que la lleves. - Lance puede respirar tranquilo, por qué sabe que significa ese tipo de llevar. No le gustaría acabar como Pidge... - Mañana vienes y me dices qué tal. - el cuerpo del mayor se agacha para coger su ropa sucia y sus toallas. - Quien fuera joven, morenazo. - susurra antes de salir de allí.





Se le han hecho pocas las toallas para asearse una vez ha estado totalmente solo. Aún tiene el cabello húmedo, y encima el estómago vacío. Su cabeza no puede tener más cosas dentro: su hermana, su madre, el dolor en su culo, la bolsa con cocaína — cree que es eso — en su bolsillo y ahora la puta cena. Tampoco es como si tuviera hambre.
Llega a cabinas. En una hora aproximadamente se cerraran los turnos de llamada.
Con las manos temblorosas, la boca seca y latidos frenéticos, marca el número de su madre. Le tiemblan los dedos, le toca apretar más de una vez a alguna tecla. Tira el aire también de forma temblorosa.

- ... - da llamada. - El teléfono al que ha llamado está apagado o fuera de cobertura en este momento. - y le siguen varios pitidos que dan la línea muerta. Lance niega cogiendo aire de forma más agresiva. Ahora le tiemblan aun más las manos. Le quedan 4 llamadas. Puede que esté llamando a Cuba, o no, no lo sabe. No sabe dónde puede estar su madre ahora mismo, solo quiere que le responda.
Vuelve a marcar. - ... - da llamada, de nuevo, un par de veces. - El teléfono al que ha llamado está apagado o fuera de cobertura en este momento. - y de nuevo el pitido del demonio. Lance, con lágrimas en los ojos y miedo, marca otro número. Le quedan 3 llamadas. Ahora marca a Verónica, rezando por qué alguien coja ese teléfono. Directamente, el teléfono da línea muerta. Lance tuerce sus labios.
En un mohín triste y lleno de rabia, lanza contra la cabina el teléfono, dejando un pequeño gruñido en el acto. Pasa sus dedos por su cara, negando.
Tiene miedo, tiene miedo de que su madre no pueda aguantar más disgustos, o de que su hermana no cuente esta. Quiere salir de allí, y todo se está viniendo abajo.
Sale de allí, y se dirige directo a su celda.

No va a cenar, no lo tiene en mente.
Lo primero que se le ha pasado por la cabeza ha sido hacerse un cigarro, aislarse del mundo cree que le puede venir bien. No le queda tampoco otra. Por suerte, Prince no está en su celda. Tampoco quiere saber dónde está.
Enciende el final del cigarro, con él en sus labios. El mechero tiembla entre sus dedos. Y una vez encendido, da la calada más ansiosa de su mísera vida. Tira el humo lentamente y cierra los ojos, tal vez en busca de otra realidad.

La búsqueda dura aproximadamente una media hora, lo que tarda en escuchar a los guardas mandar a algunos presos a las celdas y mandarlos callar.
Las escaleras resuenan, y por la puerta aparece Hunk.

- Por fin te encuentro. - el samoano suspira y tira su camisa a su cama. - Vaya día de mierda, en la cocina han tirado a un preso de abajo por amenazar a un guarda. ¡Por que no quería servirle el plato! - el samoano chasquea su lengua y mira al cubano de reojo. Lo nota distinto y no siquiera ha dicho nada. - ¿Que hacías?

- Nada, llamar a mi madre. - murmura.

- ¿Ha pasado algo? - Lance da otra calada al cigarro. Su voz ocupa el silencio que ha declarado entre ellos.

- Mi hermana ha tenido un accidente de coche. - el moreno, con la mirada perdida y cansada, tira el humo por la nariz. Hunk palidece.

- ¿Cómo?

- Alguien se ha cruzado en su camino y ha chocado con ella de frente.

- ¿Cómo- cómo está? - Lance niega, mirando ahora una baldosa del suelo.

- No lo sé.

- ¿Cómo sabes que-

- Ha venido Axca en un vis a vis urgente. - otro silencio donde Lance apaga el cigarro en el cabezal de la cama. - Está en cuidados intensivos.

- ¿No sabéis quien...?

- No. - sentencia. La poca tranquilidad y paciencia de Lance empieza a deshacerse en pedazos. Las escaleras resuenan de nuevo con taconeo.

- Joder tío... - susurra Hunk. Observa a Lance, que sigue mirando las baldosas del suelo. Conoce esa cara. - Y tu madre-

- Mi madre no coge el puto teléfono, Hunk. No sé nada de mi hermana. - el moreno levanta con rabia su rostro a su compañero. - No sé si mi hermana se ha muerto, o si se ha muerto mi madre del disgusto. No sé nada. - tira el aire por las aletas de su nariz, tirando al suelo la colilla apagada del cigarro.

- No pienses eso Lance. - el samoano siente lástima.

- ¡Si lo pienso tío, por qué ahora mi hermana está en la UCI probablemente por culpa de su hermano, que es un completo imbécil! - las verjas resuenan. Es un sonido sólido, no son manos.

- McClain. - el moreno gira su cara. Unos ojos violetas le indican salir con un gesto con la cabeza. - La medicación. Vamos. - McClain coge aire, mirando a Hunk con rabia.

- Si dice algo, le cierras la boca. - Hunk frunce el ceño.

-¿Qué? - Hunk cree entender que dice, pero no está seguro. Sólo puede ver a Lance extender sus muñecas, con cara de pocos amigos. Keith le mira de reojo. No se dicen nada. Es la primera vez que Lance no le tira los trastos o le come con la mirada. Tan solo le esposa y le lleva junto a él.

Lance recuerda: tiene la bolsita aún en su camisa.

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